Crítica: Joe Bonamassa "Dust Bowl"

Criticar a Bonamassa es fácil porque es uno de los grandes, así de claro. Joe pertenece a los elegidos y hay que tenerlo en cuenta, sus manos han sido tocadas por la gracia, es capaz de interpretar los blues más abrasivos (como "Cradle Rock" del grandísimo Rory Gallagher) y también de llenar de feeling el escenario con el buen gusto de sus arreglos y solos pero no sólo le basta con eso sino que es tan versátil que sale airoso del hard rock con sus Black Country Communion, del country o de un disco con raíces tan norteamericanas como este "Dust Bowl" que nos ocupa. Piensa qué es lo que hace grande a un guitarrista y seguramente sea uno de los muchos ingredientes de Bonamassa.


Las famosas "Dust Bowl" (Tormentas de polvo) que asolaron toda norteamérica a comienzos del siglo XX y provocaron auténticos desastres que convirtieron el continente en una enorme nube de polvo, cubriendo por completo al Sol, y devastando toda la tierra yerma por las sequías le sirven a Joe para bautizar a uno de los discos más típicamente norteamericanos de su discografía. Bien es cierto que todos y cada uno de los elementos y recursos utilizados en éste son viejos amigos de Joe y de nosotros como oyentes sin que esto merme su capacidad interpretativa a las seis cuerdas, compositiva y de saber hacer a la hora de elegir las cuidadísimas versiones y los sorprendentes invitados de categoría que le acompañan en esta travesía bajo la producción del famoso Kevin Shirley.


"Slow Train" traquetea y cacharrea como un viejo tren que atraviesa el desierto y coge velocidad con la caja de la batería para terminar desbocado gracias al slide y los abrasivos punteos de Bonamassa. Acaba acelerada, como si a ese tren le obligasen a parar y suenan las primeras notas de "Dust Bowl" que irradia calor del desierto por los cuatro costados, un single perfecto, con mucho sabor yankee y unas guitarras bellísimas.


Primera versión con "Tennessee Plates" y John Hiatt, doblando el efecto vaquero de la anterior, sumergiéndote en un mundo de rodeos y zarzaparrillas. Y llega una de las grandes maravillas de este disco; "The Meaning Of Blues" de  Bobby Troup y Leah Worth que suena enorme, tremenda, gigantesca... ¡Llena de feeling, un sentimiento tan intenso que hace que su guitarra te desgarre cabalgando con rabia sobre una batería embravecida! Olvidamos el blues y volvemos al country y el desierto, "Black Lung Heartache" de Bonamassa, cae como una piedra con una batería monolítica y primitiva. Otro de los puntos álgidos, sin duda.


Blues y el espíritu de Rory Gallagher y Clapton se dan la mano en una canción como "You Better Watch Yourself" el clásico tema blues, con su resultona estructura y espacio para cada músico, que sirve de lucimiento a Joe y el resto de la banda. "The Last Matador Of Bayonne" con una trompeta herida acompañando la voz, una canción en la que el guitarrista demuestra que es capaz de salirse del camino andado por él mismo y se adentra en texturas mucho más nocturnas e íntimas. ¿Pero de verdad le hace falta a Bonamassa demostrar algo a estas alturas? Exquisito, como siempre. "Heartbreaker" de Rodgers con Glenn Hughes y el influjo setentero con regusto soul. ¡Por Dios, que quede poco para el nuevo disco de Black Country Communion!


"No Love On The Street" de Tim Curry en una versión con una guitarra con una sonoridad y una intensidad muy especial lograda gracias a la creación de un ambiente denso y asfixiante sólo estrangulado por la Gibson de Joe. La clásica historia de "The Whale That Swallowed Jonah" que tantas y tantas canciones de blues ha inspirado en una composición original de Bonamassa que, aunque no es de lo mejor del disco, salva su guitarra de nuevo hasta "Sweet Rowena" con un piano juguetón boogie y la ayuda de Vince Gill. El disco cierra con una emocional "Prisoner" que suena de cinco estrellas para cerrar con el corazón en un puño.

A uno le da la sensación de que Bonamassa avanza como el tren que abre este disco; incansable, sin pausa, pero al que todavía le espera lo mejor. Ladran, luego cabalga...


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