"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Fit For An Autopsy “The Nothing That Is”

Estoy suscrito al boletín de todas las discográficas que conozco, y no son pocas. También las sigo en redes sociales, además de a las propias bandas, los músicos por separado, a productores, artistas gráficos, roadies e incluso parejas o amigos, y no porque sea un stalker sino porque disfruto viendo a mis artistas favoritos en casi cualquier faceta de su vida (mientras ellos lo compartan, claro). Y, sin embargo, el algoritmo de la vida me ha fallado y el nuevo álbum de Fit For An Autopsy, “The Nothing That Is” (2024) ha pasado desapercibido, como si los duendes que hacen que mi móvil y ordenador funcionen hayan decidido unilateralmente no mostrarme apenas información de este disco, evitando que lo escuche. Si yo fuese el responsable de la promo de Fit For An Autopsy, me lo haría mirar, no es posible que un álbum que se ha publicado en octubre, no haya sido noticia y estemos en diciembre descubriéndolo. Por otro lado, he de reconocer que mi primera impresión en sus primeras escuchas ha sido una completa decepción. Puede que esto que acabas de leer haga que cierres ahora mismo esta ventana en tu navegador, pero también espero que leas esta reseña hasta el final porque, aunque no se trate de “The Great Collapse” (2017) o "The Sea of Tragic Beasts" (2019), debo admitir también que “The Nothing That Is” (2024) sí que es un álbum que crece con cada escucha, lejos del tópico.

Y es que las canciones de este álbum pueden carecer del gancho de las anteriores, y también es verdad que, en conjunto, puede parecer que la banda ha suavizado su sonido de manera intencional, al igual que siento que han ido a piñón fijo, sin complicarse demasiado, repitiendo su propuesta para asegurarse el éxito, limando las aristas de aquellos pasajes más afilados. Y es aquí que me planteo el eterno dilema; ¿Fit For An Autopsy han almibarado su receta para llegar a un público mayor o, por el contrario, este es el motivo de que hayan llegado a más gente? Momentos como “Hostage”, “Spoils of the Horde” o “Saviour Of None / Ashes of All” son lo peor del album, cuando Fit For An Autopsy nos hacen creer que son una versión domesticada de los mejores As I Lay Dying (escrito con toda la ironía del mundo), a base de riffs mediocres, letras muy flojitas y la sensación de que podrían haber sido descartes de sus dos mejores discos. Como “Lust for the Severed Head” y “The Silver Sun” tampoco están a la altura, comparadas con las mejores composiciones de “The Nothing That Is”, pareciendo unos Fit castrados y fuera de lugar, intentando parecer lo que no son.

Dicho esto, cinco canciones de diez sigue siendo una buena media, Fit For An Autopsy suenan auténticamente demenciales en el álbum, el nivel técnico es asombroso y, aunque en algunos momentos, esto pueda restarle frescura a esa naturaleza salvaje tan característica suya, pero resulta innegable que “Weaker Wolves” golpea con el doble de fuerza que las mencionadas o “The Nothing That Is” posee un groove contundente fusionado con deathcore en la justa medida, Badolato está soberbio y la tripla formada por Pat, Will y Tim conforman una máquina difícil de igualar en el panorama actual, algo que se demuestra en “Lurch”, tras esa introducción y la tormenta eléctrica que desatan, como “Lower Purpose” es un single en toda regla que demuestra la capacidad de la banda para impactarnos en la boca del estómago. Pero si la anterior funciona como una bomba, “Red Horizon” es el clímax gracias a su dinámica y aunque la letra no pueda ser más tópica, si se sostiene es por la base musical y la garganta de Badolato, conformando un álbum de contrastes; en las que las mejores canciones brillan con luz propia, mientras que el resto deslucen un disco que podría haber sido infinitamente mejor y quizá no esquivarme o, por lo menos, mantener su relevancia a tan sólo dos meses de haber visto la luz. Quizá el algoritmo de la vida y el conocimiento de su publicación me haya esquivado por algo y los duendes sepan algo más que un servidor…

© 2024 Lord of Metal

Crítica: VOLA “Friend Of A Phantom”

VOLA podrían considerarse como una de las joyas del metal progresivo de los últimos diez años, con varios discos repletos de canciones inteligentes, técnicas, creativas y pegadizas, que publican con precisión suiza cada tres años, cumpliendo este 2024 con “Friend of a Phantom”, que es el resultado de una propuesta que prometía un enfoque renovado en la composición y alcanzar la madurez. VOLA nacieron en los estertores del djent, con una tendencia hacia el progresivo y la aventura, su debut ”Inmazes” (2015) fue uno de los discos más aclamados de aquel año y sentaba un precedente para sus próximos discos. Melódico y lleno de estribillos repletos de riqueza, con aires de pop futurista ochentero, pero siempre con la vista puesta en el metal progresivo de vanguardia. Y es que una de las cualidades de VOLA es su habilidad para el mestizaje de subgéneros, absorbiendo metal progresivo, electrónica y djent con la accesibilidad por bandera como aglutinante y evitando, al mismo tiempo, la repetición gracias a su constante evolución. ”Inmazes” (2015) fue un debut impactante, por supuesto, mientras que “Applause of a Distant Crowd” (2018) profundizó en cada aspecto de aquel para crear un álbum más valiente y “Witness” (2021) se inclinó hacia la electrónica. Sin embargo, “Friend of a Phantom” (2024) parece mostrar algunos signos de estancamiento creativo, sonando, por primera vez, como el anterior, rompiendo con esa tendencia de la que parecían hacer gala.

El principal síntoma de ello es que, además de tomar apuntes de “Witness” (2021), este álbum es menos divertido o accesible que los anteriores, no hay ninguna canción que contribuya de manera notable a la carrera de la banda. “Break My Lying Tongue” destaca como el momento más enérgico, pero el groove de la canción se siente menos robusto que en otras ocasiones, como ocurre con “Cannibal”, en la que colabora Anders Fridén de In Flames para reforzar las voces y la segunda estrofa, pero la mezcla queda desdibujada cuando la melodía de la voz o las guitarras pierden peso, por no mencionar los teclados. Por lo menos, “Break My Lying Tongue” y “Cannibal” son fáciles de digerir, se disfrutan y parecen intentar dar en el blanco, lo que no ocurre con “We Will Not Disband”, “Glass Mannequin” y “Bleed Out”, la primera suena excesivamente domesticada, mientras que “Glass Mannequin” rompe demasiado el disco con su naturaleza etérea, además de no terminar de llegar a ningún lado, y “Bleed Out” empacha entre la producción, los coros y el sintetizador, dando la sensación de que vacilan e intentan probar demasiadas cosas en tan sólo seis minutos.

Me gusta el riff de “Paper Wolf” porque parece elástico junto con el derroche de optimismo en el coro, funcionando a la perfección, además del trabajo en las guitarras de “Hollow Kid” (e incluso el riff de apertura de “We Will Not Disband”), pero la impostada languidez en "I Don't Know How We Got Here" o “Tray”, acompañadas de los errores anteriormente citados, logran que “Friend of a Phantom” (2024) no sea mi disco favorito de los daneses cuando, sin sonar mal, nada termina de convencer y la pesadez ha dado paso a las texturas y canciones de menor calado. No es un mal álbum, es rico en detalles, pero carece de la magia de sus títulos anteriores y eso ya es decir mucho para una banda que siempre miraba al futuro y, sobre todo, te alegraban el día; es acabar de escuchar “Tray” y querer cortarme las venas con otro clon de los últimos Katatonia. Espero que no tiren por ahí...

© 2024 Lord Of Metal

Crítica: Marilyn Manson “One Assassination Under God - Chapter 1”

Vivimos tiempos extraños, muy extraños, tanto como para condenar a alguien desde el salón de nuestra casa o asegurar que un artista ha regresado por todo lo alto, tan sólo por haber perdido peso. Es cierto que Marilyn Manson ha publicado un disco ligeramente aceptable, pero sólo eso. ¿De verdad que alguien puede creerse que el mejor Manson ha vuelto con "One Assassination Under God - Chapter 1" (2024)? Quiero creer que cuando era escupido en las dos noches de la gira "Antichrist Superstar" (1996) que presencié, no estaba ninguno de esos que escriben semejante estupidez compartiendo pista conmigo. Repitiendo con Tyler Bates, Manson ha grabado canciones correctas para este disco pero, claro, es que lo tenía muy fácil porque, le guste o no a cualquiera que lea esta reseña, “Holy Wood (In the Shadow of the Valley of Death)” (2000) era su último disco mínimamente aceptable, porque, entre “The Golden Age of Grotesque” (2003) y “We Are Chaos” (2020), sólo existe el auténtico horror; el de un tipo que fue degenerando, completamente perdido, sin norte y cuyo único intento de corregir la trayectoria, “The Pale Emperor” (2015), se quedó en agua de borrajas. Sin embargo, tras las acusaciones y su cancelación, Manson ha perdido peso y es lo único que parece importarles a sus seguidores que, cuando escuchan “Nod If You Understand” con ecos de “Little Horn” en su estribillo o “Raise The Red Flag” con ese comienzo interrumpido de "Angel With the Scabbed Wings" y la vigésima evocación de “The Beautiful People” en la síncopa de “Sacrilegious”, les hace creer que Brian Warner ha regresado, cuando nada de eso. "One Assassination Under God - Chapter 1" (2024) es tan sólo una copia de sí mismo, de aquello que sabe que funciona, repleto de tópicos en sus poses, vídeos, sonidos ácidos y punzantes, acompañados de una banda solvente pero plana con Bates a la guitarra y bajo, Sharone a la batería, Lola Colette en el piano y Maxwell Urasky en los sampleados y sintetizadores. Grabado en Los Angeles, en los estudios The Abattoir, por Bates y Carranza, "One Assassination Under God - Chapter 1" (2024) es lo que el público quiere, Manson sabe y sirve, como si fuese Elvis en el mítico Comeback Special del 68, sólo que aquí todo es de mentirijilla, suena mejor que en discos anteriores, pero dista de su momento de gloria y, desde luego, no es el mejor Manson como muchos aseguran en redes. Pero es que a esos deberías dejar de hacerles caso…

“Man That You Fear” pasado por el paisaje de sintetizador de Urasky da a luz a una canción como "One Assassination Under God", buen comienzo para un álbum, una letra repleta de caminos comunes y Manson correcto en la tarea vocal pero, aun así, resulta y es un buen comienzo, al igual que la guitarra de Bates en "No Funeral Without Applause", el problema es que la canción no está a la altura de semejante crescendo, evidenciando el dilema compositivo del último Manson; acierta a medias, hay buenos momentos pero todos aislados y sin terminar de convencer en su conjunto, como ocurre con la efectista “Nod If You Understand”, su pésima letra, el autoplagio en el estribillo, y la repetición de esquemas en “Sacrilegious”, sonando Manson plenamente domado. En "As Sick as the Secrets Within" ocurre lo mismo que en "No Funeral Without Applause", el riff de apertura me parece magnifico pero la canción se convierte en un medio tiempo en lugar de estallar, mientras que experimentos como "Death Is Not a Costume" habrían acabado convertidos en descartes o colaboraciones para películas en los noventa, y una idiotez pop como "Meet Me in Purgatory" o la aburridota "Sacrifice of the Mass" para cerrar se hace eterna cuando, por ejemplo, carece de la belleza de “The Speed Of Pain”.

Otra cosa que me sorprende es la inocencia que desprenden algunos en la red; “mientras sea inocente, seguiremos escuchándolo”, me encanta cuando la moral se antoja caprichosa, ¿por qué no lo hacen ya? ¿Dónde cojones estaban todos estos en sus giras de los noventa? ¿Pensaban que todo lo que rodeaba a Manson era tan de mentirijilla como la tinta roja con la que simulaba sus cortes en escena? (que nadie me lo cuente, lo vi en dos ocasiones con mis propios ojos en el año 96, en dos salas, a escasos dos metros de mí). Manson podrá ser un buen o mal compositor, haber parasitado a Reznor o haberse aprovechado de sus compañeros de banda pero es innegable la importancia de discos como “Portrait of an American Family” (1994) y su obra maestra, “Antichrist Superstar” (1996), lo que no quita para que me siga pareciendo un buen pedazo de mierda como persona; sea o no inocente de los últimos cargos. ¿En qué me baso? Muy fácil, cuando le estuvimos esperando en el 96, se ofreció a firmar un disco a cambio de la mamada de la novia de mi colega y cuando repetimos en el 98 y sorprendimos a la banda entrando en la prueba de sonido, uno de sus guardaespaldas hizo volar de un tortazo a otra amiga. Tenga en cuenta el lector que éramos adolescentes y, a estas alturas, ni me quejo, ni me sorprende, aquí no hay lloros, pero Manson es lo que es. Si me limito a lo estrictamente musical, su música desde 1998 es una auténtica nadería, le pese a quien le pese.

© 2024 Conde Draco

Crítica: As I Lay Dying “Through Storms Ahead"

¿Qué es lo que más me sorprende del nuevo álbum de As i Lay Dying? Puede que el que “Shaped by Fire” (2019) fuese un regreso tan potente que, ahora que ha pasado el tiempo, entiendo que semejante ensoñación fue una carambola por la que la banda tuvo más peso que el propio Lambesis. Sin embargo, ¿no es esa misma banda la que comparte el peso en este último y desastroso disco? ¿Acaso hemos sido todos tan inocentes con un subgénero que ha copiado la fórmula de At The Gates atiborrándola de esteroides? (y no hay ni un ápice de ironía en mis palabras). Es verdad que ahora es fácil criticar todos esos discos, incluso la actitud de Lambesis pero que nadie se olvide de que, a pesar de todos los defectos, y su actitud ante la desbanda que As I Lay Dying han sufrido con el abandono de Phil Sgrosso, Ken Susi, Ryan Neff y Nick Pierce, aquí los responsables somos toda la clase; los músicos implicados, Lambesis y nosotros por creernos que el golpe de suerte que fue “Shaped by Fire” (2019), su mejor disco desde “An Ocean Between Us” (2007), era algo más. Escuchar “Through Storms Ahead” (2024) es una experiencia lamentable cuando no hay nada significativo, las melodías parecen recicladas, los coros tienen exceso de azúcar, Ryan no está en su mejor momento y Lambesis parece haber envejecido de manera prematura cuando se resiste a abrazar la mediana edad y, lejos de la actuación, cree ser el mismo de “The Powerless Rise” (2010), ni siquiera vocalmente se le siente pleno y su labor se limita al gruñido. Sgrosso produce el álbum y todo el que lea esta crítica y lo escuche estará convencido de que suena potente, de que es toda una agresión, pero es sólo estética; la voz gruesa o los potentes riffs enmascaran canciones con pocas ideas, empachosas y repletas de tópicos, con unas letras propias de instituto, con dramones a medio camino entre la crisis existencial del acné y el narcisismo más absoluto de un hijo único. El más espabilado me querrá corregir; “hay muchas otras bandas a las que les laméis el culo y hacen lo mismo”. Claro, cariño, pero ahora estoy escribiendo sobre As I Lay Dying, si para relatar la mediocridad de “Through Storms Ahead” (2024) tengo que citar a una centena de artistas, apaga y vámonos.

“Permanence” quiere engañarnos como introducción acústica, para pasar a la brutalidad de "A Broken Reflection", directa y agresiva, pero como “Burden”, se apoyan demasiado en la voz limpia de Ryan, mientras Lambesis grita para conservar el contraste y Sgrosso o Sussi se reparten las guitarras para darle un ritmo trepidante. “We Are The Dead” con Alex Terrible es un auténtico horror, suena artificial y, como ocurre en los peores momentos de muchas bandas de metal, termina perdiendo la gracia cuando parecemos estar escuchando a un personaje de Barrio Sésamo, en lugar de a un vocalista; falta definición, abuso de efectos y compresión en una canción sin originalidad, que parece un plagio de sí mismos. “Whitewashed Tomb” suena frenética y quizá se la más agradecida entre auténtico relleno como “Through Storms Ahead” o “The Void Within”. “Strength To Survive”, que carecen de la carga emocional de Killswitch Engage y abusan, de nuevo, de la melodía y el empacho, algo que parece repetirse en los coros de “Gears That Never Stop” o “The Cave We Fear To Enter”, en un álbum en el que lo pegadizo pierde su cualidad como piropo cuando se siente tan forzado e incluso cuando los estribillos funcionan se sienten irritantes, "Taken From Nothing".

“Through Storms Ahead” (2024) es un disco gafado desde su gestación, con una campaña lastrada por las deserciones y la incompetencia de Lambesis para gestionarla, la constatación de que lo que escuchamos en el álbum es una banda a la deriva. No se trata de que mi juicio o el tuyo se vea teñido por los acontecimientos, es que es un álbum que parece escrito para nostálgicos de lo que As I Lay Dying fueron durante un breve periodo de tiempo en un contexto turbio en el que, además, las expectativas tras “Shaped By Fire” (2019) lo matan por completo. Lambesis parece atrapado en una época que ya pasó y no volverá, en la que no sólo los músicos se han largado sino también sus musas. Nunca el nombre de una banda fue tan apropiado…

© 2024 Lord Of Metal

Crónica: Dream Theater (Madrid) 17.11.2024

SETLIST:
Metropolis Pt. 1: The Miracle and the Sleeper/ Act I: Scene Two: I. Overture 1928/ Act I: Scene Two: II. Strange Déjà Vu/ The Mirror/ Panic Attack/ Barstool Warrior/ Hollow Years/ Constant Motion/ As I Am/ Night Terror/ Under a Glass Moon/ This Is the Life/ Vacant/ Stream of Consciousness/ Octavarium/ Act II: Scene Six: Home/ Act II: Scene Eight: The Spirit Carries On/ Pull Me Under/

He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar de nuevo una canción como “Octavarium” en directo, brillar los ojos de Petrucci en sintonía con la banda, a Portnoy dirigir a toda la pista con su baqueta como batuta, mientras esta cantaba los riffs de sus canciones, y también a esa misma baqueta ser arrojada a un roadie, por diversión, en el lateral derecho del escenario, para este volver a tirársela al batería que, para mi sorpresa, la recogía en el aire sin perder el tempo de la canción de una de las bandas más famosas del metal progresivo. También he visto a Labrie hacer algún que otro gallo (nada nuevo bajo el sol), pero esto no puede opacar de ninguna manera el regreso de Portnoy a la banda de su vida, en una gira que está siendo un auténtico éxito en la venta de entradas como no se veía desde más de una década, justo desde que este abandonó Dream Theater. Pero seamos justos, la etapa con Manigini sigue brillando con luz propia, es un magnífico batería que grabó cinco discos (algunos más acertados que otros, todo hay que decirlo) pero al que no se le puede culpar de los fracasos de la banda (como el auténtico sinsentido que es “The Astonishing” de 2016) o de la falta de carisma que sí derrocha Portnoy. ¿Cómo explicar algo que es del todo intangible y sólo se puede sentir? Sobre el papel, Mangini es un gran batería, técnico y con pegada, capaz de tocar en una banda tan exigente como Dream Theater pero Portnoy es el corazón de esta y cuando se sienta tras los platos y lo escuchas jalear al resto, mirar y dirigir el cotarro, pegar como un loco y, además, disfrutar y bromear, es cuando entiendes que eso que exuda no lo podía suplir Mangini, más que con su profesionalidad y, aún así, no era suficiente.

No era mi primera vez con la banda (aquella gira compartían cartel con Opeth, hace muchos, muchos años), para muchos seguidores sí, y está bien que sea así y se desteten con Portnoy, el morbo estaba servido, la formación de Dream Theater al completo, celebrando su aniversario y con un nuevo álbum bajo el brazo, a puntito de salir a la luz, la excitación en el ambiente era palpable; largas colas que avanzaban con lentitud y conversaciones de todo tipo. Por suerte, pude estar con la banda al completo, fue breve pero intenso, uno de los seguidores le dio la bienvenida a Portnoy y le dijo que se alegraba por él, a lo que el batería contestó con cierta ironía; “el que se alegra soy yo, por vosotros”, al igual que Labrie respondió a otro, mientras le firmaba “Octavarium” (2005), cuando este le deseaba que disfrutase del concierto; “disfrútalo tú, para eso estamos aquí”. Y es que acercarse a Dream Theater, en persona, impone cierto respeto, son músicos trabajadores y profesionales, pero también están tocados por la varita de la genialidad. Querer que Ruddess o Myung te firmen un álbum o se hagan una foto es lo normal, fuera de eso, son lo más parecidos a extraterrestres. Esta gira de aniversario recalaba con una única fecha en nuestro país (por el momento, hasta que el nuevo álbum se publique y pasen de nuevo), con la intención de repasar toda su carrera, pasando incluso por la época de Mangini, aunque fuese de manera breve y, a mi gusto, no con su mejor representante.

Un escenario sin demasiado adorno pero funcional y la banda tomando sus puestos tras la consabida introducción y el clamor por Portnoy, da paso a “Metropolis Pt. 1: The Miracle and the Sleeper” de “Images And Words” (1992), demostrando la clara intención de Dream Theater de ir a por todas en un repertorio en el que la única pega que puedo tener, además de “Barstool Warrior” frente a otras ausentes, es lo estático de este. Nada que uno no pueda olvidar con “Act I: Scene Two: I. Overture 1928” y “Act I: Scene Two: II. Strange Déjà Vu”, la ejecución es perfecta, no puedo decir menos. El sobrio Myung forma un tándem magnífico con Portnoy, mientras que Ruddess despliega su magia en las teclas. Produce auténtico placer verlos sobre el escenario. 

Aunque conociésemos el repertorio con antelación, la sorpresa de “The Mirror” no pierde impacto, al igual que volvemos a recuperar a los Dream Theater más encabronados con “Panic Attack”, como ocurre con “As I Am”. “Hollow Years” y “Constant Motion” dejan libertad absoluta a los músicos para navegar y disfrutar, aunque calmó los ánimos hasta su segunda parte con la resurrección del nuevo single, “Night Terror” y, más aún, con “Under A Glass Moon”, coreada por toda la plaza (un lugar con una acústica horrenda para un concierto), como disfruté muchísimo con “Vacant” y “Stream Of Conciousness”, acompañada de unos visuales magníficos y la banda ya caliente y engrasada. “Octavarium” fue una de las más celebradas y lo entiendo a la perfección porque daba la sensación de que el tiempo no hubiese pasado o como si tuviésemos de vuelta a los Dream Theater que todos habíamos conocido, mientras que, para finalizar, llegó el momento de “The Spirit Carries On” y la consabida “Pull Me Under”, que es un final a la altura pero, en su lugar, es un cartucho que habría disparado mucho antes. Más de dos horas de concierto que, sin embargo, supieron a poco.

La sensación es de victoria, tanto para ellos, como para su público. Pero, pasada la euforia, lejos de las horas posteriores al concierto, surgen las dudas. ¿Habrá continuidad? ¿Será “Parasomnia” (2025) el primero de muchos capítulos por llegar? ¿Es posible que Dream Theater entiendan que Portnoy es un músico con la necesidad de explorar y colaborar con otros artistas? ¿Que la relación, parece ser que envenenada, con Labrie se haya restaurado? ¿Calentará Mangini por siempre el banquillo o volverá a la palestra? Dudas lógicas tras la felicidad de verlos de nuevo sobre el escenario, dudas de aquel que quiere prolongar la excitación, de aquel que ha visto comunión absoluta en el escenario y ver de nuevo volar la nave más allá de Orión.

© 2024 Jota Jiménez

Crítica: Opeth “The Last Will and Testament”

Cuando comienzas a escuchar música de manera más seria (no sé si debería delimitar esto que acabo de escribir, quizá sí, pero no es el momento), piensas que no tienes ni idea de nada, frente a esos otros; poseedores del conocimiento, que lo reparten rácanamente en persona, pero con fruición en redes sociales. Cuando llevas ya un tiempo escuchando música y tus necesidades son otras, cuando ya comienzas a empezar a entender algo o creer que es así, es entonces y sólo entonces, cuando te das cuenta y sabes que todos esos no tenían la menor idea de lo que decían y siguen sin saberlo. A Mikael Åkerfeldt tiene que pasarle algo similar y sentir una frustración enorme que imagino que supera con gran sentido del humor y mejores dosis de pasotismo, cuando parece señalar la luna y el noventa por ciento del público ve sólo su dedo. ¿Cómo es posible que haya compuesto un álbum como “The Last Will and Testament” (2024) y la mayor anécdota de su single sea si vuelve o no a las voces guturales? Que sí, tío, que no tienes ni idea, que sólo es el meme, el chiste, claro que sí, pero es algo tan persistente que ya ha dejado de tener gracia y apesta a rancio en una carrera que supera los treinta años y la docena de álbumes, de una banda que demostrado estar envuelta en una incesante búsqueda, un progreso que nos ha llevado a todos en un viaje; desde el death metal, al rock, al folk e incluso a retazos de jazz (reto a cualquiera a hablar de jazz y que me explique, de manera consecuente y fundamentada, por qué sí y por qué no, de verdad, sin malos rollos), siendo algo tan fascinante como la calidad a la que nos han acostumbrado.

Y nos encontramos finalizando el año, con un nuevo disco de Opeth que se sitúa ya entre lo mejor, sino el mejor álbum con permiso de Blood Incantation, y también en los puestos más destacados de su propia carrera. Parto de la base de que, para colmo, he tenido la inmensa suerte de haber podido disfrutar de este disco como promocional digital, con tiempo suficiente para escucharlo, con excelente calidad y, además, debo añadir a esta humilde reseña, que también lo he recibido en formato físico, completamente gratis y de manera sorprendente, con una postal firmada por la banda. ¿Qué más puedo pedir? Lo que me lleva a la conclusión de la seguridad aplastante que los suecos tienen en su lanzamiento, la certeza de haber grabado un gran álbum y sus ganas de darlo a conocer al mundo, tras esos cinco años que median entre “Cauda Venenum” (2019) y su larguísima gira, además de la presentación de Waltteri Väyrynen tras los parches en un disco conceptual (bien explicado, además de por la narración de las canciones, gracias a la historia incluida en el formato físico), el primero desde “Still Life” (1999).

Sin embargo, a pesar de que muchos crean que el nuevo álbum de los suecos es un regreso al death, a causa de las dichosas voces guturales, nada de eso. “The Last Will and Testament” (2024) es un paso adelante, un álbum oscuro, con momentos más aguerridos y cercanos al metal que practicaban Opeth, sólo porque la historia lo demanda en la oscuridad del testamento y la voluntad del protagonista así lo requiere, pero conservando más el espíritu de “In Cauda Venenum” (2019) que el de “Blackwater Park” (2001), para que ustedes me entiendan, más próximo al dramón progresivo de “Ghost Reveries” (2005) o “Watershed” (2008), cuando “§2” contiene la fuerza necesaria pero no la agresión, un gran groove que soporta la narración y una atmósfera cargada de teclados, gracias a Joakim, como una tormenta, además del excelente trabajo de Waltteri y, claro, Martín, además de la ayuda de Joey Tempest (Europe), magníficamente encajado, mientras que “§1” es una auténtica maravilla, ¿quién podía esperarse que el nuevo álbum de Opeth incluyese a Ian Anderson de Jethro Tull haciendo las veces de abogado corrupto y un reyezuelo interpretado por el propio Åkerfeldt? Ni en nuestros sueños más húmedos nos podríamos haber imaginado a los Opeth actuales cediéndole el protagonismo a Anderson leyendo el testamento en “§7” y salpimentando su colaboración gracias a su eterna flauta o a Åkerfeldt desvelando el desenlace de la historia y el lógico engaño en “A Story Never Told”. Por cierto, qué complicado me está resultando escribir sobre “The Last Will and Testament” (2024) sin hacer ningún spoiler de la historia (para que luego no me escriban los típicos llorones o los que me han pasado el promo, después de hacerme jurar con sangre para que no ‘desbarate’ nada y no publique este texto, a pesar de que ya circula por decenas de webs otros con menor calidad, sin duda) y que esto no afecte a la experiencia de cualquiera que escuche las canciones. ¿De verdad se puede reseñar un disco así? Con lo sencillo que es escribir sobre “The Wall” (1979), cuando la historia pertenece al inconsciente colectivo.

"§4" y "§5” soportan el peso central del “The Last Will and Testament” (2024) y, de nuevo, Mikael y Fredrik son los que aderezan la base rítmica de una banda que suena como un motor a reacción, a medio camino entre el progresivo y el metal, mientras que en una hay folk en el puente, la dinámica de "§5” en los constante bandazos de Opeth son los que tiñen los estados de ánimo necesarios para encarar la impredecible "§5” y la solemne "§7”. Si te parece que lo que estás leyendo es demasiado abstracto, sólo te puedo pedir que lo hagas mientras suena el álbum y entiendas que las canciones, aunque todas magníficas, sólo se pueden entender como un todo. Claro que puedes escuchar “§1” y alucinar con el nivel de Opeth o la potencia de sus riffs, así como los diálogos entre Anderson y Mikael a lo largo del álbum, pero esto es lo más parecido a una novela; puedes leer fragmentos, pero la historia lo es todo. Siendo quizá "§1” y "§2”, o "§7” las que definen “The Last Will and Testament” (2024) junto a ese magnífico final que es “A Story Never Told”.

Una obra maestra, con o sin guturales, con una banda en estado de gracia, Mikael desatado, las magníficas colaboraciones de Joey Tempest (que sobre el papel parecía una excentricidad pero que en la práctica derrocha buen gusto por parte de ambos) la, quizá más lógica, de Ian Anderson, magnífico en su papel, y el desafío que plantea “The Last Will and Testament” (2024) gracias a una producción exquisita en unas canciones al servicio de la historia. Para mí es un sobresaliente en toda regla, otro golazo de Opeth y un paso más hacia a la eternidad. Escucharlo produce auténtico placer, de verdad.

© 2024 Blogofenia

Crítica: Linkin Park “From Zero"

Entiendo el debate, como también soy tan sincero como para posicionarme e intentar no caer en la crítica fácil; ni Emily Armstrong es tan mala (aunque tenga la misma presencia escénica que un apio), ni creo que la banda tenga que dormir el sueño de los justos tras la pérdida de Chester. Nunca me he considerado un fan a muerte de Linkin Park, a pesar de que compré “Hybrid Theory” (2000) en su día, estuve en la gira de “Meteora” (2003) -por cierto, menudo sonido de mierda que lucieron en Madrid hace más de veinte años, no sé si muchos de sus seguidores actuales de verdad matarían por estar en ese desbarajuste-, he pasado por caja con sus discos y en la última gira con Chester, de las dos oportunidades que tuve, en el último concierto me fui antes de tiempo, completamente aburrido. Esto no se trata de los que "estuvimos antes" y los que están ahora pretendiendo hacernos creer que Linkin Park es el grupo de sus vidas porque, a excepción de aquellos que han perdido la oportunidad de verlos en directo con Chester, la muerte siempre genera una mitología, una leyenda a la que es fácil aferrarse. Lo cierto es que Linkin Park, cuando publicaron “Hybrid Theory” (2000) eran mirados con desprecio por toda la comunidad del rock y el metal, algo que los acompañó -de una manera u otra- hasta su final con el polémico “One More Light” (2017) y ahora, en cierta forma, en su renacer junto a Emily. ¿Había mejores vocalistas? Por supuesto. ¿Deben seguir? Que hagan lo que quieran, si a Shinoda le hace feliz resucitar el nombre de la banda y girar con nuevas canciones, ¿quiénes somos nosotros para prohibírselo? Otra cosa muy diferente es si están a la altura. Lógicamente no, Linkin Park no luchan contra otros grupos similares, como ocurría a primeros de los dos mil, y tampoco contra sí mismos y sus mejores discos, “Hybrid Theory” (2000) y “Meteora” (2003), sino contra la nostalgia y eso, amigos míos, es una auténtica putada.

“¿Desde cero? ¿Como desde la nada?” -se pregunta Emily Armstrong, de manera completamente forzada, y unos segundos después comienza el octavo álbum de estudio de la banda, “From Zero” (2024) y su primer single, “The Emptiness Machine”, la pregunta no solo alude al nombre original de Linkin Park, “Xero”, utilizado entre 1996 y 1999, sino al cambio, tras la muerte de Chester, a la necesidad de encarar de nuevo la vida. El problema no es el cambio de registro en las voces, entre Armstrong y Chester hay un abismo; el de ella es limitado, no tiene recursos ni la fuerza suficiente, Chester no era Rob Halford, tampoco le hacía falta, pero era capaz de cantar como la canción lo requería, su voz era un catalizador de sentimientos en sus inflexiones, subidas y bajadas, cambios de tono y convertir una emoción en un torrente. Aquí no se trata de darle la oportunidad a Emily, como si fuera una academia, es, simple y llanamente, que no posee ese don; podrá estar cantando veinte años más y no lo tiene, podrá versionar “In The End” o “Faint”, pero no será capaz de cantar una canción propia con un calado como el de Chester. Por ejemplo, “Overflow”, es monótona hasta decir basta y la rabia de “Two Faced” (heredera de “Hybrid Theory”, como un calco) o el plagio a “Meteora” (2003) en “The Emptiness Machine” y la pegadiza “Heavy Is The Crown”, con el sampleado sonando como una nueva versión de “Faint”, confirman que Emily no podrá nunca desarrollarse por estar relegada a versionar a Linkin Park, incluso en las nuevas canciones, todo un karaoke.

Otro punto negativo, además de la producción (punto que luego tocaremos brevemente), es la monotonía de algunas canciones, que muchos confunden con la genialidad de lo pegadizo. Está claro que si escucho dos veces, recordaré “Cut The Bridge” (mera copia de “Bleed It Out”) más que “La Villa Strangiato” de Rush, pero no podemos confundir la simplicidad de lo infantil con accesibilidad, el pop no es fácil, de hecho es un género muy complicado por la frugalidad de la genialidad y cómo se manifiesta en una canción, mientras que en otras ni las roza. Linkin Park en “From Zero” (2024) tienen la complejidad justa, sus canciones son básicas hasta la náusea, no hay esfuerzo alguno y parecen no ocultar que “One More Light” (2017) no era fruto de la evolución, como nos quisieron hacer creer, sino un experimento fallido, queriendo situar creativamente “From Zero” (2024) en su primera época, aunque ninguna de estas canciones llegue a la altura de “In the End” o “Breaking the Habit” y todas se sientan como el esfuerzo impostado de querer capturar el momento pasado en una botella, cuando las canciones nacían sin esfuerzo alguno. La broma de Shinoda preguntándole a Emily si puede ponerse los pantalones para berrear en “Casualty” define el momento tan ridículo que nos toca vivir y que cala en Linkin Park, como reflejo de una sociedad estúpida y profundamente mema. Sin embargo, la culpa de “From Zero” (2024) no es de Emily Armstrong y sí de Shinoda. Canciones como “Over Each Other”, quizá la mejor del conjunto, cuando Linkin Park no pretender ser quienes hace más de una década que no son, queda diluida cuando escuchas “Overflow” (que podría ser un descarte de “One More Light”), el relleno que es "IGYEIH", que habría sonado ya rancia en plena época nu metal, o esa final “Good Things Go”, en un álbum en el que Shinoda recupera el fraseo pero tan melódico que pierde el impacto de “Hybrid Theory” (2000) y “Meteora” (2003), acercándolos a una versión aún más castrada de Twenty One Pilots.

Dejo a un lado la polémica de Emily con la cienciología y su relación con Danny Masterson, los mensajes de Cedric Bixler-Zavala en redes, los lloros por Chester y el gritito histérico de esos seguidores que se tatuarían el logo de “From Zero” (2024) en la nalga derecha cuando ni siquiera lo habían escuchado. El álbum es un auténtico artefacto para pasar por caja y salir de gira, la producción es un horror; a tope de volumen, plana, con la batería de Colin en primer plano en muchas ocasiones y sonido a lata en la caja, el bajo de Farrell perdido en la mezcla, las guitarras como puro relleno y la voz de Emily sonando artificial, con momentos sonrojantes, como ocurre en la mencionada “Casualty” y los constantes ripios y chistes de Shinoda a modo de indirectas dirigidas a todos aquellos que él mismo sabía de antemano que criticarían la elección de su vocalista, las nuevas canciones y el rumbo de la banda. Lemmy dijo que si te sentías viejo para el rock es porque, seguramente, lo eras pero es la primera vez que me ocurre lo contrario; siento que la banda que estoy escuchando se ha hecho mayor y, como el señor Burns en Los Simpsons, se han puesto un gorrito de lana y una camiseta con una calavera para hacernos creer que son lo que ya no son. He sentido auténtica grima en algunos momentos, el mal empleado ‘cringe’, que ahora dirá Shinoda rondando la cincuentena.

© 2024 Blogofenia

Crítica: Sólstafir “Hin Helga Kvöl”

“Hin Helga Kvöl” (2024), el octavo álbum de los islandeses, se publica con todos los ingredientes que, en teoría, deberían capturar la esencia de oscuridad y melancolía por los que son de sobra conocidos. Sin embargo, a medida que avanza el álbum, queda claro que no es lo que muchos esperábamos o, por lo menos, en lo personal. A lo largo de sus cincuenta minutos, siento que falta algo, que carece de la solidez de sus últimos lanzamientos, oscilando entre momentos brillantes y otros que caen en lo más predecible y monótono. Y no es necesario que me remita a aquel que les dio a conocer a un público más amplio, como "Ótta" (2014), porque los recientes "Berdreyminn" (2017) o "Endless Twilight of Codependent Love" (2020) me entusiasmaron desde la primera escucha, pero algo ocurre con “Hin Helga Kvöl” (2024), que le hace sentir cojo. Abriéndose con "Hún andar" y un comienzo prometedor, que logra capturar la atmósfera envolvente y nostálgica de la banda a través de la voz y el susurrar de las guitarras en su introducción, hasta que la banda entra y parecemos estar escuchando a una muy diferente, mucha culpa de ello tiene la batería de Hallgrímsson y el enfoque de la melodía, cómo Austmann y Sæþórsson parecen seguirle, careciendo de la sensación inmersiva que caracteriza los trabajos de Sólstafir. "Hin helga kvöl", por el contrario, sí cumple con estas expectativas, recuperando su sabor más black, con blast beats y el trémolo de sus guitarras, añadiendo intensidad y negrura a la mezcla, un sonido más crudo y feroz que bien podría formar parte del clímax de un álbum que se despierta a la segunda canción, un homenaje a sus raíces que tanto me han emocionado en el pasado.

Sin embargo, a partir de aquí, “Hin Helga Kvöl” (2024) muestra la constante tendencia a desviarse hacia un terreno más complaciente y a dar bandazos. "Blakkrakki" se convierte en un hard rock que no resulta del todo efectivo, con voces rasgadas y un coro repetitivo, la canción carece de la profundidad que suele definir la música de Sólstafir, pecando de simplista. En otros momentos, como en "Sálumessa", la canción más extensa del álbum, Sólstafir parecen empeñarse en alcanzar una atmósfera melancólica similar a la de composiciones pretéritas, pero se siente algo forzado, cayendo en el aburrimiento y, mientras "Vor ás" nos ofrece un respiro, siendo uno de los momentos en que logramos sentir de nuevo el espíritu de los primeros álbumes de Sólstafir y el capricho de añadir una voz femenina aporta una textura interesante que recuerda el estilo acelerado de “Svartir sandar” (2011) pero no termina de cuajar, aunque celebre la incursión. Algo que no cambia mi percepción sobre la falta de cohesión de “Hin Helga Kvöl” (2024) y termina jugando en su contra, cuando tengo la sensación de estar escuchando un disco basado en descartes o con diferentes direcciones. Como también he de ser sincero, no me gusta la producción, aunque siento que intentan conservar su sonido más característico, crudo y atmosférico, la voz de Tryggvason está demasiado en primer plano, opacando algunos de los detalles instrumentales que son esenciales en la música de Sólstafir, basta tomar como ejemplo "Blakkrakki", donde afecta a la atmósfera general del tema. Y, por último, tampoco creo que el orden de las canciones ayude a la digestión, impidiendo que el disco parezca tener más cohesión y no un pastiche de ideas.

“Hin Helga Kvöl” (2024) no es un mal álbum, pero quizá les ha pasado factura el exceso de ambición, no logrando la grandeza de discos anteriores y mostrando su genialidad de manera fugaz. Para algunos será más que suficiente, pero para el resto, sabiendo de lo que Sólstafir son capaces, no colma las expectativas tras "Endless Twilight of Codependent Love" (2020).

© 2024 Jack Ermeister

Crítica: Grand Magus “Sunraven”

El metal siempre ha sido perfecto para abordar grandes historias y Grand Magus es una banda que encarna el espíritu y la esencia básica del género, por lo que su decisión de basar su décimo álbum de estudio, “Sunraven” (2024), en el poema legendario Beowulf, ambientado en la Escandinavia pagana del siglo V, tiene todo el sentido del mundo. La música de Grand Magus, llena de potencia y lirismo, refleja el dramatismo de historias heroicas como esta. La voz de JB Christoffersson transmite una profundidad y fuerza únicas y convierte a “Sunraven” (2024) en un proyecto ambicioso, con la promesa de una verdadera experiencia, logrando canalizar los temas heroicos de Beowulf con facilidad en un álbum característico de metal tradicional, pero en el que también se percibe que han encontrado el vehículo perfecto para expresar lo que la banda deseaba desde hace tiempo, cuando comienza a sonar “Skybound” con un coro imponente que captura la atención de inmediato y uno no puede menos que asentir con satisfacción, logrando que hasta la persona con menos capacidad para conmoverse pueda llegar a emocionarse con su música, al igual que en “Grendel” rinden homenaje al monstruo mítico del poema evocando la magia de los Sabbath de Dio (gracias al galope de Ludwig Witt), con una intensidad incomparable, siendo una de las canciones más auténticas del álbum.

Pero, aunque Grand Magus se enfocan en narrar una historia atemporal, “Sunraven” (2024) también funciona como una colección de himnos de metal, sin importar las crudísimas y conmovedoras letras de Christoffersson, conteniendo algunas de las melodías más potentes de la banda desde “Iron Will” (2008). Por ejemplo, “The Wheel of Pain” posee encanto blusero, con una línea vocal triunfal y una esencia agresiva más cercana a los Manowar de primeros de los ochenta, mientras que la canción que da nombre al álbum desprende poder con un solo de guitarra memorable que va directamente al corazón. Christoffersson luce revitalizado, con una voz imponente, riffs llenos de dinamismo y energía que canalizan influencias del NWOBHM, solos expresivos y llenos de sentimiento en donde las influencias de metal vikingo se hacen evidentes en canciones como “To Heorot”, mientras que, a nivel instrumental, Ludwig Witt ofrece un trabajo potente en la batería, con una intensidad inigualable y Fox Skinner lo complementa con una gran labor en el bajo y coros de apoyo, como si Grand Magus se hubiesen hipervitaminado para grabar un álbum que funciona como un crisol de influencias.

“The Black Lake” destaca como un ejercicio magistral de doom de la vieja escuela, mientras que el cierre del disco, “The End Belongs to You”, ralentiza el ritmo, como si fuese una marcha oscura pero decidida, que mezcla melancolía y tensión a partes iguales. De todo el conjunto, “Winter Storms” se siente especialmente reflexiva, evocando una noche sin fin bajo las estrellas escandinavas y, aun así, conserva el núcleo firme del metal clásico con un coro conmovedor que probablemente sea uno de los mejores en la historia de la banda. Treinta y cinco minutos apabullantes, sin relleno alguno (con canciones directas y al grano), repletos de heroísmo, epicidad y grandes estribillos. Me cuesta mucho escribirlo porque no me gustan este tipo de afirmaciones tan categóricas, pero “Sunraven” (2024) es el álbum que más he disfrutado desde “Hammer of the North” (2010). Grand Magus nunca se fueron, pero en este álbum lucen como si hubieran regresado por todo lo grande, derrochando energía y saber hacer. Una auténtica maravilla.

© 2024 Lord of Metal

Crítica: The Cure “Songs Of A Lost World”

The Cure fue el primer concierto, propiamente dicho, al que acudí cuando empezaba a ser adolescente, y no es difícil adivinar el impacto que tendrían en mí cuando, más de tres décadas después, sigo escribiendo sobre música. Quizá sea por eso que, cuando apareció el cartel que anunciaba este “Songs of a Lost World” (2024) frente al pub The Rocket, en Crawley, algo re removió en mi interior. Tras dieciséis años desde su último disco, el decimocuarto álbum de The Cure no se siente tanto como un regreso o un renacimiento, sino como la evolución natural de una banda que ha sido siempre tan atemporal como constante en mi vida y la cultura popular. Robert Smith y The Cure, cuya música siempre ha explorado la mortalidad, la pérdida y la desilusión, nos traen un álbum cargado de experiencia, un viaje pausado y melancólico que transcurre con la intención de dejarnos claro que el tiempo pasa para todos, siendo “Songs of a Lost World” (2024) una meditación apocalíptica sobre el fin de todo (entendido desde la existencia, claro), el paso de los años y la fragilidad de la existencia humana (no sé si también la futilidad, eso dependerá de cada uno). Lanzado en el mismo The Rocket donde The Cure debutaron en 1978, este álbum evoca una mezcla de nostalgia y emoción que resalta aún más cuánto nos damos cuenta que han cambiado tanto ellos como nosotros, su público. Y, a pesar de la declaración de tener varios discos en el bolsillo y canciones de sobra para futuros lanzamientos, la sensación de fin de ciclo que impregna el álbum, y especialmente en canciones como “Alone” y “Endsong”, es inevitable. El inquietante verso de “Alone”; “Este es el final de cada canción que cantamos”, se convierte en el pulso recurrente a lo largo del disco, mientras que en “Endsong”, Robert Smith parece alzar la vista al cielo, preguntándose adónde cojones se ha ido todo, como si nuestra realidad -la suya y la nuestra- se estuviese desintegrando ante nuestros ojos, algo que The Cure se empeñan en dejarnos claro desde la portada y esa cabeza de piedra erosionada, obra del escultor esloveno Janez Pirnat, un símbolo más de la descomposición gradual y de la forma en que las historias e identidades se desvanecen, aunque puedan permanecer como parte del paisaje. 

El sonido de este nuevo álbum es inequívocamente el de The Cure, remitiendo a la profundidad de “Disintegration” (1989) pero con la calma propia de la madurez bien entendida. Lo que no quiere decir que en “Songs of a Lost World” (2024) pretendan emular la exitosa fórmula de su carrera; en lugar de piezas vibrantes como “The Lovecats” o “Close To Me”, lo que encontramos es un sonido solemne, lento y extraordinariamente afectado, como una mezcla de su post-punk y pop, mezclado con la parsimonia y majestuosidad del doom. La introducción sombría de “Warsong” impone un peso fúnebre, con el bajo resonante de Gallup y la guitarra de Reeves Gabrels (el mejor fichaje que podrían haber hecho nunca), añadiendo un toque de shoegaze a la mezcla, además de su ruidismo y solos. Es precisamente su wah el que nos desgarra en “Drone:Nodrone”, una de mis favoritas, mientras que en “And Nothing Is Forever” reflexionan sobre lo inevitable de las pérdidas y las oportunidades no aprovechadas con una melodía a piano que es capaz de conmover cualquier alma. “A Fragile Thing” retumba para expresar la melancolía de un amor doloroso: “Cada vez que me besas podría llorar”, avanzando con una intensidad y una densidad emocional que invitan al oyente a un recorrido íntimo entre la mortalidad y el duelo personal.

Paradójicamente, la voz de Robert suena como si el tiempo no hubiese pasado y en “I Can Never Say Goodbye” dedica la canción a la reciente pérdida de su hermano Richard, en donde el vocalista expresa todo su dolor cuando canta: “Algo siniestro se acerca, para arrebatar la vida de mi hermano”, siendo capaz de capturar toda la vulnerabilidad que cala cada rincón del álbum. Pero “Songs of a Lost World” (2024) no se centra sólo en la experiencia del dolor, sino también en la exploración de la disolución del ego, de uno mismo cuando todo parece cambiar y en esa transformación perdemos también parte de nuestra identidad. En “All I Ever Am”, Smith describe la experiencia de verse en “un escenario oscuro y vacío” enfrentando una “extraña sensación de disociación” o la experiencia del dron que sobrevoló su jardín en “Drone:Nodrone”, transmitiendo la inquietud de no saber si está siendo observado, al igual que en “Endsong”, y sus más de diez minutos de tormenta emocional, cuando Smith se pregunta dónde ha quedado el antiguo mundo y cuál es su lugar en esta realidad, aparentemente fragmentada. 

A estas alturas de la película, The Cure no tiene que demostrar su relevancia y “Songs of a Lost World” (2024) se antoja como un álbum monumental y atemporal que dejará satisfechos a aquellos que busquen la energía post-punk de sus primeros discos, mientras que otros encontraremos reconfortante el sonido más profundo y denso de una banda que parece más actual que nunca en un viaje, el realizado desde aquel pub, The Rocket, que parece empezar a concluir. “Songs of a Lost World” (2024) suena tan natural que parece haber estado aguardando su momento para ver la luz. Tan sorprendente como grandioso. No exagero, cuando escribo que este me parece su mejor álbum desde “Disintegration” (1989).

© 2024 Jota

Crítica: Devin Townsend “PowerNerd”

Devin Townsend es como una de esas sabrosísimas comidas que tanto te gustan pero que pueden llegar a empachar. “PowerNerd” (2024), su nuevo álbum, explora una vertiente diferente y, aunque es innegablemente divertido y adictivo en muchos momentos, no llega a ser tan trascendental como algunos de sus trabajos pasados como, por ejemplo, “Empath” (2019), que funcionó como una explosión emocional y artística, tras la que Townsend parece haber optado por una simplificación en sus composiciones. “Lightwork” (2022) fue un paso en esa dirección, con canciones más melódicas y accesibles (que no terminaron de cuajar, todo hay que decirlo) y ahora tenemos la réplica con “PowerNerd” (2024), que se presenta como la cara opuesta de la misma moneda, inclinándose hacia riffs contundentes y una energía más cruda, completamente desbordante. Es cierto que, por momentos, se siente como un regreso a una versión más despreocupada de sí mismo, una en la que parece haberse “desconectado” mentalmente, como él mismo ha respondido ya en algunas entrevistas de un álbum en las que también asegura haber escrito este álbum en tan sólo once días y, sin saber si es un farol o no, apuesto a que es verdad a tenor de las composiciones y la poca variedad o los momentos que recuerdan escandalosamente a su pasado. Por otro lado, esa espontaneidad se refleja en la estructura del disco: es directo, a menudo pegadizo y todo un derroche de energía. Sin embargo, también es cierto que algunos de estos aspectos juegan en su contra; al desconectarse de esa complejidad emocional que tanto caracteriza sus trabajos previos, “PowerNerd” (2024) puede sentirse algo plano en sucesivas escuchas y predecible en comparación con sus otras producciones.

La apertura con la pista homónima, “PowerNerd”, marca el tono del disco. La voz de Jamey Jasta dando un grito de introducción, seguida de un riff potente y un colorido caos de pop-metal, ofreciendo un comienzo prometedor repleto de energía, con un estribillo fuerte y un ritmo que invita a corear en sus conciertos. “Gratitude”, por su parte, destaca como uno de los puntos altos del álbum por su estribillo, contagioso y positivo, evocando una calidez que sin duda resonará entre los oyentes, más cercana al pop de los ochenta que al metal, territorio en el que también encontramos a “Ubelia”, una pista que combina una muralla sonora de sintetizadores y una melodía hipnótica, mostrando una faceta más intimista dentro de un álbum con tendencia al exceso y mucho relleno, con canciones que dejan la sensación de haber sido escuchadas antes y puede que más inspiradas, como ocurre con “Younger Lover”, intentando combinar la contención acústica con una explosión de prog, no llegando a sorprender tanto como podría por haber visto el truco una y mil veces en mejores prestidigitadores.

La influencia de sus proyectos pasados, como “Empath” (2019) y “Snuggles” (2021), es palpable en la estructura de muchas de las composiciones que oscilan entre lo acústico y lo pesado, lo introspectivo y lo energético. “Glacier” baja el ritmo y establece un ambiente sombrío que contrasta con el resto del álbum, recordándonos el lado más atmosférico y reflexivo del músico, como “Goodbye” y “Falling Apart” también nos desvelan destellos de la intensidad emocional que caracterizó a su música en discos anteriores, aunque sin alcanzar la profundidad de otros momentos más icónicos de su carrera. “Ruby Quaker” nos toma por sorpresa con una canción divertida y extravagante, como un cruce entre McCartney y los Monty Python en su alabanza al café. 

En definitiva, “PowerNerd” (2024) es un álbum entretenido que se percibe como un respiro dentro de la extensa discografía de Devin Townsend, pero se queda corto en términos de innovación y profundidad, apostando por lo directo y sencillo, sacrificando la complejidad y la singularidad que lo han hecho una figura tan relevante en el progresivo, alternando grandes momentos con otros más planos e infantiles, por desgracia, los más abundantes. Llegado a este punto, dudo de si es una obra que invita a celebrar y disfrutar la vida sin complicaciones o, simplemente, una transición hacia una nueva aventura más compleja. Lo único que tengo claro es que no me gustaría haber estado en la piel del ingeniero que haya mezclado semejante galimatías y sí en el que ha finiquitado la portada después de comer frente a su ordenador.

© 2024 Jota Jiménez

Crítica: Gaerea "Coma"

Mis predicciones se van cumpliendo poco a poco, Gaerea se han convertido en referentes mundiales del black con tan sólo tres discos, "Unsettling Whispers" (2018), "Limbo" (2020) y "Mirage" (2022) y parecen no tener límite alguno cuando escucho su nuevo álbum, “Coma” (2024”, y siento que van más allá de las fronteras del black metal al fusionar diferentes subgéneros en la dosis justa. Para los seguidores de la banda, cada álbum nos ha mostrado una evolución desde la crudeza de “Unsettling Whispers” (2018) hasta la introspección de “Mirage” (2022), que se sentía como una culminación de su estilo. Sin embargo, “Coma” (2024) representa un cambio, expandiendo aún más su alcance y presentando nuevas formas. Desde el primer tema, “Coma” (2024) invita al oyente a descubrir una faceta diferente de Gaerea. Si bien sus discos anteriores se alineaban con la sombría atmósfera del black metal tradicional, este álbum incorpora momentos de introspección delicada e incluso esperanza, un giro sorprendente en el sonido característicamente implacable de la banda. 

La canción de apertura, “The Poet’s Ballet”, lo ejemplifica con voces limpias y acordes resonantes que disipan la brutalidad habitual del subgénero y establecen un tono que equilibra luz y oscuridad. Temas como “Wilted Flower” y “Coma” también muestran la habilidad de Gaerea para crear paisajes sonoros inmersivos que atraen al oyente con una calidez engañosa antes de arrastrarlo a intensos pasajes repletos de blast beats y guturales, introduciendo aún más variedad de texturas y dinámicas a lo largo del álbum, lo cual aporta esa sensación de imprevisibilidad tan satisfactoria, por la que cada tema construye su propia narrativa, navegando entre la desesperación, el triunfo y la catarsis con fluidez. Composiciones como “World Ablaze” y “Kingdom of Thorns” reflejan la cohesión temática del álbum, donde los lusos combinan melodías inquietantes con agresividad implacable en crescendos tan emotivos como explosivos. En lugar de optar por un asalto sonoro incesante, la banda juega con altibajos en cada tema, como en "Hope Shatters", utilizando secciones más suaves para intensificar el impacto de los momentos más pesados. No es nada nuevo, pero sí en las formas y como te lo presentan.

El álbum no solo consolida el estatus de Gaerea en el black metal, sino que redefine su lugar en el panorama musical en general, adoptando influencias de post-metal, black metal melódico e incluso post-rock, refrescando su sonido, sin alejarse de sus raíces, enriqueciendo la brutalidad con momentos de respiro y claridad en el caos. Las canciones también varían en estructura: hay piezas cortas y más accesibles junto a composiciones más extensas y tradicionales, siendo esta diversidad la que crea una experiencia inmersiva, atrayendo al oyente a un oscuro núcleo reflexivo, pero permitiendo momentos de alivio. Siendo quizá uno de los aspectos más llamativos de “Coma” (2024) su carga emocional, como ocurre en "Suspended" o la inmediata "Reborn" y su nervioso trémolo; cada canción se siente diseñada para la catarsis, un reflejo de la vulnerabilidad y el crecimiento de la banda, desde la desesperación de “Unsettling Whispers” (2018) hasta la transformación en “Coma” (2024), el álbum no solo explora la evolución de Gaerea, sino que también ofrece una reflexión sobre la experiencia humana; un atractivo universal que resuena más allá del black metal. 

Sin embargo, la producción presenta algunos puntos débiles. Aunque es pulida, carece de un rango dinámico suficiente para destacar los momentos más frágiles. En los pasajes suaves, la compresión no permite que la atmósfera de las composiciones respire como debería, lo cual resta algo de impacto, por ejemplo, los interludios de “Wilted Flower” y “The Poet’s Ballet” se habrían beneficiado de una mezcla menos densa, permitiendo que cada pista resonara con más libertad. Pese a ello, son detalles que no opacan el brillo general del álbum; tan envolvente y emocionalmente potente como cualquier trabajo anterior de Gaerea, percibiéndose como un punto de inflexión para la banda, que demuestra su disposición a evolucionar y a ampliar el alcance de lo que el black metal puede expresar sin perder la intensidad esencial del género. Gaerea emplean con sabiduría la experiencia adquirida en discos como “Limbo” (2020) y “Mirage” (2022) como trampolín para profundizar en su sonido. Cada canción parece un lienzo en el que se logra el brutal equilibrio entre la agresión visceral y la sutileza melódica. Una mística danza entre caos y calma en donde “Coma” (2024) brilla con luz propia, encarnando una dualidad que define la propuesta de Gaerea. Lo avisé hace años y con orgullo cuando hablé con ellos a través de Bandcamp, esta banda se está comiendo vivos a muchos otros artistas con más peso.

© 2024 Conde Draco

Crítica: Jackie McLean "Action"

Llegas a casa en un día de lluvia, te pones cómodo, tus dedos buscan sobre los lomos de algunos de tus discos y se paran justo en “Action” (1967) de Jackie McLean que es, sin duda, una de las obras cumbres de su prolífica etapa en el mítico sello Blue Note (uno de los primeros en salir bajo la supervisión de Liberty Records y la batuta de Rudy Van Gelder, que supo capturar el genio de McLean), un ejemplo audaz de fusión entre tradición y vanguardia que el saxofonista estaba explorando a mediados de la década de los sesenta. Quizá no sea pura casualidad, el aspecto estético es importante en esta selección; la portada diseñada por Reid Miles, con su imagen invertida en negativo, captura a la perfección la esencia del álbum, dando pistas de que puede ser un disco como otro cualquiera, pero ese negativo nos indica que hay una reinvención, una forma de mirar desde otra perspectiva, con un pie en la tradición y otra en la exploración, como indica el propio McLean en el interior del álbum. Grabado en 1964, en un periodo en el que McLean había consolidado su sonido dentro del hard bop y comenzaba a abrirse al jazz modal y al free jazz, “Action” (1967) capta un momento único en su carrera, gracias a un enfoque que combina el respeto por las raíces del bebop y el deseo urgente de innovar, pariendo una grabación poderosa y emotiva que logra captar la energía de su época y anticipar, por completo, el desarrollo futuro del jazz. En “Action” (1967) uno de los aspectos que destacan es la calidad y sinergia de los músicos que acompañan a McLean. Charles Tolliver, trompetista que hacía su debut con McLean en esta grabación, brilla con una intensidad particular, su interpretación en temas como "Plight" y "Wrong Handle" muestra un enfoque lírico y expresivo inusual, mientras que en las piezas más rápidas y energéticas su interpretación resuena con un tono incisivo que complementa perfectamente el sonido del saxofón de McLean. La colaboración de Tolliver con McLean logra que el sonido del álbum se sienta tan fresco como cuando fue grabado, reflejando una química que impulsa cada canción al frente y al oyente deja con ganas de más. 

Por otro lado, la inclusión de Bobby Hutcherson en el vibráfono agrega una dimensión única y atmosférica al álbum. Hutcherson, reconocido tanto por su trabajo en trabajos de jazz convencional como en experimentación libre, encuentra en “Action” (1967) un espacio para desplegar sus alas, su contribución en "Plight" logra un aura casi mística, otorgándole a la pieza una cualidad etérea. Es en este tema donde la experimentación de McLean y Hutcherson cobra vida en su máxima expresión, cuando la vibración cristalina del vibráfono contrasta con la aspereza de los metales, logrando el equilibrio perfecto entre lo melódico y lo disonante. El trabajo rítmico en el álbum también merece una mención especial. Cecil McBee en el bajo y Billy Higgins en la batería no solo cumplen la función de acompañamiento, sino que se liberan de su rol tradicional, aportando ideas que dan mayor libertad a los solistas. Higgins, en particular, muestra una habilidad extraordinaria para mantener un pulso constante en los platos mientras juega con el resto de su batería añadiendo acentos que dan aún más profundidad y dinámica al conjunto. En la pieza que da título al álbum, “Action”, Higgins mantiene una base casi marcial que se transforma súbitamente en un ritmo frenético, como una dinamo incansable que impulsa a la banda, mientras el bajo de McBee, por su parte, juega con las líneas de una manera completamente novedosa en su época; no limitándose únicamente a marcar el ritmo, sino trazando su propio camino.

Es significativo que McLean, discípulo de Charlie Parker y exponente del bebop en sus primeros años, haya tomado la decisión de explorar territorios más abiertos en su sonido. La influencia del free jazz de figuras como Ornette Coleman y Albert Ayler es evidente, pero lo que hace especial a “Action” es la manera en que McLean se mantiene fiel a sus raíces bebop mientras incorpora estas nuevas ideas. McLean logra una fusión entre el lenguaje melódico del bop y la libertad armónica del free jazz que, lejos de sentirse como una ruptura, se experimenta como una evolución natural y orgánica.

Vuelves a mirar la portada en negativo y entiendes a lo que se refería McLean cuando escuchas "I Hear a Rhapsody" y eres testigo de esa habilidad para jugar con lo viejo y lo nuevo, a través de un estándar en el que rinde homenaje a Charlie Parker sobre un ritmo predecible para que el saxofonista despliegue su virtuosismo, aunando la nostalgia con su impredecible forma de atacar las notas. Concluyendo con “Hootnan”, una composición con base en el hard bop que permite a McLean liberar toda su creatividad en improvisaciones que rompen con los moldes convencionales. Acaba el viaje, la aguja vuelve a su lugar, ha sonado “Action” (1967) y crees haber descubierto algo completamente nuevo que no escuchaste la primera vez, desde el torrente inicial hasta el intimismo final, esto no es sólo música, es una forma de arte aún más elevada que escapa a toda comprensión.

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