En las profundidades del metal extremo, donde la historia se entreteje con la ferocidad de su sonido, emergen 1914 como un coloso ucraniano que transforma los ecos de la Gran Guerra en una sinfonía de devastación y humanidad. Su nuevo álbum, "Viribus Unitis" (2025), publicado en Napalm Records, no es un mero capítulo adicional en su trayectoria, sino una cumbre absoluta que redefine los límites del género. Desde el impacto inicial de "Esprit de Corps" (2016), la crudeza implacable de "The Blind Leading the Blind" (2018) y el apocalipsis narrativo de "Where Fear and Weapons Meet" (2021), la banda de Lviv ha diseccionado los horrores de 1914-1918 con una precisión quirúrgica y una pasión inquebrantable. Ahora, con Ditmar Kumarberg desatando growls que queman como gas mostaza, Witaly Wyhovsky y Oleksa Fisiuk forjando riffs como armaduras oxidadas en las guitarras, Armen Howhannisjan anclando con su bajo abismal y Rostislaw Potoplacht marcando el paso con baterías que suenan a desfiles fúnebres, narran la epopeya de un combatiente ucraniano en las filas austrohúngaras, desde el triunfo ilusorio hasta la mutilación, la cautividad y el espectro de la muerte. El lema imperial "Con Fuerzas Unidas" inspira un giro magistral: lejos del nihilismo puro de discos previos, palpitando la solidaridad entre soldados, un hilo de luz en la oscuridad que enriquece la temática sin perder brutalidad, en una mezcla de sludge oscurecido con death/doom que bebe de la marcha inexorable de Bolt Thrower, el gancho épico de Amon Amarth en "Fate of Norns" (2016) y la asfixia doom de Asphyx. Grabado en el contexto de la Ucrania actual, donde los miembros han enfrentado sombras similares, "Viribus Unitis" (2025) trasciende el entretenimiento para convertirse en un acto de resistencia cultural, amplificado por colaboraciones estelares como Aaron Stainthorpe de My Dying Bride (aunque todo apunte a que ya no tendrá nada que ver con ellos), Christopher Scott y Jérôme Reuter de Rammstein, cuyas voces añaden capas de intimidad y grandeza. La producción, cruda pero pulida, captura cada detalle con una claridad que hace tangible el barro y la sangre, posicionando a 1914 no solo como cronistas de la guerra, sino como poetas del alma humana fracturada en un panorama a menudo repetitivo, o que cae en la caricatura, como ocurre con Sabaton.
La estructura de "Viribus Unitis" (2025) se despliega como una novela gráfica en forma de metal, con cada pista funcionando como un capítulo en la saga del protagonista, donde los riffs de Witaly Wyhovsky y Oleksa Fisiuk actúan como puñales melódicos que alternan entre la agresión implacable y la melancolía etérea. El telón se levanta con "1914 (The Siege of Przemyśl)", que irrumpe con un riff melódico que evoca las sagas vikingas de Amon Amarth, pero teñido de un negro profundo que prepara el terreno para el asedio histórico; aquí, los coros del grupo, liderados por la voz rasgada de Ditmar Kumarberg, invocan la unidad de las tropas en el fragor de la batalla, creando un muro de sonido que es tan adictivo como devastador. "1915 (Easter Battle for the Zwinin Ridge)" acelera el pulso con su fusión de caos sludge y death doom, donde los tambores marciales de Rostislaw Potoplacht retumban como cañonazos, y las guitarras se entretejen, contrastando concon los growls infernales de Kumarberg, pintando un retrato de Pascua ensangrentada donde la fe y la furia se funden en un éxtasis metálico. Avanzando en la cronología bélica, "1917 (The Isonzo Front)" incorpora fragmentos de trincheras que transportan al oyente al frente italiano, con un sludge denso que se arrastra como el barro bajo las botas, interrumpido por explosiones de trémolo que liberan la tensión acumulada, todo ello orquestado por el bajo de Armen Howhannisjan que ancla la tormenta. Pero es en la tríptica "1918" donde el álbum alcanza su cénit emocional y técnico: "Pt. I" y "Pt. II" construyen una narrativa de colapso con riffs que suenan como el derrumbe de imperios, culminando en "Pt. III: ADE (A Duty to Escape)", un auténtico tour de force que incorpora las voces espectrales de Aaron Stainthorpe —el icónico cantante de My Dying Bride— en un diálogo interno con los gañidos de Kumarberg; una canción con atmósfera de fuga desesperada, que se erige como candidata absoluta a canción del año, un vórtice de melancolía y rabia que captura el alma fracturada del soldado con una precisión asombrosa.
El cierre llega con "1919 (The Home Where I Died)", donde Jérôme Reuter despliega su narración tierna sobre un piano distorsionado que evoca el surrealismo postraumático, explicando el regreso espectral a un hogar que ya no existe; la línea sobre la niña que extiende la mano mientras el deber llama es un puñetazo al corazón, amplificado por los coros que disipan el humo de la guerra en una catarsis luminosa, en un álbum en el que cada tema, desde los interludios sonoros hasta las colaboraciones, contribuye a un flujo narrativo impecable. "Viribus Unitis" no solo consolida a 1914 como el pináculo del metal bélico, sino que lo transciende, convirtiéndose en un monumento a la resiliencia humana que resuena con una fuerza casi profética en estos tiempos turbulentos. Es un trabajo que eleva el género, inyectando alma donde otros solo gritan vacío, y que invita a reflexionar sobre la fraternidad como antídoto al horror —un mensaje que, viniendo de ucranianos que han vivido la guerra en carne propia, adquiere una autenticidad devastadora.
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