Crónica: Hellfest (Clisson, Nantes) 22.06.2018

Un año más en lo que ya parece una tradición, un año más reuniéndonos con nuevos amigos, algunos que ya nos acompañan edición tras edición en esa gran familia que tiene lugar en el Hellfest. Por todos nuestros lectores es sabido que amamos el festival y ya forma parte de nuestro ADN. Clisson nos recibía con un tiempo extraordinario y un cartel a la altura de las circunstancias y su leyenda. Como me diría el equipo técnico de Megadeth y su road mánager, “el Hellfest se ha convertido en un monstruo, mucho mayor que Wacken, una locura…” Comparar al festival galo con el germano no tiene lugar; ambos son emblemas internacionales de la música y poseen carteles de infarto, la comparación carece de sentido, pero sí que es verdad que el Hellfest ha crecido de manera desmesurada y es lo más parecido al Disneylandia de la música; ciento cincuenta bandas repartidas en seis escenarios, ruedas de prensa, firmas de discos, un mercado repleto de vinilos, ropa, guitarras hechas a medida, decenas de puestos de comida... Si amas el metal o el rock en cualquiera de sus formas, este es tu lugar. Asistir al Hellfest es toda una experiencia que hay que vivir, por lo menos, una vez en la vida.


Serían TesseracT los encargados de recibirnos el primer día, actuando en el escenario principal. Los de Milton Keynes parecen estar atravesando un buen momento, con Daniel Tompkins de vuelta; es cierto que “One” (2011) sigue siendo su mejor obra, pero no hay que perder de vista a “Polaris” (2015) o “Sonder” (2018) y, por supuesto, “Altered State” (2013) con Ashe O'Hara, siento debilidad por la voz de Tompkins pero es innegable que ambos son grandes vocalistas y… ¡así se lo hice saber al propio Daniel! Con quien pude hablar unos minutos, su trabajo en “Sonder” me parece sobresaliente y llevarlo al directo sin que se resienta tiene gran mérito. Daniel me agradeció el elogio y me sorprendió su cercanía; “agradezco mucho tus palabras, me hacen sentir bien…” 

No es para menos, una actuación que comienza con “Luminary”, sin calentamiento previo, es de reconocimiento. La actuación de Tesseract sufrió del síndrome de las primeras bandas; actuar ante un público de paso, que está esperando por los grandes, a plena luz del día y con un festival todavía entrando en calor (si es que esta afirmación tiene sentido en el Hellfest, con “tan sólo” veinte mil personas frente a ti). Sonaron compactos y magníficamente nítidos, balanceados, con Kahney y Monteith (que me prometieron volver a España el año que viene con un proyecto que todavía no pueden desvelar…) ejecutando con precisión matemática las guitarras de un repertorio que se centró en “Sonder” y “One”, e incluso rescató “Of Mind – Nocturne” de “Altered State”, demostrando que Tompkins puede calzarse las botas de O'Hara sin problemas y la música de TesseracT forma un todo. Disfruté mucho de las tres partes de “Concealing Fate”, tanto como de “King” (quizá en menor medida) o “Smile”. Tesseract me dejaron un gran sabor de boca y la sensación de haber asistido a uno de los conciertos más especiales del festival, verles de nuevo en directo y conocerles es uno de mis mejores recuerdos.

De una banda de gran nivel técnico a una de astros pero, por desgracia y según mi opinión, montada como un Meccano por Portnoy. ¿Cómo puedo hacer para lograr la formación definitiva?, pensaría que el que fuese batería de Dream Theater. La solución la ha encontrado en un bajo y una guitarra de doble mástil; Sheehan y Bumblefoot (quizá no el más técnico, pero si pirotécnico y con imagen), coronados por una batería de, claro… ¡también doble bombo! Un maestro tras las teclas como Sherinian (¡con dos teclados, por supuesto!) y un cantante solvente como Jeff Scott-Soto pero con el que, a pesar de su garganta, siempre he tenido la sensación de que nunca ha terminado de despuntar.

La misma sensación que sentí escuchando su debut “Psychotic Symphony” fue la que tuve en directo; grandes músicos, pero todos orquestados por Portnoy, en un espectáculo en el que todo parece girar en torno a él, mientras el bueno de Soto se mantiene en segundo plano. Comenzaron con “God Of The Sun” y “Signs Of The Time”, sonaron bien y tan excesivos como es su propuesta, pero sin alma. Canciones estándar, sin maldad o garra, revestidas de riffs gruesos y un sonido tan caduco y ampuloso como FM; composiciones flácidas y sin pegada a las que han adornado (como una estatua de corcho disimulada con pan de oro) de grandes riffs y un sonido tan afilado como el filo romo de una espada de plástico. Claro que disfruté de Sheehan o Sherinian, tanto como de Portnoy y alguna canción como “Lost In Oblivion” en la que Soto parece romper un poquito más pero “Coming Home” (que podría haber sido firmada por The Winery Dogs aunque con menos pegada en la guitarra) o el remate del pastel que es “Alive” y todo el azúcar del mundo, me confirmaron que a Sons Of Apollo hay que verles como una curiosidad más en la carrera de Portnoy, nada más, una pena que tanto talento se quede aguado…

Los australianos Rose Tattoo, o lo que es lo mismo; Angry Anderson, en esa versión remozada de la banda con la incorporación de Mark Evans (AC/DC), John Watson y Bob Spencer y Dai Pritchard, fue la primera gran nota de hard rock del Hellfest con un concierto amable y Angry con su característica voz como eje principal, quizá más estática que otras veces; puede que también sea porque el hábitat natural de los Tattoo son las salas y no los gigantescos espacios de los escenarios principales de semejante festival. “One Of The Boys” o “Juice On The Loose” sirvieron para arrancar ese coche a gasolina que es la banda en un concierto que consiguió enganchar a miles de seguidores y casi llenar, por primera vez, la enorme pista frente a los dos escenarios principales. “Rock 'n' Roll Outlaw” o “Branced” y “Black Eyed Bruiser”, sazonadas de guiños a clásicos atemporales del rock y una banda con gran feeling que nos arrancó a todos esa gran sonrisa de cuando las cosas se hacen bien sobre el escenario, oficio y honestidad.

Tenía muchas ganas de reencontrarme con Converge en directo, no solamente porque hayan firmado uno de los grandes álbumes del año, “The Dusk In Us”, sino porque la última vez que pasaron por el Hellfest, me decanté por ver a Sunn O))) (como no podía ser de otra forma) y me perdí a Bannon. Converge son, a mí gusto, una de las grandes bandas del momento, es verdad que cuesta llegar a su propuesta pero, una vez tu paladar se ha acostumbrado, son una auténtica delicatessen. Especialmente gracioso y simbólico fueron las mareas de aficionados que habían disfrutado del buen hard rock de Rose Tattoo abandonar los escenarios principales ante las primeras notas de “Reptilian” y un Bannon que saltó al escenario como si de un perro rabioso se tratase. Es difícil explicar qué es lo que funciona en la propuesta de Converge; no son punk y, sin embargo, lo son más que nadie. A menudo les catalogan como metalcore pero los fans del subgénero no aguantan una sola canción en sus primeras filas sin mearse en los pantalones, otros como mathcore pero tanta rabia acumulada no es propia de algo tan cerebral, quizá la etiqueta más adecuada es la de post-hardcore pero en Converge hay fondo, hay profundidad, hay sentimientos y de gran calado, trascienden todas las etiquetas.

La batería de Ben Koller marca la introducción de esa jodida genialidad que es “Dark Horse” de “Axe To Fall”, frenética y desbocada pero melancólica y melódica. ¿Se puede hacer más en menos de tres minutos? Salvaje. Bannon camina en círculos y comienza a babear sobre el micro, no es pose, está en trance y todos lo percibimos. “Aimless Arrow” y el concierto coge aún más cuerpo para desagrado de aquellos que esperan por ver a Joan Jett y todavía se esfuerzan por abandonar la pista tras Rose Tatto, en menos de diez minutos, Converge les han metido tres inyecciones de afilado y cerebral hardcore, directos a la espina.

“Under Duress” y la pegadiza “A Single Tear” y la banda parece conectada a un cable de alta tensión con un delgadísimo Bannon que no parará de saltar y retorcerse, hasta lo que es un disparo a ráfaga con “Eagles Become Vultures”, “Empty On The Inside” o “I Cant Tell You About Pain” hasta la final e indispensable, “Concubine”, de un álbum capital como “Jane Doe” que significa tanto para Bannon como para muchos de nosotros, sus seguidores. Converge pusieron “patas arriba” el festival en su primer día, a plena luz del día y frente a una audiencia que no era la suya. El mérito es suyo y de su genio, qué duda cabe…

Joan Jett era uno de los platos fuertes, no sólo por su pasado sino por lo que actualmente sigue significando y una colección de canciones capaces de arreglarte el peor de los días, pero es verdad que después de semejante plato de hardcore, la propuesta hard nostálgica de Jett, sería un cambio demasiado brusco. A esto hay que sumarle que Jett no pareció estar del todo cómoda, no hubo un gesto de complicidad o satisfacción, no terminó de haber comunión con el público. Tras el inicio con “Victim of Circumstance” y su tonada adolescente, llegó “Cherry Bomb” que me gustó especialmente pero no sería hasta “Bad Reputation” que gran parte del público terminó por levantarse, a pesar de Do You Wanna Touch Me (Oh Yeah). Jett, acompañada de una banda más que solvente, fue degranando un repertorio que bebe del rock más clásico, del punk y el garaje, de su carrera en solitario y de las míticas The Runaways. Disfruté del concierto pero faltó algo y creo que fue la propia Joan, que no terminó de soltarse. El final, a excepción de “I Hate Myself For Loving You”, fue tan efectivo como previsible con la famosísima “I Love Rock 'n' Roll” y una sentida “Crimson & Clover”. No puedo decir que saliese decepcionado del concierto de Joan Jett pero sí que esperaba algo más, faltó precisamente Rock 'n' Roll.

Y de vuelta a la contundencia, al músculo, al djent más brutal con Meshuggah. Otra banda que ha crecido de manera exagerada y es que recuerdo una época en la que su presencia era anecdótica en festivales, todo cambió gracias a su duro trabajo (además de su talento, por supuesto), y una discografía igual de sólida que su puesta en escena en la que, sin embargo, identifico un claro punto de inflexión con el que, para mí, es su obra maestra, “Nothing” (2002), hasta entonces su carrera era ascendente; desde “Contradictions Collapse” (1991), “Destroy Erase Improve” (1995) o “Chaosphere” (1998). No es que no valore álbumes posteriores como “obZen” (2008), “Koloss” (2012) o el más reciente “The Violent Sleep of Reason” (2016) pero creo que si la popularidad de los suecos se ha disparado es por su puesta en escena y su impresionante labor de fondo. Kidman, Thordendal, Hagström, Haake y Lövgren tienen pocos rivales sobre las tablas.

Un set demasiado breve pero que no dejó descontento a nadie, Kidman nos devoró a todos desde el comienzo con “Born in Dissonance” y reconozco que ver a Tomas Haake golpeando su batería o a Fredrik Thordendal es un auténtico placer. Después de verles en esta gira presentando “The Violent Sleep of Reason” en sala, definitivamente me quedo con la sensación de escuchar sus canciones al aire libre, sin techo, parece que la música de Meshuggah esté hecha para los grandes espacios. Suena un entrecortado riff en los dedos de Hagström y es “Do Not Look Down” de “Koloss”, puro groove y una banda perfectamente rodada y engrasada con “The Hurt that Finds You First” y “Rational Gaze” o la propia y caótica “Violent Sleep of Reason”. La sensación de ataque sónico es proporcional a la satisfacción y así se refleja en el gesto de Kidman que no puede dejarnos sin interpretar la célebre “Bleed” de “obZen” y de regreso al célebre “Koloss” por si todavía quedaba algún despistado allí (que los había, sufriendo a estos suecos por otros, como son Europe)

Sabía a lo que iba con Crowbar, era apuesta ganadora y así resultó. La banda de Kirk Windstein no decepciona, ni lo hará. “The Serpent Only Lies” (2016) es un buen disco que pese a no llegar a la altura de “Sonic Excess in its Purest Form” (2001), les sirve para volver al directo e interpretar nuevas canciones que no desentonan con el resto de su legado. ¿Echo de menos a Windstein junto a Anselmo en Down? Por supuesto. Pero esa separación también ha logrado que Crowbar vuelvan a la vida con ese groove, sonido Nola polvoriento, a medio cocer entre el stoner y el sludge. La rápida “Conquering”, “High Rate Extinction” y “The Lasting Dose”, ¡menuda forma de empezar su actuación! Junto a Matt Brunson, y Todd Strange y Tommy Buckley en la sección rítmica, Windstein dejó bien claro que lo suyo es hacernos sudar, la angustiosa “Vacuum” de “Obedicen Thru Suffering” les hace retirar el pie del acelerador pero golpearnos con ese medio tiempo pesado que tan bien dominan, antes de revolucionar la pista una vez más con “All I Had (I Gave)” o la final “Planets Collide” de su “Odd Fellows Rest” que muchos han descubierto ahora gracias al plagio de Metallica en la portada “Hardwired… To Self-Destruct”.

Mi respeto por Tempest y Norum, por Europe, es innegable. Lo suyo ha sido una carrera de fondo tras tocar el cielo con “The Final Countdown” (1986) y ser fagocitados por el enorme éxito que les catapultó al estrellato pero también al olvido y es que poca gente parece querer admitir que, más allá de aquel álbum, “Wings Of Tomorrow” (1984), “Out Of This World” (1988) e incluso “Prisoners In Paradise” (1991) son grandes títulos, su regreso con “Start From The Dark” fue tan digno como para que los suecos hayan sido incapaces de firmar un mal álbum a lo largo de una carrera que va camino de las cuatro décadas. Su actuación en el Hellfest despegó con “Walk The Earth” y estuvo trufada de clásicos como “Rock The Night”, “Scream Of Anger” o ese fin de fiesta con “Superstitious” (que sonó perfecta), “Cherokee” y, claro que sí, “The Final Countdown”, con una dignidad y un saber estar para ser elogiados. No es fácil haber sobrevivido a un terremoto como fue aquel single y seguir siendo una auténtica máquina en directo.

Para ver de cerca a Alice Cooper, tendría que soportar a Steven Wilson, uno de más de los obstáculos que se interpondrían entre Coop y yo. Sé que muchos lectores se santiguarán o dejarán inmediatamente de leer. Vayamos por partes, no soy de esos que aman el hard y desprecian el prog o la música con más fondo, que dirán muchos. En el caso de Wilson, le he visto hasta la saciedad, tanto con Porcupine Tree en sala, una sala a minúscula, como cuando alcanzaron cierta popularidad y en solitario en cada una de sus giras pero últimamente cada vez le soporto menos a él y a sus seguidores. Siento decir que Steven Wilson se ha convertido en su mejor obra, su propio personaje, y ha pasado de resultarme simpático e interesante para resultarme una parodia de sí mismo. No tengo nada en contra de su obra en solitario (gustándome especialmente “Insurgentes” (2008) y, claro, “The Raven That Refused to Sing (And Other Stories)” (2013). No comparto, ni compartiré la exaltación de muchos de sus fans por “Hand. Cannot. Erase.” (2015) y me da igual que le guste ABBA o los Beatles, “To the Bone” (2017), aunque interesante, nunca lo pincho y, si quiero escuchar a Wilson, recurro a los anteriormente citados o a “In Absentia” (2002) y cualquier álbum de Porcupine Tree..

El Wilson del Hellfest hizo uso y abuso de todos sus tics más célebres y elevó su peculiaridad a la enésima potencia, a sabiendas de lo que le desconcierta actuar en festivales de metal. Su catetez y percepción de lo que el fan medio de metal es capaz de escuchar y tolerar es inaudita en estos días, más cuando uno contempla el cartel de las últimas ediciones del Hellfest y entiende que en él cohabitan The Devil’s Blood con ZZ TOP, Satriani con Batushka, Watain y Aerosmith u Opeth y Carpenter Brut. Wilson saltó al escenario ataviado con una camiseta de Miles Davis y la Telecaster signature de Joe Strummer (como amante de The Clash y poseedor de esa misma guitarra, sabiendo que no ha cambiado la configuración, ni la acción, y amando también como amo el mejor prog setentero, he de decir que la elección de ese instrumento es poco menos que una estupidez, supongo que basado tan sólo en el acabado "road-worn". Hablamos de una Tele mexicana de una acción suave pero altísima, como un arco, pastillas de alta ganancia e ideal para aporrear, ‘strum’, quintas punkies como hacía Strummer y no vaporosos acordes al aire, una guitarra que recibió muchísimas críticas porque la gente esperaba una réplica exacta de la de Strummer y lo que Shepard Fairey quería era un ‘lienzo’ como homenaje al músico en el que cada guitarrista que la comprase hiciese suya la máxima punk y la customizase con el set de pegatinas y plantillas para disparar con spray que venían incluidas. Además, se rumoreó durante muchos años que, para conseguir esa labor de envejecimiento en los herrajes y electrónica, se uso ácido de batería de coche, lo que dañaría el cableado y pastillas de por vida. Algo desmentido por Fender).

Comienzo con “Home Invasion” y “Regret” o “Pariah” y el numerito de Wilson tiene lugar; si antes siempre había gesticulado, aunque de manera moderada, y tocado descalzo, aquí es una exhibición de posturas, movimiento de brazos y manos, hasta acabar tumbado en el suelo, supongo que transportado por los espíritus de Fripp o Syd Barrett, a lomos de un brillante diamante. Musicalmente, la presencia del bajista Nick Beggs y, de nuevo el exceso, produjo un concierto con querencia por los graves y pérdida de agudos, momentos de mucho groove pero poca definición en un repertorio en el que Wilson quiso dejar claro que haría caso omiso a su faceta más accesible, queriendo marcar la diferencia. 

“The Creator Has a Mastertape” o “People Who Eat Darkness” fueron las que más disfruté antes de que Wilson decidiese acaba con “Vermillioncore” o “Sleep Together”. Si Magma o Hawkind dieron grandes conciertos en el Hellfest, no termino de entender por qué Wilson decide enrocarse casi siempre que actúa en un festival de música extrema que cada vez se muestra más abierto a todo tipo de sonoridades.

Si quería ver a Hollywood Vampires no era por Depp y el remolino que genera a su alrededor que es capaz de arrastrar a todo tipo de público. El pirata más famoso de los últimos años ahora forma parte de una banda con Perry y Cooper (a veces Duff) que disfrutan interpretando clásicos imperecederos del rock y amigos. Si quería ver a Hollywood Vampires era simplemente por Alice Cooper, un artista imprescindible al que, a lo largo de los últimos veinticinco años, he visto en directo en diferentes encarnaciones y siempre ha tenido algo que decir. Admiro tanto a Cooper que su presencia en el festival ya era todo un aliciente, no podía concebir el hecho de estar allí y no verle.

Joe Perry parece mucho más en forma y bien de salud que en las últimas giras de Aerosmith, seguramente el estrés no sea el mismo, y de Johnny Depp… ¿qué puedo decir? Es un actor que me gusta especialmente y que todo aquel que haya crecido en los noventa sabrá valorar (mi película favorita, sin ir más lejos, es “Ed Wood” de Burton), a pesar de la mala prensa, Depp se mostró todo lo accesible que alguien de su estatus puede, en las distancias cortas resulta tan guapo como magnético para ellas, como simpático para ellos, pero como guitarrista es justito; tiene la imagen, pero le faltan los dedos. Sé que Depp ama a su amigo Keith Richards como guitarrista y es verdad que este posee también la imagen y lanza acordes con actitud pero en lo que Depp parece no reparar es que Richards es un gran guitarrista al que no le hace falta ser un “corremástiles” para ser tremendamente imaginativo, con un olfato y un conocimiento tremendo del instrumento y lo que quiere de él, posee su propio estilo; Depp además de carecer de todo ello, no lo tiene. No se trata de despedazar a Depp, su actitud en el concierto fue de diez, es puro carisma y se mantiene en un discreto segundo plano ante todo un pata negra como Perry y el maestro de ceremonias que es Alice Cooper, quien seguramente ha tirado de él para sacarle del espiral en el que se había abandonado tras su reciente separación, el fallecimiento de su madre y la recaída en diversas adicciones.

Hollywood Vampires abrieron con “I Want My Now”, “Raise The Dead” o una version de Spirit, “I Got A Line On You”, que suena muy bien en la garganta de Cooper, nada nuevo para todo aquel que haya escuchado su álbum, un disco entretenido de versiones. “7 and 7 Is” de Love y un medley de “Five to One / Break On Through (to the Other Side)” de The Doors. ¿Quién mejor que Cooper para rendir homenaje a Morrison? Cooper fue amigo íntimo y compartió muchas noches con Jim y su interpretación es de lo más digna. De AC/DC eligen “The Jack”, mientras que de Motörhead recurren a la más que obvia “Ace Of Spades” (ninguna banda la hará sonar nunca como Lemmy) y Cooper tiene que adaptar su forma de cantar y bajar el tono si quiere poder interpretar “Baba O'Riley” porque Roger Daltrey es mucho Daltrey. De su repertorio, Coop, escogió la inmortal “I'm Eighteen” mientras que Perry “Combination” y “Sweet Emotion”. Depp me sorprendió con la punky “People Who Died” de Jim Carroll (aunque conociendo su amor por la literatura y su cercanía con Carroll, no tanto), le sentó bien a su garganta y, aunque lejos del sentimiento cafre y ligero de la canción, salvó la nota, atreviéndose con “Heroes” de Bowie, en la que tampoco tiene que subir demasiado el tono. Tras una recta final un tanto menos resultona salpicada con “Bushwalkers” o “Train Kept A-Rollin'”, Cooper termina por adueñarse del concierto y nos hace entonar “School’s Out” con todo el público cantándola y esa unión en directo con “Another Brick In The Wall” de Floyd, ¿cómo no voy a quererle? Las ganas de volver a verle con su propio show son innegables…

Para coger también un buen sitio para ver a Judas Priest presentando “Firepower”, tendría que sobrevivir a Stone Sour. Sigo sin entender por qué seguimos alimentando a este monstruo sediento de atención que es Corey Taylor. Siempre he defendido que Slipknot triunfan pese a Taylor y si aquello funciona es porque, simple y llanamente, no es su banda y tiene el papel que tiene. No le veo nada especial a Stone Sour desde que les viese por primera vez en directo abriendo para Metallica en la gira de “St. Anger” (hace la friolera de quince años) y su carrera lejos de los de Iowa no me atrae lo más mínimo, en todas las veces que he podido verle en directo con su banda, he intentado darle la oportunidad, pero esta vez sería demasiado... ¿Debería decir lo contrario por escribir sobre ellos? No, desde luego que no.

La música de Stone Sour es puramente estándar, ese extraño híbrido norteamericano de FM y radio universitaria de rock alternativo y metal blandurrio con tendencia hacia el pop más insustancial y genérico, del mismo tipo de calaña que Disturbed o Nickelback, por mucho que a Taylor le duela. “I Can't Turn You” o “Whiplash” nos presentaron a una banda que suena sólida, es verdad, con Josh ya recuperado de sus adicciones y Taylor disfrutando de su papel protagonista, creyéndose que Stone Sour poseen más relevancia de la que realmente tienen, presentando las canciones como si fuesen grandes hitos, preguntando quién ha hecho de “Hydrograd” el gran éxito que es, quién lo ha comprado y quién quiere escuchar material del primer disco de Stone Sour, dando las gracias por darle una carrera de tantos años al frente de su propia banda (la sombra de Crahan es demasiado grande en su cabeza). 


Corey interpretó “Knievel Has Landed” (melaza pura en su estribillo y coros tras los guturales), naderías y estupideces como “Get Inside” o “Rose Red Violent Blue (This Song Is Dumb And So Am I), frente las que canciones como “Song #3” y el intento de Corey de sonar como una versión moderna de Van Halen (no lo digo yo, lo dice él) o la levemente agresiva “Fabuless” las hace parecer algo más digno de lo que son, en concreto, esta última le debe tanto a los de Iowa como el propio Taylor. Al concluir el concierto de Stone Sour uno tiene la sensación de haber desperdiciado su tiempo; ir a por agua, comer o hacer cola en los aseos parecen mejores opciones a ver inflables de colores y a Taylor creerse David Lee Roth. Ojalá no vuelva a coincidir con ellos, un jodido horror, un canto a la intrascendencia más absoluta. Diría que la música de Stone Sour es únicamente para las seguidoras de Corey pero hasta ellas se merecen algo mejor…

Los que nos conocen también saben de sobra que no solemos movernos por los artistas principales; estos suelen ser más fáciles de ver en varios festivales, como cabezas de cartel, sino por aquellos que pueblan los escenarios pequeños y resulta más difícil verles girar por Europa. También saben que a Judas Priest les tenía desahuciados tras “Angel Of Retribution”. No me gustó la salida de Downing y la incorporación de Faulkner, no me gustaron sus discos posteriores y tampoco en directo con Halford con serios problemas para aguantar hasta el final. Pero amo a la banda y, pese a todo ello, he seguido acompañándoles en cada una de sus giras. No tenía ninguna esperanza en “Firepower” pero me ha sorprendido, no sólo me parece su disco desde “Painkiller” (no, no exagero, es mi opinión y conozco bien a la banda, muy bien…) sino que me acompaña casi a diario desde su publicación. Siento tal amor por “Firepower” que entiendo que el público pida sus canciones y yo mismo me sentiría decepcionado si no las interpretasen, siento más interés por ella que por escuchar de nuevo “Living After Midnight” o, por supuesto, cualquiera de “Redeemer of Souls” o “Nostradamus”.

Tras “War Pigs” como introducción, suenan las primeras notas de “Firepower” y logran que nos olvidemos de Corey Taylor. Echo de menos a Tipton, claro que sí, no puedo dejar de pensar que ni él ni Downing están ya en Judas Priest, pese a ello me consuelo con que Tipton sigue con vida y seguramente colabore en el estudio (por no mencionar su aparición en los conciertos de nuestro país, una semana más tarde), Faulkner está fantástico y lleva todo el peso de las guitarras, ya no le siento extraño, es una parte más de Judas, de su historia reciente y también me siento afortunado de tener frente a mí a Andy Sneap, aquel al que le debemos tantísimos grandes discos. Halford salta al escenario vestido de plateado, como si su chaqueta fuese ignifuga; está mayor, el tiempo pasa para todos, pero está mejor que en anteriores giras y posee la dignidad del superviviente, además su voz (aunque ya no es la de antaño) resiste un repertorio como el de Judas, algo al alcance de muy pocos. Las guitarras dobladas de Faulkner y Sneap son estupenda, Hill y Travis una sólida base rítmica, estoy en la gloria, esta banda no tiene nada que ver con la que vi, por ejemplo, en su última gira.

“Grinder y “Sinner” nos llevan de viaje al pasado, como la fantástica interpretación de “The Ripper” y el fuego abierto a ráfaga que es “Lightning Strike” y la prueba del éxito del nuevo álbum cuando todo el mundo canta el estribillo acompañando a Halford y la piel de gallina. ”Bloodstone” suena maravillosa como ese “Turbo Lover”, capaz de haber sobrevivido en el tiempo, una parte de la historia. “Tyrant” o “Night Comes Down” son grandes sorpresas que agradezco, lejos de las más conocida, como “Freewheel Burning” (grande “Defenders Of Faith” aunque mi corazón pertenezca a “Screaming For Vengeance”). “Rising From Ruins” de su último álbum es tan bonita e intensa en directo como en el estudio y la última concesión a “Firepower” en un concierto que acabará de manera fulgurante con “You’ve Got Another Thing Comin’”, “Hell Bent For Leather” y esa obra de arte que es “Painkiller”, porque lo es; porque sigue sonando igual de brutal tras tres décadas. “Breaking The Law” y la consiguiente “Living After Midnight”. El que pueda poner pega alguna a este repertorio, no valore “Firepower”, el esfuerzo titánico de sobrevivir, el estado de forma de Halford, el esfuerzo de Tipton y la ilusión de Faulkner y Sneap, además del oficio de Hill y Travis es porque no le gustan Judas, no les conoce y no tiene la más remota idea de lo que significan, así de clarito.

El plato fuerte después de Judas Priest eran A Perfect Circle. ¿Qué decir de ellos y su “Eat The Elephant”? Con la banda de Howerdel y Maynard tengo el mismo sentimiento que con Tool. ¿De verdad necesitamos un nuevo disco? Tocaron el cielo con “Mer de Noms” (2000) y no tanto con “Thirteenth Step” (2003) pero sí lo suficiente como para que aquello fuese una despedida más que digna. Publicar un álbum como el que les ocupa, quince años después, carece de todo sentido para aquellos que sí les vimos en aquellas giras. Entiendo de verdad que para miles y miles de chavales que no pudieron, esta sea la gran oportunidad y tengan que justificar el disco y la actitud de Maynard pero no. “Eat The Elephant” es un buen disco con grandísimas canciones, grandísimas ideas frente a otras que no lo son, un álbum que muchos califican como “delicia”, “maravilla”, “obra maestra” quizá por su necesidad de justificar la gira mundial y sus ansias de verles sobre un escenario pero no, no lo es.

A la errática actitud de Maynard hay que sumarle las acusaciones del presunto abuso sexual a una menor, su aversión por los móviles, las entrevistas y ese público festivalero europeo que parece odiar tanto, para entender que a la rueda de prensa de la banda únicamente acudiese de nuevo un Billy Howerdel especialmente poco comunicativo. Mi gran pregunta a Maynard es; si ya has escrito tu nombre en la historia de la música y nunca vas a repetir un “Aenima”, si odias el mundo y las giras, la prensa y a tu propio público, si sólo disfrutas de tu familia, las artes marciales y tus viñedos, ¿por qué sigues formando parte del sistema? ¿por qué aceptas la contratación en festivales y pasas por el aro de la promoción, delegándola en tus compañeros de banda? ¿No sería más sencillo retirarte a tu rancho y ser feliz con giras locales de Puscifer y embotellando tu vino, pero sin autografiarlo? Maynard es pura contradicción y no lo digo como un piropo...

El sonido fue perfecto, y el repertorio bien escogido de entre sus tres obras y su querencia por las versiones. “The Hollow” y “Weak And Powerless” sonaron nítidas, una magnífica interpretación y la voz de Maynard sigue siendo mágica, quizá una de las más peculiares y bonitas de la música. “Rose”, “Thomas” y la excepcional “Disillusioned” pero algo se rompió en mí; quizá la actitud excesivamente fría de esa banda de asalariados dirigida por Howerdel y Maynard, quizá la forzadísima y distante actitud del guitarrista, me impidieron sentir aquello como algo especial. “So Long, and Thanks for All the Fish”, “TalkTalk” o “The Doomed”, grandes momentos opacados por un sentimiento y miles de personas tomando fotos y grabando en video. Así que, por una vez, hice caso a Maynard, me apagué, guardé el móvil en mi bolsillo y me distancié de la banda y el resto, me largué de su concierto y emprendí el camino hacia el coche tras más de catorce horas de festival. No necesito otro disco de A Perfect Circle, tampoco otro de Tool, ni yo, ni nadie, muchos todavía no se dan cuenta de ello…


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