Florence Welch regresa con "Everybody Scream" (2025), un álbum que se erige como un monumento visceral y catártico en su discografía, una nada desdeñable cuando incluye joyas como "Lungs" (2009), "Ceremonials" (2011) y "How Big, How Blue, How Beautiful" (2015). Producido en colaboración con Aaron Dessner de The National, James Ford y Danny L. Harle, nace de las cenizas de una experiencia traumática: un embarazo ectópico complicado que llevó a Welch a una cirugía de emergencia en su gira de 2023, rozando la muerte de manera aterradora. Lejos de hundirse en la oscuridad, Welch transforma ese abismo en un grito liberador, un himno a la resiliencia que fusiona el teatro operístico de sus inicios con una madurez introspectiva que la posiciona como la superviviente indiscutible que es, reinando con una actitud regia. "Everybody Scream" (2025) abandona el frenesí bailable de "Dance Fever" (2022) para transitar un territorio más crudo, donde la euforia choca contra el desespero en una danza mística que evoca brujería pagana, referencias a la mística medieval y guiños pop a iconos como Buffy cazavampiros, de la profundidad a lo superfluo, sin perder credibilidad en un disco en el que la voz de Welch —esa fuerza sobrenatural que capaz de susurrar un secreto en un festival pero rugir como una tormenta al instante— se erige como protagonista absoluta, acompañada por contribuciones estelares: los riffs de Mark Bowen de Idles, las texturas electrónicas de Harle y hasta la delicadeza etérea de Mitski en coros que elevan el todo a lo divino en una producción impecable que confirma a Welch como la heredera espiritual de Kate Bush o PJ Harvey, una obra maestra que celebra la vida en su forma más salvaje y poética, un bálsamo para quienes han bailado al borde del abismo.
La apertura con "Everybody Scream" establece de inmediato el tono de este viaje: un órgano siniestro y un coro espectral dan paso a gritos ensordecedores y un ritmo glam-rock que pisa fuerte, exigiendo el baile sobre una base hipnótica y Welch diseccionando su ambivalente romance con la fama, confesando lo que solo es capaz de lograr sobre el escenario; "mírame correr hasta destrozarme, sangre en el escenario", canta con una vulnerabilidad que corta el aliento en una dualidad que impregna todo el disco, pero brilla especialmente en canciones como "One of the Greats", donde, con el gruñido de la guitarra de Mark Bowen de Idles, Welch emerge de la tierra "con uñas rotas y tosiendo tierra, escupiendo mis canciones para que cantes conmigo". Es un himno épico de renacimiento postraumático, teñido de su característico humor espinoso al culpar el sexismo de las reseñas tibias de sus inicios: "Estaré ahí arriba con los hombres y las otras diez mujeres en los cien mejores discos de todos los tiempos. Debe ser genial ser hombre y hacer música aburrida solo porque sí". La experimentación en "Witch Dance", un torbellino de profusa percusión y sintetizadores rave que evocan su debut "Lungs" (2009) pero con un puntito electrónico que acelera el pulso, mientras la intensidad de "Sympathy Magic" y su percusión roza el ritual puro y duro, como si invocara espíritus ancestrales.
Pero no todo es caos glorioso; momentos de paz como "Buckle" permiten que la voz de Welch sune como un ángel sobre un lecho minimalista de piano y guitarra acústica, ofreciendo un respiro de ternura que contrasta con la oda al duelo en "Drink Deep", donde vocales operísticas escalan hacia un clímax que libera lágrimas contenidas. "Music by Men", con su confesión autodespreciativa sobre una relación en crisis —"No hay mucho aplauso fuera del escenario"—, se reduce a un momentum acústico que deja brillar su don melódico, culpando al patriarcado musical con una ironía afilada que resuena universalmente. Mientras "Kraken" se colma de susurros hasta su estribillo, lamentando, "todos mis pares tenían tanto potencial... los besé adiós y los dejé ahogarse", un lamento que añade profundidad emocional. "You Can Have It All" destila misterio con sus arreglos discordantes al estilo de "A Day in the Life" de The Beatles, mientras "Perfume And Milk" convirtiendo a "Everybody Scream" (2025) en un festín que agradece múltiples escuchas y, para colmo, desvela secretos en cada una.
Nacido del dolor más crudo, se convierte en un faro, invitando a todos a gritar su verdad en un mundo que a menudo silencia las voces femeninas. La forma en que Welch equilibra la grandilocuencia teatral con confesiones íntimas es magistral, creando un álbum que se siente tanto como una terapia colectiva como un espectáculo imparable. Comparado con sus predecesores, como el introspectivo "High as Hope" (2018), este destila una madurez que transforma su vulnerabilidad en fuerza. Si "Dance Fever" (2022) logro esa buscada fiebre bailable, "Everybody Scream" (2025) es su resaca, un elixir que cura y enciende a partes iguales. Florence + the Machine no solo sobrevive; conquista, y en este disco, su reino es nuestro también. En un 2025 lleno de incertidumbres, este álbum es el antídoto perfecto: un grito de guerra, un abrazo espectral, una celebración de la vida en toda su gloriosa, sangrienta complejidad. Bravo, Florence; has creado algo eterno…
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