Crítica: Testament "Para Bellum"

En un género tan despiadado como el thrash metal estadounidense, las leyendas del pasado navegan entre la gloria de antaño y los inevitables altibajos del presente y unas carreras que, en muchos casos, se han dilatado demasiado en el tiempo. Bandas como Metallica han realizado en experimentos que más que añadir a su propia leyenda, siempre polarizan; Megadeth se aferra a su característico caos, Anthrax parece haberse desvanecido en el olvido, a pesar de seguir en activo, y Slayer, el titán indomable, optó por un retiro que sabe a despedida asistida y a saqueo premeditado de los bolsillos de sus seguidores cuando vuelven a la vida, siempre que la mujer de uno de ellos, requiere algo de dinero suelto para el último de sus caprichos. Testament, por su parte, siempre han ocupado un lugar especial en nuestro corazón. Discos como "The New Order" (1988) y "Practice What You Preach" (1989) se alzaron como cimientos del subgénero, resistiendo el paso del tiempo con una solidez envidiable, pero el thrash es ese terreno traicionero, donde incluso los gigantes enfrentan la sombra de la redundancia y así llegamos a "Para Bellum" (2025), su decimotercer capítulo, que plantea una duda persistente: ¿pueden estos veteranos revitalizar su legado con algo nuevo, o se limitarán a vivir del pasado? La respuesta no es un triunfo rotundo, pero tampoco un suspenso fulminante. Con Eric Peterson en las guitarras rítmicas y Alex Skolnick brillando en los solos, Testament explora desde pinceladas de black metal hasta guiños al hard rock clásico, creando un álbum variado, que no siempre cohesivo. No es una reinvención audaz, sino un paso tibio que mantiene viva la chispa, aunque con tropiezos que reflejan tanto la madurez como las limitaciones de una banda que lleva cinco décadas en la batalla.


La estructura de "Para Bellum" (2025) se desenvuelve como un viaje impredecible, donde los momentos de brillo compensan, en parte, el arranque irregular y las digresiones menos inspiradas, y una segunda mitad en la que el disco encuentra su mejor versión en canciones como "Room 117", donde Testament despliegan un pegajoso groove que evoca lo mejor de su era dorada, con afilados riffs cortesía de Peterson y unos coros que se clavan en la memoria. Es una fusión inteligente de thrash vintage y metal clásico, con buenos estribillos que Chuck Billy reparte con su habitual carisma gutural, recordando el espíritu accesible de "Practice What You Preach" (1989). Aún más convincente es "Havana Syndrome", que equilibra el sonido icónico de la banda con influencias del NWoBHM, evidentes en los solos melódicos de Skolnick, cuando el maestro serpentea con elegancia sobre una base rítmica sólida impulsada por el burbujeante bajo de Steve DiGiorgio, cerrando con una energía que, si bien no reinventa la rueda, ofrece un respiro refrescante en un álbum propenso a la dispersión. La homónima, "Para Bellum", suena bien pero no es más que un cóctel sobrecargado de ideas; desde el thrash furioso, pasajes blackened y ecos de metal tradicional que se entremezclan en un torbellino que funciona en dosis, pero que peca de ambición desmedida, dejando al oyente con una sensación de potencial no del todo desarrollado. En contraste, el arranque con "For the Love of Pain" promete mucho con su thrash veloz y furioso, infundido de un black metal que remite a los experimentos pasados de Peterson en Dragonlord, aunque aquí se siente más crudo y directo, con blasts beats que aceleran el pulso sin llegar a la maestría. "Infanticide A.I." mantiene esa agresividad rayana en el grind, con riffs que vuelan en todas direcciones y la voz de Billy sonando al borde de la demencia, respaldada por la batería inclemente de Chris Dovas, el nuevo miembro que, pese a no ser Gene Hoglan, cumple con precisión quirúrgica. 

Sin embargo, no todo resiste el escrutinio, "Nature of the Beast" se desvía hacia un hard rock ligero que apesta a versión de Saxon y, aunque la ejecución es impecable, carece de la garra que define a Testament, resultando olvidable. "High Noon", con su temática de pistolero del Oeste, peca de cursi, distrae más que suma, y "Meant to Be" no es más que una balada emotiva que pone a prueba la capacidad melódica de la banda, con toques djenty y un pathos que conmueve pero que, en el contexto del disco, parece un meme en el que Testament juegan a acercarse al emo de cualquier banda de medio pelo.  Al final de su escucha, "Para Bellum" (2025) es un testimonio agridulce de la longevidad en el metal: un disco que brilla por el talento innegable de su elenco, pero que no alcanza las alturas de los clásicos que forjaron la leyenda de Testament. La instrumentación es, como siempre, un festín de precisión y pasión; Peterson y Skolnick forman un dúo envidiable, capaz de transitar del caos thrash a la emotividad limpia con una facilidad que solo los grandes logran, mientras DiGiorgio añade profundidad con sus líneas de bajo que rugen bajo la superficie, y Dovas, con su poderoso arsenal, mantiene el motor en marcha sin fisuras notables. Mientras que Chuck Billy, por su parte, sorprende con una versatilidad rejuvenecida: pasando del ladrido thrash a gañidos propios del black y voces melódicas, inyectando vida a cada pista. Pero, al mismo tiempo, cuajado de tropiezos en la composición que lo lastran, como esa sensación de eclecticismo forzado que impide un flujo narrativo sólido, no siendo el regreso triunfal que algunos anhelaban, sino un disco más, con más aciertos que errores en la balanza, pero sin llegar a la gloria. Al final, en un mundo donde el metal extremo devora a sus hijos, Testament sigue de pie, no como un coloso invencible, sino como un guerrero sabio que sabe cuándo blandir la espada, aunque lleve ya demasiados discos prefiriendo guardar la hoja.

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