El sendero de la mano izquierda: Hasta la última gota de Dylan.

Si te sientes abandonado, si tu pareja te ha dejado, has perdido el trabajo, crees que el mundo te da la espalda y todos se marchan en un tren que a ti te ha dejado tirado en la última estación y sientes tanto despecho como remordimiento que no sabes cómo vas a superar el bache, tienes varias opciones; escribir una larga misiva y abandonar este mundo por la puerta grande (ya se sabe, barbitúricos, escopetas, una manguera al tubo de escape, una miradita al horno, cuchillas en la bañera o pesadas piedras en los bolsillos, a gusto del consumidor), acudir a los cálidos brazos del alcohol para anestesiar tus sentidos o pinchar el vinilo de Bob Dylan, “Blood On The Tracks” (1975), y sentirte acompañado, lamerte las heridas y tirar hacia delante. Personalmente, aunque nunca me haya gustado descartar ninguna opción, siempre acudiré a “Blood On The Tracks”, el disco del abandono, de la separación, del divorcio y la ruptura, pero también de la lamida de heridas, de sanación a través de las palabras, de admitir las culpas propias y ajenas, de los trapos sucios engalanados con tanta ironía y sarcasmo, con tanta elegancia e imagen, que resulta brillantemente optimista para todo aquel que se acerca sin saber el contexto, que se deja deslumbrar con “Tangled Up In Blue” o “Simple Twist Of Fate”.
Bob Dylan no es un artista lineal, nunca se le ha dado especialmente bien comenzar las décadas y los setenta no fueron una excepción, como tampoco las siguientes. Tras finalizar su contrato con Columbia y el agrio despacho de estos publicando un disco como “Dylan” (1973), que él nunca quiso que viese la luz, prueba suerte en 1974 con el sello Asylum, de David Geffen, y edita “Planet Waves” (1974) y ese mismo año el directo con The Band, “Before The Flood” (1973). Aunque la crítica fue, generalmente, favorable, las ventas fueron discretas y a ello no ayudó el que el propio Dylan desacreditase la gira con The Band y el sentimiento generado en ella entorno a su figura. “Planet Waves”, a excepción de algunas canciones, no estaba a la altura (en mi opinión, nada de lo publicado al comienzo de esta nueva década estaba a la altura de la anterior) y Columbia deseaba su vuelta por lo que Dylan se dejó querer. Todo lo contrario a lo que ocurría en su casa, de puertas para dentro. 

 

El matrimonio de Dylan con Sara Lownds atravesaba uno de sus peores momentos tras diez años de relación y su consecuente desgaste. En 1973 habían vendido su mansión en Woodstock tras el acoso, comprado una casa al norte de Malibú y se enfrascaron en una remodelación que duraría dos años, mientras Dylan tomaba clases de pintura con Norman Raeben en Nueva York, completamente desaparecido y embuido en el proceso, olvidándose de sí mismo y, claro, de Sara. Él achacaba la crisis a que ella no entendía el proceso mental que él estaba atravesando (recordemos todo lo ocurrido la década anterior; la sobreexposición, el accidente en moto, la convalecencia, su retiro, el mítico “The Basement Tapes”, el cambio de vivienda y, por supuesto, los cuatro hijos que tuvieron; Jesse, Anna, Samuel y Jakob). A pesar de ello, Sara acompañó a Dylan en la famosísima gira Rolling Thunder Revue y apareció en la película "Renaldo and Clara" en la que el propio cantautor aseguraba a Baez haberse casado con la mujer amada. Nada de ello fue suficiente para restaurar lo dañado, Dylan y Sara se separaban, jugoso acuerdo económico mediante, y la cláusula de silencio sobre su vida personal con el de Minnesota. Sara lo respetó, tanto como él a ella, manteniendo una excelente relación hasta nuestros días.

Pero Dylan se encontraba en punto muerto y comenzó a escribir febrilmente en su cuaderno, las letras brotaban, las ideas fluían, los nombres y los lugares eran cambiados, la ironía curaba el dolor, las imágenes reflejaban lo ocurrido, a pesar de que él siempre ha querido borrar las huellas en la arena y negar la evidencia. Asegura tomar ideas de Chéjov pero todo resulta demasiado visceral, demasiado real como para ser meros apuntes, la experiencia de la amargura es tal que incluso su propio hijo, Jakob, asegura no poder escuchar “Blood On The Tracks” sin entrar, por la puerta de atrás, en la relación de sus padres. Dylan enseña sus nuevas canciones a Neil Young y llega a ensayarlas con su propia banda, Crazy Horse, barajando la posibilidad de grabar el disco en formato eléctrico, llegando a ensayar con Mike Bloomfield, en el que es uno de los episodios más extraños del guitarrista de “Highway 61 Revisited” cuando todas las canciones le parecían la misma e increíblemente extensas. No sería el último enfado de Dylan cuando de un portazo dejó plantado a Bloomfield, algo similar le ocurrió con David Crosby, Graham Nash y Stephen Stills, un Dylan que parecía incapaz de explicarse o comunicarse con su guitarra, misterioso y esquivo, excelente compositor, pero no un músico, como remarcaba el propio Stills. Así, Dylan abandonó la idea del formato eléctrico y abrazó las acústicas de nuevo.

Entró en los estudios A&R Recording en Nueva York el 16 de septiembre de 1974 y tres días más tarde ya había concluido el álbum. Tres días de auténtica genialidad, pero también caóticos; Dylan quería un ambiente espontáneo y su febril estado de excitación creativa, además de su situación personal, lo convertían en un músico errático que cambiaba constantemente de compás, versos e incluso los títulos de las propias canciones. Los músicos le miraban de soslayo, intentando adivinar (como ocurre en directo), el acorde que toca y el que le sucede, por la posición del dorso de la mano. Eric Weissberg y su banda fueron reclutados como músicos de estudio, pero fueron rechazados a tan sólo dos días de comenzar las sesiones porque no podían mantener el ritmo de Dylan, eran despedidos uno tras otro, como si de una novela de Agatha Christie se tratase. 

 

Finalmente, Dylan se quedó con Buddy Cage a la guitarra, el bajista Tony Brown y Paul Griffin tras el órgano en medio del pavor, siendo célebre la anécdota de Phil Ramone y el botón de la ropa de Dylan que golpeaba la caja de su guitarra durante la grabación, el ingeniero tenía tal temor a perder su puesto que fue incapaz de avisar a Dylanporde que ese golpeteo se escuchaba y escucharía para siempre en el álbum. Según recuerda el ingeniero de grabación, Glenn Berger, los músicos y todo el personal del estudio fueron advertidos del carácter de Dylan y cómo debían protegerlo de cualquier contacto con personas del exterior, alimentando aún más el misterio del personaje cuando el propio Gleen recuerda lo muy en serio que Dylan se tomaba las sesiones y cómo parecía elevarse, plenamente concentrado, en la interpretación de las canciones, resaltando su intensidad y cómo cambiaba constantemente las letras, escribiendo compulsivamente en el famoso cuaderno rojo, siempre abierto a la creatividad. Tras diez días y cuatro sesiones, Dylan había grabado y mezclado las canciones, en noviembre del mismo año tenía el acetato del álbum, el test-pressing y Columbia planeaba su publicación pero Dylan escuchó todo el disco junto a su hermano, David, y a esté le resulto plano y deprimente por lo que decidió regrabar la mitad de las canciones en los estudios Sound 80 de Minneapolis el 27 y 30 de diciembre, eso sí, fichando a músicos locales para así satisfacer su gusto y darle un nuevo soplo a las canciones. Sin embargo, es de nuevo Berger quien recuerda cómo Dylan desapareció tras la nueva grabación y toda aquella preocupación inicial, ausentándose del proceso de mezcla, como si no le interesase la producción del álbum. Finalmente, “Blood On The Tracks” vería la luz el 20 de enero de 1975, bajo la portada de Paul Till.

Todo este proceso da como resultado un álbum en el que se sienten las diferencias entre una sesión y otra, pero cuyo tono y coherencia sorprenden por su unidad. Algo que no es de extrañar cuando su columna vertebral es el dolor. El estallido con el que abre “Tangled Up In Blue” no engaña al oyente, siete estrofas, imágenes bellas que, sin embargo, muestran la tristeza; “Así que regreso ahora otra vez. De alguna forma tengo que encontrarla. Toda la gente que conocimos son ahora un espejismo para mí”. Una canción que nació de la tristeza, por supuesto, pero también de escuchar el emotivo “Blue” (1971) Joni Mitchell. Las guitarras de Kevin Odegard y, fundamentalmente, los teclados de Gregg Inhofer, además del golpe de batería de Bill Berg, confieren el tono animado a una canción que puede engañar a todo aquel que ignore su trasfondo, un cuadro con siete escenas diferentes, pero todas acabando en la ruptura de una relación en diferentes etapas.

Algo más opaca suena "Simple Twist of Fate", una canción que narra la inevitable ruptura de una relación en la que ambas partes no supieron cómo arreglar y que el paso del tiempo ha mostrado su verdadera cara, lejos de la ruptura con Sara, cuando en ese cuaderno en el que Dylan escribía una y otra vez las letras, muestra el título adicional de la canción: “4th Street Affair”, casualmente el apartamento que compartía con Suze Rotolo en Nueva York, el 161 W. 4th St. Dylan canta “La gente me dice que es un pecado saber y sentir demasiado en lo interior. Aún creo que ella era mi alma gemela, pero perdí el anillo. Ella nació en primavera, pero yo nací mucho después. Por culpa de un simple giro del destino…” y resulta imposible sentir la insondable pena del amor que pudo y nunca fue.

 

"You're a Big Girl Now" es quizá la canción más triste del álbum, Dylan parece suplicar una oportunidad, pero se quiebra al entender que la otra persona puede no querer ya lo mismo: "El amor es muy simple, por decir algo. Siempre lo supiste y ahora lo aprendo yo. Ya sé que puedo encontrare en la habitación de otro, es un precio que debo pagar, ya no eres una niña..." en lo que parece la segunda parte de su célebre “Just Like A Woman”, cuya protagonista, sin embargo, ya no es una niña sino una persona adulta y juega el miso juego, en el mismo tablero.


Dylan se sienta frente a su Hammond en “Idiot Wind” y parece luchar contra el amor que aún parece sentir, pero hay rabia y se siente cuando Dylan escupe; "Eres una idiota, cariño, es un milagro que aún sepas respirar…” para, durante los siete minutos de acidez, dimes y diretes, admitirlo y hacerse también responsable; “Fuimos idiotas, cielo, es un milagro que aún sepamos alimentarnos…”. La canción fue interpretada en la gira Rolling Thunder Revue y siempre he disfrutado muchísimo de la toma en directo que aparece en “Hard Rain”, diez minutos en los que Dylan apuntaló cada verso el 23 de mayo en el Hughes Stadium de Fort Collins (Colorado).

"You're Gonna Make Me Lonesome When You Go" aborda la ruptura con optimismo, quizá porque la acepta, dejando algo de espacio para el humor en una de sus canciones más populares, interpretada por artistas de todo tipo, un auténtico clásico; “Las situaciones han terminado tristemente. Todas las relaciones han sido malas, las mías han sido como la de Verlaine y Rimbaud, pero de ninguna manera puedo comparar todas esas escenas con este romance. Harás de mí un tipo solitario cuando te largues…” 

La segunda cara arranca con “Meet Me In The Morning”, un blues que, paradójicamente al éxito del álbum, no fue estrenada en directo hasta el 2007, en Nashville. Resalta el trabajo de Buddy Cage a la guitarra, aparentemente y según cuenta la leyenda, provocado por los constantes insultos de Dylan y un Mick Jagger en la cabina de control suplicando participar: “He pasado a través de alambre de espino, sentía caer el granizo. Sabes que incluso logré escapar de los perros. Cariño, sabes que me merezco tu amor…” Pero todavía nos esperan veinticuatro estrofas, nada más y nada menos que “Lily, Rosemary and the Jack of Hearts”, nueve complejos minutos con diferentes líneas argumentales y personajes; The Jack of Hearts, Lily y Rosemary y Big Jim. La ruptura en Tánger de la emotiva "If You See Her, Say Hello" y ese amor con el que es imposible lidiar y, a pesar de la discusión, se siente herido con la preciosa mandolina de Peter Ostroushko. “Blood On The Tracks” toca a su fin, suena la armónica de "Shelter from the Storm" y la guitarra acústica, otra relación que agoniza, pero al protagonista, ella le ofrece una pequeña tregua, un refugio en la tormenta; “No dijimos una sola palabra, era demasiado arriesgado. En este punto, todo había quedado sin resolver. Trata de imaginar un lugar siempre cálido y seguro. Entre, me dijo ella, te daré refugio en la tormenta”.

Para concluir, de nuevo un blues, "Buckets of Rain", repleto de sentimentalismo, con Dylan argumentando: “He sido dócil y duro como un roble. Vi a gente estupenda desaparecer como el humo. Amigos que vienen y se van. Si tú me quieres, cielo, me quedaré contigo”, una canción que se mece sobre una delicada instrumentación para despedir un álbum que forma parte de la historia de la música, de Dylan, los setenta y todos los cientos de músicos que se han visto afectados por sus historias y cobijados, como diría su propio autor, refugiados de la tormenta.
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