"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Cadaver "Edder & Bile"

No es ningún secreto que Cadaver (Neddo, mejor dicho) es uno de los grandes secretos de la fría Noruega, no para el aficionado al metal extremo, sino para el gran público; ese que prefiere posar en Instagram con cervezas y vinilos de colorinchis pero con el que luego hablas en privado y no saben, es todo envoltorio. Ningún problema, Cadaver, además un marasmo de EPs, debutó con "Hallucinating Anxiety" (1990), el sobresaliente "...in Pains" (1992), la brutalidad que es "Necrosis" (2004) y ahora, Neddo, se marca un disco como "Edde And Bile" (2020) junto al simpático Dirk Verbeuren (que lleva prestando sus servicios tras los parches desde 2004), en el que, además de invitados de lujo Jeff Becerra (Possessed) o Kam Lee (Massacre, entre muchos otros), puede presumir de uno de los lanzamientos de este año, al que todos estamos deseando dar puerta, en el que hay tanta despreocupación por quitarle seriedad a todo (desde las letras, hasta su horrenda portada) como un disco de metal repleto de composiciones efectivas, a un grandísimo nivel, con una instrumentación acertada y técnica, con Verbeuren en un estado de forma impresionante y una producción, Adair Daufembach, plenamente efectiva que logra redondear en contundencia al trabajo de Neddo y Dirk, conformando un producto sólido, en el que nunca bajan la guardia, repleto de clichés (es verdad, no lo niego) pero tan acertados, con tan buen gusto, que "Edde And Bile" entra de un tiro y produce auténtico placer cuando es escuchado.

 

La matanza comienza con “Morgue Ritual” y Verbeuren sin respiro, golpeándonos sin piedad, dejándose la piel, la voz rota de Neddo y su guitarra. ¿Qué más puedo pedirle a un disco de metal? Death metal a mil revoluciones, sonando terriblemente bien, tan afilado como para acercarse al cáustico black pero sin perder sus señas de identidad. “Circle of Morbidity” cuenta con el mítico Jeff Becerra, de nuevo es una auténtica agresión sónica, Verbeuren no da muestras de agotamiento, su batería suena precisa y con una pegada increíble, mientras Neddo y Becerra se alternan, mientras que “Feed the Pigs” con Kam Lee, gruñendo como un perro rabioso y, cómo no, Dirk marcando el tempo con fiereza, se convierte en un puñetazo directo a nuestra nuez. Me gusta “Final Fight” por el cambio de compás, por su melodía, su inmediatez y cómo se parece desatar la furia en su puente, como “Deathmachine” o “Reborn”, parecen pisar el acelerador aún más, mientras que en “The Pestilence” se acercan a un death más clásico. Siete canciones entre las que, honestamente, no encuentro un solo signo de debilidad, en las que no nos dan tregua alguna, y sólo hay ganas de grabar un buen disco de metal. "Edde And Bile" cierra el círculo del álbum en su octavo corte, Verbeuren suena tan sobrado que parece una auténtica caja de ritmos mientras que Neddo parece calmarle en las estrofas y cantar con más rabia y desprecio que nunca.

 

Y es que en “Years Of Nothing”, volvemos a la melodía, al blackened death para terminar emputeciéndose pasándose de vueltas, con Neddo ejecutando un disonante solo más propio de Slayer que de Cadaver, y una más pausada, profunda y pesadísima “Let Me Burn” en la que el riff de Neddo parece contener los arrebatos de Dirk y un riff en el que sentimos el espíritu de Hanneman pero, esta vez sí, un solo más melódico y un final crujiente y atmosférico. Un álbum perfecto para acabar el año y olvidarlo o darle muerte a ritmo de buen death metal, puede que estos doce meses no hayan sido los mejores para nadie, incluida la propia industria musical, pero para los aficionados está siendo un auténtico vergel de buena música. "Edde And Bile" se merece entrar, sin ningún tipo de reserva, entre los mejores discos de metal de este 2020.


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Crítica: Draconian "Under a Godless Veil"

Me suele ocurrir que hay bandas a las que admiro y respeto, pero con las que soy especialmente crítico, quizá porque son esas de las que más espero y con Draconian me ocurre que las expectativas eran muy altas tras "Sovran" (2015). En aquel había melancolía y sensibilidad, claro que sí, pero con profundas descargas de telones metálicos a cargo de inexpugnables muros de guitarras, era gótico, pero también doom. Con “Under A Godless Veil”, lo que me ocurre es que, a pesar de las guturales del diálogo de “Sorrow Of Sophia”, parece que son las fuerzas del bien son las que ganan a las del mal, parece que la voz femenina de Heike gana en presencia a la de Anders. El resultado es bello, no podía ser de otra manera en Draconian, los suecos saben perfectamente lo que hacen y son sinónimo de calidad, pero la victoria de Heike, el exagerado melodrama en arreglos, los lentísimos tempos y la ausencia de guitarras, logran que “Under A Godless Veil” se convierta en un parsimonioso paseo repleto de drama impostado, en el que hay momentos (“The Sacrificial Flame”) en el que uno llega a agradecer el atisbo de metal, la profundidad en las guitarras, pero cansa que Heike sea la melodía y Anders el recitado, cuando no -menos original- el gutural. 

 

Por otra parte, las composiciones de “Under A Godless Veil” no brillan por su originalidad en el amplio sentido de la palabra; a los arreglos de cuerda les siguen guitarras etéreas o con una distorsión tan taimada que cuesta identificarlas en la mezcla final, el mismo esquema y el abuso de la angelical Heike. ¿Suena bien? Por supuesto, Draconian son maestros, pero en “Under A Godless Veil” (bajo la producción de Johan Ericson) se repiten una y otra vez los mismos trucos. “Moon Over Sabaoth” tiene mayor pesadez y cuerpo, se siente más robusta, Heike adorna, pero sin empachar y, claro, sentimos estar escuchando a los Draconian de "Sovran". En la bonita “Burial Fields”, el recitado, sin embargo, pertenece a Daniel Neagoe y sirve como coda de una pieza de tintes cinemáticos de cuatro minutos y medio que parece dividir el disco y enlazar con “The Sethian” en la que disfruto enormemente del trabajo de Jerry Torstensson y cómo acompaña a Seike en las estrofas para desbocarse cuando entra Anders. “Claw Marks on the Throne” es preciosa pero, de nuevo, siento que un poquito más de riesgo no le habría venido mal o, por lo menos la sensación, de peligro de “The Sethian”.

 

La misma que derrochan en el cierre que es “Ascend into Darkness” y sus nueve minutos en los que cabe un poquito de todo lo que he echado de menos en “Under A Godless Veil” y no he tenido en canciones como “Night Visitor” en la cual, por ejemplo, Heike brilla con luz propia gracias a su bonita voz pero, en definitiva, lo que separa a la amargura sensible de Trees of Eternity o los mejores y más góticos Paradise Lost, de una banda como Within Temptation (con todo mi respeto hacia sus fans, inversamente proporcional a su gusto). Una pena, de “Under A Godless Veil” salvo algunas canciones y la constatación de que Draconian son incapaces de firmar un mal álbum, pero no puedo evitar volver a “Sovran”, escuchar una pieza como “The Wretched Tide” y sentir que algo se ha perdido por el camino.


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Crítica: Undergang "Aldrig I Livet"

A todo aquel que me pregunta por Undergang no puedo hablarle más que maravillas. Por supuesto, si lo tuyo no es el death metal más visceral (nunca mejor dicho), gore y desagradable, más aberrante y con olor a putrefacción, lo mejor es que te mantengas lejos de los artefactos que los daneses suelen facturar, pero también es verdad que a poco que ames el death, si has vivido décadas pretéritas y echas de menos los trabajos más brutales de Carcass o los mis adorados Autopsy, Undergang es tu banda. He de reconocer que “Misantropologi” fue uno de mis discos favoritos de 2017 y si fue así es porque la banda es capaz de atrapar el hedor a pútrido en cada uno de los surcos de sus vinilos y, tal y como afirmaba con su anterior álbum, sentir el alma de Reifert. Pues bien, tres años más tarde, Undergang regresan con “Aldrig i Livet” y, queridas almas oscuras, lo que nos encontramos es el mismo sentimiento de ultratumba, de tripas al aire y charcos de sangre pasada de fecha que lograron en “Misantropologi”, "Døden læger alle sår" (2015), "Til døden os skiller" (2012) y, claro, "Indhentet af døden" (2010) porque una de sus grandes virtudes es potenciar aquello en lo que se saben ganadores, sin perder su identidad y tampoco tener la sensación de que estén caminando en círculos. La producción de “Aldrig i Livet” tiene mayor profundidad que en “Misantropologi”, pero no abandona esa zona gris y densa, obtusa y opaca, en la que todo buen disco de death metal gore debe moverse sí o sí. “Aldrig i Livet” es viajar en el tiempo a primeros de los noventa, por supuesto, pero también caer en una fosa tan profunda y húmeda como para que nos sintamos cómodos escuchándolo. ¿Suena raro, verdad? El placer por lo horrendo, por el esperpento, por el terror…


La introducción que es “Præfluidum” ya nos lo advierte con sus gorgoteos vocales, su erupto gutural y la cavernosa profundidad de David Mikkelsen. El enlace con "Spontan bakteriel selvantændelse" es vibrante y natural, su guitarra relincha, pero navegamos entre medios y graves, ninguna estridencia, tan sólo puro y pútrido death metal. Suena “Indtørret lig” y parece crust por su atropello, pero también nos acordamos de Demilich y, claro, de Carcass, se aceleran y nos vomitan encima, sentimos estar patinando en un charco de bilis y sangre, ¿es real? El adelanto que fue “Menneskeæder” confirma que la influencia de Steer es innegable pero también que la aspereza no está reñida con una melodía poco obvia, enterrada bajo capas y capas de distorsión, con un sonido comprimido como una bala en el cráneo. “Ufrivillig donation af vitale organer” es tan truculenta que rompe el encanto punk de la anterior pero en esta recuerdan más a Obituary brutalizados por su sed de glóbulos rojos, me encanta la batería de Pedersen y el bajo de Osborne, tanto como el estrangulamiento de David al comienzo de “Sygelige nydelser (Del III) Emetofili” y cómo la canción parece acelerarse de manera machacona al pulso de una guitarra nerviosa para, segundos después, marcar un ritmo pesadísimo más cercano al doom que al death.

 

“Usømmelig omgang med lig” posee quizá el riff más sencillo pero efectivo de todo el álbum, además de resultar totalmente mortífera; me gusta la voz de David y las guitarras, cómo Osborne le sigue y Pedersen parece castigar los parches, tanto o más que el ambiental comienzo de la propia “Aldrig i Livet” y cómo la banda se despereza tras siglos bajo la tierra, cómo van arrancando hasta llevarnos a su terreno, algo muy parecido a lo que ocurre con la cadencia de ‘Rødt Dødt Kød’ o ese final con "Man binder ikke et dødt menneske" y que nos hunde aún más en esa tumba repleta de gusanos que describía al comienzo de esta crítica en la que, como afirmaba, si amas el death metal más purulento y gore, el más terrorífico, con olor a tierra húmeda, Undergang son lo tuyo. Como aseguraba con “Misantropologi”, también lo hago con “Aldrig i Livet”, estos jodidos daneses han vuelto a grabar uno de los discos del año, menudos últimos meses de lanzamientos…


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Crítica: Hellripper "The Affair of the Poisons"

Si hay un subgénero dentro del metal al que cada año que pasa le preste menos atención es, sin duda, el thrash y quien diga lo contrario miente, por lo menos en parte. Más allá de las vacas sagradas, de los discos clásicos, lo único que encuentro en los últimos años, son un pastiche y discos o, en la mejor de las suertes, canciones que nos recuerdan a una u otra banda, cuyo comienzo es el de este u otro clásico, cuya actitud -repleta de clichés- convierten al género más callejero, rápido y cortante del metal en poco menos que una parodia. Pero, como por casualidad, hace tres años llegó a mis manos “Coagulating Darkness” (2017) y sentí como todas y cada una de las canciones de James McBain me dejaban exhausto según las iba escuchando. ¿Fue toda una carambola de las musas o, por el contrario, James es un tipo tocado por una varita divina? Pues "The Affair of the Poisons" confirma la segunda de estas hipótesis y rompe los prejuicios sobre la edad, la calidad y la autenticidad porque con tan sólo veinticinco años, McBain se mea en la cara de miles de músicos de su quinta y, por supuesto, muchos otros más mayores (también más cansados) publicando el disco que ya quisieran muchos para sí. ¿No sabes nada de Hellripper? Imagínate el rock de unos Motörhead completamente empastillados, el metal punzante de Bathory, el thrash más cortante de la Bay Area y el black de Mayhem en “Deathcrush” y podrás hacerte de lo que McBain factura en “The Affair of the Poisons”.

 

Y es así desde el primer segundo, cuando suena la homónima al álbum y sentimos la pesadez del black más parsimonioso, hasta emputecerse y sacarle filo a las guitarras mientas James se desgañita, sonando por todos aquellos maestros de los ochenta que rompieron en la escena; los riffs suenan inspirados, no hay nada tan innovador como para creer que McBain es un pionero, pero hay actitud de cojones, mala ralea y ráfagas black con thrash y thrash con speed. La trotona “Spectres of the Blood Moon Sabbath” se acerca más que nunca a esa mezcla bastarda entre Motörhead y Iron Maiden, no bromeo cuando digo que es la mezcla perfecta entre los riffs de unos, las melodías de otros y el gañido más desagradable del black, junto a la mala baba heredera del punk en el thrash, es incluso cuando “Vampire's Grave” arranca, de nuevo, por Lemmy, sentimos que nos montamos a lomos de una violentísima moto, sedientos de sangre en mitad de la noche.

 

“Beyond the Convent Walls” y, fundamentalmente, “Savage Blasphemy” son un auténtico torbellino que te recordarán a los Metallica de “Kill 'Em All” (1983), para darnos un respiro con “Hexennacht” pero sin dejar de apretarnos las tuercas, McBain nos descerraja un tiro en plena frente con "Blood Orgy of the She-Devils" y un toque más cercano al hard rock en los ‘licks’ mientras que el riff es puro rock, logrando un thrash and roll que parece perfeccionar en la despedida con la cafre “The Hanging Tree”. Ocho canciones, tan sólo ocho canciones, veintinueve minutos de mala leche, de patadas y cabezados, de electricidad que recorre tu cuerpo, de una mezcla de subgéneros tan acertada que, repito, vuelve a sorprender por su juventud, sus ganas de romper y lo que desprenden sus canciones. Interpretado por el propio McBain, grabado y mezclado por él mismo, con tan sólo la ayuda de Clark Core en las voces de "Beyond The Convent Walls" o las guitarras puntuales de Joseph Quinlan ("Spectres of the Blood Moon Sabbath" y "Vampire’s Grave"), "The Affair of the Poisons" es uno de los discos del año, sin duda, y un serio candidato a convertirse en clásico de culto. No pierdan ustedes de vista a James McBain, nosotros no lo haremos…



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Crítica: Dark Tranquility "Moment"

Hay bandas a las que uno acude sabiendo que va a encontrar la comodidad de sentirse como en casa y no va a sentirse a disgusto porque haya cambios que devengan en un descenso en su calidad. Cuando pincho un nuevo disco de Dark Tranquility, sé que nunca me van a defraudar, pero no puedo negar tampoco que me diese algo de miedo que los recientes cambios en su formación desequilibrasen la fórmula maestra por la que los suecos llevan, literalmente, casi treinta años sin sacar un mal disco, uno mediocre. Nada más y nada menos que dos de las tres guitarras han cambiado; han entrado Christopher Amott (Arch Enemy, Black Earth, Machine Head, Cemetary) y Johan Reinholdz (Andromedad, Widow, Skyfire), dos guitarristas fuera de toda duda, pero con las lógicas reservas por los cambios. ¿El resultado? Notable, cercano al sobresaliente, como siempre, tanto Amott como Reinholdz se unen a la banda y no cambian el ADN de esta; es verdad que las guitarras tienen una mayor importancia aquí, en “Moment”, más que en “Atoma” y, aunque las composiciones de este fuesen superiores a las del que nos ocupa, “Moment” puede presumir también de un corpus sólido en el que el pasado y presente de la banda se dan la mano, evitando la emoción más sensiblera pero ahondando en la introspección, en un sonido robusto y sin fisuras, en el que -para colmo- Mikael Stanne ruge como nunca, hay menos partes melódicas, pero más desgarro y velocidad.

 

Producido por Anders Lagerfors y Jonatan Thomasson, “Moment”, arranca con “Phantom Days” de manera más calmada, guitarras dobladas y los gruñidos de Stanne, con una guitarra bellísima (2:33) que inunda la composición, similar a lo que viviremos en “Transient” (2:51). Y es que parece que Dark Tranquility aquí han querido herirnos en el corazón con sus seis cuerdas y unas canciones redondas, gruesas y desgarradas, pero en las que no ceden en el sentimiento tampoco. “Identical to None” sube las revoluciones, Mikael canta con más rabia y el desarrollo de las guitarras recuerda más al sonido Gotemburgo que al gótico, al death metal más melódico, en lugar de lo facturado en “Atoma”. 

 

Como si lo supiesen, Dark Tranquility, nos sumergen en las densas aguas de “The Dark Unbroken” en las que, sin embargo, duran poco cuando la canción se tensa y es “Remain in the Unknown” las que nos recuerda a esa banda con tendencia al melodrama, al metal gótico y no tanto al death metal con el que nos han disparado en las cuatro primeras canciones de “Moment”, como ocurre con el diálogo de Stanne y la voz más melódica en contraposición a la más rasgada (“Standstill”), nos recordarán suavemente a lo que hicieron en “Atoma” con “Ego Deception” (también “Eyes Of The World”, en la que bajan completamente el nivel de agresión, para sonar plenamente melódicos) y probarán a someter bajo presión con “A Drawn Out Exit” y, de nuevo, unas guitarras absolutamente brillantes, corriendo desbocadas. Para concluir con “Failstate”, puramente melódica gracias a las guitarras, cerrando “Moment” al mismo nivel que lo abrieron, pero dando algo de tregua.

Un nuevo acierto de la banda sueca que siguen sin decepcionarnos, a pesar del tiempo y de los cambios, en un disco en el que hay algunos momentos (“Standstill” o “A Drawn Out Exit”) en los que bajan la guardia y firman canciones que no están a la altura del conjunto pero que tampoco desmerecen un trabajo casi redondo, diez canciones, perfectamente medidas que capturan perfectamente la esencia de la banda y el momento que nos toca vivir. Así da gusto…


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Crítica: The Smashing Pumpkins "CYR"

Se es más cruel con lo que una vez se ha amado que con lo que produce indiferencia. Es por eso que no podía resistirme, ni podré jamás, a escuchar lo último de The Smashing Pumpkins, a pesar de ser consciente que ni Corgan, ni la banda, ni yo mismo, somos aquellos de los noventa. Pero quizá, en esta sagrada ecuación entre artista y admirador, lo realmente importante no seamos nosotros sino Corgan, que se encerró en su propia torre de marfil, de gatos y teterías, de lucha libre y proyectos fallidos, de discos dobles que nunca se publicaron y jamas lo harán, de una D'arcy que jamás volverá pero -maldita sea- tampoco Melissa Auf der Maur o Nicole Fiorentino, aunque tampoco eso sea lo más importante, como tampoco que ahora se esté planteando una segunda parte de "Mellon Collie and the Infinite Sadness" (1995) para el próximo año, sino que Corgan vive en el exceso; en su propio mundo y parece enfadarse cuando todos prefieren recordarle con su camiseta de “Zero” y pantalones plateados porque, en definitiva, a casi nadie le importan las últimas composiciones y le siguen pidiendo aquellas que, con desgana y sonrisa torcida, nos regala en directo y que nos remiten a una época ya pasada. Si alguien me hubiese asegurado que "Oceania" (2012) sería quizá lo más decente de sus últimos veinte años, que su carrera acabó con "Machina/The Machines of God" (2000) y aquella gira de la que también fui testigo y lo que ha venido después es tan irregular que haría llorar a cualquier seguidor de los noventa, no me lo habría creído jamás.

 

“CYR” es peor que "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun." (2018), no porque aquel fuese genial (tampoco era horrendo), simplemente insustancial, con grandes momentos y otros realmente pésimos. Lo que ocurre con “CYR” es marca de la casa; estamos hablando de un disco doble, veinte canciones que no remiten a la mejor época creativa de Corgan, cuando vomitaba genialidad en forma de canciones, si "Mellon Collie and the Infinite Sadness" era el exceso hecho disco, con perlas que trufaban su escucha, a pesar de esas otras que no aportaban,  “Machina II/The Friends And Enemies of Modern Music (2000)” los descartes de "Machina/The Machines of God" y "Teargarden by Kaleidyscope" un proyecto inabarcable con grandes ideas pero pocas canciones que mereciesen la pena, “CYR” no es más que un postizo de "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun." y un sonido para el que no hace falta complicarse demasiado por buscar su génesis; nada más que recordar la colaboración de Corgan con New Order o aquel "TheFutureEmbrace" (2005) en el que Corgan ya apuntaba sus gustos sintéticos e incluso una canción como “Eye”, pero veinte canciones en pleno 2020 son muchas para que Billy mantenga el tipo y si la primera parte de “CYR” es tediosa, la segunda indigesta.

 

No negaré que me gusta "The Colour of Love" pero porque me gusta “A Forest” de The Cure y la línea de bajo Jeff Schroeder, escrita por Corgan, bebe de la de Simon Gallup. Pero, más allá de ese fulgurante comienzo por los ochenta y la adictiva dicción de Corgan en "Confessions of a Dopamine Addict", el sintetizador de la propia “Cyr” es bonito pero encierra una composición aburridota, aunque me gusten los coros de Katie Cole y Sierra Swan en todo el disco, igual que la emoción contenida de “Dulcet In E”, no el synth-pop petardo de “Wrath” o la horterada de “Ramona”, canciones a las que el envoltorio hace parecer algo más. “Anno Satana” es un boceto y el impostado dramatismo de “Birch Groove” pierde altura al lado de canciones como "Wyttch" o "Starrcraft", ¿qué te ha pasado, Corgan? 

Descartes horrendos como “Purple Blood” comparten espacio con canciones que apuntan maneras, como "Save Your Tears" y su hipnótico ritmo, angelicales coros en "Black Forest, Black Hills" se pierden en una canción que aporta tan poco al resultado final como "Adrennalynne" o “The Hidden Sun”, un desastre absoluto cuando cuesta horrores diferenciar entre una y otra, acertar qué estribillo funciona y cuál no sin un bostezo, volver a “CYR” sin pereza, con ganas de escuchar un final como “Tyger, Tyger" o “Minerva”, como para que luego Corgan no se enfade cuando le pidan “1979” o "Bullet with Butterfly Wings" en sus conciertos. Si la reunión con Iha y un virtuoso como Chamberlain fue el reclamo de "Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun.", este álbum hunde toda esperanza de que The Smashing Pumpkins vuelvan a ser sombra de lo que fueron. 


© 2020 Conde Draco

 

Crítica: Malokarpatan "Krupinské Ohne"

La única verdad es que este año está siendo un auténtico caos para todos, de una forma u otra. Mientras algunos pensaban que el pasado marzo sería un pequeño paréntesis en casa, otros se planteaban meses de aislamiento a base de Pornhub, videojuegos, UberEats y mucho de redes sociales, convertidos en hikikomoris de la noche a la mañana; lo que parecía un fin de semana largo, dos semanas, se ha convertido en casi un año, tan estrambótico y demencial como para que hayan surgido todo tipo de tribus conspiranoicas. Y, en medio de todo ello, bandas que han seguido publicando pero que, por desgracia, han pasado inadvertidas o desapercibidas entre las centenas de lanzamientos de un año funesto para muchos, aciago para la creatividad, siempre de mano del tiempo libre o aquellos que han sabido aprovecharlo y, por supuesto, de la desesperación. ¿Llego aún a tiempo?, me repito a mí mismo, como si fuese el conejo de Lewis Carroll, porque no quiero que diciembre llegue a su fin y no poder reseñar algunos de los mejores discos de este año de los que, por h o por b, no he podido escribir hasta ahora, no he encontrado la inspiración o no me he acordado como debiera. 

 

Y es que los eslavos Malokarpatan han firmado uno de los grandísimos discos de metal de este año, "Krupinské ohne", si “Nordkarpatenland” (2017) los puso en el mapa, es con este en el que su extraña mezcla de black, heavy clásico pero épico y arreglos, les ha aupado a lo más alto. Se publicó en primavera, lo escuché y me fascinó, volví a él en verano, en otoño lo absorbí y aquí me encuentro, intentando hacerle justicia en este humilde texto. ¿Llego aún a tiempo?, vuelvo a repetirme, porque no quiero que acabe este año y no hacerle justicia a semejante obra de arte.

 

Un álbum en el que cuesta entrar, para qué negarlo, exuberante hasta la médula y con canciones que rondan los diez minutos, seis y medio la que menos, cinco en total de casi cincuenta minutos en los que cabe casi de todo; desde la noche de “V brezových hájech poblíž Babinej zjavoval sa nám podsvetný velmož” y el estallido narrativo, las bonitas acústicas, el black más helado y la poesía, el floklore elevado al cubo sin caer en el tópico borracho, la sensación de internarnos en el bosque más oscuro, rodeados de toda la mitología nórdica con espacio para la música cortesana, los sintetizadores entre aguerridos Blast Beats y toques ambientales que crean atmósfera y enlazan con “Ze semena viselcuov čarovný koren povstáva”, con Krolok sonando como el Abbath de los noventa, y los riffs embravecidos de Kvelertak y, de nuevo, un sintetizador; Adam Malokarpatan nos sumerge en “Na černém kuoni sme lítali firmamentem”, seis minutos con guitarras más cercanas al black ‘n’ roll que al metal clásico y un puente en el que la acústica y Adam vuelven a hacer de las suyas, acercándonos al prog setentero para acabar con rock puramente clásico, más cerca del heavy que de los Floyd de “Meddle”.

 

Quizá sea “Filipojakubská noc na Štangarígelských skalách” la que menos me gusta de todo el álbum, me gusta su introducción y su recta final pero no que acabe en un bochornoso “fade out” y mucho menos que sean seis minutos de black metal sencillo pero, por el contrario, posee una coda medieval preciosa que no hilvana con “Krupinské ohne poštyrikráte teho roku vzplanuli” pero que nos hace soñar y eso es lo importante de un álbum como "Krupinské ohne", su capacidad para transportarnos a otro mundo. Mientras que los once minutos de la última canción, “Krupinské ohne poštyrikráte teho…” y sus coros, vuelven a justificar un disco tan bizarro y desbordante como este, al que le han faltado poco para la matrícula de honor pero no para el sobresaliente y colarse entre lo mejor de un año en el que no ha sido nada fácil, ni para unos, ni para otros. Enorme y brillante, Malokarpatan lo han hecho, claro que sí.


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Crítica: Hatebreed "Weight Of The False Self"

El gran inconveniente que siempre he tenido con una banda como Hatebreed es la temática de sus discos, las letras de sus canciones y ha sido así hasta que les he podido ver en directo, teniendo que reconocer la corriente de electricidad a la que conectan a su público y, por qué no decirlo, Jamey Jasta es un grandísimo frontman que gana en las distancias cortas, es tan honesto en persona y sus redes sociales, como las letras que escribe, pero estamos a finales de 2020 con un disco como “Weight Of The False Self”, que debería haber salido hace meses, y tirando de sinceridad, he de reconocer que podrían haberlo grabado hace cuatro años (justo cuando publicaron el magnífico “The Concrete Confessional”) y nadie habría notado la diferencia. Me explico, Hatebreed suenan igual de vigorosos que siempre, la ejecución es brillante y musculosa, la producción es sólida como una pedrada pero, por mucho que me duela, la excusa que funciona en otras bandas y deberíamos aplicar a Hatebreed, aquí hace aguas; quizá porque es una banda que, aunque ha publicado ocho discos, está muy lejos de resultar clásica o quizá, mucho más plausible, porque su música no se ha convertido en un estilo propio sino que aplican esa suerte de metal contemporáneo, anclado en el hardcore con tintes groove y algunos elementos de otros subgéneros que, aunque funcionan, suenan a más de lo mismo. Me duele escribir esto; pero una vez escuchado un disco de Hatebreed, has escuchado todos y, mucho peor; no es necesario escucharlos para saber a qué suenan. 

 

Sus seguidores pedirán clemencia y mentarán a Slayer o a AC/DC, esa clase de grupos para los que no es necesaria justificación, pero Hatebreed son todavía músicos muy jóvenes, con gran experiencia, ¿por qué no pedirles algo más? A mí cabeza viene una banda como Lamb Of God; hacen groove americano, lo mejor de su carrera ya lo han firmado pero, aunque nos ofrezcan más de lo mismo, cada disco tiene canciones en las que arriesgan, y otras se clavan en tu cerebro. “Weight Of The False Self” es un buen disco pero demasiado plano y menos inspirado que el mencionado “The Concrete Confessional”, cuesta escucharlo y no sentir que estamos escuchando la misma canción doce veces.

 

"Instinctive (Slaughterlust)" suena bombástica, repleta de ese groove tan típico y Jasta ligeramente afónico, ¿me gusta? Claro que sí, pero más allá de los primeros segundos, siento estar escuchando otras canciones de Hatebreed, suena un “blegh!” de Jasta y comienza “Let Them All Rot”, me gusta hasta que entra su voz, ¿el inconveniente? La misma forma de cantar, el mismo registro, el mismo tono, el mismo fraseo, el mismo tratamiento para esta y para la siguiente; "Set It Right (Start With Yourself)". Buenos momentos, como la homónima “Weight Of The False Self” y los coros a juego pero, en definitiva, una y otra vez lo mismo. “Cling To Life” es de lo mejor, las guitarras de Novinec y Lozinak intenta hacer algo diferente y el estribillo es pegadizo, como “A Stroke Of Red” y el bajo de Beattie en primer plano (algo que se agradece profundamente) o el encanto punky hardcoriano de “Dig Your Way Out” y la pisada de acelerador que supone “This I Earned”. Hatebreed poseen la calidad suficiente como para engancharte y llevarte donde quieran, “Wings Of The Vulture”, pero esto no es suficiente cuando conocemos trucos como "The Herd Will Scatter"o “From Gold to Gray” y, para colmo, dejan lo mejor para el final; “Invoking Dominance” en la que son de nuevo las guitarras las que intentan dibujar algo completamente diferente hasta que entra la voz y se obcecan en los mismos riffs entrecortados.

Luces y sombras de un disco que supone un bajón respecto a “The Concrete Confessional” (2016), "The Divinity of Purpose” (2013) y, por supuesto, "Supremacy" (2006) o "The Rise of Brutality" (2003), en el que el artista Eliran Kantor vuelve a brillar con luz propia en la portada, inversamente proporcional al trabajo compositivo de la banda; por no mencionar las letras, hacía tiempo que no escuchab algo tan infantil y fácil, tan obvio y forzado, tan poco original y repetitivo, no puedo con tanto derecho, tanta repetición del yo y la constante inyección para reivindicarse a uno y superarse, romper los muros. Treinta y cuatro minutos son muchos para decir constantemente lo mismo, para decir lo mismo que otros tras tantos años…


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Crítica: Puscifer "Existential Reckoning"

Siempre me ha resultado curioso que el primer álbum de Puscifer fuese publicado hace casi catorce años (aunque sus huellas puedan rastrearse mucho antes, que sí…), “V Is for Vagina” (2007) y, sin embargo, muchos acudan a la banda de Maynard esperando encontrarse trazas del genio exhibido en Tool o A Perfect Circle, cuando el vocalista entiende a Puscifer como una salida por la tangente, una forma de hacer la música que le gusta sin tener que justificarse, ni satisfacer ninguna expectativa. Pero tras la publicación de “Fear Inoculum” (2019) sus seguidores se han multiplicado exponencialmente y, lo peor de todo, se han polarizado; entre aquellos a los que la banda de Adam Jones les parece completamente sobrevalorada y la miran con desdén y esos otros para los que Maynard es un Dios, quizá sea por eso que el cuarto álbum de Puscifer, este que nos ocupa, "Existential Reckoning" (2020) haya sido tan esperado y muchos sigan encontrando un regusto a A Perfect Circle que, por mucho que uno quiera, no aparece a lo largo y ancho de sus surcos, como para querer encontrarse un riff de Jones, una línea de Chancellor o una polimetría de Carey. El problema es el aproximamiento, por supuesto que sí pero, por otro lado, no seamos hipócritas; Puscifer poseen relevancia y sus justificada presencia en los festivales de media Europa por Maynard Keenan.

 

"Existential Reckoning” es un disco marciano en su concepción, creado para desconcertar, desde la portada de Daniel Martín Díaz, hasta el uso compulsivo del sampler Fairlight CMI (siempre he dicho que había una conexión entre Peter Gabriel y Maynad, no estoy loco) y unas composiciones, a veces minimalistas otras no tanto, pero en las que predomina el medio tiempo y hace que cuando llegues al final, sientas un ligero sopor en el que uno es del todo incapaz de diferenciar una de otra. Quedándose "Bread and Circus", "Apocalyptical" o "The Underwhelming", "Bullet Train to Iowa" o "Bedlamite" como principales valedoras de un disco tan estudiado para resultar innovador, tanto como retro (y esa sensación ochentera a causa del sampler) como marciano, pero no fresco o diferente de manera natural como “Conditions of My Parole” (2011). Dicho esto, a Maynard se unen Mat Mitchell y Carina Round para, tras cinco años, llevarnos de la mano en canciones cuya principal baza es el juego de voces entre el propio Kennan y Round. 

 

“Bread And Circus” me parece una genialidad, como el ritmo completamente vocal de "Apocalyptical" o mi favorita; el single "The Underwhelming", tan elegante como sexy. Pero al nuevo disco de Puscifer lo hunden números como “Grey Area”, la lentitud desacompasada de “Theorem” o la frialdad de “UPGrade”, una canción de siete minutos como “Personal Prometheus” que es quizá la más bella de todo el disco pero a la que la traiciona la duración y, por supuesto, canciones menores como “Postulous” o “Fake Affront”, mientras que otras pasan, desgraciadamente, desapercibidas (“A Singularity”) por su tratamiento tan sintético, ese mismo que beneficia a otras, como "Bullet Train to Iowa" o "Bedlamite". Convirtiendo a "Existential Reckoning" en un disco de lo más irregular por cómo llevan a cabo sus ideas pero, paradójicamente, con ese mencionado sonido “tan regular”, por homogéneo, que puede llegar a hundirte en el mayor de los sueños..

 

Siempre hay quien justifica cualquier producto que su ídolo publica y está bien, por supuesto que sí, porque si tengo que quedarme con algo del nuevo disco de Puscifer no es la composición, algunas de sus canciones, la producción, lo original del tratamiento del sampler, la portada de Díaz o el trabajo de Mitchell y Round sino la voz, la puta voz tan preciosa de ese genio malhumorado y distante que es Maynard Keenan y por el que, maldita sea, merece la pena escuchar casi cualquier cosa, incluso este disco.


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Crítica: Sodom "Genesis XIX"

El viejo thrash alemán ha sufrido cambios en sus formaciones más emblemáticas, tanto Destruction como Kreator han cambiado y creo, también, que todos esperábamos algo muy diferente, mientras el grupo de Petrozza sigue trabajando, los de Schmier publicaron un “Born to Perish” (2019) que, sonando fiero, no cumplía con las expectativas. Y así, llegamos a “Genesis XIX” de los míticos Sodom. ¿Puedo decir que no me gustó la forma en la que Tom despidió a sus antiguos compañeros de fatiga? Por supuesto que sí, me pareció un navajazo por la espalda, Bernd Kost y Markus Freiwald no se lo merecían por dos motivos; los años de servicio y, fundamentalmente, porque si Tom pensaba que “el problema” de su banda estaba focalizado en el guitarrista y el batería, se equivocaba de pleno. Vuelve Frank Blackfire y se unen Toni Merkel y Husky para la publicación de varios EPs; "Partisan" (2018), "Chosen by the Grace of God" (2019), "Out of the Frontline Trench" (2019) con Husky a la batería y, tras despedirlo, "A Handful of Bullets" (2020) y la incorporación de Yorck Segatz, con quien graban este “Genesis XIX”. 

 

Por un lado, es un álbum que suena crudo y bruto, acelerado y repleto de mala baba teutona, extenso en su minutaje y fértil en cuanto a composición; nada más y nada menos que doce canciones en cincuenta y cuatro minutos, además de la instrumental “Blind Superstition”, que ejerce de introducción. Pero es precisamente esto lo que le hace bajar en su nota final y es que canciones como “Genesis XIX”, "Glock 'n' Roll", "The Harpooneer" o "Waldo And Pigpen" suman más de veinte minutos todas ellas y eso, a un grupo como Sodom, recién reformado a pesar de los EPs, y con una historia y señas de identidad tan fuertemente grabadas en la mente de todos, les pasa factura.

 

Principalmente porque “Sodom And Gomorrah” con las guitarras de Blackfire y Segatz sacándose filo, funcionan estupendamente bien y se sienten robustas, Sodom han ganado en filo y negrura, suenan más perversos que, por ejemplo, en “Decision Day” (2016), igual que “Euthanasia” y ese sabor ochentero tan marcado, acertando claramente en sus intenciones pero son las antes mencionadas, como “Genesis XIX” las que no soportan siete minutos de machaqueo thrash sin que este nos lleve a ningún sitio o sintamos que se repite innecesariamente, todo lo contrario que pequeñas joyas como "Nicht mehr mein Land" o “Friendly Fire”, de las que uno es incapaz de olvidarse, o esa maravilla que es “Glock ‘n’ Roll” en la que las guitarras se encargan de construir toda la tensión bajo la voz de Tom, igual que la punky “Indoctrination” y esa apisonadora que es “Dehumanized” pero la alegría dura poco antes de que entremos en la zona gris; "The Harpooneer" o "Waldo And Pigpen", no son malas canciones e incluso se aprecia el esfuerzo en la composición, una basada en el clásico “Moby Dick” y la otra en el Vietnam, pero a pesar de la instrumentación y el esfuerzo de Tom, poseer estribillos ligeramente más accesibles, uno siente que casi catorce minutos son demasiados para una banda que debería abandonar todo intento de adentrarse en terrenos más progresivos.

 

Como no, mencionar la grabación y producción, a cargo de Siggi Bemm y Patrick W. Engel junto con la propia banda ya que, aún sonando muy bien, la decisión de mantener cierto encanto ‘old-school’ gustará a los más veteranos, pero desconcertará a las nuevas generaciones, mientras que posee elementos claramente contemporáneos que tampoco terminará de encajar entre aquellos que ya peinen canas, ubicándose en tierra de nadie. La portada de Joe Petagno, como siempre, un acierto pero, a pesar del esfuerzo de la banda, siento que necesitamos un par de discos más de esta nueva formación para apreciar el trabajo realizado y adivinar por dónde tirarán y si Tom igualará lo logrado con Bernd Kost y Markus Freiwald o si, por el contrario, el karma hará acto de presencia.


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Crítica: Hjelvik "Welcome To Hel"

Soy de esos que creen que cuando una banda se fractura, se parte en dos, la mayor parte de las veces somos doblemente afortunados y, aunque haya abundantes ejemplos de ello, también soy consciente de que hay muchos otros casos en los que salimos mal parados. Seamos sinceros, de todas las veces que he visto a Kvelertak sobre un escenario, fueron aquellas de la gira de “Nattesferd” (2016) en las que ellos mismos me dieron la razón y pude ver dos bandos sobre el escenario; por un lado a la banda y, por otro, a Erlend Hjelvik y no fueron pocas las veces que los disfruté en aquella gira, en total cuatro veces. Aquellos más miopes defendían “Nattesferd”, con sus virtudes, obviando también todos sus defectos, y otros no entendíamos aquel disco tras dos obras como “Kvelertak” (2010) y “Meir” (2013), pero el destino nos confirmó nuestras sospechas y Erlend dejaba la banda envuelto en una cortina de humo, dábamos la bienvenida a Ivar Nikolaisen y muchos se olvidaban, incomprensiblemente, del búho. Muchas han sido las teorías que se han barajado; Erlend no podía con la fama, se sentía superado, quería que Kvelertak cambiasen su rumbo y, quizá la más extraña, pero a la postre plausible, los poco saludables hábitos de los músicos no eran compatibles con los del introvertido Erlend. Fuese lo que fuese, Kvelertak proseguían siendo un vendaval en directo con Ivar enchufado a la corriente, mientras Erlend guardaba silencio.

 

Sin embargo, el vocalista estaba trabajando en su nuevo proyecto, bautizado con su propio apellido, Hjelvik, y con el mítico Joe Petagno en la portada. He de reconocer que no es el mejor trabajo de aquel que tocó la gloria con Zeppelin, Marduk, Sodom, Autopsy y, por supuesto, Motörhead, pero no deja de ser toda una declaración de intenciones que Hjelvik haya escogido a Petagno, como tampoco que haya contado con Remi André Nygård y Rob Steinway a las guitarras, sonando mucho más afilado que los propios Kvelertak; allá donde había furiosas quintas, ahora luchan guitarras dobladas que trazan la melodía y eso, por muy rancio que suene, es claramente heavy, alejado del sonido -a veces- arty de Kvelertak. En “Welcome To Hel” el crisol de influencias del noruego sigue siendo tan exuberante como en la banda que le dio la fama, pero mientras que en aquella coqueteaban con casi todo tipo de subgéneros derivados del rock, Hjelvik apunta y dispara al metal, como principal bandera de su sonido.

 

La apertura con “Father War” es pura épica y sobre los empujones nórdicos de Erlend, son las guitarras las que describen la melodía y no llevan al galope. “Thor’s Hammer” es excelente y suena ligeramente parecido a lo que hacía con Kvelertak, de no ser por las omnipresentes guitarras y sus agudos riffs. Algo similar a lo que ocurre con “Helgrinda”, siguiendo la misma fórmula, o enarbolando el tinte heroico como tarjeta de presentación (“The Power Ballad Of Freyr”) o “Glory Of Hel” (con Matt Pike de Sleep/ High On Fire), en las que demuestra que será capaz de romper el cuello de las primeras filas y que el metal a Kvelertak lo traía él con su rasgada y rota forma de cantar, su actitud y sus ideas. El clásico bajón en su segunda cara, empero, es algo imperdonable; “12th Spell” o “Ironwood” son buenas canciones, pero no están a la altura de las cinco primeras, o la poco original “Kveldulv” en la que, por lo menos, las guitarras se clavan en tu cabeza. Pero también hay sorpresas, “North Tsar” toma la negrura del black y el encanto viking metal en sus guitarras, y “Necromance” (con Mike Scalzi de Slough Feg, en los recitados) suena francamente bien.

 

Pero tampoco me he vuelto loco y entiendo sus defectos, “Welcome To Hel” es un gran debut, pero carece de singles que se peguen realmente, himnos de cerveza en mano y el sudor que Kvelertak transmiten, canciones con estribillos memorables y evitar la repetición constante del mismo tipo de riff, la misma guitarra una y otra vez. Con todo, Hjelvik demuestra que Erlend tenía ideas, aportaba y no solamente era la imagen más representativa de la banda sino también parte del cerebro de esta.

 

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Crítica: AC/DC "Power Up"

Si hace unos años alguien me hubiese dicho que la vida, tal y como la conocíamos, iba a parecer en suspenso, que íbamos a valorar más que nunca abrazar a los nuestros, o recibir un nuevo álbum de AC/DC en nuestras manos, habría pensado que se trata de un relato distópico orwelliano pero, ya ven ustedes, aquí me encuentro; con Eddie Van Halen bajo tierra, usando mascarillas desechables, y abriendo un nuevo disco de mis australianos favoritos, mientras la caja se ilumina y suenan los primeros acordes de “Shot In The Dark”, con Phil Rudd, Cliff Williams y mi querido Brian Johnson de nuevo en el barco. Pero, antes de dedicarle unas pocas líneas a su nuevo álbum, “Power Up”, me gustaría sacudir un poco a toda esa panda de capullos cibernéticos que pueblan las redes; esos descerebrados veinteañeros que se meten con la vieja guardia metalera y a estos últimos que atacan a esos adolescentes que han empezado a escuchar metal, a esas tiñalpas que posan en Instagram haciendo los cuernos y exhibiendo vinilos a los que darán el mismo uso que a un posavasos, a esos capullos y capullas que atacan a AC/DC porque hacen siempre lo mismo y a esos que, desinformados, creen que de la formación dorada sólo queda vivo Angus, a los que se ciscaron en los muertos de Axl Rose por atreverse a cantar con la banda (haciendo un dignísimo papel sobre las tablas), en definitiva de todos aquellos que reducen a AC/DC a una puta caricatura, para bien o para mal, porque amar a la banda es algo que no se puede, ni debiera explicar; o lo sientes o no lo sientes, amigo. AC/DC es un sentimiento; o corre por tus venas o estás jodido. Y quizá porque, poco a poco, casi todo comienza a importarme bastante poco que, fíjense ustedes, soy de los que piensan que les debemos demasiado a Sabbath, a Maiden y, por supuesto, a AC/DC entre muchísimos otros. Que las horas y horas, la capacidad para curar nuestras dolencias y evadirnos de la cruda realidad que han demostrado Johnson, Williams, Rudd, Slade (sí, él también), Stevie y los hermanos Young es para que, como mínimo, muchos se laven la boca antes de hablar de la banda y Frances Farmer baje en llamas para caer sobre todos ellos.

 

Pandemia mundial y AC/DC parecen tener el remedio, “Power Up” no es su mejor disco, pero posiblemente sí el mejor desde "Ballbreaker" (1995) y eso ya es decir mucho. ¿Estoy loco? Llevo demasiado poco en sus trincheras para ser un veterano, pero sí desde aquellos históricos conciertos en Las Ventas, en todas sus giras desde hace veinticinco años, además de estrechar sus manos, como para negarme a la evidencia. “Stiff Upper Lip” (2000) poseía el músculo, “Black Ice” (2008) el single y “Rock Or Bust” (2014) era la excusa para lanzarse a la carretera, pero “Power Up” es la esperanza, la inyección que muchos necesitábamos en estos momentos. Con todo, tampoco me he vuelto loco, “Power Up” es infinitamente mejor que “Rock Or Bust”, posee una unidad y solidez compositivas mayor, se puede escuchar de cabo a rabo sin que uno sienta que pierde fuelle, pero carece de singles, propiamente dichos. Aquí no hay una "Rock 'n' Roll Train" con la que abrir un concierto, pero tampoco una bobada como “Play Ball” y lo agradezco. Las canciones de “Power Up”, de nuevo bajo la producción de Brendan O'Brien y mezcladas por Mike Fraser, están compuestas por Angus y Malcolm, rescatadas de apuntes en el tiempo, e interpretadas por la base rítmica de Rudd y Williams, con Stevie a la rítmica y Angus fraseando sobre ella, mientras la chillona voz de Johnson vuelve a brillar como siempre. Joder, sí, es lo de siempre pero, ¿para qué cambiar si suena tan bien? ¿Por qué querría escuchar un disco de AC/DC y que sonase diferente? Si lo que necesitas es que tu banda pierda la identidad en cada álbum en búsqueda de una pretendida y forzadísima originalidad o falsa creatividad, quizá tu banda de postureo sea King Gizzard & the Lizard Wizard y no una de sexagenarios a los que tu opinión, francamente, les importa una mierda y no tienen la necesidad de reinventarse porque hace mucho tiempo que encontraron la fórmula mágica y llevan pateándose la carretera desde hace casi cincuenta años, justo cuando tú estabas de huevo en huevo.

 

Pero, como afirmaba unas líneas más arriba, “Power Up” no es sobresaliente, tampoco creo que ellos buscasen algo así, este álbum es la demostración de que ninguno de los cinco puede hacer otra cosa que juntarse y grabar, sonar como ellos. “Realize” es tan directa que entra de golpe, un pequeño subidón pero lineal en su composición, con unos coros que recuerdan a la época de "The Razors Edge" (1990) y un fraseo nervioso de Angus bajo la voz de Brian cuando este canta las estrofas. Me encanta “Rejection” pero baja demasiado las revoluciones y eso en un álbum de AC/DC, para colmo llamado “Power Up”, debería estar penado; por el contrario, la pista de Brian y los coros son sensacionales, y si queremos volver a subir en la montaña rusa, ya tenemos “Shot In The Dark” con ese inicio más cercano al boogie de ZZ Top que a los AC/DC de siempre, y en la que todo encaja como un puto puzle. Aunque mi favorita sea "Through the Mists of Time" porque me parece brillante cómo arranca la guitarra y cambia el tempo cuando entra la banda, cómo juguetea Brian sobre la melodía y engarza con el estribillo, de nuevo con potentes coros que nos elevan y recuerdan a una década ya olvidada, la de los ochenta.

 

Las guitarras de nuevo suenan como las de Billy Gibbons en "Kick You When You're Down" la canción exuda puro sentimiento sureño en su estribillo, mientras que “Witch’s Spell” recuerda en su guitarra a “Money Talks” (de nuevo "The Razors Edge") y la canción gana en filo gracias a la rítmica de Stevie y el riff de Angus. “Demon Fire” es puro blues de carretera, el clásico número al que AC/DC nos tienen acostumbrados en directo, evocando el sentimiento de “Whole lotta Rosie” cuando Brian recita en voz más grave y la banda entra de lleno. Mientras que la breve “Wild Reputation” poco aporta a un álbum que se ralentiza demasiado con “No Man’s Land”, recordándonos que estamos en su segunda cara, en su recta final. No son malas canciones, pero pisar un poco el acelerador no les habrían sentado nada mal. Sí me gusta el pequeño experimento que es “Systems Down” y la valentía de Stevie en la guitarra (igual que en “Money Shot”) o cómo Cliff frasea con su bajo mientras Rudd marca el compás. Precisamente, “Money Shot” hace que “Power Up” recupere algo de cuerpo, igual que “Code Red” que significa no sólo un final dignísimo sino una guitarra verdaderamente sabrosa cuando Brian parece bailar mientras canta y así rejuvenecer a la banda, sonando con más vigor y sangre en las venas que en algunas canciones (“Wild Reputation” o “No Man’s Land”) y, por supuesto, todo “Rock Or Bust”.

 

No hay nada de malo en pinchar un disco y sentirte como en casa, al igual que uno prefiere sus viejas y desgastadas zapatillas a unas completamente nuevas, a menos que seas un amargado y sientas que estás de vuelta de todo. No hay nada de malo en reencontrarse con tus amigos de siempre y que te recuerden, como en “Shot In The Dark”, que a pesar de toda la oscuridad que nos rodea siempre hay un pequeño rayo de luz que puede iluminarnos y, como “Power Up”, dibujarnos una sonrisa en la cara. ¿Qué puede haber de malo en ello?


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Crítica: Solstafir "Endless Twilight of Codependent Love"

Que "Endless Twilight of Codependent Love" haya sido reverenciado como una obra maestra por parte de aquellos posturetas de siempre y, sin embargo, haya sido rácanamente puntuado por algunas publicaciones, mucho me temo que dice más de los que estamos al otro lado (escuchando el disco) que de la propia banda. Si "Berdreyminn" (2017) me sonó como una poética bendición que cayó como un rayo sobre aquellos que se deshicieron en elogios para “Òtta” (2014), ajenos a que la obra maestra se llama y llamará "Köld" (2009), y los islandeses tocaron el cielo de nuevo y un público masivo con “Òtta”, después se lanzaron a los paisajes brumosos de agreste belleza con "Berdreyminn" y si este "Endless Twilight of Codependent Love" no ha caído tan en gracia es porque tiene más que ver con “Silfur-Refur” o “Hula” que con lo grabado anteriormente. ¿Y saben? Me parece bien. Grabado, de nuevo, con Birgir Jón Birgisson pero sin Arellano tras los mandos, "Endless Twilight of Codependent Love" y sus historias de desgracias emocionales, mentales y codependencia, resuenan preciosas y estimulantes, llenas de intensidad y romanticismo, pero no exentas de dolor. No es de extrañar que aquellos que lleguen a este disco sin ánimo de quedarse, crean que “Akkeri” es la que marca el paso del resto de composiciones, pero no; sus diez minutos de rock directo y crudo, de bandazos eléctricos y la fuerza de Jón Hallgrímsson, o el desgarro de Tryggvason no son el común denominador de "Endless Twilight of Codependent Love". Momentos más cercanos al black de sus inicios, cuando el trémolo de Maríus Sæþórsson hace que Jón apriete hasta llegar a un puente atmosférico del que nos sacan a golpe de cencerro y palm mute.

 

Me gusta el comienzo épico de “Drýsill” y su transición a un pesado respirar en el que Tryggvason canta con la voz rota y repleta de amargura, en la que su interpretación se come el lento palpitar de la instrumentación y que, a pesar del corte, enlaza a la perfección con las cuerdas de “Rökkur” y el diálogo a dos voces sobre unas guitarras que se despliegan sobre la narración. “Her Fall From Grace” suena tan opaca y nocturna, tan oscura en sus agudos que da la sensación de que Sólstafir han sabido capturar esa noche que romperán a base de saturación y lamentos desquiciados en “Dionysus” para aquellos no creyentes que pensaban que los islandeses jamás podrían grabar nada tan descarnado sin perder el toque arty de su propuesta. E incluso en la lentitud, cuando parecen regodearse en la suave brisa de la desesperación y sumergirnos, como oyentes, con ellos, Tryggvason y Sólstafir, suenan inconmensurables, dispuestos a tocar todas tus teclas emocionales si les prestas algo de atención y te atreves a escuchar el disco con cascos y en mitad de la madrugada.

 

Sorpresas como “Ör” y su encanto a club, a otra época y otro estilo muy diferente al suyo, rozan el sobresaliente, cuando al piano se le une la guitarra gruesa de Maríus, a punto de romper, saturada y haciendo uso de la pastilla del mástil, y Jón juega a olvidarse de Sólstafir para acariciar un toque jazzy en su deslizar sobre el parche y forma de marcar el compás. Aunque la banda sepa volver allá donde es más sencillo reconocerles ("Alda Syndanna") y cargar con más fuzz, que la Les Paul de Neil Young cuando quieren sonar enormes, masivos y desbordar tus sentidos, son capaces de sacarse un final como “Úlfur” en el que levantan un muro de sonido tan monolítico que es capaz de dejar en ridículo a cientos de bandas de doom y despedir "Endless Twilight of Codependent Love" entre tormentas eléctricas de abruptos golpes sobre las cuerdas de las guitarras de Tryggvason y Maríus.

No es mejor que "Berdreyminn" pero continúa el viaje de aquel y sirve para poner los cimientos de lo que está aún por llegar, de ese viaje en el que andan envueltos y en el que no les duele en prendas perder muchos de aquellos seguidores que “Òtta” trajo y dejar en ridículo a esos otros que les seguirán contra viento y marea.  "Endless Twilight of Codependent Love” es un disco mágico, intenso y descorazonador al que hay que dedicar tiempo, pero cuyo retorno de inversión es superior a todas las lágrimas vertidas. 


© 2020 Jack Ermeister

Crítica: Pallbearer "Forgotten Days"

Siento arrancar esta crítica así, pero el principal inconveniente que tengo con “Forgotten Days” no es otro que "Heartless" (2017), "Foundations of Burden" (2014) y "Sorrow and Extinction" (2012), una discografía, como es la de Pallbearer, que no baja del notable alto porque si "Heartless" (2017) les adentraba en el terreno más progresivo, sin perder su influencia doom y les hacía alcanzar cotas de sensible belleza en aquellos paisajes en los cuales parecían abandonarnos en lo alto de una montaña, en pleno amanecer. Pallbearer alcanzaron el perfecto equilibrio entre el doom de la última década y su impostada pesadez y el incipiente renacimiento del gusto por el progresivo más tardío y aquí, en “Forgotten Days” (producido por Randall Dunn), lo que me encuentro es que la pulsión entre el bien y el mal, la pastillita azul y la roja, ha decantado la balanza hacia el doom, hasta tal punto en que la losa de acordes han ganado espacio a la melodía (dosificada con cuentagotas, como en “Riverbed”) mientras que los ecos ingleses setenteros se dejan sentir a lo largo y ancho de “Forgotten Days”; cuando las guitarras de Holt y Campbell juegan con los semitonos y las voces se tornan nasales, rompiendo hasta recordar a nuestro querido Ozzy, en lugar de a Lee Dorrian. No hay más queja alguna que la de aquel que hubiese deseado que continuasen con la veta de “Heartless” y hubiesen explotado su vena más proggie.

 

Me gusta la sensación de presión contenida (no sé explicarlo mejor) de “Stasis” y “The Quicksand Of Existing”, sobre todo esta última, porque crean tensión en un mar de graves y, como un pequeño juego morboso de ‘tease and denial’, te mantienen en el clímax sin necesidad de llegar a desenlace alguno; el solo de “The Quicksand Of Existing” está lleno de intensidad y sólo echo en falta un regreso más memorable a la estrofa pero, con todo, son dos composiciones notables que aciertan en su juego. El sobresaliente llega con “Silver Wings” y “Caledonia”, la primera por su ‘crescendo’, su construcción y cómo Pallbearer parecen llevarte de la mano, con toda la lógica del mundo, a través de un viaje de doce minutos en los cuales te centrifugan en el primero y parecen sumergirte bajo el agua durante toda la canción, para elevarte a los cielos al final. Mientras que “Caledonia” es tan hipnótica y cálida en el tono que es imposible no sentirse atraído por una composición que cierra el álbum y que parece compuesta con tanto mimo, como es interpretada y ese estallido del final, justo antes de volver a la calma; a un rumor, un murmullo…

 

El lector más espabilado se habrá percatado de dos canciones sobresalientes, dos notables, dos aceptables y la ausencia de otras dos en esta crítica. “Vengeance And Ruination” y “Rite Of Passage” mantienen el tipo pero la primera son casi siete minutos de repetición del mismo esquema y la segunda, aunque más accesible (seguramente la que muchos recuerden por su estribillo) es quizá también la menos especial, la más previsible y aquella que encierra menos dificultad a un oyente que acude a Pallbearer buscando la excelencia, que ha sobrevivido a cincuenta y dos minutos de tempos lentos como el gotear de la miel, deseoso de encontrar lo que encontró en "Foundations of Burden" (2014) y "Sorrow and Extinction" (2012) y, por supuesto, en “Heartless” (2017).

 

No es un mal disco, para nada en absoluto, pero esperaba tanto de ellos que duele sentir que se han desmarcado tanto del centro en la diana. No podría finalizar esta crítica sin mencionar también lo poco que me gusta la portada, obra de Michael Lierly (hermano de Mark, autor de las anteriores) y que no termina de gustarme. Por ahora, “Forgotten Days”, es el álbum más flojo de los de Little Rock y eso es lo que me deja con tantas ganas de saber cómo saldrán de esta o, por el contrario, si se estancarán en esta propuesta. Seguiremos informando…

 

© 2020 Conde Draco