Siempre que llega diciembre, me siento como un personaje de Dickens y empiezo a echar cuentas sobre lo que he dejado pendiente en los últimos meses, y el álbum de Geese, "Getting Killed" (2025), es una de ellas. Procedentes de las bulliciosas calles de Nueva York, liderados por el enigmático Cameron Winter en la voz y la composición, junto a la guitarrista Emily Green, el bajista Dominic Digesu y el baterista Max Bassin, tejen un tapiz sonoro que desafía las convenciones, fusionando influencias dispares como el rock norteamericano de raíces propio de Springsteen, el post-punk incisivo de Television, el noise abrasador de Swans y el experimentalismo etéreo de The Velvet Underground, sonando como todos y como ninguno. Pero lo que emerge no es un mero collage ecléctico, sino una explosión de vitalidad que redefine lo que posiblemente sea el espíritu del rock actual en su país: un cóctel embriagador de blues, country, funk, noise y post-punk que suena a caos controlado.
Desde su debut con “A Beautiful Memory” (2018), pasando por “Projector” (2021), o el aclamado "3D Country" (2021), Geese ha demostrado un talento innato para lo inesperado, pero aquí elevan la apuesta, convirtiendo cada nota en una declaración de intenciones. La portada del álbum, con su dualidad angelical y violenta —suave como una pluma y afilada como un cuchillo—, encapsula perfectamente esta dualidad: un disco que acaricia el alma mientras la sacude con fuerza, invitando al oyente a sumergirse en un viaje por los márgenes del género donde lo familiar se torna extraño y lo extraño, irresistiblemente adictivo. Y es que la maestría de Geese en "Getting Killed" (2025) reside en su habilidad para navegar entre extremos con una fluidez que transforma lo caótico en catarsis pura, donde cada pista es un capítulo en una novela sonora de contrastes exquisitos. Desde el estruendo de "Trinidad", un torbellino de noise rock explosivo que irrumpe como un grito primal, con los gritos viscerales de Cameron Winter entrelazándose en riffs demoledores de Emily Green, mientras Dominic Digesu ancla el bajo en un groove hipnótico y Max Bassin martillea la batería con una precisión furiosa que evoca tormentas urbanas en un arranque que captura la alienación y la rabia con una energía contagiosa, haciendo que el cuerpo se tense y el pulso acelere en éxtasis o "Cobra" y su blues-pop-country soleado y juguetón, donde las letras cliché sobre amores perdidos se mezclan con una ironía apática que las eleva a himnos irónicos, sabes que estás ante un disco diferente. Esa alternancia no es casual; es el núcleo de la genialidad del álbum, una dedicación a la disolución que impregna cada composición, comenzando con progresiones predecibles que se deshilachan en capas de intensidad calculada. Por ejemplo, "Husbands", con sus riffs repetitivos hasta la locura, guiados por el bajo groovy de Digesu que simula un pulso cardíaco errático, o "Islands of Man", donde las guitarras asincrónicas de Green y el piano titilante emergen como ráfagas de viento, permitiendo que la voz de Winter —inicialmente desgarbada y estridente— revele un barítono cautivador que se desliza en melodías pegajosas y memorables. En "100 Horses", la introspección country se tiñe de un carácter caricaturesco, recordando las conversaciones nubladas de un dramón western, mientras transita hacia la etérea "Half Real", una balada que destila vulnerabilidad con letras irónicas sobre la realidad a medias, envueltas en un funk sutil que invita a la reflexión profunda.
No menos impactante es "Getting Killed", el tema homónimo, donde el caos arrítmico de "Bow Down" explota en un clímax de hate y heart, con toques de brass que irrumpen como vientos huracanados, fusionando lo melódico con una danza que roza lo sobrenatural. "Au Pays du Cocaine" ofrece un respiro baladístico suave, solo para ser derribado por "Taxes", un canción groovy que satiriza lo mundano con apatía deliciosa. Finalmente, "Long Island City Here I Come" cierra con un lamento country-funk que, aunque parezca algo perezoso al principio, se erige en un cierre magistral, con la voz de Winter tropezando en líneas vocales que se incrustan como espinas dulces. "Getting Killed" (2025) es una revelación que reafirma a Geese como visionarios del rock, con Cameron Winter al frente y el inquebrantable cuarteto respaldándolo, ha destilado lo mejor de sus influencias en un elixir que trasciende géneros y expectativas; perturbador, exhilarante y profundamente humano, un recordatorio de cómo la decadencia puede ser el catalizador de la belleza más pura. Su música no sólo se escucha, se vive.
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