TRIUMPH OF DEATH y TOM WARRIOR, HELLHAMMER reanimados

“Resurrection Of The Flesh Live” de TRIUMPH OF DEATH, o la auténtica celebración de un legado histórico.

El talento de Mr.Wilson

Steven Wilson firma el notable "The Harmony Codex", uno de los discos más especiales de su carrera, uno que hay que escuchar con tiempo y con las mismas ganas que ha invertido su creador en sus canciones.

A través de eones con ASTRALBORNE

Más intenso y épico aún, puro death metal melódico desde Ohio.

La versión del "Morbid Visions" de CAVALERA

A falta de la rabia de la juventud de SEPULTURA, los hermanos lo suplen con la potencia de la madurez.

Crítica: Deep Purple "=1"

No voy a negar mis escasas expectativas en un nuevo álbum de Deep Purple en pleno 2024, sin Morse, como tampoco puedo negar que he disfrutado muchísimo de los últimos años de la banda y recuerdo con mucho cariño aquellos conciertos de la gira de “Infinite” (2017) en los que parecían haber resurgido y mantener su leyenda por todo lo alto. Estamos hablando de ver a Ian Gillan, con Paice, Roger Glover y Don Airey, un auténtico sueño que parecía rematarse con Morse, pero estos duran poco y cualquiera que haya seguido a la banda sabrá de sus constantes cambios, ¿cómo iba a imaginarme que el bueno de Steve abandonaría el barco? Sin menospreciar a sus míticos compañeros, Steve Morse me parece un guitarrista dotadísimo, versátil y trabajador, siempre creí que sería aquel con el que Purple acabarían su carrera, pero me equivoqué, como tampoco tenía a Simon McBride en mi radar; no sabía qué esperar de él y tampoco me motivaba demasiado el single de adelanto de un álbum que, desde el título a su portada, me transmitía desgana. Pero cuando uno ama el rock, Purple debe correr por sus venas y todos sabemos que es muy difícil que la banda decepcione, más aún cuando llevan unos años en buena racha, no sólo en directo. 

Otra leyenda tras los mandos, Bob Ezrin, para el que no hace falta presentación, y un disco como “=1” que transmite relax y libertad, no está a la altura de “Infinite” (2017) y puede que sea su entrega más floja desde “Bananas” (2003), pero también es cierto que cuando suena “Show Me”, Purple transmiten la sensación de haber vuelto, de sentirse tan relevantes como siempre y la voz de Gillian sigue sonando tan bien como siempre, “A Bit On The Side”, o la banda parece a punto en la funky “Sharp Shooter”, cercana a su sonido más clásico, con el órgano de Airey sobre la base rímitca, con un McBride más que solvente, hasta esa clásica “Portable Door”, en la que parecen espetarnos a la cara; “¿queríais Purple? ¡pues aquí lo tienes!” El inevitable sabor setentero de Purple invade nuestro paladar, como un buen vino, hasta “Old-Fangled Thing” o el blues de “If I Were You” con Bride en primer plano, excepto en las estrofas de las que Gillan y Airey son dueños absolutos.

“Pictures Of You” suena a garaje, mientras que “I'm Saying Nothin'”, aunque consistente, no destaca entre lo mejor del disco y hace que el disco entre en punto muerto hasta la evidente “Lazy Sod” que, tras algunas escuchas, está claro que es lo más accesible del disco, un medio tiempo de rock pero con actitud. Quizá lo que le hacía falta a Purple, ya que “=1” parece remontar con “Now You're Talkin'” y “No Money To Burn”, aunque sobre “I’ll Catch You” o ese sabroso final como “Bleeding Obvious” -que debería haber cerrado el disco un par de posiciones antes- ya que a este álbum le habría venido un par de temas menos y un par de singles mucho más claros. Glover y Paice magníficos, Airey sobresaliente y Gillan en un estado de forma envidiable, a pesar de la lógica pérdida de potencia, algo que resuelve con sus habituales recursos, apoyándose en la pericia de la banda y un McBride que, aunque no posee el carisma de Morse, salva el tipo y aporta su propia personalidad. Sin duda, es un disco correcto, que demuestra que Purple deberían ser eternos y les mantiene en la carretera, no podemos pedir más.

© 2024 Conde Draco

Crítica: Orange Goblin “Science, Not Fiction”

Vale, sí, es cierto que “Science, Not Fiction” (2024) puede que no sea el mejor álbum de Orange Goblin, pero pinchas “The Fire at the Centre of the Earth Is Mine” y sientes que estás en un concierto; la vibrante emoción de la música en directo, las afiladas guitarras y la magnífica voz de Ben Ward. Es en esos momentos cuando uno se quita el disfraz de crítico improvisado y deja que sus tripas hablen, Orange Goblin han vuelto tras cinco años y suenan de muerte, como si el tiempo no hubiese pasado, el bajo de Harry se une a la batería de Chris, repletos de groove, bajas la ventanilla de tu coche y pisas el acelerador. Es verdad que “The Wolf Bites Back” (2018) sonaba más cohesionado, todo tenía sentido y tenías la sensación de estar escuchando un álbum y no una colección de canciones, como también es cierto que “The Big Black” (2000) y el ya mítico “Time Travelling Blues” (1998) siguen ocupando mi corazón, y este “Science, Not Fiction” (2024) produce la sensación de, a pesar de sonar tan bien -como escribía unas líneas más arriba, como una bocanada de rock- carecer de la frescura de los anteriores por la cual esa mezcla de stoner y doom sonaba como un auténtico cohete pero, ¿quién soy yo para cuestionar un riff de Hoare? Como es el caso de “(Not) Rocket Science”, tan accesible y ligera como para entrar de un tiro, directamente a tu cerebro; quizá el problema sea que no hay que escuchar este álbum haciéndolo pasar por el filtro del intelecto, sino sentirlo, como si estuviésemos en pleno concierto, subir el volumen y dejarse llevar. 

Es fácil cuando suena un riff tan monstruoso como el de “Ascend The Negative”, mientras la voz repleta de actitud de Ben es como la de un animal herido y, aunque más bien parezca una narración, se pegue como un auténtico chicle y derroche saber hacer. No es el caso de “False Hope Diet”, que parece una improvisación propia de Clutch y el mayor de sus defectos es la duración de lo que parece un medio tiempo, siete minutos son muchos para tener la sensación de que uno va a la deriva y el desaguisado no se arregla hasta “Cemetary Rats”, tras los dos primeros minutos de clarísimo homenaje a Sabbath, justo cuando la canción se encabrita y Orange Goblin parecen querer jugar con el thrash, todo muy divertido pero el álbum no retomará su dirección hasta “The Fury of a Patient Man”, cien por cien marca de la casa, con ese puntito polvoriento tan sabroso, algo que agradezco pero que no es suficiente cuando “Gemini (Twins of Evil)” no llega a la altura de lo que esperamos en Orange Goblin y “The Justice Knife”, aunque ligeramente mejor, tampoco logra que el álbum remonte el vuelo ya perdido, despidiéndose con la melódica “End of Transmission”, pudiendo resumir que tan sólo cuatro canciones de las nueve son las que merecen de verdad la pena.

Aunque los destellos son breves, causan tan buena impresión que resulta imposible desdeñar el esfuerzo, cuando estoy seguro de que bandas con menos carrera y pedigrí venderían su riñón derecho por un disco así, pero, por el contrario, “Science, Not Fiction” (2024) no es capaz de hacer que olvides glorias pasadas. Igualmente, si este álbum les sirve para salir de nuevo de gira, no tengo nada en contra, tan sólo espero que encuentren la misma inspiración que les hizo grabar “The Wolf Bites Back” (2018) o “Back From the Abyss” (2014).

© 2024 Lord Of Metal

Crónica: Metallica (Madrid) 12/14.07.2024

SETLIST: Creeping Death/ Harvester of Sorrow/ Cyanide/ King Nothing/ 72 Seasons/ If Darkness Had a Son/ The Day That Never Comes/ Shadows Follow/ Orion/ Nothing Else Matters/ Sad but True/ Battery/ Fuel/ Seek & Destroy/ Master of Puppets/ Whiplash/ For Whom the Bell Tolls/ Ride the Lightning/ The Memory Remains/ Lux Æterna/ Too Far Gone?/ Welcome Home (Sanitarium)/ Wherever I May Roam/ The Call of Ktulu/ The Unforgiven/ Inamorata/ Fight Fire With Fire/ Moth Into Flame/ One / Enter Sandman/

No hay nadie capaz de resumir mejor lo que significa amar a Metallica que el propio James Hetfield cuando, en su primera noche madrileña, como siempre, preguntó al respetable cuántos acudían por primera a un concierto suyo y, sonriendo, les advertía que, una vez entrabas en la familia de Metallica, no podías abandonarla. Y está en lo cierto, es algo que puedo atestiguar, a pesar de la travesía por el desierto que supuso seguir a la banda desde mediados de los noventa, hasta “St. Anger” (2003), asistir a sus directos se ha convertido en una suerte de religión en la que, incluso contradiciéndome a mí mismo cuando era el más esnob de todos sus seguidores y aseguraba que, a partir de "..And Justice for All" (1988), la banda estaba completamente rota, no faltándome parte de razón, me resulta imposible no sentir algo especial por Metallica y sentirlos como algo mío. Una fuerza que me hizo comprar las entradas de mi decimocuarto concierto de la banda hace casi dos largos años y esperar a que llegasen dos noches auténticamente mágicas en las que la ciudad se ha convertido en la capital de Metallica con diferentes eventos, con Ross Halfin, Kirk y Trujillo, Lee Jeffries, conciertos-homenaje y una tienda situada en pleno corazón de la ciudad, para convertir a todos sus seguidores y hacerlos peregrinar para ver un final de gira histórico, por muchos motivos...

Lógicamente, a pesar de mi pasión, no estoy ciego; sigo pensando que esta gira, planteada hace muchos años por su mánager o el de U2, con dos noches en cada ciudad y repertorios diferentes, en grandes estadios, no es una buena idea del todo porque obliga a los desplazamientos, alojamientos, y pagar dos noches diferentes o comprar un bono, con unos invitados (como han sido Mammoth WVH, Architects, Ice Nine Kills y Five Finger Death Punch) que no han estado a la altura, si lo comparamos con, por ejemplo, Pantera en Norteamérica, o las constantes quejas por el precio de las entradas; cuando las más baratas se situaban en el mismo rango de precios que las de los últimos diez años, si querías estar podías haber estado, pero si lo que querías era verlo en primera fila, sentado, y sentir el sudor de Hetfield, como siempre, tenías que rascarte el bolsillo, nada nuevo bajo el sol. No hay nada más divertido que leer a los mismos de siempre llorando en las redes, es un auténtico placer morboso; “Metallica son una empresa, los vi por seis euros cuando no eran nadie”. Claro que sí, rey, es mejor que sigas quejándote de todo en redes.

Si empezamos por los teloneros, al hijo de Van Halen se le quedó grande el escenario con su banda Mammoth WVH, como a Architects, el caso más incomprensible por su veteranía y supuesta proyección, a los ingleses se les sentía pequeños, con un Sam Carter que, literalmente, paseaba por el escenario embutido en dos camisetas de fútbol (española e inglesa) y una banda centrada en su repertorio más reciente, más melódico, como Ice Nine Kills lucharon con el estadio medio vacío (superando sobradamente a Architects en cuanto a entrega) o Five Finger Death Punch a los que me dio alegría volver a ver con un Ivan Moody especialmente en forma, simpático con los seguidores, atendiéndonos en la calle, y demostrando que la banda goza de buena salud.

Si amas a Metallica sabes lo que va a ocurrir cuando suena “It's a Long Way to the Top (If You Wanna Rock 'n' Roll)” de AC/DC y se proyectan imágenes de la banda en España, si amas a Metallica es imposible no sentir cómo se eriza el vello de tu cuerpo cuando suena “The Ecstasy of Gold” de Ennio Morricone y ves a Clint Eastwood, el estadio entra en una especie de comunión y decenas de miles de gargantas corean la banda sonora que da entrada a James, Lars, Kirk y Rob, para desatar la tormenta con “Creeping Death” o ”Harvester of Sorrow”. El escenario es capaz de engullir a cualquiera, pero no a James Hetfield, por supuesto que no, a pesar de las enormes dimensiones del montaje, Metallica sobreviven con su entrega. La primera noche nos sorprendieron con “Cyanide” y esa “King Nothing”, auténtica maravilla de “Load” (1996) e hija adoptiva de “Sad But True”, hasta “If Darkness Had a Son” o “The Day That Never Comes”, y una íntima interpretación de la fabulosa “Orion”. Nada que se pueda comparar a todo el estadio repleto de móviles alumbrando el escenario, convertido en una iglesia, cuando suena “Nothing Else Matters”, esa balada que hemos escuchado hasta la saciedad, pero por la que mataría cualquier otra banda. La noche se acaba y “Sad But True” calienta el repertorio, pasando por la velocísima “Battery” o “Fuel” y el espectáculo de fuego, para cerrar con los balones en “Seek And Destroy” y ese auténtico clásico de clásicos que es “Master Of Puppets” y, como siempre me empeño en asegurar, ese puente tan mágico (minuto 04:47) que para mí sintetiza toda la belleza del metal, pocas bandas han sido capaces de escribir tanto en tan pocos segundos.

Pero si la noche anterior fue histórica y se hizo breve, la segunda nos depararía algo completamente épico y es que a Hetfield y Lars se unirían héroes como Nico Williams, Mikel Oyarzabal o Lamine Yamal, dándole aún más emotividad a un concierto que arrancaba de manera fulgurante con “Whiplash”, “For Whom the Bell Tolls” y la mítica “Ride the Lightning” con los solos de Kirk cortando el aliento, el paso obligado por “72 Seasons” (2023), con “Lux Æterna”, “Too Far Gone?”, la extensa pero sentida “Inamorata”, pero también canciones icónicas como la instrumental “The Call of Ktulu” o “The Unforgiven” y ese simpático homenaje a Miguel Ríos por parte de Rob y Kirk, los bises con “Fight Fire With Fire” y la celebrada “Moth Into Flame”, pero fue a partir de “One” que el estadio subió de temperatura y se convirtió en una olla a presión cuando la selección española ganaba a la inglesa y todas las gradas cantaron la victoria durante “One” con Hetfield sorprendido y un “Enter Sandman” que sirvió de fin de fiesta, pero también celebración por la victoria en el campo berlinés y la sensación de euforia de estar cantando junto a tu banda de toda la vida. Se encienden las luces y los cuatro músicos, sonrientes, se entregan a sus seguidores en una noche inolvidable para todos los que allí estuvimos. Si no estuviste, es imposible que entiendas lo que allí se vivió, si no estuviste porque piensas que Metallica no son los de “Master Of Puppets” (1986), falta Cliff y no te gustan las nuevas canciones es que no entiendes absolutamente nada, porque se trata de algo que hay que sentir. ¡Esto es Metallica!

© 2024 Blogofenia
pic with Scorpions by © 2024 Ross Halfin
1st night James/ Lars/ Rob pic  by © 2024 Jeff Yeager

Crónica: Pearl Jam (Madrid) 11.07.2024

SETLIST:
Lukin/ Corduroy/ Why Go/ Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town/ Given to Fly/ Scared of Fear/ React, Respond/ Wreckage/ Daughter/ "W.M.A."/ Dark Matter/ Even Flow/ Upper Hand/ Unthought Known/ Black/ Running/ Porch/ Better Man/ Do the Evolution/ Alive/ Rockin' in the Free World/ Yellow Ledbetter/

Las canciones de Pearl Jam, posteriores a “Yield” (1998), apurando mucho, son errores esperando a ser cometidos en directo. Y entiendo que aquel que lea esta crónica se lleve las manos a la cabeza y me mencione una docena que disfruta tanto como las contenidas en su triada inicial, pero la cruda realidad es la demostración de los propios músicos; no hubo ninguna canción de estas dos primeras décadas en el concierto de Madrid, a excepción de aquellas de su último álbum, “Dark Matter” (2024) y el debut de “Unthought Known”, contenido en “Backspacer” (2009) y así ha ocurrido, en la misma proporción, durante los conciertos de esta gira y la truncada europea que nos ha ocupado. Mi amigo, con el que voy al concierto, que es un cabrón, se ríe de mí cuando muestro algo de ilusión por la actuación de Pearl Jam, cuando me escucha relatarle lo que Eddie Vedder ha contado en Barcelona y esa experiencia cercana a la muerte que ha obligado a la banda a cancelar en Londres y Berlín, cuando Eddie -como es habitual- empuña una botella de vino tinto en Madrid. No sé si eso es lo más apropiado, tres botellas en tres noches, después de estar a punto de cenar con Caronte, se ríe de mí y mi pasión adolescente por la banda. Y tiene razón, no hay muchas excusas para un disco tan flojito como “Dark Matter” (2024), al que hace bueno, el horrible “Gigaton” (2020) y los frikis en los que muchos seguidores de Pearl Jam parecen haberse convertido (hasta tal punto de autodenominarse de manera ridícula, jamily, y parecer estar al canto de una moneda de terminar viviendo en un rancho, vestidos con sábanas y horneando su propio pan) quieren comparar con “Vs.” (1993) cuando tiene más que ver con zarandajas como “Riot Act” (2002) o “Binaural” (2000), la incorporación de un mediocre Josh Klinghoffer al lado de un monstruo como Mike McCready o el innecesario retraso en el concierto de Madrid, algo de lo que di buena cuenta cuando pasada la hora a la que debería haber comenzado, dos monovolúmenes (uno negro y otro gris) se acercaban a toda prisa a la rampa de artistas, mientras miles de aficionados esperábamos desde hace horas frente al escenario principal de esa verbena llamada MadCool.

Mi amigo es un cabrón y por eso se ríe de todas estas cosas que yo mismo me doy cuenta, pero que por respeto a lo que la banda ha significado para mí, prefiero ignorar. El retraso o vete tú a saber qué (porque en Lisboa harían lo mismo, desconozco si llegaron tambien tarde) logra que el concierto madrileño sea más breve y nos quedemos con tres canciones menos, el cuartito de hora de retraso, y que Pearl Jam parecen intentar resolver abriendo con urgencia, “Lukin”, algo que agradezco porque he de reconocer que, siguiendo muy de cerca a la banda y empapándome de todos sus conciertos hasta la fecha durante esta gira, no me estaban gustando los inicios de unos conciertos tan lentos, tan poco a poco; una cosa es que suene “Release” u “Ocean” y luego ataquen, y otra muy diferente era lo que estábamos viviendo hasta el momento, así que valoro ese “Lukin” en Madrid, que me hizo conectar de nuevo con ellos, además de una de mis canciones; “Corduroy”, y ese estribillo grabado a fuego en mi memoria (ya lo he escrito en otras ocasiones, siempre me he dejado la garganta con ella), por no hablar de la sorpresa de “Why Go”, creía que sería un concierto especial pero la inclusión de la bonita “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town” rompe pronto el ritmo y el medio tiempo de ese homenaje a Zeppelin que es “Given to Fly” termina por centrarme y recordarme dónde estoy, suena excesivamente lenta y lo que viene no es mejor ya que esto es la gira de “Dark Matter” (2024) y han de incluir el cuerpo central de todas sus noches con “Scared of Fear”, “React, Respond” y la bonita pero inane “Wreckage”. Y este es el preciso momento en el que mi comprensión y valoración de su último disco se reafirma, a pesar de toda la gente que me ha escrito para decirme lo contrario; la pista de Madrid paso de la locura en “Why Go” a reactivar las barras ya que la gente, casi inmóvil, escuchó las tres canciones con el mismo desapasionamiento que un servidor y muchos aprovecharon para cambiar de ubicación o largarse a pedir una birra, la sensación de desconexión fue brutal incluso en mi posición.

“Daughter” reactiva la nostalgia y agradecí mucho el medley con "W.M.A.", me pareció un auténtico lujo poder escucharla en directo, un espejismo que se desdibujó cuando Eddie (especialmente pastoso en la forma de hablar, durante sus últimas giras, acento norteño y cansado permanentemente, como si viniese de hacer el camino) presentaba a la banda entre canción y canción (sin mención para Casper o Josh), y la noche nos traía las aburridas “Dark Matter” o “Upper Hand”, el sempiterno fantasma de Bardem en “Black” (con todo el respeto, pero no sé qué hemos hecho lo seguidores de Pearl Jam para merecer esto), canciones sin fuerza como “Unthought Known” o “Running”, salpicadas con clásicos como “Even Flow” o “Porch”, “Better Man” dedicada a Miguel Ríos (insospechada conexión) y la agradecida “Do the Evolution”, sonando magnífica y cada vez más relevante, pero un final de fiesta previsible y orquestado para dar la sensación de espontaneidad de tiempos pretéritos, con una lentísima “Alive” (¿nadie se percató de ello?) y la consabida “Rockin' in the Free World” con Mike como protagonista absoluto en “Yellow Ledbetter”.

Un concierto correcto, por supuesto que sí, me siento feliz por haber estado en la noche madrileña, por la supuesta recuperación de Eddie Vedder, pero cada vez siento menos el fanatismo y veo más las costuras de una de las bandas de mi vida, que creía inmortales y está cometiendo los mismos errores de los dinosaurios contra los que la música alternativa luchaba hace décadas, cuando era realmente alternativa. Del festival poco más que decir que no haya dicho ya, de Josh y su inexistente participación (estoy convencido de que está desenchufado en el escenario y todo es una pantomima o tiene el volumen al uno, porque su aportación es completamente nula), de los discursos cansados de Vedder, que parece estar dando el pregón en la fiestas del pueblo, y la poca variedad en el repertorio de la gira, de los precios abusivos de aquellos que una vez lucharon contra el monopolio de Ticketmaster y la baja venta de entradas, prefiero no hablar, no sea que la jamily me espere la próxima vez a la salida...

© 2024 Jota
Magnífico cartel de Pearl Jam para Madrid © 2024 VillyVillian

Crónica: The Smashing Pumpkins (Madrid) 10.07.2024

SETLIST: The Everlasting Gaze/ Doomsday Clock/ Zoo Station/ Today/ Spellbinding/ Tonight, Tonight/ That Which Animates the Spirit/ Ava Adore/ Disarm/ Bullet With Butterfly Wings/ Empires/ Beguiled/ 1979/ Jellybelly/ Cherub Rock/ Zero/

Hay una conocida web que guarda los repertorios de casi todos los artistas y me informa de que ha sido mi noveno concierto de The Smashing Pumpkins, pero no es del todo cierto, sé que se me escapa uno o dos que todavía no he marcado, así como esas veces que he interactuado en persona con Billy Corgan o aquel prometedor concierto de Zwan en Madrid, hace veintiún años, sin contar aquella actuación en Radio 3, el concierto en los locales de ensayo La Nave, la prueba de sonido a plena luz del día en el extinto y tierno Festimad de Móstoles y otra vez frustrada, como aquel concierto que anunciaron junto a Neil Young en Las Ventas de Madrid y que no recordarás porque se canceló por culpa de Young y un sándwich, era 1997 y el tiempo ha volado de cojones, no sé si tú ya estabas en la tierra, pero yo sí y Corgan ha sido parte de esa banda sonora, como mañana Pearl Jam, pero no siento nostalgia, me alegro de haber vivido todo aquello. Siendo así, podemos decir que mi idilio con The Smashing Pumpkins viene de largo, como la gran mayoría de artistas sobre los que escribo en este blog, ¿qué demonios haría aquí dándole a la tecla si no? Se me ocurren un buen puñado de webs que escriben sobre conciertos porque hay que hacerlo, cuyos críticos no asisten, se van a la tercera canción y pasado mañana estarán a otra cosa porque esto de la música es algo temporal y no da de comer a nadie, excepto a los de siempre. ¿Qué esperaban? Nadie hace esto por dinero, eso llega o no y casi nunca lo hace. Escribes sobre música porque te apasiona, porque llevas décadas yendo a conciertos y sientes esa pulsión por la que tu opinión es igual de válida o más que la de muchos otros seguidores que también aman a la banda que acaban de ver y punto. 

Pero Billy, nuestro querido y díscolo Billy, no tiene esa misma relación con los que opinamos sobre su música, no importa. Llevo con orgullo que bloquease esta web e incluso reportase una crítica, es bonito cuando sabes que uno de tus ídolos de la adolescencia ha leído algo que has escrito, aunque no le haya gustado, como cuando le dije que los autógrafos se firman, no se venden a través de tu cafetería pija en Chicago, tampoco le gustó, qué cosas tiene Billy. Pero, el caso es que allí estaba ayer, de nuevo esperando mi enésimo concierto de los de Chicago, con la misma ilusión que cuando llevaba mi camiseta de Zero y creía que todo era posible. Por el camino, Corgan ha hecho y deshecho a su antojo, también es normal, la banda es suya y hace lo que quiere, Iha, Chamberlain y D’arcy son tan sólo secundarios, como se empeñó en aclarar con aquella analogía del circo en “Vieuphoria” (1994), y como el tiempo también ha dejado patente, Corgan es un genio, repleto de talento, pero que necesita el contrapeso de estar en una banda para no desbarrar y firmar discos mediocres o embarcarse en proyectos que termina abandonando por el desborde que suponen.

Es por eso que entiendo a Corgan y, por supuesto a Billy, la idiosincrasia de haber firmado canciones inmortales que todo el mundo te pide, mientras salpicas tus conciertos con las nuevas que a nadie le interesan, como cuando bautizas a tu gira con uno de los versos más famosos de uno de tus singles y la gente se tira la primera media hora de concierto pidiéndote la canción de “guorisvampair” o “la de la rata”, que es lo mismo y en el fondo creo que hasta te lo mereces porque salir de gira supone salir de tu zona de confort y enfrentarte a aquellos que compran tus discos, pero también esos otros a los que les importa un bledo pagar más de doscientos euros por un festival ubicado allá donde Tarantino levantó La Teta Enroscada, en un barrio en pie de guerra porque nadie ha contado con sus vecinos, con el nombre de una poderosa compañía eléctrica como si fuese un Coachella de cuarta regional, y nos meten antes, a cajón, a Dua Lipa con el pretexto de saciar a las hordas de modernos que acuden a su recinto de césped artificial y así se creen que tienen el mismo talento que los del Primavera Sound para hacer carteles eclécticos, cuando a los de aquí no les da más que para meter a unos Motxila 21 como cabezas de cartel, cuando el único y auténtico reclamo del festival es Pearl Jam, no Avril Lavigne. Pero el caso es que da igual lo que escriba porque yo, que soy tan listo, también estaba ayer esperando a que Billy tomase el escenario y nos golpease el pecho con “The Everlasting Gaze” y la inmensa suerte de volver a ver a Iha y Chamberlain que, aunque él crea que son secundarios, bendita la forma de aporrear la de Jimmy, otro genio, pero siempre a la sombra, como Iha que, aunque pistola de juguete en el soporte del micro, no llegaría a desenfundarla como en otras ocasiones contra las pastillas de su guitarra.

Un repertorio extraño en el que no faltan “Tonight, Tonight” o “Ava Adore”, pero que cuela una versión de “Zoo Station” de U2, francamente irregular y en tercera posición, descalabrando la subida del concierto, pero Corgan -como Vedder- ama a U2 y supongo que la reciente gira del “Achtung Baby” (1991) le ha sacudido los cimientos, como a cualquier amante de la música que creciese en los noventa. “Disarm”, las innecesarias “That Which Animates the Spirit” o “Spellbinding” conforman el ecuador de un concierto en el que el nuevo fichaje de la banda, la youtuber Kiki Wong, pasa completamente desapercibida en una de esas extrañas jugadas de Corgan, mientras que el festival por entero parece celebrar la ansiada “Bullet With Butterfly Wings”, por no hablar de “1979”, paradas obligatorias en el repertorio que Corgan parece cantar con verdadera desgana, deseando regresar al ignorado “ATUM (A Rock Opera In Three Acts)” (2023) y después ceder con la magia de la frescura de “Cherub Rock” y esa brutal “Jellybelly” con la que Corgan sonrió, ¿algo más? Claro, la icónica “Zero” cerrando mientras Billy parece que, como Elvis, ya ha dejado el escenario, aunque su cuerpo siga ahí, una hora y media de canciones escritas por un personaje de Stevenson cuya mayor desgracia es haber alcanzado la fama y no sentirse reconocido por todo lo que hace, a pesar de haber marcado a millones de corazones, como si eso no fuese suficiente, que se sube al escenario y parece brillar pero, otras veces, desaparece gracias a su túnica de Nosferatu, mientras en las entrevistas sigue mentando a Cobain, un fantasma que también parece perseguirle, una época ya pasada que no olvida pero que, sin embargo, le llena de ira cuando le ocurre lo mismo a esos que hemos pagado su entrada. La mente de Corgan tiene que ser un lugar mágico, pero también inhóspito, de cualquier forma sigue siendo un auténtico monstruo sobre el escenario…

© 2024 Jota

Crónica: Cavalera (Madrid) 04.07.2024

SETLIST: Bestial Devastation/ Antichrist/ Necromancer/ Morbid Visions/ Mayhem/ Crucifixion/ Funeral Rites/ From the Past Comes the Storms/ Septic Schizo/ Inquisition Symphony/ Escape to the Void/ R.I.P (Rest In pain)/ Refuse/Resist/ Propaganda/ Territory/ Troops of Doom/ Morbid Visions/ Dead Embryonic Cells/

Casi siempre que leo una crítica sobre los hermanos Cavalera en blogs o portales supuestamente dedicados a la música, recuerdo la célebre canción de Slipknot por la que deseo meterme los dedos en los ojos y dejar de leer. Muchos dan por sentado que el que lee debe entender lo que bandas, ahora ya míticas, supusieron para el mundo de la música o el del metal en particular y se equivocan de pleno, porque muchos de sus lectores son demasiado jóvenes para haber vivido una u otra época y su conocimiento se limitará al empacho de discos en streaming y la lectura en diagonal de Wikipedia, creyéndose que con eso es suficiente; mientras que para aquellos más veteranos, esas crónicas o críticas de uno u otro artista quedarán relegadas por lo superficial y porque no encajan con lo que ellos han vivido. Sepultura son parte de la historia de la música y punto pero, el más miope de los lectores creerá que es porque hacían buenas canciones, otros pensarán que es porque hicieron buenos discos, otros criticaran “Roots” (1997) desde la comodidad de casa de sus padres y el paso del tiempo y la llegada del infame nu metal, cuando la realidad es que Sepultura son historia de la música no sólo por la calidad de su material en los ochenta y primeros de los noventa, sino porque abrieron los límites musicales y demostraron que una banda humilde de Brasil podía aspirar a la grandeza y cantando en inglés decidieron gestionar su propia carrera, comerse el mundo con su death/thrash y lograr el reconocimiento mundial, habiéndose sentido, como afirmaban, tercer mundo. Por supuesto que escribieron grandes canciones, claro que sí, pero es que discos como “Beneath The Remains” (1989) o “Arise” (1991) poseen una importancia seminal para el metal de hoy, como el ya clásico “Schizophrenia” (1987), que es el que les ha servido de motivo para que Igor y Max vuelvan a girar con él bajo el brazo, lo que vino después carece de importancia.

Es por eso que muchos, no solamente aquellos que peinan canas, nunca hayan podido entender a Sepultura sin los hermanos Cavalera y respetando a Andreas Kisser, su banda haya ido perdiendo fuelle con cada lanzamiento, hasta su completa desaparición. En mi opinión, con aquella escisión los que perdimos de verdad fuimos sus seguidores; me habría encantado saber qué venía después de “Roots” (1997), me habría gustado ver la evolución de la banda y ser testigo de cómo los cuatro cabalgaban juntos y, aunque he estado en muchos conciertos de los Sepultura de Kisser, la sensación siempre ha sido de bajón o tristeza cuando a nadie le interesaba lo que ocurría sobre el escenario hasta que comenzaban a sonar los clásicos compuestos por Cavalera. Por lo mismo que tampoco he entendido nunca los ataques contra Max y su vida, su rendimiento sobre las tablas o sus discos con Soulffly, ¿cómo explicarle a un chaval que, si tiene suerte, el también envejecerá y cumplirá años? ¿cómo hacer entender a mucha gente que hay discos de Soulfly que se meriendan vivos otros de los Sepultura de Kisser? Debo ser muy idiota porque, en lo más personal, le debo un respeto enorme a los hermanos Cavalera por todos los buenos momentos que me han hecho pasar, como para afearles un mal disco, un mal concierto, que cumplan años o creerme saber mejor que nadie cómo deben dirigir sus carreras.

Dicho esto, los hermanos Cavalera volvían a nuestro país, con su nueva versión de “Schizophrenia” (2024), en una velada que muchos tardaremos en olvidar y en la que todo sonó como debería haber sonado hace años, haciendo justicia a canciones como “Bestial Devastation” o “Antichrist” que abrieron sin piedad y en canal a un público sediento de metal, “Morbid Visions” siguió sonando infecta con Igor Cavalera desatado, mientras que es un auténtico gustazo escuchar una canción como “Septic Schizo” que, precisamente, nunca fue una habitual en directo en su época. Disfruté muchísimo de las guitarras en “Escape to the Void” con el buen trabajo de Travis y, con todo el dolor de mi corazón, aunque me hubiese encantado ver a Kisser, no le eché de menos, como "From the Past Comes the Storms" sonó como si un rayo nos atravesase el cuerpo, por no hablar de la veloz "Funeral Rites", maravillosa. Tras el recorrido por las dos regrabaciones más recientes, llegó el momento de un final más popular con “Refuse/Resist” y la coreadísima “Territory”, con la que muchos viajamos a nuestra más tierna adolescencia, sonando más bronca que la original, con más mala leche, pero igual de icónica.

“Troops of Doom” nos hacía regresar a “Schizophrenia” (2024), mientras que “Morbid Visions” y, sobre todo, una de mis favoritas “Dead Embryonic Cells” me hizo desear una regrabación de un disco que, aunque me parece perfecto, me gustaría escuchar pasado por la túrmix de los Cavalera actuales, “Arise” (1991). Y soy consciente de ello, de que se trata de un capricho que jamás llegará a ocurrir porque Max tan sólo quería darle el sonido que él creía a los discos regrabados y el famoso “Arise” (1991) ya tiene la mano del maestro Scott Burns, sonando igual de bien ahora que hace tres décadas, pero anoche salí encantado de mi cita con los Cavalera, por mucho que algunos los critiquen con la nostalgia como única vara de medida, me siguen pareciendo cojonudos en directo y eso es un hecho que ayer volvieron a demostrar en Madrid.

© 2024 Lord of Metal

Crítica: Cavalera “Schizophrenia”

Poco podíamos esperarnos que nuestros queridos hermanos Cavalera, después de grabar “Morbid Visions” (2023), hiciesen lo propio con “Schizophrenia” (2024), tan sólo un año después. Y es que parece que Max y Igor están más que dispuestos a marcarse un “Taylor Version” como hace Taylor Swift y regrabar aquellos discos que los llevaron a la gloria junto a compañeros de los que, seguramente, no quieran saber nada de nada. La gran duda es, ¿seguirán haciendo lo propio con “Beneath the Remains” (1989), “Arise” (1991), “Chaos A.D.” (1993) y “Roots” (1996). La idea de Swift, aunque por otros motivos, es inevitable que no se les haya pasado a Max y Igor por la cabeza, ya que además de ganar un dinero extra, girar presentando de nuevo auténticas obras maestras, es una forma de interpretar en directo canciones de Cavalera y cerrar, por completo, la ventana a Sepultura. Por otro lado, una tontería, porque Sepultura permanecerá por siempre en nuestra memoria y la historia del metal, por mucho que Cavalera sigan regrabando todo su catálogo. Pero, seguramente, la pregunta que tengas en la cabeza es si merece o no la pena comprar o escuchar esta nueva versión de “Schizophrenia” (1987), y la respuesta es un rotundo sí. Tras las primeras dudas acerca del sonido o la participación de Andreas Kisser en el original, escuchar esta nueva versión es capaz de disiparlas, esta grabación, aunque haya salido treinta y pico años más tarde, sigue sonando plenamente old-school pero con un sonido más potente. Al igual que escribía en mi reseña de “Morbid Visions” (2023), perdemos ese sonido -a veces plano, unidimensional, crudo- de las grabaciones de metal de hace treinta y cuarenta años pero, sin perder esa sensación, ya que las producciones de los hermanos Cavalera están consiguiendo mantener la esencia. “Schizophrenia” (2024) suena fiero, salvaje y a metal clásico, pero con potencia y la definición actual, quizá sea la mano de Arthur Rizk en la mezcla, que las guitarras de Max y la solista de Travis Stone hace que uno se pregunte cómo es posible que calque, segundo por segundo, los solos y riffs de Kisser, con el mismo sonido y mala leche, por no hablar del brutísimo bajo en manos del propio Igor Amadeus, apodado “Sorcerer” en la grabación.

Resulta un poco absurdo, intentar reseñar auténticos clásicos como “From the Past Comes the Storms”, pero también inevitable mencionar a Travis en las guitarras de “To The Wall” y esa salvajada llamada “Escape to the Void”, con los hermanos Cavalera demostrando que no hay edad para ser capaces de dar lecciones de thrash/death. Iggor está soberbio tras los parches (que a nadie se le olvide que fue uno de los mejores baterías de metal en las décadas de los ochenta/noventa y quien tuvo, retuvo, su talento es incuestionable). “Inquisition Symphony” es una maravilla de composición que nos recuerda que los Sepultura de finales de los ochenta tenían ambición y ya miraban al futuro, como “Screams Behind the Shadows” o la navaja de “Septic Schizo” son capaces de sonar más afiladas que la original, a pesar de respetar con pulcro la grabación clásica. “The Abyss” o “Abismo” es quizá la única que, sonando mejor, pierde ese punto de improvisación de la original, pero posee un encanto mágico-místico difícil de explicar, quizá por el sonido a fogata, o porque cuando arranca el malsano riff de “R.I.P. (Rest in Pain)” logran que te olvides hasta del nombre de tu madre. Como novedad, la última, “Nightmares of Delirium”, redondeando el álbum a diez, resultando un sabrosísimo final.

Ya lo escribí de “Morbid Visions” (2023), quejarse de estas regrabaciones dice más del que las critica, que de unos músicos que, simple y llanamente, están regrabando canciones que han escrito ellos mismos. Lo tengo claro, en una semana vuelvo a disfrutarlos en directo y escucharé las canciones de “Schizophrenia” (2024), algo mucho más apetecible que escuchar las de “Quadra” (2020) o cualquier disco anterior, de una banda llamada Sepultura que, sintiéndolo mucho, debería haber desaparecido tras “Roots” (1996).

© 2024 Lord Of Metal

Crítica: Alcest "Les Chants De L’Aurore"

¿Recuerdas cuando eras adolescente y el verano llegaba a su fin? No se trataba de comenzar las clases y volver al colegio, nada de eso, la melancolía que a todos nos invadía era debida a que acababa la magia; aquellas tardes calurosas pero sofocantes en las que todo parecía posible, en las que la rutina se rompía y acababas haciendo algo especial con tus primos, esos amigos a los que veías de año en año -pero cuya amistad creías inquebrantable- y, lógicamente, los primeros amores de juventud. Todo eso se desvanecía en septiembre, los días eternos morían con los últimos rayos de sol, oscurecía antes y el aire carecía de aquel misticismo; era el momento de despedirse hasta el próximo año o, de manera mucho más dramática, hasta siempre con promesas de mantener el contacto que, inevitablemente, también se desvanecía. Pues ese es el sentimiento que parecen capturar Alcest en “Les chants de l'aurore” (2024), el álbum en el que el black deja paso, casi por completo, al shoegaze y el post-rock, a los desarrollos con carácter cinemático, en el que canciones como “Komorebi” parecen encontrar su clímax, sin prisa en el desenlace, con gusto por las emociones. Las voces son predominantemente melódicas y Neige parece florecer, ya no se trata de alternar guturales con bellos coros, ahora parece susurrar y no necesitar de la aprobación del oyente, se sumerge entre sus guitarras y parece emerger tan sólo cuando es necesario cantar la estrofa.

Una jugada que a Alcest les sale redonda, quizá porque aquel intento con “Shelter” (2014) fue demasiado arriesgado en un momento en el que su público no lo entendía y han preferido volver a aquel camino después de dos bellísimos discos preparatorios como “Kodama” (2016) y “Spiritual Instinct” (2019), dos auténticas joyas que parecen llevarnos de cabeza a este último álbum en el que, a pesar de provocar la sensación de ser un disco de transición, se ven con fuerzas para jugar en "L'envol" o tiznar levemente de pintura negra el rostro del oyente en “Améthyste”, ocho minutos de auténtico dinamismo en los que, a pesar del trémolo, Neige es tan inteligente como para cogernos de la mano y guiarnos a través de ese sentimiento que antes pretendía describir. “Améthyste” es una maravilla con una parte central que, además de darnos respiro, articula la canción y nos conduce hacia la emoción del final. El eje de “Flamme jumelle” es el riff, un poco de delay con reverb y a volar, para terminar jugando Neige con varias figuras y volver a conjurar la emoción, esa que nos atravesará el corazón a lo largo de todo “Les chants de l'aurore” (2024), hasta “Réminiscence”, una pieza a piano que sirve para tomar aire y afrontar los siguientes doce minutos.

“L'enfant de la lune (月の子)” es una composición compleja, no se trata de su envoltorio y la narración, sino de la percusión de la introducción y el estallido, las diferentes secciones y cómo Neige prefiere llevar los coros en otro tempo, su puente y final, a pesar de que “L'adieu” parece una coda de la propia canción, cerrando el disco de manera delicada, dejándonos esa sensación de melancólica despedida en los últimos estertores estivales. No exagero, es lo que me hace sentir “Les chants de l'aurore” (2024), tanto que es complicado otorgarle una nota, como si de un examen se tratase. Está claro que no está a la altura de discos anteriores, pero roza de nuevo el sobresaliente con los dedos y nos regala un álbum brillante y repleto de sensibilidad para los próximos meses, como una especie de escudo con el que defendernos de sesenta días de vulgares horteradas, festivales con olor a protección solar, horribles chanclas, borrachos, playas atestadas y melones podridos en la basura de cualquier calle, para reconfortarnos, a modo de banda sonora, con algo tan escaso en estos días como el buen gusto. Impagable.

© 2024 Jota Jiménez