Crítica: John Mayer "Sob Rock"

No hay cosa que me produzca más rabia que odiar mucha de la música que John Mayer publica. Principalmente, porque Mayer hace mucho tiempo que se libró de aquella polémica entrevista a Rolling Stone a primeros de los dos mil y la sensación de insoportable y eterna vacuidad que producía, permitiéndonos disfrutar de él como guitarrista. Pero también porque sus primeros discos y, fundamentalmente, “Continuum” (2006) poseen la calidad, aunque muchos estén perlados de composiciones indignas de su genio. Pero, ¿quién en su sano juicio podría resistirse a "Try!" (2005)? Por otro lado, bien es cierto que tras “Continuum”, "Battle Studies" (2009) fue un pequeño bajón al que pretendió zanjar con el volantazo más básico, rootsy, que fue "Born and Raised" (2012), su despeñe, pero también su excelsa continuación, "Paradise Valley" (2013), en el que las piezas parecían encajar y nos regalaba buenas canciones bajo un formato simple en el que, sin embargo, la crítica no supo ver sus bondades. Lo peor estaba por venir, cuatro años más tarde, "The Search for Everything" (2017) podría considerarse como su peor trabajo y la gira como guitarrista de Grateful Dead podía verse como la gran oportunidad que es, pero también la forma de escapar de uno mismo. 

Es por eso que pensé que John Mayer aprovecharía para cargar las pilas y bañarse en buena música, recuperar la orientación y quizá, sólo quizá, regalarnos un buen disco, a la altura de “Continuum” (2006). La promoción, perfectamente medida, de “Sob Rock” (2021) me hizo creer que estábamos ante una nueva etapa, un buen disco con el que disfrutar, independientemente de la estética. Escuché el EP y me di cuenta, de nuevo, de mi error; “Sob Rock” es profundamente intrascendental y cuando escucho o, mucho peor, leo a alguien que lo justifica y cree que no he pillado el chiste, es mucho peor. “Sob Rock” (a pesar de sus muchas interpretaciones, me quedo con la que mejor me encaja, y es la de “sense of belonging”, ese sentimiento de pertenencia por la música que Mayer y yo, en este caso, sentimos como música de nuestra infancia, los ochenta) es un álbum vacío, que tampoco se sostiene bajo la justificación del propio Mayer cuando este lo compara al "shitposting", porque -en el fondo y no demasiado- lo que parece desear es que a su oyente -a mí, a ti- le guste y le guste mucho.

Para que me entiendas, John Mayer busca en la década de los ochenta la estética de sus nuevas composiciones. Una década que me tocó vivir y conozco muy bien, esa en la que grandísimo artistas utilizaban todos esos nuevos recursos en el estudio para embellecer sus composiciones, pero también esos polvos que trajeron los lodos de la sobreproducción, las hombreras, la laca y la sensación de que cualquiera te la podía colar con un poco de dinero y trabajo de la discográfica. Y así era, frente a gigantes de la talla de Collins, Ritchie, Jones, Ezrin o Jackson estaban aquellos productos de un día que no resistirían el paso del tiempo y no hablo de años, sino de días. En la otra acera estaban todos aquellos músicos de los setenta que, como Clapton, Rea o Fleetwood Mac supieron ver las bondades del estudio y, algunos mejor que otros, las aprovecharon.

Así, Mayer, parece salido de la misma sesión de fotos que Clapton en su discreto “August” (1986) y no puede evitar publicar “Sob Rock” en cinta, grabar promocionales montado en un Porsche que deja en la playa, posar con su nueva Súper-Strato rosa Paul Reed Smith tras su ruptura, por motivos económicos, con Fender y estampar, como si fuese una pegatina, la leyenda “Nice Price” sobre la nueva portada de un disco cuyo público objetivo nació en los noventa. Por otro lado, el objetivo perfecto, ya que no vivió lo que sí Mayer y no podría encontrar sus huellas en la arena. De esta forma, cuando suena “Last Train Home” es normal que sintamos el robo a Toto y su “Toto IV”, John Mayer no copia directamente a la banda de Steve Lukather sino que le saca el jugo, cual vampiro. Acompañado de Aaron Sterling, Greg Phillinganes, Sean Hurley o Lenny Castro, además de Pino Palladino en algunas canciones, entre otros muchos, es imposible que un disco suene mal y “Sob Rock” suena muy bien, aunque forzado, “Last Train Home” es una canción menor a la que el maquillaje eleva a tintes de single. Es el arreglo estético el que funciona y evidencia la falta de inspiración en canciones como “Shouldn't Matter but It Does” en las que Mayer vuelve a su zona de confort.

“New Light” regresa a los ochenta, ecos de Dire Straits (como en “Wild Blue”), pero también de Chris Rea, no es difícil escuchar un single así e imaginarlo cantado por la voz arenosa de aquel. Pero también caídas a pozos insondables, como "Why You No Love Me", la cual resulta sonrojante en su resultado y una de las peores letras del conjunto. Pop-Rock de bajo octanaje, “Shot In The Dark”, y canciones como “I Guess I Just Feel Like” en las cuales produce verdadero placer escuchar su guitarra y esa forma tan particular de acariciar las cuerdas con los dedos, de tocar lento y sentir su Strato (perdón, PRS) en su Two-Rock, en una recta final que se deshace entre los dedos con canciones como "Til the Right One Comes" o la repetitiva y forzadísima “Carry Me Away”, antes de saquear a los mismísimos Backstreet Boys en “All I Want Is To Be With You” y su famosísimo "I Want It That Way". Absolutamente terrible...

John Mayer llega, pero llega tarde al gusto por una década que ya pasó, y otros artistas con más ingenio (como Bon Iver, War On Drugs e incluso Taylor Swift, olvidémonos de los últimos Muse, por favor) han sabido recrear y aunar con su propio estilo y mucho más talento. Para que tú, que lees esta crítica, me entiendas. “Sob Rock” produce el mismo sentimiento que entrar en un restaurante ambientado en los ochenta y encontrar pósters de los “Goonies”, “Regreso al Futuro”, pero también camareros que toman tu pedido con tabletas y sirven comida vegana. El anacronismo es tal que la falta de inspiración en las canciones resulta lo de menos…

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