A través de eones con ASTRALBORNE

Más intenso y épico aún, puro death metal melódico desde Ohio.

La versión del "Morbid Visions" de CAVALERA

A falta de la rabia de la juventud de SEPULTURA, los hermanos lo suplen con la potencia de la madurez.

ORBIT CULTURE regresan con "Descent"

Graban la continuación de "Nija" con menos riesgo e inspiración, sonando igual de potentes, pero carentes de la magia de su predecesor...

Crítica: Thy Art Is Murder “Godlike”

Qué triste resulta vivir los tiempos que nos toca respirar y ser testigo de cómo es imposible pensar diferente, simplemente opinar, algo que escape a la corriente generalista, en esta sociedad afectada y mojigata en la cual los oprimidos siguen estándolo, los marginales siguen siéndolo y las diferencias se siguen acrecentando (en educación, salud, economía, allá donde mires) pero existe esa falsa sensación de seguridad por la cual, la gran masa y siempre en público, se ha convertido en jueces de sí mismos, logrando lo imposible; si no piensas igual, serás cancelado. En este caso ha ocurrido con CJ Mcmahon de Thy Art Is Murder y sus comentarios tránsfobos. ¿Comulgo con ellos? ¿Estoy de acuerdo en algo de lo que Tom Araya pueda opinar de inmigración o el partido republicano y Trump? ¿Debo asentir con lo que aquellos que graban, escriben o pintan opinan? ¿Es lo mismo pensar que hacer? Por supuesto que no, nada de eso, no se trata del tan temible “si piensas como ellos, mereces lo que ellos” porque eso suena más temible en nuestras bocas que en las de los supuestos “malos”, pero me gustaría seguir creyendo en la madurez y la libertad de elección; de poder escuchar lo que me de la real gana y dejar de escucharlo, asistir o no a un evento, dejar o no de leer a un determinado autor si sus ideas me resultan reprochables, en lugar de exigir o aumentar la presión para que cancelen a, en este caso, a un artista. Somos nosotros los que tenemos que decidir qué y cómo lo hacemos, no forzar o condenar al ostracismo, cancelar o llevar a la hoguera. Si aquellos que nos consideramos que estamos en el lado correcto, terminamos actuando como aquellos a los que detestamos, seremos peor que ellos.

McMahon se entera de que ya no forma parte de Thy Art Is Murder al mismo tiempo que nosotros, sus seguidores, y la banda anuncia que, para colmo, han eliminado sus pistas en el álbum que nos ocupa, “Godlike”. ¿Cómo puedo sentirme si la entrada que guardo en mi bolsillo desde hace meses o el disco que he comprado en preventa no incluye al vocalista que quiero escuchar? ¿Qué puedo pensar de una banda que argumenta que no ha sido únicamente por los comentarios tránsfobos sino por otras circunstancias que hacían insoportable la presencia de McMahon en Thy Art, pero no tiene la decencia de informar al propio vocalista antes de borrar las pistas o anunciar su despido? ¿Qué podemos pensar de una banda con cinco discos y una carrera de más de una década que toma decisiones guiada por los comentarios en redes sociales de aquellos que hoy les siguen y mañana no? ¿Y si dentro de cinco años descubrimos que el nuevo vocalista, del que todavía no han soltado prenda, pero ya muchos presuponen quién puede ser, es un auténtico hijoputa, van a borrar sus pistas también? ¿Acaso no vale la disculpa de McMahon? Joder, qué perfectos deben ser el resto en su propia conciencia como para erigirse en jueces.

Pues esto, amigos míos, es lo que Thy Art han conseguido con “Godlike”, que todo el mundo hable de McMahon y no del disco, que muchos se cuestionen si es o no CJ. Que yo mismo acuda al promo digital que recibí hace semanas y lo compare con lo que suena en Spotify, que todo el mundo rece porque la preventa del vinilo ya prensado incluya a CJ por una cuestión de que quieren la obra tal y como la parió la banda y no un nuevo vocalista que cante su pista como si de un karaoke se tratase, a dos semanas y media de que la banda pase por nuestro país y nos haga comulgar con ruedas de molino. “Godlike” es un buen disco que se ve empañado por esta polémica, “Destroyer Of Dreams” es brutalísima, con las guitarras de Marsh y Delander sonando gruesas sobre el martillo pilón de Beahler, hasta la introducción de “Blood Thrown” -que es muy similar a la anterior- y eleva el trabajo de Beahler a la enésima potencia, sonando aún más gruesa, con más músculo que la anterior, mucho más grave y con un trabajo magnífico en las guitarras, como las ya conocidas “Join Me In Armageddon” o “Keres”, dos ejemplos estupendos de cómo Thy Art se aferran a su estilo y, sabedores de lo que queremos, graban dos canciones de puro deathcore. “Everything Unwanted” es brillante en la introducción hasta el doble bombo de Beahler en el que la canción parece tensarse y gana dramatismo con los arreglos. El riff inicial de “Lessons In Pain” con el breakdown y la letra en que nos instan a suplicar por nuestra salvación, nos sumerge en un terreno auténticamente maligno y violento, cuando la guitarra juega con los agudos y alterna con un riff mucho más grave, como “Corrosion” parece electrocutarnos y “Anathema” aumenta la presión con el doble bombo, despidiéndonos con un medio tiempo como “Bermuda”, más que apropiado para abandonar el disco con una sensación mucho más sombría aún.

Por el camino, aún más dudas, ¿quién se calzará las botas de CJ? ¿Regresará el polémico pero carismático vocalista? ¿Esa misma gente que pide su cancelación, será la que luego llene la misma sala cuando vengan As I Lay Dying, se reirán de Mina Caputo, llamarán rancios a Kiss o acudirán en masa al concierto de Mötley Crüe? Sin duda, son tiempos complicados, cuando un descuartizador es tratado como un guapo y bronceado surfista ajeno a lo que hacía, las víctimas son poco menos que culpables por llevar minifalda y se nos amenaza con la más absoluta de las censuras, simplemente, por disentir. Seguiremos informando, pero todo pinta mal y no tiene visos de arreglarse.

© 2023 Conde Draco

Crítica: Baroness “Stone”

El primer disco de Baroness en el que se alejan de la tendencia tan rígida de bautizar cromáticamente cada nuevo lanzamiento, nos da la razón a todos aquellos que criticamos negativamente “Gold And Grey” (2019) por su horrible sonido, su falta de ideas y grandes canciones, ya que la banda de John Baizley parece haber escuchado a sus seguidores y haber cambiado la producción, aún a sabiendas de que John -seguramente, en su frágil dignidad de artista herido- recurra a la incomprensión y piense que no tenemos ni idea de nada, no sabemos lo que queremos y no entendemos el supuestamente flamante sonido de “Gold And Grey” (2019), pero la banda ha claudicado y cambiado, por lo que la escucha de “Stone” (2023) no se convierte en una experiencia traumática como sí ocurría con el anterior. Pero, ¿quiere decir que este nuevo álbum sea sobresaliente a pesar de ser el primero en presentar una formación estable en la última década, tras la incorporación de Gina Gleason? No, nada de eso. Pero vayamos poco a poco y entendamos lo que pretendo transmitir cuando digo que me considero una persona abierta de mente, que hace uso con gusto de toda la tecnología posible que le rodea para facilitarle la vida e incluso mucho más allá. Pero, jamás de los jamases, nunca entenderé que una banda -un colectivo humano con la música como nexo de unión- utilice la videoconferencia para discutir o debatir sobre algo tan orgánico, tan vivo como la música, en lugar de sudar la guitarra en el local de ensayo, de cortarse las yemas de los dedos con las cuerdas sobre el diapasón y eso es lo que ha ocurrido con “Stone” (2023) de Baroness, un disco que es, claramente, de transición cuando su naturaleza es totalmente rupturista pero que picotea de aquí y de allá sin marcar una dirección clara, con canciones no tan inspiradas como aquellas de “Purple” (2015), un disco que me encanta a pesar de no contener las ideas de “Red Album” (2007) o “Blue Record” (2009), pero con el que todos deberíamos contentarnos con la eterna comparación con “Gold And Grey” (2019) y el aprobado. “Stone” (2023) parece un disco demasiado cerebral (no por complejo) pero si por lo obtuso del resultado cuando se siente completamente maquinado y pensado, pero uno no siente la excitación de antaño, basta escuchar “Anodyne” para sentir el cansancio de una banda que parece muera en vida o bostezar con lo pretencioso de “Choir” y sus impostadas voces narradas y efectos; no me asusta porque no la entienda, que lo hago, es que me aburre soberanamente.

Hay buenos momentos, esos en los que la engañifa casi nos convence, como cuando Baroness se visten con camisa de cuadros de franela y juegan a ser más Americana que Wilco, para estallar con “Last Word” y su trepidante riff. ¡Han vuelto!, exclamé loco de excitación para, segundos después, caer en mi propio error cuando llegaba al puente y, a excepción de las dobles voces, la canción no conseguía atraparme. Con todo, “Last Word” es quizá el mejor comienzo desde “Purple” (2015), aunque eso sea decir poco pero no sea culpa mía, sino de ellos. Como “Beneath The Rose” también resulta prometedora en sus primeros compases con Thomson haciéndonos creer que estamos escuchando a Opeth o King Crimson, la guitarra dibuja el riff principal y Gina le acompaña pero, a pesar de su pulso nervioso, la sensación es de estar escuchando una canción flojera de primeros de los noventa del sello Sub Pop, con ese narrado de John, a lo que no ayuda la continuación en la citada “Choir”, logrando que la sensación de reflujo sea insoportable, alargando innecesariamente el experimento. Baroness vuelve a jugar a calzarse las botas de los de Chicago en lo que podríamos catalogar como el absurdo mestizaje entre Baizley/Tweedy, Wilconess o Baronwilco, pero “The Dirge” suena así, como “Anodyne”, a pesar del músculo es la hermana pequeña de “Beneath The Rose” y no aporta nada al álbum.

Tomando la senda de los Opeth más lúgubres, “Shine” me parece brillante por su cambio de ritmo, como “Magnolia” es quizá de las mejores de la recta final, gracias a ese pulso entre Thomson y Jost con las guitarras de Gina y Baizley, mientras que “Under The Wheel” parece un descarte, puro relleno, hasta que Wilconess vuelvan a hacer aparición con la final “Bloom”, una auténtica pena. Los auténticos fundamentalistas de Baroness clamarán por la exótica belleza de “Stone” (2023), defenderán sus rarezas y la nueva dirección que está tomando la banda cuando lo que muchos sentimos es que tras “Yellow And Green” (2012) las cosas comenzaron a torcerse y el espíritu de su música ha comenzado a diluirse, siendo inversamente proporcional a su popularidad. ¡Qué exagerado, qué dramático! Lo que quieras, pero esta vez no pasaré por caja y, por cierto, ya que estamos; la portada tampoco alcanza la brillantez de entregas anteriores, algo pasa y no eres mejor fan por obviarlo.

© 2023 Conde Draco

Crítica: Tesseract "War Of Being"

Pocas bandas conozco a las que la pausa impuesta por la pandemia parezca haberles sentado tan bien. Pero es que, Tesseract, llegaron a esta de la mejor forma posible, tras haber publicado un disco tan notable como “Sonder” (2018) y haberlo presentado, con lo que han tenido tres años de pausa para componer, ensayar y meterse en el estudio para grabar “War Of Being” (2023), en definitiva, lo que pocas bandas hacen cuando no invierten tiempo en escribir o se creen que con tocar en directo lo de siempre, no hay necesidad de invertir tiempo en el estudio para probar nuevas ideas, explorar, hablar de la dirección y llegar, lo más afinados posibles, al estudio en el que ya sí grabar lo que está más que digerido. Sin embargo, a Tesseract les ha ocurrido lo contrario y es que, a tenor de lo que escuchamos en “War Of Being”, da toda la sensación de que han trabajado y llegado al estudio con los deberes hechos; no sólo no han parado de girar sino de componer y eso, quieras o no, se nota y marca la diferencia frente al resto. Además, se atreven con un disco conceptual en el que, lejos de los mismos rollos de siempre que otros artistas se empeñan en musicalizar (¿alguien se acuerda de aquel auténtico bodrio de historia de “The Astonishing”, 2016, que Dream Theater se sacó de la manga y empeñaron en grabar, alargando un disco cuyos cimientos no daban más de sí?) cuentan las historia de dos personajes (Ex, Ei, si no me equivoco) cuyos temores les hacen plantearse su propia existencia, mientras huyen de su tierra, siendo Tesseract tan hábiles como para, a través de sus versos, tocar temas tan universales como ese miedo que nos paraliza y no nos deja avanzar. En “War Of Being” no hay grandes ni rocambolescas historias sujetas con pinzas, sino la guerra diaria de cada uno de nosotros por, simplemente, abrir los ojos y debatirnos en nuestra existencia y su lucha diaria.

Para colmo, Tesseract parecen estar en la auténtica cima de su carrera en cuanto a lo musical; la voz de Daniel es una verdadera joya, repleta de versatilidad, por la que puede cantar de manera más agresiva e incluso gutural, pero también rasgada o con dulzura, cuando la canción lo requiere, conservando su bonito tono, mientras que Amos y Jay forman una musculosa base rítmica capaz del djent más sincopado pero también del metal progresivo más convencional pero potente o incluso la fusión, caso aparte es el de James o Acle, dos guitarristas cuya mano aparece cuando debe pero que, dependiendo de la canción, suenan de una manera u otra (dos ejemplos, “Natural Disaster” o “Legion”). Así que cuando Tesseract arrancan con “Natural Disaster”, a uno no le extraña en absoluto que “War Of Being” tenga quizá uno de los comienzos más salvajes de los británicos y cómo nos rompen la cintura con su bonita melodía, Daniel está pletórico mientras que la banda parece rozar cotas épicas nunca antes alcanzadas, cuando lo que plantea “Natural Disaster” es un auténtico viaje contenido en seis minutos, para el que el oyente ha de poner toda su atención si quiere disfrutar de semejante bocado gourmet. “Echoes” es mucho más accesible, más melódica, con una grandísima línea de bajo de Amos, demostrando el sonido clásico de la banda, pero renovado, más fresco y actual que nunca, Daniel se balancea entre el golpe de efecto y el falsete, repleto de lirismo, para emplear el diálogo entre la cuchilla de su garganta y su voz más melódica en la djenty “The Grey”, quizá la más fácil para sus seguidores más veteranos.

“Legion” es una de mis favoritas gracias a las guitarras de Acle y James, mientras que Daniel hace una auténtica exhibición de su rango vocal, llevando el dramatismo de la canción hasta el nudo de esta, cuando se sincopa y requiere un fraseo completamente diferente. “Tender” nos da algo de respiro, pero resulta emocionante y no es posible relegarla al papel de interludio, ya que es una de las más bonitas del disco en el minimalismo de su acompañamiento y cómo estalla en el último minuto, pero también es cierto que la canción que da título al álbum, “War Of Being”, es un auténtico monstruo de once minutos en el que la banda construye, poco a poco, una canción repleta de tensión pero también momentos de introspección para los que hay que estar, sí o sí, atentos. “Sirens” posee varias capas y, muy al estilo de “Tender”, nos muestra a unos Tesseract más nocturnos y menos exagerados en su requiebre, sorprendiéndonos precisamente por eso, por su capacidad para mantener el interés en una canción que se une con la electrónica de “Burden”, en la que la que importa es el sabroso groove de Amos y Jay, hasta la final “Sacrifice” y la euforia de unos músicos que parecen saber que lo han logrado y, como si de un directo se tratase, despliegan todo su virtuosismo en los diez minutos restantes.

Tesseract han logrado un disco técnicamente perfecto, sin hacer ruido y trabajando, adelantándose a su propio futuro, sin prometer sino viviendo el presente, grabando “War Of Being” han despegado respecto al resto. Uno de los grandes discos del año, sin duda alguna.

© 2023 Conde Draco

Crítica: Marduk "Memento Mori"

No han sido años fáciles para Marduk, merecido o no, la única verdad es que da la sensación que los suecos han querido seguir jugando en el infantil mundo acomodado de su adolescencia, confundiendo el deseo de elevar al cubo la maldad de su música y esto se ha terminado desdibujando con lo que política y moralmente es inaceptable: como un ser antediluviano que ha de adaptarse, de golpe y porrazo, a pedir comida a domicilio y legitimar su propio pensamiento a través del buenismo de redes sociales. Marduk siempre han jugado en la cuerda floja y parecen haber terminado por quemarse. A este juicio, en el que no me extenderé y profundizaré, nos quedan dos opciones; seguir escuchando su música y esgrimir la hipocresía del consabido “matar al artista” para poder disfrutar de sus canciones previa tirita y esparadrapo o, por el contrario, comenzar a eliminar artistas de nuestras vidas por no coincidir con nuestro canon ético y político, sin terminar de saber o conocer toda la verdad, dejándonos llevar únicamente por lo que nos llega; sin duda, son tiempos complicados, mayormente porque a la incertidumbre hay que sumar la jeta de aquellos otros que se suben al carro de la cancelación con algunos personajes públicos o artistas pero, defienden a capa y espada, a otros mucho más execrables.

Centrándonos de nuevo en el caso de Marduk, los suecos llevan desde primeros de los noventa siendo incómodos y rodeados de polémica, grabando grandes discos todavía y presentándolos en directos que no dejan a nadie indiferente por la apisonadora que siguen siendo sobre las tablas. “Memento Mori” (2023) llega después de dos discos como “Viktoria” (2018), resultón pero sin sabor, y el también controvertido “Frontschwein” (2015), que no terminó de cuajar en sus fieles, y la sensación de que han vuelto a hacer bien las cosas; con Devo de vuelta al bajo después de que Joel Lindholm no sea parte de la banda tras su saludo nazi en el Incineration Fest (aunque firme algunas pistas y la composición de dos canciones), además de la aparición de nuestro querido Lars-Göran Petrov (Entombed, Entombed A.D. o Firespawn, entre otros), fallecido en 2021.

Así, de momento como trío, Mortuus, Morgan y Simon, se empeñan en recordarnos nuestro inminente final con la inicial “Memento Mori” y la sensación abrasadora de estar siendo devorados por las llamas del infierno, gracias al trabajo de Simon en la batería y un nivel de agresión desgarrador con Mortuus sonando más cafre y blasfemo que nunca, mientras Morgan ataca su guitarra de camuflaje. Algo que no es un espejismo precisamente y constatamos con el auténtico cañonazo que es “Heart of the Funeral” y, la aún más salvaje, “Blood of the Funeral” en la que las hirientes guitarras y el atropelladísimo ritmo nos deja completamente molidos. Con todo, la estrella de la primera cara es “Shovel Beats Sceptre” y su sombría introducción, Mortuus nos interroga; ¿te has dado ya cuenta de que la vida es un reloj de arena? Y bajan de ritmo pero no de intensidad, con el bajo marcando nuestro paso como una marcha fúnebre. “Charlatan” nos lleva a los noventa atacando a Abraham, mientras “Coffin Carol” ahonda en nuestra propia relación con la muerte y nos la presenta como nuestra amiga, animándonos a abrazarla, en lo que es, sin duda, otra de las mejores canciones de “Memento Mori”, antes de sumarnos a la marcha de “Marching Bones”, en la que Simon aplasta nuestro cráneo a su paso, “Year of the Maggot” profundiza en ese sonido más siniestro antes de rompernos el cuello con su aceleradísimo blastbeat, “Red tree Of Blood” es el sonido afilado de una guadaña cercenando cuerpos a su paso y “As We Are” roza el sobresaliente absoluto con Morgan fuera de sí, firmando una de las mejores guitarras de todo el disco y , por supuesto, la ayuda vocal de Lars-Göran Petrov. Dejándonos sin respiro pero, irónicamente, con ganas de más.

No hay duda alguna de que Marduk han firmado su mejor disco en años y demuestran ser mejores músicos que lo que son capaces de transmitirnos a través de su dañada imagen, sólo espero que espabilen y se centren en aquello que mejor saben hacer, que sepan salirse de toda polémica y sólo se hable de ellos en relación a su música, esa que siguen pergeñando en el infierno.

© 2023 Lord of Metal

Crítica: Kvelertak “Endling”

Hay que tener los oídos de corcho para no apreciar, cuando suena la inicial "Krøterveg Te Helvete", que algo ha cambiado en Kvelertak; no es que tengamos que retroceder a la pérdida de Erlend Hjelvik, la fuga de Kjetil Gjermundrød o, más allá, la de Anders Mosness, es que tú y yo sabemos que tras “Meir” (2013), "Nattesferd" (2016) fue saludado de manera desigual y, sin ser un mal disco, sí que resulto mucho más tibio que “Kvelertak” (2010) o el mencionado “Meir” (2013), pero también es cierto que Ivar Nikolaisen defendió las canciones de "Nattesferd" (2016) con toda la dignidad, en plena gira y sin Erlend, no puedo menos que ensalzar semejante colocada de gónadas frente a un público que podría haberle crucificado pero preferimos sujetarle a través de su sudorosa chupa de cuero mientras hacía crowdsurfing. Sin embargo, “Splid” (2020) decepcionó a muchos y no porque no pudiesen presentar sus canciones en directo, a causa de la terrible pandemia, sino porque el disco era, lógicamente, de tránsito en esa complicada carretera por la cual se veían empujados a crecer, pero sin dejar de sonar como lo que ya no eran. Qué complicado, ¿verdad? Sí, claro que lo fue y “Splid” (2020) acusó semejante desgaste frente al poco apasionamiento que despertó entre nosotros, sus seguidores. Así, los noruegos corrieron prestos a anunciar que ya habían entrado al estudio para grabar este “Endling” (2023), producido por Jørgen Træen, Yngve Sætre y Iver Sandøy, en el que las cosas permanecen igual, pero, por lo menos, se siente la clara intención de Kvelertak de regresar a aquello que les hizo famosos, más allá de sus electrizantes directos y, con todo, sin lograrlo.

El arranque de “Endling” (2023) con "Krøterveg Te Helvete" es sorprendente por su duración y su tormenta inicial, en la cual parecen ser más noruegos que los propios noruegos, buena pinta hasta que la canción se convierte en un ‘rocanrol’ de toda la vida y uno se da cuenta de la engañifa que han sido los tres primeros minutos de introducción que, por desgracia, dan paso a ese riff tan genérico sin que sea de una manera orgánica, sintiéndose natural. Es por eso que "Fedrekult" es posiblemente una de las mejores de todo el disco por su crescendo y la emoción que destila, además por qué no decirlo, por esos blast beats con los que nos obsequia Håvard, aunque sea de manera intermitente. Como la psicodelia les sienta bien en “Likvoke” o la sensación de estar escuchando a unos Ramones nórdicos con Ivar haciendo su mejor actuación en “Endling” (2023), “Døgeniktens Kvad” es, por razones obvias, una de mis favoritas junto a "Fedrekult", gracias a Marvin y Håvard, mientras que “Endling” -la canción que da título al álbum- apesta a la década de los ochenta (para mal) y, aunque me gusta su nostalgia y las guitarras de Maciek y Vidar, la voz le hace un flaco favor, sonando excesivamente aguda y callejera, convirtiendo la canción en una nadería, como esta segunda cara con “Skoggangr” (que se hace eterna y aburrida) o el colmo que es “Svart September”, construyendo una triada francamente olvidable con algún destello en “Paranoia 297” pero la innecesaria “Morild” para despedir el álbum sintiendo y también sabiendo que un recorte desde los casi ocho minutos a tres, le habría sentado maravillosamente bien.

No tengo duda alguna de que en directo seguirán siendo tan efectivos como siempre y allí nos veremos, pero su discografía comienza a ser serpenteante con dos discos iniciales repletos de frescura, un punto de inflexión, uno de transición y este último que no termina de cuajar. Si te dicen que es el disco del año, te lo tendrás que creer, pero tú y yo sabemos, como te decía al comienzo de esta crítica, que no es así y tienes ganas de volver a pinchar “Meir” (2013).

© 2023 Lord Of Metal

Crítica: Soen “Memorial”

No quiero repetirme y escribir aquello de que "Cognitive" (2012) y "Tellurian" (2014) sonaban demasiado a Tool, que “Lykaia” (2017) es el primer álbum en el que reivindican su propio sonido y suenan tan cojonudos y orgánicos como para que uno se percate de que algo había cambiado en la banda sueca y, por suerte, eso se tradujo en “Lotus” (2019) e “Imperial” (2021), el primero me sigue pareciendo soberbio, mientras que el segundo, aunque notable, no alcanza las cotas de “Lotus” (2019) y sí comienza a dar la sensación de estar aprovechando aquellas canciones que sobraron en el anterior y terminaron de perfilar en la pandemia, pero si he de repetirme, lo haré. Nada que objetar cuando Soen tuvieron semejante vendimia, en la que hasta aquellos descartes seguían a un maravilloso nivel. Pese a ello, al innecesario EP de pandemia y una primera gira tras el confinamiento que registró el lleno hasta la bandera en todas las ciudades por las que pasó, Soen anunciaron que pronto entrarían al estudio y el resultado es “Memorial” (2023), un disco con el que me he sentido profundamente decepcionado, no porque suene mal o la banda no esté perfectamente engrasada sino porque, si escuchas “Lykaia” (2017) y la dupla siguiente, formada por “Lotus” (2019) e “Imperial” (2021), sí sientes que hay una evolución, un salto cualitativo en el cual la banda está luchando por romper su zona de confort, por crear y dejar sus influencias atrás, algo que no ocurre en “Memorial” (2023), lo que considero que es un retroceso junto a otros elementos que, a continuación, intentaré explicar.

“Memorial” (2023) traza una línea descendente desde la cota que fue “Lotus” (2019), en este último álbum, Soen, explotan la fórmula de sus dos anteriores discos, pero con menor fortuna, cuando las canciones tienen menos gracia (no quiero decir que suenen mal o estén pobremente interpretadas, nada de eso) pero, aunque hay joyas, la sensación es de poco vuelo. Además, en “Memorial”, Soen parecen querer dejar de buscar su sonido para creer que lo han hecho y el auto-plagio en las nuevas canciones es más que evidente; “Memorial” suena igual de contundente que “Lotus” (2019) e “Imperial” (2021), pero con más plano que “Lotus”, no posee la épica y grandilocuencia de aquel, además de que, para más inri, Soen parecen haberse convertido en una banda de metal más, no hay ni rastro del regusto natural que destilaban en discos anteriores las pistas de Martín López están repletas de fills y dobles bombos que convierten a Soen en un grupo de metal de bajo octanaje, sobre el que la voz de Joel tiene la dura tarea de convencer, cuando deberían apoyarse precisamente en la belleza de su garganta y no en esos riffs de Cody y la manía por hacer el contrapunto de López.

Además, siendo un seguidor de la banda de Jones, Maynard, Chancellor y Carey (mamando su música como lo he hecho, hasta que sus riffs forman parte de mi ADN desde que compré “Ænima" en 1996 y vi, por primera vez, en la gira de “Lateralus”) siento un verdadero bajón cuando pincho “Memorial”, suena “Sincere” y los primeros compases son una vulgar copia de “The Grudge”, como ese comienzo de “Fortress”, ¿nadie se lo ha dicho? ¿nadie en el estudio les avisó de que sonaba prácticamente igual? Honestamente, lo que esperaba de Soen es aquello mismo que sentí en “Lykaia” (2017) y “Lotus” (2019), no percibir que todavía siguen mirando de reojillo a los viñedos de Arizona. Por suerte, no todo es así, “Unbreakable”, a pesar del doble bombo de López, posee grandes armonías vocales y la abrasiva guitarra de Cody, un bonito piano y capacidad para permanecer en la memoria, como la voz de Joel sobre el teclado de Lars, quizá lo mejor del álbum, mientras “Hollowed (Elisa)” ofrece la balada necesaria del álbum y, de nuevo, un gran momento de Cody, como “Memorial” (sin la manía de López, de nuevo) resulta impactante para afrontar una segunda cara, sin embargo, mucho más decepcionante. “Incendary” y “Tragedian” lastran el dinamismo del álbum, al igual que “Icon” y la amarguísima sensación de que los últimos temas son los menos lustrosos, aquellos que se podían haber dejado fuera, como ocurre con “Vitals” y la constatación de que “Memorial” podría haber sido mucho mejor, que hay demasiadas canciones que suenan igual, demasiado relleno y un desgaste, como si con este álbum cerrasen la etapa iniciada con “Lotus”.

No es un mal disco en absoluto, claro que no, posee la calidad habitual de Soen pero no la genialidad de obras pasadas y toma prestado demasiado de su inspiración más reciente, además de someter al oyente a una experiencia en la que hay demasiado regusto, como ese tipo de comidas de las que uno disfruta de vez en cuando pero que no podría decir lo mismo como cena todos los días. Una lástima, pero un fin de ciclo totalmente necesario, lo interesante no es “Memorial” sino lo que tendría que venir después, ahí sí que podremos saber si Soen reclaman su puesto o se conforman con convertirse en lo mismo que los Katatonia actuales.

© 2023 Conde Draco

Crítica: Alice Cooper “Road”

Carece de importancia el serpenteante retorno de Nita Strauss, la colaboración con Kane Roberts o el paso de Morello por un disco que no hará historia por sí mismo, salvo por lo excepcional del hecho de atestiguar la mera existencia de Alice Cooper en pleno 2023 y su total relevancia, no sólo culturalmente, sino por lo notable de este “Road” (2023), una continuación lógica a “Detroit Stories” (2021), cuyo número de canciones lastraba en su nota final, algo que se siente en “Road” (2023), aunque más directo y de nuevo centrado en el hard, Cooper funciona mucho mejor cuando es directo y va al grano, cuando graba discos en los que todas sus canciones funcionan y no hay relleno alguno. “Road” vuelve a ser un disco en el que Furnier se rodea de colegas, pero, al contrario que en otras ocasiones, esto no pasa factura al álbum y posee más coherencia que otras entregas en las que podía sentirse como un pastiche de apariciones. “Road”, de nuevo con Bob Ezrin, quiere mostrar la calidad de la banda que lo acompaña en directo y, salpimentando con anécdotas de la carretera las canciones, Kee Marcello, Tom Morello, Kane Roberts, Wayne Kramer, la hija pródiga de Nita Strauss o el mismísimo Pete Townshend hacen su aparición para añadir con humildad y no erigirse como protagonistas.

“I’m Alice” conserva todos los elementos que amamos en él, pero añade ese toque fronterizo, la sensación polvorienta de estar en la carretera, y resumir en apenas tres minutos lo que es él mismo, pero también su actual banda, perfecta para el directo, igual que “Welcome To The Show”, con muchísima más actitud y lucir de ese sentimiento tan stoniano en “All Over The World” y unas guitarras robadas a Richards y Wood, añadiendo, para colmo, esos coros tan típicos y metales, dando un resultado magnífico. "Dead Don't Dance" es el experimento perfecto para saber cómo sonaría Zakk Wylde con Alice, en lugar de Ozzy, el responsable es Kane Roberts y es más que interesante, sintiendo mucho el regreso de Strauss, ya que habría sido excitante ver por qué derroteros tiraría la música de Cooper en directo de nuevo con Roberts y ese tono tan grueso y con armónicos. "Go Away" es más de lo mismo, quizá la menos llamativa de todo el conjunto, pero tan funcional en sus tintes hardrockeros que será "White Line Frankenstein", con Tom Morello, la que nos despierta en “Road” y, por suerte, el guitarrista de Rage Against The Machine se siente más contenido en su habitual histrionismo y la canción gana enteros.

“Big Boots” es una maravilla gracias al piano y la alternancia con sus guitarras, como la divertida "Rules of the Road" con Wayne Kramer, o la ochentera "The Big Goodbye". Sin embargo, “Road”, parece perder algo de vuelo (como ocurre con “Detroit Stories”) y aunque la melancólica "Baby Please Don't Go" resuena espléndida, “100 More Miles” no termina de arreglar la recta final de un álbum que se cierra, de nuevo, de manera simpática con “Magic Bus” y Townshend. ¿Quiere decir todo esto que estamos ante un mal álbum de Cooper? ¡De ninguna manera! Alice posee más mojo, sentimiento e inspiración que músicos más jóvenes, incapaz de grabar un mal disco. “Road” no es la necesidad de un artista septuagenario para subirse a un escenario, es el testimonio de un auténtico genio que, como Dylan, sigue enfrascado en una gira eterna y cuya inspiración y amor por la música no le ha abandonado jamás.

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Crítica: Orbit Culture “Descent”

Algo huele a podrido en el circuito, cuando las críticas son escritas todas con el mismo rasero y todos sabemos el motivo. Entiendo que algún seguidor se sienta decepcionado, quizá incluso agraviado, con alguno de los escritos publicados en esta web y se crea así mismo, muy en serio, cuando lea nuestra crítica de Avenged Sevenfold y se encuentre de bruces con el hecho de que su último álbum es un horror a todos lo niveles y, para validar su gusto, de manera adolescente, acuda a leer la última de Metallica para creer corroborar que los que escribimos no tenemos ni idea; como si se pudiesen comparar huevos con manzanas, cuando una flatulencia de Hetfield tiene más sentido que cualquier nuevo álbum de Bring Me The Horizon o todos los publicados por M Shadows tras “Avenged Sevenfold” (2007) o incluso, si me apuras, “Nightmare”(2010). Pero lo vivido con Orbit Culture es una pena; todavía hay seguidores que creen que lo mejor del cartel de su gira europea eran ellos y no In Flames o At The Gates (dos dinosaurios que gozan de buena salud, pero que han visto épocas mejores, por qué no decirlo) y es que tras haber firmado “Nija” (2020), muchos creyeron ver en la banda sueca a las nuevas promesas del death melódico. Nada que objetar, “Nija” es un disco estupendo pero lo que me encontré en directo fue arena de otro costal, sin desmerecer el trabajo del cuarteto, tuve la misma sensación de cuando escuchas un disco en el que lo que suena es demasiado prometedor en comparación a lo que te encuentras en directo; está claro que la horda de críos y crías que acudieron a verlos, creyeron estar asistiendo a la presentación de Led Zeppelin en el LA Forum de los 70 y cualquier cosa que les ofreciese Niklas sería más que suficiente, pero no fue así. El concierto fue correcto y me produjo una sensación de terrible hastío, con una banda en pañales pero buen sonido, que no demostró ser capaz de llevar al directo lo que graba en el estudio. Al finalizar el concierto, Niklas amabilísimo con su público y yo con su púa en el bolsillo, ¿esperaba más? Muchísimo más, quería haber escuchado algo de lo que se escribe en la prensa internacional, eso por lo que decenas de chavalas compraron su vinilo, pero no lo encontré. 

¡Siempre les quedará el estudio! Tras “Nija” (2020), las expectativas eran altas y, lógicamente, muy a pesar de lo que jure la prensa supuestamente especializada, “Descent”, sonando como un auténtico tiro a la línea de flotación, con el magnífico trabajo de Niklas a las voces y una base rítmica verdaderamente espectacular, con Christopher desatado (un auténtico escándalo su doble bombo), tiene el defecto de seguir la senda de “Nija” en todos los sentidos; no sólo en cuanto a sonido, sino que las canciones parecen ser las sobrantes de aquel y todo aquello que nos deslumbraba, ahora se ha convertido en un camino ya recorrido en el que Orbit Culture resultan previsibles en su sonido y sus maneras. Tras la consabida introducción, la homónima “Descending” abre con la fuerza habitual, a pesar del robo del riff a Muse (por increíble que parezca), tanto ella como “Sorrower” son de lo mejor gracias a su groove, a pesar de su marca de agua más propia de Metallica en los puentes o la sensación de estar escuchando a unos Amon Amarth más pulidos en sus formas, en “From The Inside”, el disco despega con altura suficiente como para confiar en él y sus bondades, más allá de “Nija” y así parece con “Vultures Of North”, uno de esos grandísimos momentos en los que Richard y Niklas emulan el cuerpo rítmico de Hetfield y los estribillos de Hegg (el mero hecho de compararlos con estas dos bandas, resuena en mi cabeza como un auténtico chiste, pero es lo que hay, dando buena o mala muestra de lo que encontramos en “Descent”) pero sin llegar a sorprendernos, algo que se repetirá en “Alienated” (a pesar del groove) o el inicio atmosférico en “The Aisle Of Fire” para repetir el mismo esquema de las nueve restantes.

Como tampoco les ayudan canciones como “Undercity” o “Descent”, con estribillos más que predecibles y la amarga sensación del ajo en los riffs, o el inexcusable final de “Through Time”, emulando a lo peor de Soilwork o In Flames, muy lejos de lo que esperaba de Orbit Culture. Siendo así, no puedo afirmar que “Descent” sea un mal disco porque, a pesar de la horrenda compresión, suena notablemente bien y la banda da lo mejor de sí en la interpretación, es sólo que todo aquello que amo de “Nija” aquí no está presente o no en las mismas dosis y las canciones son prescindibles en su mayoría. Estoy convencido de que lo mejor está por llegar, pero asegurar que este es el sonido del metal en el próximo milenio es propio de aquel que quiere conseguir pases, promos y golosinas variadas, pero menosprecia el sentido común de sus lectores. “Descent” está bien, pero nada más, que no te confundan y te hagan creer lo que no es.

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