"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Sulphur Aeon "Seven Crowns and Seven Seals"

Puede parecer una exageración, pero Sulphur Aeon, en los últimos años, se han convertido en una de mis bandas favoritas. Lo que empezó con “Swallowed by the Ocean's Tide” (2013) y parecía, simplemente, un homenaje lovecraftiano, ha ido consolidándose gracias a su talento que, cada dos y tres años, nos ha ido regalando perlas del calibre de “Gateway To The Antisphere” (2015) o la obra maestra que es “The Scythe Of Cosmic Chaos” (2018). Auténticas piezas de metal contemporáneo, a medio camino entre el black (esos afilados trémolos) y el death más técnico, creando una receta magnífica de death ennegrecido muy similar por la cual Behemoth se hicieron famosos en el pasado, pero construyendo un animal muy diferente cuando lo que nos encontramos en los discos de Sulphur Aeon son auténticas deidades prehistóricas, capaces de engullir galaxias enteras y dejar a los hombres a la altura de simples insectos. Ese panteón del de Providence, por el cual la música de los alemanes parece haber mamado del mismo pecho que muchas de sus creaciones. No es descabellado pensar que no hay mejor banda sonora para leerle, si de verdad amas el metal extremo y canciones que orbitan entre los cinco minutos y los nueve, densas como una tormenta de hormigón y con una instrumentación rica gracias a las guitarras de Torsten y Andreas, pero también los teclados de Sascha. Un auténtico festín al que hay que sumar el magnífico arte del pintor Paolo Girardi, un habitual del metal que ha ilustrado alguna de las grandes obras del género, derrochando "Seven Crowns and Seven Seals" auténtica genialidad por todos los poros.

Es cierto que la triada anterior, “Swallowed by the Ocean's Tide” (2013), “Gateway To The Antisphere” (2015) y “The Scythe Of Cosmic Chaos” (2018) puede llegar a ensombrecer el album que nos ocupa, pero es comenzar a sonar “Sombre Tidings” y abrir “Hammer From The Howling Void” para darnos cuenta que “Sulphur Aeon” han vuelto por la puerta grande; no se trata del diálogo entre un riff y otro, sino de que todo parece funcionar a la perfección, con Daniel evocando el espíritu de Immolation tras los platos y Martin fuera de sí. “Usurper of the Earth and Sea” combina el espíritu melódico de la banda, con un comienzo más propio del postpunk de los ochenta que del metal actual, hasta que Sulphur Aeon cogen a Cthulhu por los tentáculos y lo despedazan, acercándose el black noruego, pero con más groove, no tan veloz, más pesado. Son esas influencias las que utilizan como medidos ingredientes de "The Yearning Abyss Devours Us" con los armónicos como aderezo al riff principal, mientas Daniel engalana la canción con sus ‘fills’ y Martin parece un tenor en plena salmodia. “Arcane Cambrian Sorcery” y “Seven Crowns and Seven Seals” funcionan como relojes de precisión, elevando las señas de identidad de los alemanes a una fórmula en la que nada parece fallar, cuando tras sus robustas estrofas encontramos sus estribillos escritos a la perfección y la final “Beneath the Ziqqurats”, recordando a “Swallowed by the Ocean's Tide” (2013), en sus diez minutos de descarga, con Daniel trabajando el doble bombo a un tempo diferente, mientras los coros nos recuerdan, de nuevo, a los Behemoth anteriores a “The Satanist” (2014), una referencia que nunca debe ser tomada en vano cuando la banda de Nergal ha sido capaz de lo mejor en el pasado.

No alcanza la perfección de su producción anterior, pero es un notable tan alto que roza el sobresaliente de nuevo: bien escrito, bien interpretado, excelentemente producido y mezclado, repleto de buen gusto y habilidad para, haciendo lo de siempre, sorprendernos por su calidad. Sulphur Aeon son una apuesta segura y una banda a tener en cuenta, Lovecraft estaría verdaderamente orgulloso.

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Crítica: Incantation "Unholy Deification"

La última vez que Incantation visitaron nuestro país, pude acercarme a John McEntee y, después de los habituales piropos, le pregunté para cuándo nueva música y, sin querer soltar prenda, me sonrió y entendí que algo iba a ocurrir, por lo que no me sorprendió el calentamiento previo en redes sociales cuando, meses después, “Unholy Deification” (2023) veía la luz. ¿Qué puedo contar a estas alturas de Incantation tras más de tres décadas de death parido en el mismísimo infierno? ¿De ese death que parece exudar azufre? Los que amamos la música de McEntee encontraremos lo mismo que en discos anteriores, con la diferencia que “Unholy Deification” (2023) parece más sólido y mejor construido que “Sect of Vile Divinities” (2020), como si estos tres años de auténtico duro trabajo hubiese cundido tanto que han tenido tiempo para entrar al estudio y trabajar en la composición aún más que de costumbre. “Unholy Deification” (2023) suena igual de sólido que toda su carrera, con la diferencia respecto a los anteriores en que sus canciones parecen obtusos muros en los cuales, de manera orgánica y sin que suene forzado, dejan entrar algo de luz, gracias a sus diferentes partes. No es que “Sect of Vile Divinities” (2020) sea un mal disco, todo lo contrario, he disfrutado muchísimo de aquel álbum, he podido verlos en directo en varias ocasiones y lo escucho con regularidad, pero “Unholy Deification” (2023) es claramente superior, es el hermano mayor de sus últimos lanzamientos, con él siento que Incantation han regresado a reclamar lo que es suyo frente a bandas más recientes como Blood Incantation o Tomb Mold, como si escupiesen a la cara de todos esos seguidores con camisetas de manga larga y dibujos fosforescentes que creen haber inventado la rueda, ajenos a que Incantation o Morbid Angel llevan administrando generosas dosis de este desde hace décadas. Pero, con todo, tiene algunos defectos…

“Offerings (The Swarm) IV” abre con violencia, aunque no es la mejor del conjunto, siento que a su contundencia le falta la visceralidad del resto; me gustan las guitarras y cómo se rasgan, además el trabajo de Kyle es una barbaridad, pero “Concordat (The Pact) I” es lo que buscaba, no solamente suena pesada sino que los riffs parecen enlazarse unos con otros y llevarnos de la mano a través de ese paseo por el infierno que parece sugerir, sin que suene forzado, de manera natural, la canción evoluciona con maestría hasta que llegamos a nuestro destino, y nos dejan con ese tremendo golpe de thrash que es “Chalice (Vessel Consanguineous) VIII”, una de las cimas del disco junto a “Altar (Unity in Carnage) V” o “Homunculus (Spirit Made Flesh) IX”, con ese fortísimo sabor a Celtic Frost cuando bajan de revoluciones y John se convierte en un auténtico demonio mientras Chuck y Kyle vuelven la canción aún más densa, con Luke sonando completamente ácido. “Invocation (Chthonic Merge) X” es una buena forma de alargar ese clímax que hemos alcanzado, las guitarras suenan magníficas y John completamente poseído, mientras que “Megaron (Sunken Chamber) VI”, resulta perjudicada tras semejante ataque inicial, careciendo de la fuerza de las anteriores, como “Convulse (Words of Power) III” o “Exile (Defy the False) II” parecen demasiado planas (decentes, pero no con ese grado de exigencia que nos ha generado el resto del álbum) , nada que no arregle la mencionada “Altar (Unify in Carnage) V”, auténticamente sobresaliente, o ese final como es “Circle (Eye of Ascension) VII”. 

Como escribía unas líneas más arriba, “Unholy Deification” (2023) es superior a “Sect of Vile Divinities” (2020) y, claramente, mira por encima del hombro a los mejores discos de bandas contemporáneas, pero, aunque Incantation son incapaces de grabar un mal disco -o uno que baje del notable-, hay algunas canciones que lo alejan del sobresaliente. Puede sonar cruel, pero Incantation nos han acostumbrado a este nivel y no podemos pedirles menos. No puedo cerrar esta crítica sin mencionar la magnífica ilustración de la cubierta, obra de Kantor, para todos los amantes de los Souls y Soulslike, dan ganas de lanzarse a matar a semejante jefe, al que sólo le falta la barra de vida y romperle la postura…


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Crítica: Children Of Bodom "A Chapter Called Children Of Bodom"

Parece mentira, pero el tiempo vuela y no deja a ninguno con vida, un minuto estás aquí y al siguiente ya no. Quizá, ese sentimiento de sombra y fragilidad que nos rodea a aquellos que hemos perdido a demasiada gente, nos acompañará eternamente porque sabemos de la volatilidad de la vida, de lo efímero del momento y, por ende, lo precioso de aquello que nos rodea cuando, paradójicamente, podemos perderlo todo en cualquier segundo. Así llevo sintiéndome un tiempo, no solamente porque por el camino se hayan quedado algunos de mis artistas preferidos y muchos más jóvenes que quien os escribe, sino porque la juventud acaba cuando se es de verdad consciente de la mortalidad, de que la fiesta se acaba en cualquier momento y, como decía Gil de Biedma; la vida iba en serio. Alexi Laiho era un genio, no hay nadie que pueda discutirlo, podían gustarte más o menos sus discos, pero Alexi estaba tocado por Dios. Era un grandísimo guitarrista, con la habilidad, rapidez y creatividad de los mejores, disfrutarlo en directo era algo de otro mundo, incluso cuando comenzó a perder peso y esa sombra fatal parecía sobrevolarle, atemorizándonos a todos. 

Es por eso que a muchos nos enfadó la actitud de sus compañeros de banda, Children Of Bodom, pero era desde la perspectiva infantil del seguidor que se siente herido, lejos de la realidad que supone ver cómo un amigo, casi un hermano, se está matando poco a poco y estoy seguro de que Henkka, Haska, Daniel y Janne no supieron hacerlo de mejor manera que poniendo fin a la locura, pensando que aquel parón le pondría en órbita y sabría reaccionar, lamentablemente no fue así. Alexi nos dejó el 29 de diciembre del 2020 y parece que fue ayer pero, al mismo tiempo, parece haber pasado una eternidad. Por un lado, Alexi permanecerá eternamente joven en nuestro recuerdo, pequeño en tamaño -casi adolescente- encorvado sobre su ESP, mientras sus dedos parecían perderse a velocidades de infarto sobre el diapasón pero, por otro lado, nuestro corazón presiente que los años comienzan a estirarse desde su último concierto en nuestra ciudad, aquel que parecía uno más y, sin embargo, no sabíamos que sería el último.

Children Of Bodom se acabó, no hay posibilidad de reemplazo, la pérdida es demasiado grande y es mejor entender que aquello fue un sueño mientras duró. Pero sus amigos, sus compañeros, también son conscientes de que siempre nos quedará la música y no hay mejor recuerdo para cerrar una carrera tan brillante que publicar el que fue el último concierto de Children Of Bodom, el 15 de diciembre de 2019, en Helsinki, un año antes del fatal desenlace. Así llega hasta nosotros "A Chapter Called Children Of Bodom (The Final Show In Helsinki Ice Hall 2019)" con un temible Roy entre el público, coronando una impactante portada que recuerda a la de "Hate Crew Deathroll" (2003), sólo que aquí parece todo mucho más real, más amargo, más triste y solemne cuando nunca más escucharemos a Alexi en directo. Dieciocho canciones, cuatro discos, que muestran la grandeza de una banda auténticamente demoledora en directo; brutal pero técnica, infalible, afilada y melódica, de precisión. Presentando “Hexed” (2019), es normal que comiencen sonando “Under The Grass Clover” o "Platitudes and Barren Words", dos canciones magníficas, pero de ahí volamos a "Are You Dead Yet?" (2005) con “In Your Face” y los magníficos teclados de Janne para despegar del suelo; “Shovel Knockout”, “Bodom Beach Terror” o “Follow The Reaper” comparten minutaje con “Blooddrunk” y “Angels Don’t Kill”, mientras la atropelladísima versión de “Needled 24/7” nos acelera el pulso hasta “Hate Me” o la siniestra y glacial “Lake Bodom”, que sigue siendo capaz de helar la sangre desde 1997 con Alexi fuera de sí, apoyándose en Daniel, Henkka y Jaska en musculosa comunión y Janne adornando, creando un colchón como si de un hipervitaminado Jon Lord se tratase, hasta la orgásmica “Downfall”, casi una veintena de canciones que entran como un chute de buena música, como el canto a la vida que eran en directo.

No hay mejor forma de recordar a Alexi que escuchando su música, un auténtico regalo que nos acompañará por siempre, recordándonos la importancia de cada uno de nosotros en la vida de aquellos que nos rodean. Si es así, Alexi tocó el corazón de millones de amantes de la música y no hay mayor riqueza que semejante logro. Querido amigo, ojalá encuentres el merecido descanso allá donde estés, ojalá nos volvamos a ver.

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Crítica: Wilco "Cousin"

Mira que siento parecer un llorón con Wilco pero, si echo la vista hacia atrás, desde que pude verlos, por primera vez, sobre un escenario hace ya veinte años, me han dado únicamente alegrías e incluso en los momentos más bajos, siempre ha sido agradable volver a ellos. Recuerdo como si fuese ayer cuando crítica y público pusieron a parir un discazo como “Sky Blue Sky” (2007), hoy saludado como una de sus grandes obras, cuando se sintieron defraudados con “Wilco” (2009) o también se ensañaron con “The Whole Love” (2011) y, a partir de ahí, es como si Tweedy y los suyos se hubiesen olvidado de su público y hubiesen centrado, única y exclusivamente, en hacer la música que les apetece. Así, publicaron “Star Wars” (2015), que ganaba en directo, el también injustamente olvidado “Schmilco” (2016) y el luminoso, aunque tanto que era difuso, “Ode To Joy” (2019), en una especie de corte de manga a un público que sigue esperando las canciones más conocidas, más fáciles. “Cruel Country” (2022) me ilusionó tanto como su gira pero, a la hora de la verdad (como me ocurrió con “Ode To Joy”) tras semanas de escucha (a pesar de haberme sentido lo suficientemente halagado tras recibir el promo, en estos tiempos que corren), no sentí las ganas suficientes como para escribir hasta “Cousin” (2023), el disco que nos ocupa y ante el que tuve la mala baba de pensar que serían descartes de “Cruel Country” (2022), sintiendo un cansancio prematuro ante sus posibles canciones. No me malinterpretes, querido lector, sé que tú tampoco sientes lo mismo por las composiciones de “Cruel Country” (2022), “Ode To Joy” (2019) o “Schmilco” (2016) que cuando suena, por ejemplo, “Hell is Chrome” o “Passenger Side” y está bien, es normal.

Pero, sin embargo, algo ocurre con “Cousin” (2023). No descarto tampoco que algunas de sus canciones sean borradores de “Cruel Country” (2022) pero quizá porque, por primera vez en tiempo, han trabajado con una productora ajena a la banda, como es Cate Le Bon, o que ha sido grabado con Wilco interpretando sus canciones juntos en el estudio, reduciendo la grabación individual de las pistas a lo mínimo (excepto los solos de Nels, que siempre necesitará su propio espacio y así está bien), esbozos creados por Tweedy, el orden de las canciones, el sonido o, simplemente, las musas, que “Cousin” (2023) suena especialmente agraciado; plácido, cálido, gustoso y con unas composiciones que perduran en tu memoria. Como si Wilco hubiesen querido dar un hipotético golpe sobre la mesa y decidido volver a tomar el control de lo que graban en el estudio, llevando la genialidad del directo a este, y no sintiéndose como una banda que acude a grabar como justificación, de manera apresurada y sólo como excusa, coo si ocurre con los precipitados “Star Wars” (2015) o “Schmilco” (2016).

“Infinite Surprise” es, paradójicamente, toda una sorpresa; la forma en la que se construye la melodía, la calma con la que se resuelve y Cline haciendo de las suyas en segundo plano, en contraste con la melancolía de “Ten Dead” y la forma en que las guitarras hilvanan el buscado descenso anímico, hasta la ligereza de “Leeve”, tres ases con los que arrancar un álbum, como hacía años que no sentía con Wilco; una forma de desperezarse a golpe de genialidad, hasta el evidente single que es “Evicted” (aunque su guitarra me recuerde a la melodía de "Heavy Metal Drummer"), conteniendo un estribillo irresistible. "Sunlight Ends" y su batería electrónica, así como el juego obsesivo del delay logran que se sitúe como otros de los grandes aciertos de un álbum en el que los aciertos se cuentan por decenas (tratamientos de guitarras, líneas de bajo, steels, teclados) como ocurre con la acústica de "A Bowl and a Pudding", evocando a Nick Drake, la propia “Cousin” o el contrapunto de la sombría pero bellísima "Pittsburgh", aristas del mismo prisma que puede ser la música de Wilco; como cuando suena “Soldier Child” o la accesible “Meant To Be” para concluir su mejor álbum desde “The Whole Love” (2011), dejando con ganas de volver a darle una vuelta, de volver a escucharlo, de volver a sentir sus canciones y, por primera vez en mucho tiempo, hacerlas tuyas. 

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Crítica: Dimmu Borgir "Inspiratio Profanus"

Resulta casi imposible negar que algo huele a podrido en Noruega (queriendo parafrasear de manera forzada a Shakespeare, por no mentar a Myrkur, como lo único realmente podrido allá por el norte de Europa y sabiendo que es danesa, siendo también imposible no mencionar a semejante personaje sin reírme), porque sólo así puede uno entender que una banda como Dimmu Borgir, tras publicar los notables “In Sorte Diaboli” (2007) o “Abrahadabra” (2010) -por no mencionar “Death Cult Armageddon” de 2003 y “Puritanical Euphoric Misanthropia” de 2001 o cualquier referencia anterior igual de sobresaliente- hayan entrado en lo que parece un largo e inexplicable letargo del que únicamente salieron con “Eonian” (2018) y actuaciones puntuales en festivales. ¿Qué ocurre con Silenoz, Shagrath o Galder? ¿Prefieren descansar y disfrutar de su vida doméstica, se llevan mal entre ellos, no sienten la llamada de la inspiración? Nunca se sabrá o, por lo menos, no parece que el misterio vaya a ser resuelto a corto plazo. Shagrath es un grandísimo músico, abierto a otros proyectos y cercano a sus seguidores, mientras que Silenoz suele adelantar los proyectos de la banda en las entrevistas que concede. Pero, ¿qué demonios está ocurriendo en el seno de Dimmu Borgir? ¿De verdad que no es posible haber grabado o girado algo más en trece años? Sus seguidores parecemos haber asumido que Dimmu son una banda que aparece con cuentagotas, que calcula rácanamente sus giras y administra con la misma poca generosidad sus grabaciones en el estudio. Pero así, de esta manera, Silenoz parece haber confirmado de nuevo la continuación de “Eonian” (2018) y entre él y Shagrath han decidido publicar “Inspiratio Profanus”, disco que nos ocupa, que no es otra cosa que una recopilación con algunas de las versiones que Dimmu Borgir han grabado a lo largo de los años y conforman una suerte de panteón de sus influencias. No puedo negar tampoco que, si se tratase de otra banda, no habría escrito esta reseña por considerar a “Inspiratio Profanus” poco menos que un artefacto destinado a los seguidores de Dimmu Borgir, un aperitivo mientras esperamos a que se publique su nuevo álbum.

Pero es que, además, resulta también del todo imposible no sentir algo de curiosidad por saber cómo suenan muchas de estas canciones. En el caso de “Black Metal” de Venom, la sorpresa es menor pero sí que es cierto que es un placer escuchar a Dimmu Borgir grabar algo tan crudo y directo, imposible no levantarse del sofá y gritar: “Lay down your soul to the gods rock 'n' roll!”, algo similar a lo que ocurre con la brutal “Satan My Master” de Bathory, canciones que les sientan como un guante y nos muestra a unos Dimmu plenamente encendidos, puestos de fuego hasta las cejas y sonando más cortantes que una cuchilla. Hay sorpresas como "Dead Men Don't Rape" de Delilah Bon, que suena lúgubre pero exuberante, aunque la cabra tire al monte y donde de verdad se les sienta sea en “Nocturnal Fear” de Celtic Frost (incluida en dos ocasiones, con dos acabados igual de brutales), o “Metal Heart” de Accept, completamente hecha suya, magníficamente interpretada. Mientras que la curiosidad llega con “Burn In Hell” de Twisted Sister y la perla que es “Perfect Strangers” de Deep Purple, con unos coros magníficos y demostrando lo mismo que con “Metal Heart”; que la grandeza de Dimmu Borgir no es únicamente la de interpretarlas a la perfección sino en convertirlas en propias, como debería ser toda buena versión.

Es verdad que “Inspiratio Profanus” es tan sólo una anécdota, pero Dimmu Borgir poseen tanta calidad y un sentimiento de genuina oscuridad por el que es imposible negarse a ellos. No sé si su nuevo álbum será un paso más allá en el camino de “Eonian” (2018) o grabarán algo a la altura de “Death Cult Armageddon” (2003) pero lo que sí que tengo claro es que no me decepcionará y aprovecharé cada gota de negra inspiración que salga de sus almas porque, sabiendo cómo se las gastan y los tiempos que manejan, puede que siempre sea la última.

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Crítica: Myrkur “Spine”

Disfruté muchísimo con “M” (2015), ¿para qué negarlo? También es cierto que lo hice porque quise; porque me forcé a olvidarme de las críticas que pululaban alrededor del álbum, quise olvidarme de Ulver, quise olvidarme de aquella engañifa de micrófono-árbol que la propia Myrkur usaba con un pedal de distorsión para hacer los guturales de sus canciones en directo y no siempre pisaba a tiempo y, en definitiva, quise creerme al personaje y no darme cuenta que detrás de las composiciones de aquel disco estaban indudablemente, otras manos que no eran las de Amalie Bruun, tan poco dotada para la música, y sus desmedidas ansias de triunfar; primero en el pop más insustancial, después en el metal, como cuando, después de criarse en Nueva York, recurre a su origen danés para hacernos creer que su proyecto Ex Cops fue algo pasajero y lo que sí tiene peso son sus ancestros, porque antes de querer ser una Kylie Minogue de pacotilla, ella siempre fue vikinga de cuna. El caso es que la vi en directo durante la gira de “M” (2015) varias veces, sola y acompañada, y después de aquello volví a coincidir con ella en directo hasta en cinco ocasiones más, algo totalmente innecesario, pero casual por culpa de los festivales. En lo musical, su debut fue, incontestablemente, un notable, logrando adquirir voz propia con “Mareridt” (2017), aunque inconsistente y con peores canciones, para caer en “Folkesange” (2020) totalmente desdibujada.

Así, “Spine” (2023) debería ser el disco que la coronase definitivamente pero no, a pesar de que Amalie vuelve a contar con la inestimable ayuda de Randall Dunn (Sunn O))) pero también Earth), el disco no llega a cuajar, desde la introducción de "Bålfærd" hasta la coral “Menneskebarn”, con la que se despide, la sensación general es de haber desaprovechado el último cartucho; el black metal de “M” (2015) queda reducido a un par de riffs, sin fuerza y anecdóticos, el folk de “Folkesange” (2020) tampoco tiene cabida, quedándose Amelie en tierra de nadie cuando recurre a su voz más pop; ejemplo de ello es “Like Humans” o el synthpop de “Mothlike”, no son malas canciones, simplemente inocuas, olvidables y con una estructura plana, sin aristas, compuestas sin mucho esfuerzo y menos intención de impactar pero, no solamente falla la voz de Amalie sobre unas canciones en las que parece que se ha limitado a grabar su pista, sin más, sino que la percusión de Ægir Sindri Bjarnason tampoco ayuda, totalmente en segundo plano, dando la sensación de que se ha utilizado un emulador, igual que las guitarras de William Hayes o el sonrojante, verdaderamente penoso, solo de Arjan Miranda en la citada “Mothlike”.

De esta manera, resulta muy difícil enfrentarse a un disco con canciones como “My Blood Is Gold”, “Blazing Sky” y la aburridísima “Devil In The Detail”, cuando parece que Amalie canta incluso fuera de tempo. Mientras que la artificial sección central, plenamente ideada para alcanzar a otro tipo de público, que es la formada por la propia “Spine” o "Valkyriernes sang", es black metal de tercera regional, con un impostado sonado underground, en el que Amelie intenta reverdecer lo grabado en “M” (2015) en una canción como "Valkyriernes sang", pero estropeándola totalmente con las dobles voces y la atropellada batería de Ægir, más cerca del esperpento que al blast beat, o el pastiche absoluto que es “Spine”, en la que nada funciona en sus cuatro minutos. Un auténtico horror.

Myrkur ha grabado un disco completamente prescindible, sin ningún tipo de valor a excepción de algún momento muy contado o el trabajo de Randall Dunn pero, en definitiva, un disco que hay que evitar para no perder el tiempo. Myrkur no llega a ser ni siquiera una nota a pie de página en la impresionante historia del metal extremo, no perdáis ni un solo segundo escuchando “Spine” (2023) o nada posterior a “M” (2015) y si lo hacéis, que este sea vuestra introducción a Ulver (en el caso de que no sepáis de sus existencia), nada más.

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Crítica: Carnifex “Necromanteum”

No ha faltado quien me ha afeado por aquello de no escribir acerca de "World War X" (2019), como si estuviese en la obligación de hacerlo; como si en esta web hubiese reseñas de "The Diseased and the Poisoned" (2008) o "Hell Chose Me" (2010) y si existe de “Slow Death” (2016) es porque, sencillamente, aquel me gustó justo por el cambio que logró la formación de Scott, dejando atrás el deathcore y entrando en otros terrenos. Pero es que, además, "World War X" (2019) supuso un bajón respecto al anterior y la pandemia se encargó de hacer el resto, frustrando una gira completa de presentación, algo que intentaron arreglar con “Graveside Confessions” (2021) y lograron en parte, a pesar de la tibieza con la que fue recibido. Es por eso que, sin haberme tatuado jamás el logo de la banda en el pecho, sí que sentí cierta desafección por su propuesta o cualquier novedad de los de San Diego. Pero, tras escuchar “Necromanteum” (2023), he de reconocer que Lewis, Arford, Calderon y Cameron, sin traicionar el deathcore que ya trabajaban y tan buenos beneficios les ha proporcionado, sin acudir a la oscuridad de “Slow Death” (2016), han firmado un disco que gustará a los seguidores del core y, por qué no, del death metal melódico; Carnifex, a pesar de recurrir al downtempo con asiduidad, tienen más que ver en “Necromanteum” con The Black Dahlia Murder que con aquellos que firmaron "The Diseased and the Poisoned" (2008) o su renacimiento con “Die Without Hope” (2014).

El riff de “Torn In Two” y la gruta en la que se convierte la garganta de Scott, ya son una muestra más que clara de que Carnifex quiere recuperar la mala hostia, algo a lo que les ayudará Tom Barber de Chelasa Grin en la operística “Death's Forgotten Children”, una épica que explotarán en la propia “Necromanteum”, más cercana a Cradle of Filth que a los propios Carnifex que, de no ser por la gruesa voz de Scott y los insistentes breakdowns, parecerían una banda muy diferente; esa que es capaz de convertirse en un torbellino traqueteante en “Crowned In Everblack" y rozar, de nuevo, esa épica gracias a los arreglos sinfónicos y las dobles guitarras de Neal y Cory, como si la banda quisiese expander sus horizontes firmando canciones como “Infinite Night Terror” o “Architect Of Misanthropy” y, con menos gracia o tino, en “How The Knife Gets Twisted” que si puede salvar el tipo es gracias a su pegadizo riff, ese que articula la parte central y se convierte en un chicle, pero también en un latigazo gracias a la infatigable labor de Shawn a la batería; lo que nunca sabré es por qué funcionándoles tan bien el trémolo, siendo jaleado por el doble bombo, y esos arreglos sinfónicos enlatados, prefieren dejarlos de lado y recurrir al envoltorio del deathcore, como si ese atrevimiento y ganas de romper sus horizontes se viesen refrenados por su conservadurismo musical y no querer abandonar la rigidez del subgénero que les ha hecho famosos. Por favor, tú que lees esta crítica; escucha las partes de trémolo en “How The Knife Gets Twisted”, además del solo, y entenderá lo que escribo, además de darme la razón.

La sincopada “Bleed More”, hermana pequeña de la anterior, pasa desapercibida gracias la final “Heaven And Hell At Once” y su encanto gótico, con cuatro minutos de bandazos deathcore convenientemente aderezados a golpe de violencia y arreglos, demostrando que Carnifex son capaces de lo mejor y lo peor en un estilo que se les ha quedado pequeño y en el que comienzan a sentirse como ese repetidor en el instituto, que se afeitaba el belfo y parecía un hombre en una clase rodeado de niños dos años más jóvenes. Y es que el deathcore es un mal subgénero para cumplir años y más cuando tienes calidad de sobra, "Necromanteum" es un disco variado -que no complejo- que podría haber resultado más agradecido si Carnifex culminasen sus ganas de crecer pero, al menos, es mejor que "World War X" (2019) y “Graveside Confessions” (2021) y eso ya es algo.

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Crítica: Sadus “The Shadow Inside”

Que levante la mano aquel que, al leer la noticia sobre el regreso de Sadus, no sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Aquellos que firmaron discos como “Illusions” (1988), el maravilloso “Swallowed In Black” (1990) o “A Vision Of Misery” (1992) regresaban de la tumba tras “Out For Blood” (2006), ¿cómo no sentirse excitado tras diecisiete años de sequía y la posibilidad de revivir las emociones sentidas cuando desplegábamos las páginas centrales de las revistas de metal de nuestro país con pósters plegados en mil y un dobleces, además de la sección de contactos y cartas de los lectores? ¡Ese era mi momentito y seguro que también el tuyo! Sin embargo, por mi cabeza pasaba la posibilidad de que los californianos grabasen obras como “Elements Of Anger” (1997) o “Out For Blood” (2006), grabaciones correctas, pero no a la altura de la triada inicial. Además, ¿qué posibilidades habría de volver a verlos girando? Intenté calmarme y no pecar de entusiasta, pero tampoco de agorero, ceñirme a lo que “The Shadow Inside” podría aportarme. Y es que Sadus o, lo que es lo mismo, el dúo formado por Darren Travis y Jon Allen, conservan la magia, cualquiera que escuche este nuevo álbum y no busque más allá de lo inmediato; del riff cortante como una motosierra, del doble bombo y la también afilada voz de Travis, no podrá sentirse decepcionado: si lo que buscas es caña, es lo que tendrás. Otra cosa es que Sadus vayan a sorprenderte o escuches un disco en el que se note un impresionante trabajo compositivo, porque eso es justo lo que no encontrarás. “The Shadow Inside”, producido por Juan Urteaga (quien también aporta su voz en “Anarchy”) suena potente y actual, sin perder el toque old-school de la banda, pero es completamente decepcionante cuando no tiene nada que ver con sus maravilloso pasado de finales de los ochenta y primeros de los noventa pero sí mucho que ver con “Elements Of Anger” (1997) o “Out For Blood” (2006), con los que traza una clarísima línea descendente.

“First Blood” es un comienzo prometedor, pero no arrollador, completamente genérica y con un solo absolutamente prescindible pero quizá lo peor de todo es su unión con “Scorched And Burnt” y esa sensación que quieren transmitir, sin éxito, en una canción con groove -pero no demasiado- y poco resultona, ralentizada y aburridota en sus cuatro minutos y medio, logrando lo que parece una remontada con “It’s the Sickness” y “Ride The Knife”, siendo esta última mucho más representativa de que lo que son en directo o una vez fueron en estudio, aunque a medio gas: la introducción es demasiado lenta y, cuando despega, sí coge el vuelvo y Sadus parecen haber vuelto de la tumba, con Jon Allen dando lo mejor de sí tras los parches, como “Anarchy”, quizá una de las mejores de todo “The Shadow Inside”, o “Devil In Me”, otra muestra de que Sadus no tienen que recurrir siempre al trote cochinero del thrash (pero tampoco caer en el ejercicio de “Scorched And Burnt”) y cuando se acelera no pierde un ápice de intensidad. Pero los problemas continúan con “Pain” y la sensación de haber puesto la directa, con una canción que parece una improvisación y un solo de auténtico chiste, los dos minutos injustificables del interludio que es “New Beginnings” y su enlace con “The Shadow Inside”, rebajando el impacto de, por ejemplo, “No Peace”, los últimos cinco minutos de genialidad en el álbum. 

“The Shadow Inside” me resulta decepcionante cuando me encuentro con que, después de meses y habiendo esperado a que el vinilo llegase a mi casa, no tengo apenas ganas de volver a escucharlo o no con el mismo entusiasmo de cuando escucho “Swallowed In Black” (1990). No es que Sadus funcionen mucho mejor en el recuerdo de mis días adolescentes, es que aquellos discos siguen funcionando a la perfección y este último que nos ocupa es, simplemente, uno más que poco o nada tiene que ver con aquello.

© 2023 Lord Of Metal

Crónica: Napalm Death (Madrid) 19.11.2023

Nunca sabré si Napalm Death son demasiado grandes para una sala como es la Copérnico que, sin duda alguna, se quedó demasiado pequeña o las ganas de ver a los de Meriden, tras cinco años de ausencia, fue lo que logró que la sensación de calor se intensificase en una noche invernal en la que Shane Embury, Barney Greenway, Danny Herrera y John Cooke trajeron grindcore de primer nivel con su habitual simpatía. Pero, aún así, me corregiré a mí mismo; Napalm Death son muy grandes, toda una leyenda que, sin embargo, dejan salas de mayor aforo a medio llenar y se crecen, como es debido, en salas más pequeñas, más cercanas a su naturaleza efervescente, social y casi punk. Seguramente, una sala de mayor aforo (como ocurrió en La Riviera, durante la gira Deathcrusher con, nada más y nada menos, que Carcass) se les habría quedado demasiado grande y una como es la sala Copérnico, demasiado pequeña pero, al margen de esta apreciación, Napalm Death han estado, sencilla y llanamente, gloriosos; como si no hubiesen pasado los años por ellos y estuviésemos asistiendo a la gira de una banda que acaba de publicar "From Enslavement to Obliteration" (1988) o "Harmony Corruption" (1990). Y es que Napalm Death, además de estar abrazando un dulce presente con un disco como "Throes of Joy in the Jaws of Defeatism" (2020) y una carrera en la que no hay un solo álbum que baje del notable, en directo están gozando de una segunda juventud.

Unos minutos antes de la hora fijada, como si las ganas que se sentían el ambiente les hubiesen contagiado, Napalm Death tomaban el pequeño escenario de la sala para arrancar con canciones como “Narcissus” o “Backlash Just Because” hasta la presentación de “Contagion” y su apropiado estribillo, tan pegadizo y melódico. Barney está más en forma que en pasadas giras, se le siente pletórico mientras se lo pasa en grande sobre las tablas, presenta las canciones en español e inglés, bromea con las primeras filas pero nada se le escapa, como al también legendario Shane, siempre mirando por el rabillo del ojo mientras golpea su bajo: “Invigoration Clutch”, “Unchallenged Hate” y retrocedemos hasta finales de los ochenta para escuchar “Scum” o “Suffer The Children” de "Harmony Corruption" (1990), “Amoral” es la clara muestra de ese buen momento creativo de la banda, como la broma que sigue siendo “You Suffer” cuando es escupida y Barney bromea con que es toda una prueba para nuestra atención. 

Por el camino, Danny golpea los parches con rigurosa maestría, presentan “Don’t Need It” de Bad Brains, como la primera versión de una noche que tendría su continuación con la ya clásica “Nazi Punks Fuck Off” de Dead kennedys, sin olvidar canciones propias como “Breed To Breathe”, “The Infiltraitor” y ese latigazo que es “Smash a Single Digit”, con la ayuda de John en la guitarra, de su "Apex Predator – Easy Meat" (2015), para concluir el concierto con “Deceiver”, “Dead” y la acojonante “Siege Of Power”. Se encienden las luces, los músicos se resisten a abandonar el escenario, se sienten arropados y en la sala no cabe ni un alma más; una pista sudorosa, caras de felicidad y la sensación de que acabamos de presenciar un concierto sobresaliente, tan breve como contundente en sus dos decenas de canciones en apenas hora y media. No sé si será el mejor concierto de Napalm Death que he tenido el gusto de presenciar, pero se le parece y da gusto encontrarse con ellos, siempre más vivos que nunca y con un mensaje que, sin haber cambiado, cada día es más y más relevante. 

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Crítica: Autopsy "Ashes, Organs, Blood and Crypts"

Ocho años sin disco de Autopsy y, de golpe y porrazo, nos encontramos con otro álbum tras “Morbidity Triumphant” (2022), y no negaré tampoco que me daba algo de miedo que, después de tanto tiempo, publicasen un nuevo álbum pero, amigo mío, estamos hablando de Autopsy y Chris Reifert, otro de los grandes padres del death, y este no entraría jamás al estudio si la inspiración no hubiese tocado a su puerta y así ha sido. "Ashes, Organs, Blood and Crypts" es superior a “Morbidity Triumphant” (2022), rivalizando con un álbum como “Macabre Eternal” (2011), un disco en el que no están inventando nada en absoluto y explotan al máximo la fórmula maestra de Autopsy, pero la gran diferencia es que en este disco se siente una composición aún más robusta, más trabajada y pulida (que nadie espere un disco relamido, las vísceras y el fuerte sentimiento crudo de la banda sigue sonando en cada uno de sus surcos), hay rabia punk en una canción como “Rabid Funeral” y Reifert aprieta como nunca el pedal del bombo, mientras se desgañita, pero también hay momentos de inusual pericia como en el bajo de Wilkinson mientras la guitarra de Coralles parece enloquecer, dando toda la sensación de que Wilkinson, plenamente integrado, forma parte de una banda que no quiere vivir únicamente del pasado sino que, a pesar de su brillante historia, se empeñan en adentrarse en nuevos terrenos; sólo hace falta escuchar el desarrollo en el final de “Rabid Funeral” y cómo la banda parece abandonarse plenamente a la compañía de las musas, para entender por qué Autopsy son una auténtica leyenda con la calidad como bandera.

“Throatsaw” es la mejor muestra de lo que han sido y por qué es imposible no amar a la banda, la brutalidad de Reifert, los alocados riffs sucediéndose, y Wilkinson serpenteando, ese mismo groove que parece vertebrar “No Mortal Left Alive”, y la voz más cavernosa que nunca, recién salida de un camposanto, como todo el buen death metal con denominación de origen norteamericana debería sonar. No es de extrañar que “Well of Entrails” parezca doom, pero es que Autopsy se mueven a la perfección entre ambos terrenos, con maestría para lo cafre pero también para lo más pesado y lúgubre, como si cualquiera de los muertos vivientes y aberraciones que pueblan sus portadas saliesen de la tumba y, acto seguido, corriese tras de ti -tripas al aire- mientras vomitan extraños sonidos guturales; eso es el sonido de Autopsy cuando Reifert golpea encabronado su batería y la propia “Ashes, Organs, Blood and Crypts" parece dislocarse por completo en ese puntito thrashy que tanto disfruto.

Es por eso que “Bones To The Wolves” te recordará a Slayer, sin duda, pero en “Marrow Fiend” parecen una versión lisérgica de sí mismos, sincopándose en la parte central, para bajar el pistón en los últimos compases o “Toxic Death Funk” parezca una banda punk, como Dead Kennedys en poco menos de dos minutos, y jueguen al despiste en “Lobotomizing Gods”, evocando a los primeros Autopsy, sonando más cercanos al sludge hasta el baquetazo en el que todo explota y vuelve al death más desbocado, enlazando la canción con “Death Is The Answer” y esa pequeña obra maestra que es “Coagulation”, concluyendo el disco con matrícula de honor.

Es una auténtica gozada encontrarse con Autopsy y escucharlos en tan buena forma, como si los últimos treinta años no hubiesen pasado, como si hubiesen regresado del más allá plenamente conservados en una fresca cripta por la cual Reifert, Cutler y Coralles han conservado todo su genio, grabando su mejor material, sin vivir del rédito de un nombre que quedará escrito de por vida en la historia del metal extremo. Brutales y violentos, la casquería habitual, que nunca supo tan sabrosa. 

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Crítica: Suffocation “Hymns From The Apocrypha”

Podría afirmar, sin ningún género de dudas, que la banda de Terrance Hobbs sigue poseyendo el mismo sentimiento de agresión brutal de siempre, a pesar de la marcha de Frank Mullen y la grabación de “Hymns From The Apocrypha” con Ricky Myers, a lo que hay que sumar la incorporación de Eric Morotti y Charlie Errigo hace ya casi siete años (¡cómo pasa el tiempo, amigos!), con lo que únicamente quedan Hobbs y Boyer como carismáticos bastiones de una formación histórica. El primero se reparte las guitarras con Errigo, mientras que Boyer, con su habitual maestría, conduce la base rítmica junto a Morotti, siendo literalmente imposible que la banda suene poco contundente o engrasada. Suffocation, mis queridos “sufo”, siguen sonando con la misma energía y mala ralea de siempre, como si “Effigy Of The Forgotten” (1991) hubiese sido grabado ayer mismo, con un Myers que se calza las complicadas botas de Mullen y emula al vocalista en sus ‘growls’ con gran facilidad, obteniendo un resultado que agradará a aquellos que disfrutamos con su mencionado debut, pero también “Breeding The Spawn” (1993) o “Pierced From Within” (1995), además de a los seguidores más recientes que se han introducido con “…Of The Dark Light” (2017), un disco que salva el tipo por poco; con una producción demasiado moderna, la batería de Morotti sonando francamente artificial y un Mullen desgastado, pero también muy tocados en el apartado compositivo, grabando un disco que funcionaba a medias, quizá sí para paladares poco entrenados o poco exigentes; que nadie me malinterprete, no soy tan trve como para hacerte creer que aquel disco era horrendo porque siempre hay un sello de calidad en todo lo que graban, pero -para que también me entiendas- prefería volver a "Pierced from Within"(1995) y la gira de presentación, sin Mullen, me hizo sentir que Suffocation se resentían debido a la inestabilidad, es por eso que necesitaba escuchar “Hymns From The Apocrypha” y querer sentir que todo estaba en su sitio.

Y, aunque un poco a medias, así ha sido: este último es mejor que “…Of The Dark Light” (2017) y así lo demuestra la pieza inicial con la que dan título al álbum, con Hobbs demostrando su peso en oro una vez más, como uno de los mejores guitarristas del metal y, aunque echemos de menos a Mullen, Myers confirma una vez más que es el reemplazo perfecto para la voz en Suffocation. Pero quizá, lo que más me gusta de este álbum es su negativa a repetirse, su intento por salirse por la tangente, como ocurre con “Perpetual Deception” o la salvaje “Dim Veil Of Obscurity”, canciones en las que da gusto escuchar el tándem formado por Morotti y uno de mis bajistas favoritos, Derek Boyer, haciendo de las suyas, buscándose el ingenio para evitar la repetición pero sonar igual de abrasivos, algo que se plasma quizá con más evidencia en "Immortal Execration", en la que suenan más profundos y con más pegada que nunca, antes de encabronarse y lanzarse al degüello con un ritmo desbocado, demostrando que Suffocation son capaces de sonar como ninguno también a baja revolución.
 
Así, "Seraphim Enslavement" reconduce el camino a terrenos conocidos o a los intrincados tempos de “Descendants” con la misma fortuna, mostrándose tan brutos y primarios como sofisticados y técnicos, oscuros en “Embrace The Suffering” o negrísimos en “Delusions Of Mortality”, en tan sólo ocho canciones que engalanan con el regalo que es “Ignorant Deprivation” (de nuevo, como en el anterior, rescatando una composición anterior, de su auténtico clásico “Breeding The Spawn”) logrando rendir homenaje a quienes eran hace treinta años y quienes son actualmente, luciendo una salud envidiable y un genio que se mantiene, pese a las idas y venidas. Un disco mucho más redondo que el anterior y un placer para los oídos, que no para las cervicales.

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Crítica: Steven Wilson “The Harmony Codex”

Déjenme que haga una crítica mucho más personal de “The Harmony Codex” porque, al final, quien acude a este blog tras casi quince años de escritos tan personales (algunos tan malos como divertidos y otros tan estupendos como particulares) busca ese sentimiento, más allá de una crítica escrita para pasar al siguiente disco, redactada sin alma por una persona que ha escuchado el álbum mientras escribía pensando en las visitas o ‘vetetúasaberqué’ y a mí todo eso, plin. Quizá porque tras más de treinta y cinco años escuchando música de manera consciente (ya que en mi casa se escuchaba literalmente de todo -insisto, de todo- cuando era crío, formándome un gusto de lo más heterogéneo contra mi voluntad, hasta tomar las riendas de lo que alimentaba mis propios oídos), he llegado a muchas conclusiones en cuanto a la música, pero una en particular: y es que conocer a los seguidores ha arruinado siempre e invariablemente mi experiencia. Siempre.

Desde aquella chica que aseguraba amar a Black Sabbath por su rubio guitarrista, aquel otro que medía la importancia y trascendencia de la música de una u otra banda en función de sus seguidores en redes sociales, ese otro que era capaz de escuchar la discografía íntegra de Yes o Rush en un fin de semana y creerse investido por la suficiente gracia para hablar de Squier o Peart, ese que también aseguraba que el bajo fretless de Myung trasteaba en la gira de presentación de “A Dramatic Turn of Events” (2011) en Madrid, esos que enmascaran no saber de música asegurando que el sonido de tal o cual concierto “era una pelota”, los que creen que la vida empieza y acaba con Springsteen, no escuchando nada más, creen encontrar frases ocultas en “Zoo Station”, orgasman con Mikael Åkerfeldt, levitaban con los difuntos Anathema, esos que acuden a los conciertos de Coldplay como polillas a la luz o, por último y lo que nos atañe, han elevado a Steven Wilson a una liga que no le corresponde. ¿Dónde están ahora esos que aseguraban que “Hand. Cannot. Erase.” (2015) era el “The Dark Side Of The Moon” (1973) de nuestra generación? Imagino que escondidos de la luz del sol ya que no han vuelto a escuchar aquel disco y no saben cómo justificarse o, mucho peor, siguen ejerciendo de periodistas musicales frustrados en la soledad de sus dormitorios, frente a la tecla. 

Pero lo que me ha hecho escribir tan tarde sobre “The Harmony Codex” fue darme cuenta del hype silencioso de sus seguidores cuando uno de mis colegas me preguntaba si lo había escuchado; ¿y a ti qué te ha parecido? Su respuesta fue aún más intrigante; “Estoy esperando a ver qué dice la peña” No me jodas, querido, si a estas alturas de la vida eres incapaz de escuchar un álbum y saber si te gusta o no, tenemos un problema o, mucho peor, eres presa del hype y si este es encumbrando, te lo tragarás, si no lo es, dirás que te ha dejado tibio como si supieses de algo para lo que no hay que saber, sólo sentir. Es mucho más sencillo. ¿Te gusta a ti?

“The Harmony Codex” me gusta, lo he disfrutado de cabo a rabo, pero eso no quiere decir que te vaya a gustar a ti también. Si lo que esperas es un disco de Porcupine Tree, vas mal, pero si esperas "The Raven that Refused to Sing (and other stories)" (2013) también va a salir trasquilado, porque entiendo que este nuevo álbum no pretende marcar un antes o un después, captar a nuevos seguidores o ese forzadísimo encumbramiento por el cual nadie que escriba sobre Steven Wilson pueda evitar la palabra “genio” cuando el tipo del que escribe lleva gafas de pasta, parece inteligente, toca el piano y parece aún más listo y cool cuando habla de King Crimson o progresivo de los setenta. No, no, nada de eso, “The Harmony Codex” podrá gustarte -como es mi caso- pero también repelerte y estará igual de bien, nadie va a poder quitarte el carnet de “intensito” o seguidor más leal de Wilson, puede que “The Harmony Codex” haya llegado a la vida de su creador cuando debía, pero no a la tuya, que estás en otro momento vital. Respira hondo y sé generoso contigo mismo.

¿Por qué me ha gustado? La producción me parece impecable y gana en un buen equipo de música, es un disco que hay que escuchar e invertir el tiempo en él: no vale que lo tengas puesto de fondo mientras pasas la aspiradora y scrolleas en Instagram como un chimpancé, o envías fotos en bragas a tu ex, “Inclination” es una canción de siete minutos que, aunque no deja de ser un collage o pastiche de lo más forzado, contiene partes que se conectan e interrumpen el ritmo para introducir las estrofas a piano, pero hay ecos kraut y jazz, es compleja en su intención y Wilson sale victorioso, por lo que debes esforzarte para escucharle y no oírla, debes concederle siete minutos de tu tiempo, a solas, sin hacer nada más que disfrutarla y llegar hasta la parte final electrónica y su serpenteante guitarra, más propia de Vai que de Wilson. Por eso no me sorprende que “What Life Brings” fuese single y sea de las más escuchadas, es completamente lo opuesto: tres minutos de regusto inglés, medio tiempo, acústicas y piano, melodía ensoñadora y un solo de guitarra que nos lleva volando a la melancolía de “Animals” (1977) pero, lógicamente, con moderada desesperanza, nada de lo que firmaron los Floyd en su pesimista visión orwelliana (uno de mis discos favoritos, con la firma estampada de Waters en mi haber y con el pleno deseo de mi incineración junto a él).

Sin embargo, “The Harmony Codex” también se da de bruces con canciones como "Economies Of Scale" (sólo Wilson podría utilizar un título tan pedante para una canción, admítelo) en un intento de trip hop que lleva al clímax con “Actual Brutal Facts” por el que debería pagarle créditos a Tricky cuando resulta un auténtico calco del estilo de lo que hacía Adrian en los noventa. Los diez minutos de “Impossible Tightrope” me parecen soberbios, escucharla es hacerse a ella y amarla: desde los encabritados saxos, propios de Bill Pullman en Carretera Perdida (1997), los vaporosos coros o los pulsos nerviosos de las guitarras y la sensación de estar escuchando una jam hasta el último segundo, hasta el descanso con “Rock Bottom” y la voz de Ninet Tayeb. “Beautiful Scarecrow” me parece una manera inteligente de abrir la segunda cara del álbum, pero sólo eso, su electrónica nos llevará a la homónima, “The Harmony Codex”, que sí habría agradecido de un poco de contención en su duración, a pesar del magnífico final evocando a Vangelis y Tangerine Dream, mientras que “Time Is Running Out”, a pesar de su facilidad y guitarra, no es de las mejores del conjunto cuando convive con un final como “Staircase” que, de nuevo, me parece magnífica por cómo nos lleva en su viaje y contiene todo lo que hace grande a “The Harmony Codex”, además de poseer una de las guitarras más expresivas de todo lo que ha grabado Steven Wilson (02:07) y ese sonido tan cremoso, con poquita ganancia, pero lleno de intención.

En definitiva, un buen disco, notable, que demuestra que el talento de Wilson va muy por delante del conocimiento y de las ganas de la mayoría de gente que se cree especial por escucharle. Lo que arruina la escucha de “The Harmony Codex” son las prisas, el no saber, el querer aparentar y no llegar a ningún lado. Escúchalo sin prejuicios, disfruta del viaje, disfruta de la música y olvídate del resto; cierra el ordenador, olvídate de esta crítica y vuelve a escucharlo, disfruta, disfruta, disfruta y disfruta. Es sólo eso.

© 2023 Jota

Crónica: Blind Guardian (Madrid) 27.10.2023

SETLIST:
Imaginations From the Other Side/ Blood of the Elves/ Nightfall/ The Script for My Requiem/ Violent Shadows/ Skalds and Shadows/ Time Stands Still (At the Iron Hill)/ Secrets of the American Gods/ The Bard's Song - In the Forest/ Majesty/ Traveler in Time/ Sacred Worlds/ The Quest for Tanelorn/ Lord of the Rings/ Valhalla/ Mirror Mirror/

El tiempo vuela, eso dijo Hansi sobre el escenario y no tengo más remedio que creerle, cuando entre esta y su anterior visita han pasado la friolera de ocho años, cuando vinieron a presentar "Beyond the Red Mirror" (2015). Por mi parte, he tenido la suerte de haberle visto durante estos años, tanto con Guardian, como con Demons & Wizards, pero se podría decir que la sequía experimentada por la capital fue más que saciada la noche del viernes cuando los alemanes, con “The God Machine” (2022) aún caliente bajo el brazo, nos dieron a los madrileños lo que nos merecíamos; dos horas de canciones hiperaceleradas, estribillos memorables y épicos, además de algunas paradas acústicas que hicieron que el concierto pasase en un santiamén y acrecentase, aún más y como si fuese necesario, el nombre de Blind Guardian. Con todo el papel vendido para la sala La Riviera, los alemanes se encontraron en el centro de la mítica plaza de toros de Las Ventas, a cubierto y flanqueados por dos enormes pantallas que lucían su logo y un público sediento que no dudó en calentar junto a Dawn of Extinction y cantar todas y cada una de las canciones que amenizaban la espera, desde Alice Cooper a Slayer, pasando por Maiden, hasta que sonó la efectista intro que recortaba la figura de Marcus contra la sábana que caería justo cuando arrancaban las primeras notas de “Imaginations From the Other Side”, demostrando que los bardos venían a por todas, con un repertorio en el que pasado y presente se daban la mano y, a pesar de la falta de esas canciones que unos y otros habríamos incluido sí o sí, ninguno pudimos ponerle un “pero” a semejante noche.

“The God Machine” (2022) me parece su mejor disco desde “At the Edge of Time” (2010), quizá porque "Beyond the Red Mirror” (2015) no me convenció como debiera y entiendo a "Legacy of the Dark Lands" (2019) como un capricho de Hansi que nada tiene que ver con los autores de "Somewhere Far Beyond" (1992), pero la elección de “Imaginations From the Other Side” para abrir la noche me parece un auténtico acierto, es una bienvenida repleta de épica y sentimiento antes de atacar con la violenta “Blood of the Elves” y darnos en el corazón con la preciosa “Nightfall” de “Nightfall in Middle-Earth” (1998) y dos mil y pico gargantas cantando cada verso, dejándonos la voz junto a esa garganta privilegiada que es la de Hansi. La tensión no pasó ya que “The Script for My Requiem” nos hacía dejarnos la voz una vez más, magníficos los coros de André, Marcus y Johan en un estribillo repleto de emoción, hasta la acústica “Skalds and Shadows”, tras el ataque del single que es “Violent Shadows”. 

“Time Stands Still (At the Iron Hill)” nos devolvió a la Tierra Media, mientras que “Secrets of the American Gods” demostró lo escrito anteriormente, “The God Machine” (2022) es un disco que crece, repleto de grandes melodías que no desentonan entre los clásicos inmortales de Guardian, esos con los que nos golpearon en las tripas cuando escuchas en directo “The Bard's Song - In the Forest” y te das cuenta de que nunca envejece pero siempre emociona. Como el trallazo efectivo e ineludible que es “Majesty” o la genialidad de “Traveler in Time” de “Tales from the Twilight World” (1990) para acabar con unos bises de auténtico escándalo, abriendo con “Sacred Worlds”, la inclusión de "The Quest for Tanelorn" (que me hizo soñar con lo que habría sido si la gira aniversario de "Somewhere Far Beyond" hubiese pasado por España, ya que es mi disco favorito de Guardian), las coreadísimas “Lord Of The Rings” y “Valhalla”, para despedirse con la consabida “Mirror Mirror” y el concierto convertido en un auténtica fiesta.

Sabes que estás ante una noche que recordarás toda la vida cuando sales del concierto queriendo escuchar de nuevo todas las canciones de la banda y sientes que los músicos han conseguido insuflarles nueva vida dentro de tu corazón, que la noche de Blind Guardian tardaremos en olvidarla es un hecho, pero ojalá no vuelvan a pasar ocho años sin que Hansi, Marcus, André y Frederik visiten de nuevo nuestro país, porque aquí se les quiere. Tiene que ser acojonante salir al escenario y sentir cómo todos y cada uno de los versos de tus canciones son coreados, de la primera a la última canción y Guardian lo lograron, imposible no dejar escapar una lágrima tras dos horas de emoción.

Texto y disco firmado © 2023 Jota
Video © 2023 LoloManuel
Pic © 2023 Blind Guardian

Crítica: Nervosa "Jailbreak"

Venía con la escopeta cargada. Fundamentalmente, porque el último álbum de Crypta, “Shades Of Sorrow” (2023) me sigue pareciendo que roza el sobresaliente y las brasileñas han conseguido cierta estabilidad en el trío formado por Fernanda, Tainá y Luana, cosa que Prika no. Puede que sea mala suerte y la guitarrista cargue con una cruz por la cual está condenada a estar siempre sola ante el peligro, pero también puede que sea difícil trabajar con ella o que apunte mal y elija malas compañeras de filas cuando escoge a Mia (siempre tan ocupada en mil proyectos) o a Diva, estrellas en el underground, difíciles de mantener y contener en una empresa que no sea la suya propia (es tan sólo una suposición, que nadie lo tome al pie de la letra). Pero lo cierto es que Prika demuestra algo mucho más valioso y es que, esté quien esté tras los platos, el bajo o la guitarra, incluso en las voces, Nervosa sigue sonando como Nervosa, exhibiendo incluso más músculo que en anteriores entregas. Si “Perpetual Chaos” (2021) dejaba buen sabor de boca pero más incógnitas que otra cosa, cuando daba la sensación de oportunidad desaprovechada y, precisamente, lo que deseábamos era una continuidad de su formación para poder ver sus frutos y eso es justo lo que ahora echamos de menos, con “Jailbreak” (2023) parece confirmarse que Prika es como Mustaine y el sonido de su proyecto depende de ella misma y la dirección que quiera darle, pero lo que también está claro es que el último álbum de la brasileña es verdaderamente notable. Además, toma las labores vocales, tomando Nervosa un nuevo camino y es aquí, justo aquí, en donde la banda parece crecerse porque ya no es un combo en el que la guitarra trabaje tras la voz, con riffs pequeños y algunos licks, sino que Prika muestra su rasgada garganta y, cuando respira y la estrofa concluye, nos descerraja poderosos riffs que nada tienen que ver con lo escuchado en “Perpetual Chaos” (2021) sino que ganan en presencia y uso de la melodía. ¿El resultado? Canciones mucho más directas, más crudas, más contundentes y agresivas, quizá más primarias (que no sencillas) pero sí impactantes, como si Nervosa hubiesen transmutado en Kreator o Sodom. 

“Endless Ambition” es buen ejemplo de ello, el fraseo en las estrofas es genial, así como el caótico solo, sustentado por Hel Pyre y Naydenova, al bajo y batería respectivamente. La unión con “Suffocare” resulta orgánica, cuando parecen la misma canción, separada en dos partes bien diferenciadas, con esta última mucho más basada en el Groove, hasta la introducción de “Ungrateful” y su machacón tempo, además del uso nervioso del vibrato de Prika. “Seed Of Death” resulta memorable, un clásico inmediato de Nervosa, con uno de los riffs más reconocibles, además de un excelente trabajo de composición, como la espídica “Jailbreak”, que da título al disco, con su potente estribillo. Así, quizá es “Sacrifice” la menos agraciada por tomar la melodía de “Seed of Death”, de un disco que, al contrario de lo que estamos acostumbrados a ver, mejora aún más en su segunda mitad; “Behind The Wall” es una de las mejores de “Jailbreak”, una poderosa muestra de lo que Nervosa son capaces, o ese auténtico estallido de “Kill Or Die”, recordándonos a los Metallica de su primer disco en el riff y la forma de galopar de Naydenova, o el auténtico cañonazo que es “When the Truth Is a Lie” con la ayuda de Gary Holt (Exodus/Slayer) y su inconfundible guitarra en el solo, o Lena Scissorhands en “Superstition Failed”.

Acercándonos al final, encontrarás “Gates To The Fall” que parece un descarte (esos fade out o desvanecimientos en la producción para concluir siempre me han parecido que ocultan carencias de composición y estropean las canciones), mientras que “Elements Of Sin” parece más apropiada para cerrar que “Nail The Coffin” (a pesar del golpe de melodía en la guitarra) pero, como todo, es tan sólo mi opinión y pequeñeces que no ensombrecen el trabajo de Prika, a la que los acontecimientos han llevado a tomar el micro y, por suerte, ha sido todo un acierto. “Jailbreak” puede parecer tener menos relumbrón sobre el papel que “Perpetual Chaos” (2021) pero es el disco que tendrían que haber publicado tras el cisma con Fernanda. Un auténtico placer que cuesta dejar de escuchar y me ha cerrado la boca; la disputa artística entre Crypta y Nervosa sigue más viva que nunca cuando a sus seguidores, por el momento, nos sigue regalando doble ración.

© 2023 Lord Of Metal
Pic by © 2023 Gregory Dourtounis

Crítica: The Rolling Stones “Hackney Diamonds”

No hay que ponerse apocalíptico y espetar el consabido, ¿necesitamos un disco de los Stones a estas alturas? Tampoco melodramático, ¡sin Charlie Watts no es posible! Como tampoco displicente, tan adolescente, como para hacer creer que un disco de Jagger, Richards y Wood no sacudirá, aunque sea por un segundo, a todo el globo, porque así ha sido. Como tampoco purista y asegurar que no estará a la altura de "Let It Bleed" (1969), "Sticky FIngers" (1971), "Exile On Main St." (1972) porque es una obviedad que roza lo pueril y soy de los que piensan que las grandes obras maestras no lo son únicamente por ser la cima creativa de sus autores sino que es algo mucho más complejo de explicar y son la mezcla de muchos ingredientes; como el contexto personal, social y colectivo, hijos de una época, socio-cultural y político-económica; por lo que un disco como “Beggars Banquet” (1968) o, por ejemplo, “Pet Sounds” (1966), actualmente, no causarían un terremoto mayor que el último revolcón de Rauw Alejandro o el particular y chabacano, carente de calidad, “Blood On The Tracks” de Shakira y su despechito. Espero que, de esta manera, el lector entienda por dónde voy. ¿Necesitamos un disco de los Rolling en pleno 2023? Pues mira, puede que tú no, pero yo sí y cuando pincho “Hackney Diamonds” no estoy queriendo revivir nada, no me siento anquilosado en el pasado, ni pretendo creerme que estos octogenarios tienen veinte años, porque no, y han firmado el disco de sus vidas, porque nada de eso hace falta. Se trata de un sentimiento, aquellos que ignoran a los Rolling, seguirán haciéndolo pese a todo, y esos que los amamos, sentiremos que todo encaja y nuestro día es más bonito mientras suenan sus nuevas canciones. ¡No está Charlie Watts! Tampoco tu perro, ni tu abuela, ni tu mujer o marido, quizá perdiste a tus padres o a tu mejor amigo, quizá lo dejaste con tu novia y esta se llevó a tus gatos o tu chico es un cabrón, sea el duelo que sea; la vida sigue y es una putada y muy injusto, pedirles a Jagger, Richards y Wood que se queden en casa, que no salgan a festejar su nuevo álbum, que no hagan promoción, que no giren y no disfruten de una historia como ninguna otra en el mundo de la música; la de la única banda, por el momento, que ha publicado discos con material nuevo durante siete décadas; conozco a gente que ha pasado por este mundo y, cuando llegaron, los Stones ya estaban aquí, se han ido y ellos siguen grabando.

Es cierto que “Hackney Diamonds” es el primer disco sin Charlie, es jodido, pero es así. También es cierto que no harán historia con ese nuevo álbum y, sin embargo, es histórico por todo lo que lo rodea. Como también que quizá, desde “Tattoo You” (1981) no les salía uno tan redondo, no los estoy comparando, pero así lo siento porque, por el camino, se quedan “Steel Wheels” (1989), uno de mis favoritos pese a sus defectos, “Voodoo Lounge” (1994), o “Bridges To Babylon” (1997) porque de “A Bigger Bang” (2005) ni hablamos y “Blue And Lonesome” (2016), aunque regreso muy a menudo a él (además de tenerlo firmado por Keith), no puedo considerarlo un disco como tal de los Stones.

Don Was y Andrew Watt, y una pila de invitados que logran lo imposible cuando no tienes la sensación de escuchar un horrible disco coral sino uno de la banda en la que los músicos invitados pasan de puntillas y siempre al servicio de la canción. “Angry” no te cambiará la vida, pero es un buen single, con un video resultón, y un excelente trabajo en las guitarras, es una “Start Me Up” con menos gancho, uno de esos sencillos que los Stones llevan firmando dos décadas, es verdad que hay poco riesgo pero Jagger lo borda y el juego de Wood y Richards es de lo mejor de la canción. “Get Close” es perfecta en segundo lugar, me encanta el fuzz del riff, el saxo de James King y lo pegadizo del estribillo, como la ternura de “Depending On You”, guitarra acústica y piano, el clásico número tres de todo disco, el valle que siempre recomienda Nick Hornby si quieres ordenar correctamente las canciones, antes de la sucia "Bite My Head Off" con Paul McCartney o "Whole Wide World" que contiene una de las mejores melodías del álbum, a pesar de lo aséptico de la producción, demasiado pulida, poco cruda para lo que debería, algo que repercute en un estribillo tan pop. 

Nada que no sea posible perdonarles cuando la sombra de Gram Parsons merodea sobre el slide de "Dreamy skies", como Charlie Watts toca la batería en “Mess It Up”, suponiendo la última grabación con sus amigos… ¡Y menuda grabación! El estribillo suena más funky, casi disco, y la percusión hace que funcione la fusión, como ese espectacular número que es “Live By The Sword” con Bill Wyman (has leído bien), Don Was y el piano de Elton John dándole profundidad y diversión. "Driving Me Too Hard" te recordará a “Tumbling Dice”, con la pluma de Richards y Jagger compartiendo papel, además de su magnífico juego a dos voces con Keith haciendo el contrapunto tras Mick. Además, “Hackney Diamonds” posee el clásico regalo de Keith, "Tell Me Straight", ideal para tomar un descanso, servirte una copa y escucharle cantar sobre una de sus clásicas baladas, sencillamente genial.

"Sweet Sounds of Heaven" es el número final, con el inconfundible sonido de los Rolling, siete minutos de pura clase, con la ayuda de Lady Gaga, alcanzando el clímax en su unión con Mick y, de nuevo, como contrapunto, la oscuridad; Keith nos devuelve a ella con el clásico de Muddy Waters que es “Rolling Stone Blues” y Mick luciéndose, saliéndose de su registro habitual, armónica en mano hasta que sientes cómo se consume el cigarrillo de Richards y “Hackney Diamonds” ha llegado al final, con tanta clase como comenzó, sin traicionar a sus orígenes, sin engañar a nadie, como debería de ser siempre. Larga vida a los Rolling, he dicho. Te gusten o no, sé como ellos, ponte el mundo por montera y vive, mañana podría ser tu último día, muerde esa manzana.

© 2023 Jota