Crítica: Soulfly "Chama"

Soulfly, la banda del visionario Max, ha forjado un camino legendario en la escena extrema durante décadas, con raíces profundas entre el thrash y el groove que se remontan a sus días gloriosos en Sepultura. Desde su fundación hace más de dos décadas, Soulfly han publicado trece discos que fusionan ritmos tribales amazónicos con la ferocidad del metal pesado, creando un sonido inconfundible que resuena como una llamada ancestral a la rebelión y la espiritualidad. En "Chama" (2025), Max cede el timón creativo a su talentoso hijo Zyon Cavalera, quien asume el rol de baterista y productor, infundiendo una frescura revitalizante que eleva la esencia primitiva de la banda a nuevas alturas de intensidad. Este álbum, cuyo título en portugués evoca la llama indomable del espíritu humano, gira en torno a un concepto poderoso: la odisea de un joven que sobrevive al caos de las favelas brasileñas, escapando hacia la selva amazónica para reconectar con sus raíces indígenas y encender el fuego interior que lo transforma en un guerrero. Esta narrativa no es una simple anécdota; es el reflejo de la trayectoria del propio Max, quien ha explorado temas de identidad cultural y resistencia desde sus inicios, como se evidencia en clásicos como "Soulfly" (1998) o "Primitive" (2000), pero aquí se destila con una madurez que hace de "Chama" (2025) un testimonio vivo de evolución. Con colaboraciones estelares que incluyen a Dino Cazares de Fear Factory en "No Pain = No Power", Todd Jones de Nails en "Nihilist", Michael Amott de Arch Enemy en "Ghenna", y las voces de Ben Cook de No Warning junto a Gabe Franco de Unto Others, el disco es todo un banquete de talento. Igor Amadeus Cavalera toca el bajo con precisión, mientras que Mike DeLeon, conocido por su trabajo en Flesh Hoarder y Philip H. Anselmo & The Illegals, desata riffs que cortan como machetes en la jungla de Soulfly. Comparado con predecesores como "Totem" (2022), que ya había endurecido el enfoque tras la salida de Marc Rizzo, "Chama" (2025) profundiza en un abismo industrial más oscuro, reminiscentes de la atmósfera sludge de Ministry en "Filth Pig" (1996), pero con un pulso tribal que late como el corazón de la Amazonia. 

Sus canciones despliegan una galería de himnos feroces que capturan la esencia de la supervivencia urbana y el renacer selvático, comenzando con la explosiva "Storm the Gates", donde Max Cavalera ruge con una vitalidad inquebrantable, exhortando "Fight the power, fight the greed" en un estribillo que incita a la revuelta colectiva, respaldado por los redobles furiosos de Zyon que simulan truenos en la tormenta. Esta pista inicial, tras la introducción “Indigenous Inquisition”, establece el tono agresivo, fusionando momentos más pesados con percusión indígena que evoca rituales chamánicos y, por qué no decirlo, la época más comercial de Sepultura, siendo un testimonio de cómo la banda ha refinado su groove para hacerlo más conciso y demoledor. "Ghenna" irrumpe con un peso industrial que aplasta el alma, donde los riffs de Mike DeLeon se entrelazan con los leads afilados de Michael Amott, creando un vórtice de oscuridad que representa el infierno de las favelas; aquí, la voz gutural de Max se eleva como un lamento, mientras Igor Amadeus Cavalera ancla el caos con un bajo que retumba como un terremoto subterráneo, haciendo de esta canción un pico de intensidad que deja al oyente exhausto y eufórico. Siguiendo esta línea, "Favela/Dystopia" pinta un retrato distópico magistral, incorporando samplers ambientales que evocan el bullicio opresivo de los barrios marginales brasileños, y transita hacia explosiones de thrash que recuerdan la crudeza de "Ritual" (2002), pero con un matiz más maduro y cinematográfico que transforma el dolor en catarsis. "Black Hole Scum" profundiza en el sludge con influencias de los noventa, donde los tambores de Zyon martillean con espíritu salvaje, y Max desata versos que destilan indignación justa, convirtiéndola en un himno para los marginados que buscan redención. 

No menos impactante es "No Pain = No Power", elevada por la presencia de Dino Cazares, cuya guitarra añade capas de agresión cibernética reminiscentes de "Aggression Continuum" (2021) de Fear Factory, fusionando el groove tribal de Soulfly con un filo mecánico que acelera el pulso y celebra la resiliencia humana. "Nihilist" trae la ferocidad cruda de Todd Jones, inyectando un nihilismo punk que choca contra los elementos étnicos del disco, resultando en un torbellino de mosh que honra la herencia grindcore sin sacrificar la melodía sutil. Mientras tanto, "Soulfly XIII" ofrece un interludio de cuatro minutos puramente percusivo que resalta la maestría de Zyon en patrones rítmicos complejos, evocando danzas tribales que conectan con el espíritu de "Prophecy" (2004). Canciones como "Always Was, Always Will Be" extienden esta exploración con introducciones extendidas que construyen tensión como una fogata crepitante, culminando en coros épicos que afirman la eternidad de la lucha, y el cierre homónimo "Chama" libera toda la llama acumulada en una outro que se desvanece como ecos en la selva, dejando una huella indeleble. Dando toda la sensación de que "Chama" (2025) es una declaración ardiente y como Soulfly permanece como una fuerza imparable en el metal extremo, destilando décadas de pasión en un fuego controlado que ilumina el camino para generaciones futuras. Aunque su brevedad podría dejar con ganas de más a quien busque excesos, esta concisión es precisamente su fortaleza, permitiendo que cada riff y grito impacte con precisión.

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