Crónica: Eddie Vedder (Barcelona) 25.06.2019

SETLIST: Far Behind/ Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town/ You've Got to Hide Your Love Away/ Keep Me in Your Heart/ Just Breathe/ Dead Man/ Wishlist/ Sleeping by Myself/ No Ceiling/ Guaranteed / Rise/ Immortality/ I Am Mine/ Thumbing My Way/ Long Nights/ Black/ Lukin/ Porch/ Isn't It a Pity/ Smile/ I Won't Back Down/ Better Man/ Song of Good Hope/ Sleepless Nights/ Society/ Should I Stay or Should I Go / Hard Sun/ Indifference/ Rockin' in the Free World/

A veces, llevar escuchando mucho tiempo a un artista puede llegar a lastrar la experiencia de seguir haciéndolo a través de su propia evolución existencial. Kurt Cobain o Layne Staley, gracias o -mejor dicho- por culpa de su prematura desaparición, no tienen que lidiar con el paso del tiempo que ha terminado pasando factura al resto de artistas de una escena, como fue la de Seattle y el rock alternativo de los noventa (independientemente de dónde se facturase), que ha visto como aquella rabia adolescente se ha terminado viendo taimada por los billetes; llega el momento de santiguarse para todo aquel que lea esta humilde crónica porque todos, absolutamente todos los de aquella hornada, han terminado pasando por caja de una forma u otra; Sonic Youth murieron por un lío de faldas (el de Thurston Moore) y una despechada Kim Gordon que no dudó en vender los restos del naufragio en una jugosa autobiografía o participar en el aún más sabroso pastel del difunto Cobain, Soundgarden regresaron con un álbum correcto pero tibio para su leyenda y un Chris Cornell cansado de dar bandazos en solitario que, con todo el dolor de mi corazón, decidió acabar con su vida y una de las mejores del voces del rock, en el sentido más amplio del término. El lobo solitario de Mark Lanegan (uno de mis artistas favoritos) sigue conservando la nicotina en su profunda garganta pero parece haber perdido el rumbo en sus últimos discos, mientras Alice In Chains prosiguen su carrera de manera dignísima con William Duvall y Billy Corgan, más frustrado que nunca, se sube al carro de las reuniones con la formación original de Smashing Pumpkins en lo que ha quedado como un auténtico pinchazo al recuperar únicamente a James Iha y publicar un álbum con más sombras que luces en una carrera que no ha terminado de cuajar desde hace mucho, nos guste o no reconocerlo. Del resto de artistas, ha habido algunos con más suerte que otros, Greg Dulli es buen ejemplo del talento conservado o los auténticos Mudhoney, frente a unos Pixies que han estropeado la magnífica racha de su carrera publicando discos que poco o nada tiene que ver con lo escrito en el pasado. La lista a enumerar es enorme…

Y digo todo esto porque Pearl Jam, aquellos que grabaron la gran triada de “Ten” (1991), “Vs” (1993) y “Vitalogy” (1994) y sobrevivieron a su propia disolución gracias a Neil Young y aquel “Mirrorball” (1995) que devino en “No Code” (1996), han sabido sortear el paso del tiempo sustituyendo la rabia y la adrenalina por el rock de corte más clásico, olvidándose definitivamente del rock alternativo, de los engolados pero también clásicos Mother Love Bone y los crudos Green River, para asemejarse a sus amados The Who, nada que objetar cuando mantienen un más que dignísimo nivel con “Yield” (1998), “Binaural” (2000), “Riot Act” (2002) y, por supuesto, un fresquísimo “Pearl Jam” (2006) o, en menor medida, “Backspacer” (2009) y “Lightning Bolt” (2013) que siguen sabiendo igual de bien. Por supuesto, el paso de los años también ha pasado factura a Eddie Vedder, no sólo en la potencia de su voz, cuya tesitura ha ganado en graves y, aunque no tenga el mismo chorro, es igual o más bonita que entonces, sino porque supo ver con antelación las limitaciones del tiempo y grabó la banda sonora de la película de su amigo Sean Penn, “Into the Wild” (2007), y continúo el filón con “Ukulele Songs” (2011), adelantándose a la masiva moda posterior por el instrumento hawaiano, con un disco quizá inferior a “Into The Wild” pero igualmente sabroso y en el que el mayor logro es la tan ansiada independencia de Pearl Jam, desmarcándose por la tangente pero con suficiente inteligencia como para poder adaptar en directo su cancionero sin que se conciba como una traición.

Quiso el destino que el concierto de Pearl Jam en Madrid me coincidiese con el pantagruélico menú musical del Hellfest por lo que mi única opción era desplazarme a Barcelona en el mismo día de mi llegada de Nantes y la elección, a toro pasado, no podría haber sido más oportuna. El Palau Sant Jordi se mostraba atestado de un público variopinto, pero fundamentalmente cuarentón que seguramente ha crecido con la música de los noventa pero que, en su mayoría, ha tenido que abandonar las camisetas de Dinosaur Jr y las camisas de franela, un público vibrante y entregado a la causa de Eddie -permítanme la familiaridad, tras tantos años-, un músico que cae bien y que sigue pareciendo tan auténtico como cercano, al que se le permiten cosas que servirían de crítica para otros porque, qué demonios, es Eddie Vedder y cuando canta o habla, todo se le perdona.

Con Glenn Hansard como invitado de excepción, presentando “This Wild Willing” (2019) y actuando a modo de telonero, aunque también músico a lo largo del recital de Vedder. La noche se abrió con la interpretación del clásico “Alive”, a cargo del Red Limo String Quartet, y la primera en la frente, obviamente me emociona escuchar el riff de Gossard y McCready pero a modo de introducción por un cuarteto de cuerda antes de la salida al escenario de Eddie Vedder, choca para cualquiera que los escuchase en los noventa y sepa de su forma de pensar y la complacencia que esto y otras cosas de la velada pudiesen suponer a aquellos que se negaban a aparecer en la portada de sus discos, videoclips, lucharon contra Ticketmaster y cualquier cosa que significase desproveer a su música de su significado original pero, al fin y al cabo, lejos del fundamentalismo, el propio Vedder es el autor de la letra y el dramón personal que ella supone, tiene todo el derecho a utilizarla como él quiera (más tarde harían lo propio con el otro episodio traumático que es “Jeremy”). Siendo así, “Far Behind” fue realmente la encargada de abrir la noche, igual que la apropiada “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town” de “Vs.” y la versión de The Beatles, “You've Got to Hide Your Love Away” o “Keep Me In Your Heart” de Warren Zevon ante el desconocimiento de la mayoría del público de la obra del difunto Zevon, para recuperar el pulso del respetable con la bonita “Just Breathe”, no sin antes volver a perderlo en “Dead Man”, grandes aciertos de una carrera como es la de Vedder, a solas o en compañía, y sus influencias, esas que mostró sin tapujos a lo largo de la noche.

“Wishlist” siempre me ha parecido flojita desde la publicación de “Yield”, mientras que “Sleeping By Myself”, “No Ceiling” o “Guaranteed” forman un núcleo más sólido entre “Into The Wild” y “Ukulele Songs”, y los arreglos de cuerda del cuarteto suenan maravillosamente bien a esta última. Pasa lo mismo con “Rise”, que le sienta como un guante a la voz de Vedder, antes de la sorpresa que es escuchar “Immortality” y que, honestamente, no esperaba. Eso es lo grande de Eddie Vedder y Pearl Jam, cada noche es diferente, “Immortality” era la canción que cerraba “Vitalogy” (olvidemos la marcianada de "Hey Foxymophandlemama, That's Me") y siempre ha sido una de las canciones que más he disfrutado del que, a la postre, se ha convertido en “mi disco de Pearl Jam” y que, como el buen lector de esta web sabrá, conservo en mi altar particular, firmado por toda la banda (Pearl Jam en Madrid). “Immortality” es una amarga joya, con una parte central en la que McCready y Gossard la elevaban a aún mayores cotas de emoción gracias a sus guitarras (hay que estar muy sordo para no escuchar el sentimiento en su arranque inesperado), y que Eddie resuelve con éxito a zapatazos en directo.

Dedicó “I Am Mine” con todo su corazón y se equivocó en “Thumbing My Way”, cosa que solucionó con un trago de vino e invitó a Glenn Hansard a interpretar “Long Nights” tras la que regaló “Black”, una canción que ya parece no pertenecerle, ante un público que la cantó con auténtica entrega y perdió la voz en las notas más altas de la frenética “Lukin” para buscar el bálsamo en “Porch”, recibiendo la ayuda de las voces de todos los allí presentes, o deshizo las primeras filas cantando “Isn't It a Pity” de George Harrison, regalando abrazos y púas. Me gustó mucho escuchar “Smile” de “No Code” o su homenaje al enorme Tom Petty, calzándose su Telecaster roja, en su clásico “I Won't Back Down” (que no, no es de The Heartbreakers), regresando a “Vitalogy” con “Better Man”, recuperando algo de intimidad con la versión de los Everly Brothers, “Sleepless Nights”, y siendo ayudado de nuevo por Glenn Hansard en la segunda estrofa de “Society” para regocijo suyo y del propio público que tomamos con simpatía la ayuda de Hansard ante un Vedder que entró tarde pero, nada de eso importa, porque entre ambos lograron hacerla sonar aún más emotiva.

Todo lo contrario que el momento más verbenero con la versión de The Clash, “Should I Stay or Should I Go” y Vedder metiendo a calzador la ciudad, “Should I Stay in Barcelona...”, equivocándose de nuevo en el compás y las notas de la estrofa, hasta un verdadero final con “Hard Sun” y Vedder emulando a su héroe, Pete Townsend, realizando el famoso molinillo y volviendo a los bises con la intimísima “Indifference” de “Vs.” y la ya consabida despedida con “Rockin' in the Free World” de Neil Young. Un concierto diferente, atípico, que nos brinda la enorme oportunidad de disfrutar de Vedder a tan sólo un año de la visita de Pearl Jam, tras tantos de sequía, y cuya hermosura no radica en la coherencia de un repertorio tomado de aquí y de allá o la perfección de la interpretación cuando lo que de verdad importa es la frescura, la espontaneidad y una voz irrepetible que cante lo que cante, siempre sonará igual de bonita en una noche irrepetible por su propia naturaleza. La imperfección es bella…

© 2019 James Tonic
Foto El Periódico © 2019 Álvaro Monge