TRIUMPH OF DEATH y TOM WARRIOR, HELLHAMMER reanimados

“Resurrection Of The Flesh Live” de TRIUMPH OF DEATH, o la auténtica celebración de un legado histórico.

El talento de Mr.Wilson

Steven Wilson firma el notable "The Harmony Codex", uno de los discos más especiales de su carrera, uno que hay que escuchar con tiempo y con las mismas ganas que ha invertido su creador en sus canciones.

A través de eones con ASTRALBORNE

Más intenso y épico aún, puro death metal melódico desde Ohio.

La versión del "Morbid Visions" de CAVALERA

A falta de la rabia de la juventud de SEPULTURA, los hermanos lo suplen con la potencia de la madurez.

Crítica: Vltimas "EPIC"

Poco tengo que decir de Vltimas a estas alturas; Morbid Angel son una de mis bandas favoritas y Mayhem ocupan un lugar especial en mi corazón, por lo que recibí con los brazos abiertos la publicación de un álbum como "Something Wicked Marches In" (2019) que me permitió ver de nuevo sobre un escenario a David Vincent y a Blasphemer, además de resultar una grabación lo suficientemente sólida como para permanecer girando durante un tiempo. Además, pude verlos en directo en tres ocasiones y conocerlos en persona, ¿qué más podía pedir? Tras los devaneos de Vicent con el country, parecía que Vltimas sería su proyecto definitivo y este “EPIC” (2024) confirmar su grandeza y terminar de consolidar la carrera de la banda, pero va a ser que no y lo digo con todo el dolor de mi corazón. Producido por el genial Jaime Gomez Arellano, el problema no reside en la grabación o producción, tampoco en la ejecución sino en la escritura y composición, llegando a experimentar la misma desilusión que cualquier seguidor de Morbid Angel pudo sentir con "Illud Divinum Insanus" (2011). No es que Vltimas tiren por el metal industrial de bajo ocatanaje, sino que en “EPIC” (2024) da toda la sensación de estar escrito con poco cariño, pensando más gustar al público y perseguir el ego de cada uno que en sonar como una banda. Si "Something Wicked Marches In" (2019) funcionó fue porque estaba la voz de Vincent sonando como siempre y la guitarra intrincada de Blasphemer, con una base rítmica de infarto, en este álbum que nos ocupa, parece que Ype y Flo están más ocupados en la floritura y sonar ellos, como Blasphemer no parece traer lo más oscuro de su filo y Vincent canta de una manera que no encaja para nada en las canciones del álbum, en lugar de su arenosa garganta death, parece que, por momentos, estoy escuchando una mezcla de sermón de iglesia con un tenor que pasa sus ratos libres en una banda tributo a Pantera. Nada que objetar, habrá a quien le guste, y piense que exagero, pero basta escuchar canciones como “Praevalidus” o “Diabolus Est Sanguis” para, acto seguido, hacer lo propio con una tontería como “Miserere” y darte cuenta que algo ha cambiado, para mal.

No es que “Miserere” sea horrenda, pero sí suena a chiste, igual que la propia “Epic”, tras la introducción que es “Volens Discordant”, tanto que cuando suena “Exercitus Irae” parece que haya sido un descarte de "Something Wicked Marches In" (2019) por su agresividad y la forma en que las guitarras centrifugan su riff, es tanta la diferencia con naderías como “Mephisto Manifesto” -y su capacidad para herir el amor propio de cualquier seguidor de Vltimas, Morbid Angel o Cryptopsy- que podría jugarme el brazo derecho a que no forman parte de la misma composición, del mismo momento. “Mephisto Manifesto” es sonrojante, como “Scorcher” y “Nature’s Fangs” son puro relleno, siendo la primera claramente superior, todo hay que decirlo. “Invictus” es la otra canción del disco que junto con “Exercitus Irae” merece la pena, no es lo mejor que ha grabado Vincent, pero el trabajo de las guitarras es estupendo, el riff posee fuerza y las disonancias le sientan maravillosamente bien, además de que Flo parece al servicio de la canción y no empeñado en lucir su habilidad o Vicent recupera su característico tono rasgado y roto. Tan sólo dos canciones de un álbum de nueve que cierra con la misma desgana de la que hace gala a lo largo de todo su minutaje, “Spoils Of War” es un auténtico horror, garrafón del bueno para hacerte no querer pegarle otro trago a “EPIC” y tener más claro que nunca que si la cosa no mejor, este proyecto tiene, por desgracia, los días contados.

Es una lástima que Vicent no sea capaz de recuperar la relación con Trey, que todo lo que haya grabado después no esté a la altura de su magnífico legado y que el cartucho de Vltimas sea arruinado así, pero es la cara y la cruz de casi todos los genios; en su propio talento también está implícita la capacidad para malgastarlo.

© 2024 Lord of Metal

Crítica: Ministry "HOPIUMFORTHEMASSES"

Cada vez que escribo sobre un disco que no cubre mis expectativas, parezco más enfadado de lo normal y no es mi intención. Pero, ¿sabes esa sensación de cuando sabes que alguien puede darte más y sientes que está a medio gas? Pues eso es lo que me ocurre con Ministry. Creo que viví una gran época de la banda, los noventa y siento que aquella resaca tuvo una excelente réplica con aquellos discos de primeros de los dos mil, justo cuando Al Jourgensen aseguraba que colgaba las botas y se marcaba su propio No More Tours, para luego desdecirse y volver al ruedo, pero es honesto recordar que tras aquel “Cover Up” (2008), la banda no ha hecho que llegue a la altura de ”The Last Sucker” (2008), “Rio Grande Blood” (2006) -¡qué grandes giras aquellas, por favor, qué recuerdo tan bueno!- y nos tenemos que acostumbrar con el talento de Jourgensen soltado en pequeñas dosis, con cuentagotas, en proyectos inanes y discos que no llegan siquiera al aprobado, como “AmeriKKKant” (2018), “Moral Hygiene” (2021) y este “Hopiumforthemasses” (2024), del que tengo que conformarme con canciones como “Goddamn White Trash” (con Pepper Keenan) o “Just Stop Oil” que, siendo de lo mejor del disco, no dejan de ser refritos de los noventa, con sonido regulero y sin ningún tipo de originalidad. No le estoy pidiendo a Al Jourgensen que grabe algo a la altura de “ΚΕΦΑΛΗΞΘ [Psalm 69]” (1992) o “Filth Pig” (1996), por supuesto tampoco “The Mind Is a Terrible Thing to Taste” (1989), pero me conformaría con algo al nivel de “Dark Side Of The Spoon” (1999) o “Animositisomina” (2003), porque la era en contra de Bush, como escribía líneas más arriba, resulta auténticamente sobresaliente.

Lo que más me irrita no es escuchar medios tiempos como “Aryan Embarrassment” (que me gusta su pesadez, claro que sí, como la participación de Jello Biafra y su toque punk) o la aburridísima “B.D.E.” y ese intento de thrash repleto de samplers que es “TV Song 1/6 Edition”, sino constatar que los actuales Ministry me hacen pasar un buen rato, son entretenidos, pero no sacian mi apetito de buena música, como sí ocurría en el pasado. Me gustan las voces de “New Religion” y me hacen creer que el disco recupera el vuelo, nada de eso, “It's Not Pretty” y su larguísima introducción causan el efecto contrario, la canción entra en barrena y logran el efecto contrario, pareciendo que la recta final es un pastiche rescatado de la papelera de la basura del ordenador de Al, como el auténtico rollo que es “Cult of Suffering” en la que parecen hacer uso de los alucinógenos y las lámparas de lava, a medio camino entre la psicodelia, el hippismo y el glam rock, demostrando que la acidísima voz de Jourgensen no marida bien con las gargantas femeninas, cerrando el álbum con synth pop petardo y la final “Ricky's Hand”, dando la sensación de que “Hopiumforthemasses” (2024) es un revuelto de todo lo que sobraba en el estudio, un álbum hecho con pizcas de aquí y de allá, pero sin un hilo conductor claro.

Ministry suenan bien, César Soto y Monte Pittman a las guitarras se aseguran de que así sea, así como Roy Mayorga y Paul D’Amour, junto a John Bechdel, pero semejante formación se merece una dirección clara, darles forma a canciones con mayor inspiración y ser parte de un disco a la altura estos sus músicos. Desconozco qué tiene en la cabeza Al Jourgensen, cuál será su siguiente paso, si de verdad esto es el fin de Ministry, si es cierto que todo se acabó, pero la banda da la sensación de estar en su estertor final. Si alguien me preguntase cómo entrar en el mundo de Ministry para entender su importancia en la música, desde luego que no recomendaría “Hopiumforthemasses” (20204), ni nada de lo grabado en los últimos quince años, pero quizá me esté complicando y tomándomelo todo demasiado en serio, quizá sólo sea divertirse y tal -como dicen muchos- pero prefiero caminar descalzo sobre un sendero de piezas Lego a volver a escuchar este álbum.

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Crítica: Judas Priest “Invincible Shield”

Presente, aquí estoy, fui uno de aquellos que elogió “Firepower” (2018), cuando todavía muchos no se atrevían a escribirlo, como su disco más inspirado desde “Painkiller” (1990) y no exageraba, pude verlos en aquella gira hasta en tres ocasiones y repetiría sin ninguna duda, “Firepower” (2018) es un álbum soberbio en el que no hay puntos muertos, la genialidad no decae en ningún momento pero, siendo sincero, cuando su gira acabó no terminaba de gustarme que Faulkner asegurase que las canciones de su nuevo álbum fuesen más extensas, tampoco el que Halford se aventurase a decir que sería un disco muy distinto, con diferentes colores y gusto por el progresivo pero tras más de diez escuchas, puedo asegurar que “Invincible Shield” (2024) es casi un sobresaliente, algo totalmente inaudito para una banda que ha firmado su decimonoveno disco con una salud creativa envidiable y, más aún, porque soy de los que sufrí los noventa e incluso su “Angel Of Retribution” (2005), tras el subidón de contar de nuevo con Rob, se mostraba como un disco menos lustroso de lo que en apariencia prometía, por no hablar del horroroso “Nostradamus” (2008) y el flojito “Redeemer Of Souls” (2014), que parecía algo mucho mejor tras aquel conceptual. 

Con Halford alcanzado sus estratosféricos agudos, Tipton en el estudio, Hill y Travis, además del incombustible Faulkner (que se ha ganado la simpatía tras años de duro trabajo, además de ser un guitarrista extremadamente dotado) y, por supuesto, la ayuda de Andy Sneap tras los mandos del estudio, Judas Priest lo han vuelto a hacer y, a veces pienso, que si no fuese el maldito tiempo el que juega en su contra a consta del paso de los años, si fuese por ellos, tendríamos otros veinte o treinta años a un nivel envidiable. Puede parecer una estupidez lo que acabo de escribir, pero, piénsalo, los Judas actuales no luchan contra el aburrimiento, no se duermen en los laureles, no graban discos en serie, no se han acomodado y acusan la falta de inspiración, todo lo contrario, han grabado dos discos a un maravilloso nivel que los sitúa, de nuevo, a la cabeza.

El comienzo con “Panic Attack” ya evidencia esto que escribo, su comienzo evoca a los setenta y el rock progresivo, las guitarras tardan en entrar tras la introducción, poco a poco construyen la tensión, más de un minuto, y es Travis el que marca el paso a las sirenas, con Halford sonando como si tuviese treinta años menos, con su característico tono. Si no me falla la memoria, creo haber visto a Judas unas once veces en directo y recuerdo que su gira Epitaph me causó mucha impresión, fui testigo de cómo subían a Halford sobre su mítica moto, también cómo lo ayudaban a bajar y pensé que era el final de la banda, pero me equivocaba, porque lo escucho en “Panic Attack” (además de haberlo visto varias veces en los últimos años, sobre el escenario y en persona) y lo siento en forma, a pesar del paso del jodido tiempo. Los solos de la canción son una auténtica locura, nos llevan a sus lomos, como caballos enfurecidos, a toda velocidad, y es así como suena "The Serpent and the King", con Halford estrangulando sus cuerdas vocales y, de nuevo, las guitarras a toda velocidad, sobre el acelerado tempo de Hill y Travis, rompiendo únicamente en el estribillo, de manera pegadiza, como si tuviesen prisa por llevarnos a “Invincible Shield” y su épica, como si Halford dijese: “Si os ha gustado lo que ha sonado hasta ahora, esperad a escuchar lo que os tenemos reservado”, una auténtica avalancha de licks entre riff y riff, como si les sobrase esa inspiración que antes mencionaba, con un puente auténticamente brutal antes de los estribillos. “Devil In Disguise” es un medio tiempo inspiradísimo, como hacía tiempo que Judas no firmaban, como “Gates Of Hell” y su sonido de clásico atemporal, capaz de erizar el vello de cualquier amante de la música, mientras que “Crown of Horns” es puro AOR y se clava con la misma fuerza en tu memoria, que en tu pecho una canción como “As God Is My Witness”, con Judas Priest sonando como sólo ellos saben. 

“Trial By Fire” dota de un poquito de oscuridad al reluciente escudo que Judas han forjado y aporta un poquito de melodrama en las melodías, hasta ese estribillo rabioso con el que remata Halford, como "Escape From Reality" demuestra que pueden sonar más actuales que muchos de sus contemporáneos, aunque lastre la recta final, como "Sons Of Thunder" les hace pisar el turbo con mucho groove y Faulkner enloquecido, hasta el magnífico riff de “Giants In The Sky”, a modo de muro para firmar una de las canciones con más fuerza de “Invincible Shield” y un final gigantesco, nunca mejor dicho, pero perfecto, con Halford dejándose la garganta, para este nuevo álbum (por no mencionar una de las canciones extra que acompañan la edición de lujo, “Fight of Your Life", que cualquier otra banda habría publicado como single o esa otra joya que es “Vicious Cycle”). Cuesta no emocionarse con semejante esfuerzo de Judas Priest, una banda cuyo núcleo duro lo forman cuatro músicos septuagenarios capaces de sentar auténtica cátedra de excelencia musical con su arte. Así es, no le des más vueltas, Judas Priest son enormes.

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Crítica: Ace Frehley “10,000 Volts”

Si me pinchas no sangro, si alguien me hubiese contado que Ace Frehley, en pleno 2024, sacaría un buen disco de rock, sin complicaciones, con canciones resultonas y pegadizas, habría pensado que me estaba mintiendo, no porque dudase de él sino porque no me esperaría un nuevo álbum como este. Y es que el bueno de Ace lo ha tenido difícil en los últimos años, es cierto que ha mantenido el tipo con discos como el excepcional “Anomaly” (2009) o resultón era “Space Invader” (2014) -en el que, además, pude disfrutarle en su gira en solitario- y, en menor medida “Origins Vol.1” (2016) y su consecuente volumen, “Origins Vol.2” (2020), “Spaceman” (2018) en una carrera que parecía en estado de hibernación con “Trouble Walkin’” (1989), “Frehley’s Comet” (1987) y, por supuesto, el estupendo “Ace Frehley” (1978) pero si escribo asegurando que han sido años difíciles es porque el cruce de declaraciones no le han sentado nada bien y sus ex compañeros han aprovechado para cargar con toda su artillería, nada que objetar a Gene o Paul (les debo demasiadas horas de diversión, como compañía), pero la imagen pública de Ace quedaba en entredicho cuando confirmaban su poca participación en aquel magnífico regreso de la formación original que supuso “Psycho Circus” (1998) y saber que el bueno de Kulick había tocado más o Thayer era la guitarra principal, descubrir que Ace prefería pasarse el tiempo jugando al cinco contra uno, en lugar de ensayar y todo aquello que Gene o Paul creyeron conveniente airear y que, en mi opinión, concluye con el desaire definitivo y es el supuesto último concierto de la banda sin ningún tipo de guiño o presencia de Peter o Ace pero tampoco Vinnie o el mencionado Kulick, habría sido fantástico ver a cualquiera de los cuatro músicos, compartir unos segundos con Kiss en lo que parece ser su último concierto. Pero, lo cierto es que Ace o su mánager ya lo sabían o lo esperaban y sus seguidores, por desgracia, también lo intuíamos, pero lo que nunca podríamos haber esperado es la publicación de un disco como “10,000 Volts” (2024) que, no nos engañemos, no es capaz de mirar de frente a “Space Invader” (2014) o “Anomaly” (2009) pero suena fresco y entra de un tiro.

Es hacerlo sonar y “10,000 Volts” atruena magníficamente bien, con fuerza y gancho, además de ese puntito simpático que tan bien sabe manejar Ace, hard rock despreocupado para aliviar nuestras penas, buen estribillo y coro, solo sabroso y en el momento adecuado para enlazar con el puente y, de nuevo, el estribillo. Simple como el funcionamiento de un botijo, pero efectivo, tanto como el single “Walkin’ On The Moon”, un medio tiempo con un videoclip de auténtica serie B, pero guitarras 100% reconocibles y una melodía magnífica, Ace sabe lo que se hace y tiempla los ánimos con “Cosmic Heart” hasta el estribillo lleno de sabor, para volver a subirnos a la montaña rusa con “Cherry Medicine”, con la batería de Anton Fig totalmente pensada para el directo, un estribillo de tinte adolescente y directos al corazón con la balada, “Back Into My Arms Again”, sonando plenamente ochentera, para encarar el cambio de cara de manera mucho más fiera en “Fightin’ For Life” y un estribillo puramente Kiss.

Es verdad que hay canciones que no pegan tanto, que el disco no funciona como un todo pero también que no baja el nivel estrepitosamente y cuando suena el cencerro de “Blinded” es inevitable no sonreír y sentirse como en casa (si lo tuyo, como lo mío, son Kiss, si no olvídate), una magnífica subida de nivel en “Constantly Cute” e intensidad en “Life Of A Stranger” con el órgano de Eric Ragno dotando la canción de la carga emocional que necesita, para concluir con la divertida (de nuevo, plenamente Kiss), que es “Up In The Sky”, como auténtico cierre, ya que “Stratosphere” es una instrumental interesante pero tan sólo puede ser entendida como coda del álbum. Un disco que no nos descubre nada nuevo, al que muchos no le darán siquiera su oportunidad, pero que es tan ligero, agradable y divertido que es capaz de borrar el nubarrón más gris de tu vida y confirma innecesariamente el talento de Ace, pero eso tú y yo ya lo sabíamos.

© 2024 Conde Draco
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Crítica: Bruce Dickinson "The Mandrake Project"

Cada vez que he escrito que los últimos discos de Iron Maiden no están a la altura de su nombre, de su leyenda, no han sido pocas las personas que me han escrito indignadas, pero creo que “The Mandrake Project” (2024), el séptimo disco de estudio en solitario de Dickinson, evidencia lo ocurrido y es cuando se le empiezan a ver las costuras al propio vocalista. Ni Maiden, ni Dickinson tienen que demostrar absolutamente nada a nadie, su nombre está escrito en letras doradas en la historia de la música. Pero, resulta imposible negar que el regreso de Bruce a Maiden fue todo un éxito, algo lógico para ellos y para el vocalista que vivieron la mitad de las noventa, como muchas otras bandas, en una constante lucha por mantener su identidad frente a un público más interesado en otros sonidos. Como digo, “Brave New World” (2000) fue un auténtico éxito, pero algo comenzó a ocurrir en el seno de la banda con "Dance of Death" (2003), un disco claramente menor que los introducía en canciones de otro calado y los acompañarían durante los cinco discos posteriores al regreso de Bruce, hasta el reciente “Senjutsu” (2021), con composiciones generalmente más extensas y esos coqueteos de hard rock con progresivo que Iron Maiden, con su habitual genio, resuelven con maestría pero que nunca he tenido la menor duda que procedían de la mente de Dickinson, obsesionado por llevar a Maiden un paso más allá, justo donde no les corresponde porque los británicos nunca han tenido miedo a dejarse llevar en canciones que sí requerían minutaje como, por ejemplo, "Rime of the Ancient Mariner", pero nunca por obligación, "Empire of the Clouds", cuando la composición no lo requería y obedecía tan sólo a la necesidad, a veces egomaníaca, de Bruce Dickinson (estoy seguro de que muchos no querrán seguir leyendo, pero no importa, soy de los que sigue prefiriendo escuchar cualquiera otra canción en directo que "The Red and the Black", "Tears of a Clown", "The Parchment" o la aburridísima "Paschendale", que ya tuve que soportar durante aquella gira en la que el público permanecía sentado mientras sonaban las canciones más recientes). 

Que sí, que Bruce es un hombre renacentista, que sí, que hace esgrima, escribe libros, pilota aviones y, seguramente, hará un risotto de muerte, pero nada de eso hará que trague con todo lo que graba; como ocurre con este “The Mandrake Project” (2024), que él mismo se ha encargado de promocionar y asegura que en su gira no habrá ningún aderezo que valga (literalmente, dicho por él; no habrá monstruos, muñecos o escenografía), tan sólo cuatro tipos defendiendo su música, como si los seguidores de Maiden fuésemos seres unicelulares que sólo nos emocionamos por ver a Eddie y no a cinco músicos colosales dando lo mejor de sí mismos, que es lo que, precisamente, se echa de menos en “The Mandrake Project” (2024), cuando a Dickinson le acompañan Roy Z (con quien firma seis temas de los diez del disco, algo incomprensible), Dave Moreno, Mistheria y la colaboración de Chris Declerq en “Rain of The Graves” y Gus G en “Eternity Has Failed”, en un álbum en el que falta la genialidad de Dave Murray, Adrian Smith o Janick Gers y, por supuesto, el ritmo y las vibrantes líneas de Steve Harris y Nicko pero que, además, no soporta la comparación con “Tattooed Millionare” (1990), “Balls To Picasso” (1994), “Accident of Birth” (1997) o “The Chemical Weeding” (1998), siendo, posiblemente el disco más aburrido de Dickinson hasta la fecha si lo comparamos en su propia liga, con sus esfuerzos anteriores, olvídate de compararlo con cualquier cosa que haya grabado con Maiden o lo que están haciendo otras bandas (de metal o no) y otros artistas de cualquier tipo de género, porque si este disco no lo hubiese firmado Dickinson, posiblemente, ni tú ni yo lo hubiésemos escuchado.

"Afterglow of Ragnarok" tenía que ser el primer single porque es, literalmente, la única canción para enganchar a un posible comprador, es oscura y contiene algo de groove, el estribillo es ligeramente pegadizo y Bruce suena bien, aunque desganado, sobre una base musical tristona y apagada, sin brillo, en la que todos los instrumentos parecen tener la misma presencia, muy similar a lo que encontramos en "Many Doors to Hell" con la incomodidad que supone encontrarse con la voz de Bruce demasiado procesada, por lo demás, arreglos en segundo plano y coros en el estribillo, pero ni un solo riff o solo con el que la banda destaque, teniendo en cuenta que los dos ases del disco han sido disparados en las dos primeras ocasiones y lo que nos espera es el auténtico descenso con la aburridísima "Rain on the Graves" y el solo de Chris Declerq, un medio tiempo que se hace eterno, la percusión irritante de "Resurrection Men" con aires de western timbalero, guitarras planísimas, dignas de una maqueta, Dickinson fuera de tono en algunos momentos y una parte central que suena a chiste con el bajo de Roy Z dando vergüenza ajena. "Fingers in the Wounds" arregla las cosas, de no ser por los aires orientales y la obsesión por sazonar con demasiadas especias canciones que no se podrían arreglar a no ser que acaben en el cubo de la basura de Protools o Cubase, ni causar interés aunque metiese a un centenar de zíngaros y mariachis, con letras totalmente infantiles (¿cómo es posible esta desgana?), algo en lo que ahonda aún más en “Eternity Has Failed" (en la que lo único que merece la pena es el solo de Gus G), un poco de nervio en “Mistress of Mercy" (quizá la tercera canción que podría salvar de la quema), antes del subidón de azúcar que es "Face in the Mirror" y Dickinson arrastrándose por las estrofas, sin su habitual fuerza o carácter (y no me refiero a lo grabado con Maiden sino en su propia carrera en solitario) y el tedio más absoluto para cerrar el disco con "Shadow of the Gods" y sus siete minutos o "Sonata (Immortal Beloved)" con sus diez y esa base programada, todo un bajón en el que no cabría mayor castigo de no ser porque cualquiera podría amenazarte y llegar a torturarte con escuchar de nuevo este “The Mandrake Project” (2024) o el sufrimiento que deben soportar estoicamente sus seguidores más fundamentalistas que justificarán cualquier cosa, desde British Lion a “The Mandrake Project” (2024) y, sin embargo, están por encima de cualquier cosa que firme Blaze Bayley que, firmando discos propios de la serie B más absoluta, parecen por encima de este último esfuerzo de Dickinson (riamos juntos, que aquí hay para todos).

Es por eso que preguntarnos qué ha podido pasar sería pecar de inocencia o hipocresía cuando todos sabemos el pie del que cojea Dickinson, las ansias de un músico genial que necesita del contrapeso de sus cinco socios habituales y que es capaz de lo mejor, por supuesto que sí, pero también de grabar cosas como las que nos ocupan. “The Mandrake Project” (2024) es uno de los peores discos de Dickinson y una gran decepción para quien se esperase un “Tattooed Millionare” (1990) o “The Chemical Weeding” (1998), pero eso ya lo sabíamos todos, tú y yo también. Tres canciones, el resto es purrela de la buena, lo firme Dickinson o quien sea.

© 2024 Jota Jiménez
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Crítica: Borknagar “Fall”

Cuando pienso en Borknagar, a mi cabeza vienen muchos recuerdos escuchando sus canciones pero, fundamentalmente, imagino al trío conformado por Øystein G. Brun, Lars A. Nedland e ICS Vortex como un bastión noruego que resiste, contra viento y marea, cualquier moda porque, si lo pienso detenidamente, desde que publicaron su debut homónimo en 1996, la carrera de Borknagar ha atravesado ya casi tres décadas sin síntoma alguno de fatiga creativa, llegando incluso a regalarnos obra maestras tan redondas como ”True North” (2019) o este que nos ocupa, “Fall” (2024), traducido como catarata y no como otoño, dejando también por el camino joyas más recientes como “Urd” (2012) o “Winter Thrice” (2016), como si no les costase nada en absoluto sentarse a escribir y sus musas estuviesen repletas de inspiración. Borknagar, a diferencia de sus vecinos más célebres, prosiguen firmando grandes discos, alejados de los focos de atención, pero trabajando duramente como artesanos en sus canciones. De este modo, “Fall” (2024) prosigue el viaje de “True North” (2019), no es una continuación como tal porque el oyente no necesitará de la escucha previa del anterior pero Borknagar sí pintan con los mismos colores, paridos en los fiordos, una propuesta musical tan imaginativa y trabajada como de costumbre, con una atención inusitada por los detalles, gracias los fastuosos arreglos de Lars, sus voces melódicas en unión con las de Vortex, y la orfebrería habitual de Øystein, sin desmerecer en absoluto el trabajo de Bjørn en la batería y Jostein ayudando con las guitarras, dos músicos que llevan en la banda seis y cinco años, pero cuya aportación está a la altura de la leyenda.

El duodécimo álbum de Broknagar se abre con la bella “Summits”, en la que es literalmente imposible expresar con palabras la belleza que son capaces de capturar en sus ocho minutos; los zarpazos de black desbordan en la primera escucha hasta el cambio melódico, pero todo con tal elegancia y gusto que, cuando menos te lo esperas, te sientes atrapado por las atmósferas creadas por Lars y las guitarras del dúo, creyendo alcanzar las nubes cuando la distorsión toma la su señal y también parece teñir la voz, hasta la llegada de “Nordic Anthem” y la constatación de que “Fall” (2024) sea, sin exageración alguna, quizá el mejor álbum de Borknagar y uno a considerar entre las primeras posiciones de este 2024, “Fall” (2024) huele a clásico atemporal y la apertura coral de “Nordic Anthem” así parece anunciarlo, siendo una canción que parece un mantra hasta la evocadora “Afar” o el tornado invernal que es “Moon”, en la que hacen exhibición de velocidad y poderío, mientras que “Stars Ablaze”, sin ser la mejor del conjunto, es un auténtico bombazo melódico que mantiene el altísimo nivel del álbum (las guitarras son magníficas), hasta la auténtica traca final que comienza con “Unraveling” y su fortísimo encanto vikingo (pagano, no de cuerno, cerveza y fuego circense, como el de los últimos Amon Amarth y la caricatura en la que se han querido convertir) o la pura oscuridad que es “The Wild Lingers” en su vuelo hasta la final “Northward” en la que Borknagar parecen desatarse por completo y, durante sus diez minutos, mezclar con generosidad tanta belleza como agresividad.

Resulta increíble poder afirmar que una banda con tres décadas a sus espaldas pueda haber firmado su mejor álbum hasta la fecha, pero “Fall” (2024) es único, ¿por qué el gran público adora cada trabajo de Enslaved y, sin embargo, los de Borknagar no reciben las mismas loas y respuesta del gran público? En mi opinión, amando la obra de ambos, sólo hay una explicación y es el desconocimiento mezclado con el postureo. Borknagar no sólo han firmado otra obra maestra con sabor noruego, sino que han dado un paso más en su carrera, el que lleva a la inmortalidad.

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Crítica: Job For A Cowboy "Moon Healer"

La última vez que escribí que a una banda que, supuestamente practicaba hard rock pero, en los últimos años, debido a su único interés por vender, su propuesta se había edulcorado tanto que acusaba una enorme falta de testosterona, un lector habitual afeó la expresión en mi crítica y me pidió una rectificación. Sin duda, porque él entendió una maldad que nunca hubo y también infirió que tener o no tener testosterona es bueno o malo, cuando, sin duda, es algo totalmente relativo. Pero, ¿cómo explicar determinados subgéneros, propuestas u obras si empezamos a castrar el lenguaje y cada uno lo entendemos como más nos conviene? Job For A Cowboy llevan veinte años repartiendo esta hormona, como muchas otras bandas, desde “Genesis” (2007) a “Sun Eater” (2014) y, tras aquel, el más absoluto de los silencios hasta este “Moon Healer” (2024), producido por Jason Suecof, Evan Sammons, Ronn Milier, Ermin Hamidovic y Tony Sannicandro, con una espectacular portada a cargo de Tony Koehl (que también se ocupó de la de “Sun Eater”), en el que la banda de Glendale parece sentirse cómoda ahondando en la propuesta planteada en su anterior álbum, en esa difusa línea en la que se dan la mano el death metal con el progresivo, algún elemento reminiscente de su época inicial más deathcore y la crítica social. ¿Echábamos de menos a Job For A Cowboy? Por supuesto que sí, la voz de Jonny Davy sigue siendo tan poderosa como siempre, las guitarras de Alan y Tony repletas de nervio, mientras que Navene Koperweis (Entheos) suena poderoso tras la batería en su unión con el, a veces Funky, bajo de Nick. ¿Cómo no iba a echar de menos semejante mezcla? Además, “Moon Healer” es un magnífico álbum que roza el notable más alto, una excepcional forma de volver al ruedo, reivindicar su lugar y demostrar que quien tuvo, retuvo, y Job For A Cowboy han vuelto por todo lo grande.

Es esa mezcla, esa por la que “Beyond the Chemical Doorway” comienza de manera magnífica, con un riff repleto de misterio que pronto coge más y más cuerpo hasta que la banda entra en tromba y Jonny nos deja sin aliento, el groove de la canción es poderosísimo y, como siempre, el juego de las dos guitarras; mientras una te atraviesa como una corriente, la otra teje la melodía, sin contar con el espectacular solo central. “Etched in Oblivion” logra cierta sensación de respiro, pero manteniendo la tensión gracias al martillo pilón en el que Navene parece convertirse, como “Grinding Wheels of Ophanim” es la mejor exhibición de técnica de Job For A Cowboy, una muestra de que pueden convertirse en una máquina de precisión sin perder ni un ápice de agresión, o el auténtico trallazo que es “The Sun Gave Me Ashes so I Sought out the Moon”, que desemboca en un death bruto tras el inicio dislocado y más centrado en el alarde que en el puñetazo. Igual que ese momento mágico en el que parecen centrifugar tu cerebro con “Into the Crystalline Crypts” y sus constantes vaivenes, en la que distingues perfectamente el trabajo en las líneas de Nick y esa forma tan característica de tocar, la contundencia de Navene y el trabajo de orfebrería de Alan y Tony. 

Pero “Moon Healer” todavía guarda grandísimos momentos como ese comienzo estelar de "A Sorrow-Filled Moon" con Nick haciendo de las suyas y la banda explorando nuevos territorios, con el mismo rotundo éxito de cuando transitan los ya conocidos, como ocurre con la frenética “The Agony Seeping Storm” y la espectacular “The Forever Rot”, como fin de fiesta, siendo la más extensa de todo el disco y resumiendo estos diez años de ausencia y la necesidad de volver a escucharlo una y otra vez. Sólo deseo que vengan de gira lo antes posible y no vuelvan a tardar diez años en publicar material, Job For A Cowboy siguen conservando el talento y los reaños, qué demonios…

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Crítica: Vitriol “Suffer & Become”

Gustándome su debut, “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), recuerdo que cuando lo escuché en aquel mundo previo a la pandemia mundial que nos tocó atravesar, aunque me gustó, debo reconocer que había una falta de contraste que, por momentos, y en aquellos días entendí como un bloque de hormigón contra el que podría estrellar mi cabeza una y otra vez. Había grandes canciones, la ejecución era perfecta, pero la sensación de agresión constante, la escasez de altos y bajos, de valles, hicieron que aquel disco sea uno de esos que uno aprecia con cada escucha y no tras una primera en la cual sentí que era descuartizado sin piedad, con oficio, pero sin esa gracia por la cual hasta un disco de Cannibal Corpse tiene sus momentos, a pesar de mantener su altísimo el nivel de electrocución. Escrito así puede parecer algo abstracto, pero no cuando el guitarrista de Vitriol, Kyle Rasmussen, también productor, aseguraba en entrevistas buscar la variedad entre la oscuridad inherente al espíritu de la banda y esas pinceladas de luz capaces de lograr el contraste y traer la alegría al oyente. Y de esa intención nace el disco que nos ocupa, uno de los mejores que he podido escuchar en los dos meses que llevamos de año, “Suffer And Become” (2024). Un álbum en el que la sensación de aniquilación de su debut se mantiene intacta, pero en el que Vitriol, además de ahondar en esa oscuridad, dejan espacio para luminosos solos, puentes repletos de groove y momentos auténticamente memorables en los que el death se da la mano con el black y otros subgéneros del metal. Si escuchas atentamente un primer disco tan bestial como “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), podrías acertar a adivinar que la banda posee un potencial enorme, pero es cuando pinchas “Suffer And Become” (2024) que entiendes que, si todo va bien y la fortuna les acompaña, Vitriol están destinados a granjearse un gran nombre ya que en ellos se dan ingredientes tales como el talento, la habilidad, la inspiración y una capacidad natural para componer grandes canciones que, a veces, recuerdan a viejos dioses noruegos y de Europa del este, pero también a esos norteamericanos que forjaron su poder en la soleada Florida a primeros de los noventa.

Y es que cuando suena “Shame and Its Afterbirth”, tras su onírica introducción, tienes la sensación de que la banda ha elevado a la enésima potencia todo lo mostrado en “To Bathe from the Throat of Cowardice” (2019), como si estuviésemos escuchando a unos jovencitos Cryptopsy, en una canción en la que Matt Kilner parece descargar una tormenta de rocas sobre ti, en comunión con el bajo de Adam Roethlisberger, y un magnífico trabajo de Kyle y Daniel en las guitarras, a medio camino entre los gruesos riffs del death y el caos armónico. Logrando ese buscado contraste con la musculosa, “The Flowers of Sadism”, ¡esto es lo que echaba de menos en su debut! Esta forma de buscar las costuras a su estilo, de cambiar de tercio sin perder la identidad, de no tener la sensación de estar escuchando una larguísima canción de cuarenta minutos sino una colección. Adam muestra su cara más agresiva y en “Nursing from the Mother Wound” la banda parece acelerarse e implosionar, rozando la síncopa de Archspire pero sin sonar tan técnicos o marcianos, mucho más orgánicos y de vuelta al groove, al sudor, con “The Isolating Lie of Learning Another” y la alternancia de caos y melodía, o la maravillosa “Survival's Careening Inertia”, en la que parecen transformarse en otra banda bien distinta y juegan con un formato acústico que, en lugar de hacerles perder altura, redondea su propuesta cuando la imbuyen de melancolía, antes de la tormenta y parecen convertirse en Fleshgod Apocalypse en “Weaponized Loss” gracias a la sensación épica que causan los coros, con Adam en plena liturgia, sermoneándonos como si se tratase de un hijo bastardo de Csihar o Nergal, para degollarnos en “Flood of Predation” y cerrar con lo que podría ser un futuro clásico, “I Am Every Enemy”, y la salvaje “He Will Fight Savagely”.

Es entonces cuando acudes a los créditos del disco y haces una búsqueda exhaustiva de estos cuatro músicos y te das cuenta de que esta banda funciona como una máquina, que nada podía salir mal en semejante experimento cuando en su currículum están involucrados miembros de Those Who Lie Beneath, Atheist o At The Gates. Sólo espero que esa fortuna anteriormente deseada los acompañe y permita crecer aún más, darse a conocer y poder seguir componiendo, porque el nivel mostrado en este “Suffer And Become” (2024) que, desde ya, entra a formar parte de los mejores discos de este año con tan sólo dos meses de vida, es sencilla y llanamente, brutal.

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