"Hymns in Dissonance" de WHITECHAPEL, un regreso a sus raíces más brutales...

Un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque echemos de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley"

"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Dream Theater "The Astonishing"

Por primera vez en mucho, mucho tiempo, he de confesar que me siento ligeramente confundido ante un álbum de Dream Theater y no porque no tenga claro sus luces y sus sombras sino porque me sorprende el paso que han dado con él. Como seguidores, quizá nunca nos hagamos a la idea de lo complicado y duro que seguramente fue la salida de Mike Portnoy de la banda más allá de los titulares y nuestra experiencia en sus conciertos  o escuchando sus álbumes y tampoco nadie a estas alturas duda de la calidad de Mike Mangini o, más que nada, su papel  en el seno del grupo; Mangini es diametralmente opuesto a Portnoy y si el fortísimo carácter de éste -también a veces conflictivo-  era fuente inagotable de tensiones, Mangini -según sus compañeros- es la cara opuesta, algo que no me cuesta nada creer. Supongo que el batería acepta su papel pero también es verdad que con la salida de Portnoy, Dream Theater se dejó el valor (que cada cual lo sustituya por cojones, a su conveniencia) en la puerta del estudio. He crecido escuchando sus discos, les he visto incontables veces en directo y les tengo tanto cariño como si fuesen amigos míos, así acepto los defectos de Portnoy o LaBrie, igual que la discreción de Myung, la genialidad de Petrucci o la simpatía de Rudess pero mi opinión se ha convertido en una teoría por la cual vengo a explicar que el principal problema de muchas bandas son mismamente sus principales protagonistas y cada día surge alguna noticia o se publica un álbum que no hace sino asentarme en mi posición. No dudo que Portnoy sea difícil, toda una "prima donna" del prog, pero también que era puro carácter y desde su salida algo de ello se perdió por el camino y, aunque ser miembro de Dream Theater ahora sea más fácil que nunca y el ambiente que se respire sea de lo más amable, como banda han perdido algo que es imposible de explicar debido a su inmenso talento pero que cala a todos los niveles. Y es así, más allá de los errores de producción en un instrumento que desde la salida de Portnoy no ha tenido nunca más el mismo protagonismo, sonido y fuerza en estudio a pesar de que Mangini sea un músico extraordinario, cuando somos conscientes de que desde la marcha de uno de los miembros fundadores, parece que la banda se ha esforzado más que nunca en dar pasos que quizá debieran haber dado cuando Portnoy se sentaba todavía tras los parches, en un intento infantiloide por demostrar que siguen dando pasos a pesar de haber perdido por el camino, no sólo a un músico irrepetible que malgasta su talento en varios proyectos de segunda, sino también a un amigo. 

En 2011, publican "A Dramatic Turn of Events", un buen disco en el que hay grandes ideas pero en el que uno siente que la mesa esta coja. La producción es irregular, la batería de Mangini por supuesto que suena pero no como debería y, aunque contiene buenas canciones, la sensación generalizada es agridulce. Para 2013, sin apenas descanso tras la gira, deciden publicar el homónimo "Dream Theater" como si éste fuese definitorio de su carrera y entidad como banda justo cuando falta Portnoy. Volvemos a estar ante un gran disco con excelentes momentos y composiciones más inspiradas que en el anterior, un pasito al frente porque la batería de Mangini suena mejor y se le siente más integrado como músico y seguramente como compositor a tenor de su contribución, pero no deja de ser un refrito de los mejores momentos de sus álbumes pasados. Como afirmé en el momento de su publicación: "es un disco de grandes éxitos en el que irónicamente todas las canciones son nuevas".

Y ahora, tres años después pero sabiendo que Petrucci lleva trabajando ya dos años en el álbum que nos ocupa, publican "The Astonishing", una ópera rock, un álbum doble o triple (dependiendo del formato) con treinta y cuatro canciones. Un proyecto faraónico si tenemos en cuenta que, aparte de todo lo mencionado, se plantean una gira mundial en la cual lo interpretarán en su totalidad ante un público que se enfrentará a las nuevas canciones por primera vez y la posibilidad de ser traducido a una película e incluso un musical. Para colmo, las referencias citadas como fuente de inspiración son, nada más y nada menos, que obras cumbres de la música popular como pueden ser "The Wall" (1979) de Pink Floyd o "Tommy" (1969) de The Who, logrando que me haya cuestionado este "The Astonishing" desde el primer segundo de escucha.

Es un álbum excesivamente largo, algo en lo que se nota la ambición de la banda, sin duda, pero deberíamos ser cautelosos con esa supuesta ambición para no confundirla con pretenciosidad porque treinta y cuatro canciones son demasiadas para una banda que no atraviesa precisamente su mejor momento y muchas de los cuales no son tal sino fragmentos, introducciones y pasajes claramente ideados para narrar la historia y que seguramente tengan mucho más sentido si los viésemos acompañados de imágenes o dentro del contexto de un musical en el cual el argumento posea el peso o el protagonismo que se merece. Por tanto, según vayamos escuchando "The Astonishing" tendremos la sensación de estar escuchando canciones y fragmentos de una banda sonora. Así pasa con "Descent Of The Nomacs", "The Answer" o "Whispers On The Wind" (ambas, canciones de menos de dos minutos y cuya finalidad es tan sólo la del tránsito entre una escena y otra, igual que la coral "Brother, Can You Hear Me?" o "The X Aspect"), "The Hovering Sojourn", "Digital Discord", "Machine Chatter", "Heaven's Cove" o "Power Down".

La batería de Mike Mangini sigue teniendo el mismo escaso protagonismo que en "A Dramatic Turn of Events" o "Dream Theater", dando la sensación de que aquella energía que se desprendía de la mágica unión entre Myung y un visceral Portnoy aquí se ha perdido por completo y son Petrucci y Rudess -como ellos mismos han confirmado en las últimas entrevistas- los que se han encargado del proceso de composición y esa inmersión en el proyecto es lo que les ha hecho olvidarse de saber afrontar "The Astonishing" como un todo, notándose esa visión parcial o con "orejeras" en la producción del álbum; la guitarra y el teclado -con todos sus arreglos y sintetizadores- son los que dominan la mezcla, quedando relegada la base rítmica a un segundo plano. 

Otro asunto a tener en cuenta es la historia, si obras como "The Wall" o "Tommy" han llegado al corazón de millones de personas es porque, a pesar de sus peculiaridades, podemos hacerlas nuestras; nos cuentan hechos, nos hablan de emociones que podemos sentir como propias.  "The Astonishing", por mucho que tenga cantidad personajes, cuenta una historia que desconcierta por lo poco elaborada, su escaso calado y lo pueril de su desarrollo y conclusión. Personalmente, estoy cansado de futuros distópicos en los que la individualidad y los valores propios del ser humano son un auténtico tesoro frente a la matemática y lógica sin emoción de las máquinas que, en la obra de Dream Theater, son capaces de hacer música. Creo -y no me equivoco- que después de 1976 es todo un insulto para nuestros oídos más progresivos que haya bandas que sigan tratando en sus obras a la música como un regalo por el que unos pocos y soñadores rebeldes han de luchar frente a un complejo entramado de intereses a manos de un imperio que nos la niega por no se sabe muy bien qué o así de poco claros se muestran Dream Theater en "The Astonishing", supongo que si finalmente se traduce en un musical o una película, terminaremos por digerir una historia que se hace desde ya intratable  con momentos excesivamente edulcorados, forzados y de poca originalidad.

Pero no nos engañemos, también hay luces; la de cinco músicos soberbios que despliegan toda su inventiva (en especial Petrucci y Rudess, sin que esto sirva de crítica al resto) en canciones como "Dystopian Overture" o "The Gift Of Music" (quizá la peor del conjunto a pesar del estupendo trabajo de Petrucci). "Lord Nafaryus" es interesante por su toque marcial y la sobreproducción en los arreglos como "A Savior In The Square" es bonita en las manos de Petrucci o el cristalino piano de Jordan pero es jodidamente inofensiva, tanto como su hermana "When Your Time Has Come". "Act Of Faythe" resulta cinemática, en ella sentimos claramente que sin el acompañamiento de unas imágenes es como estar escuchando la banda sonora de una película y ha sido escrita para ello pero lo peor, sin duda, es que no acaba de despegar, todo lo contrario que "Three Days" en la que celebramos el carácter y fuerza, a pesar de estar desaparecido en combate el bajo de Myung, seguramente con Nafaryus…

También hay brillantez como en la guitarra acústica de "A Life Left Behind" y el piano de Rudess, el tono jazzy es magnífico y su introducción, hasta que entra la voz de LaBrie, nos demuestra cómo de fructífero ha sido el tiempo pasado componiendo entre el guitarrista y el pianista. Con "Ravenskill" y "Chosen" entramos en un valle dentro de la narración, en la primera parte del álbum, que se hace demasiado largo hasta que la tentación entra en escena con "A Tempting Offer" y Dream Theater descubren que también pueden recuperar algo de violencia, que para narrar una historia no hace falta hundirse en el terreno de la balada o medios tiempos anodinos. "A New Beginning" supone un soplo de aire fresco que agradeceremos, bebiendo de nuevo del prog setentero y del jazz, Myung y Mangini servirán de colchón para Rudess y los riffs sincopados de Petrucci. El único fallo que puedo ver en ella son los coros y, otra vez, el exceso de azúcar en el estribillo. "The Road To Revolution" cerrará con tintes épicos y ritmo trotón la primera parte de una historia en la que se supone que, tras mucho esfuerzo, llegamos a cierto clímax.

En este momento es imposible no planteárselo, ¿qué disco es mejor? Sin duda, el segundo por su coherencia que no por sus canciones escuchadas de manera individual. A pesar de que contenga esas luces y sombras propias de todo álbum doble o triple y que en "The Astonishing" -y más en concreto, su segunda parte- se agudizan. "2285 Entr'acte" pasa absurdamente del terreno más progresivo para convertirse en un collage de ideas mientras "Moment Of Betrayal" es de lo mejor que escucharemos en todo el álbum y servirá de punto de encuentro entre los fans más recientes, los sesudos y aburridos y los más metaleros, amigos de las emociones fuertes, gracias al riff grueso de Petrucci y su ritmo pesado con Mangini dándole al doble bombo. "Begin Again" es delicada y pinkfloydiana pero poco más, sin carácter y fuerza.

"The Path That Divides" es necesaria para el desarrollo de la historia y tanto Mangini como Petrucci están estupendos pero sobran por completo los efectos especiales que incluyen una lucha de espadas, como "Machine Chatter" es tan sólo la transición que antes decía y resulta absurda y kitsch por igual o "The Walking Shadow" es completamente prescindible con un minuto final vacío, así como "My Last Farewell es tan lánguida que cuando cambia de tercio hasta lo agradecemos. Sorprende que la última parte de "The Astonishing" sea, sin embargo, la más flojita con "Hymn Of A Thousand Voices" y esas palmas, ese momento folkie "en el que los rebeldes hacen una música sencilla y salida del corazón", la sosita "Our New World" o la pomposa "Astonishing" que cierra el álbum de manera exagerada y sobreproducida, con caída de telón incluída, alargando la tensión del final a lo largo de las últimas tres o cuatro canciones sin demasiado sentido.

Un álbum, a todos ojos, excesivo y al que no le habría venido mal el doble planteamiento de recortar y dejar fuera los pasajes más prescindibles como entrega discográfica para sí incluirlos como banda sonora del posible musical o película, un empacho que sólo seremos capaces de aprovechar los seguidores de la banda y que espantará a aquellos que busquen algo más inmediato y que no requiera tanta atención. Treinta y cuatro canciones de las cuales podemos extraer una decena que conformarían un álbum sólido pero con los mismo defectos de producción a cargo de Petrucci de los dos anteriores, un fuerte sentimiento de Déjà vu en muchos de sus desarrollos y un LaBrie que necesita volver a transmitir algo de pasión sin caer en los tópicos más sensiblones. Un cruce musical entre "Six Degrees of Inner Turbulence" (2002) y "Octavarium" (2005), con grandes minutos pero otros muy flojos, que decepciona por lo que podría haber sido si, en vez de tanta ambición, se hubiesen limitado a grabar un disco redondo. Repleto de talento pero lejos, muy lejos de su mejor momento y ellos mismos lo saben por mucho que lo quieran envolver de regalo.

© 2016 Conde Draco

Crítica: Black Sabbath "The End"

Debo ser el único individuo sobre la tierra que esté feliz con los últimos pasos de Black Sabbath; no es que me alegre su retirada o la ausencia de Ward pero, como fan, me siento increíblemente afortunado de estar siendo testigo de uno de los finales más dignos y gloriosos de una banda histórica que está dejando un gran sabor de boca tanto en directo como en estudio. "13" fue un gran álbum, honesto y suficientemente entretenido como para que no echásemos la vista atrás con nostalgia mientras sus canciones compartían minutaje en plena gira con algunos de sus clásicos. La ausencia de Ward se llevaba bien gracias al incombustible Tommy Clufetos y sobre todo cuando uno veía a Ozzy, Iommi y Geezer compartir escenario una vez más. Ahora parece más claro que nunca que los verdaderos motivos del desacuerdo entre Ward y sus compañeros fueron fundamentalmente económicos además de la frágil salud del batería que, según Geezer y una persona tan honesta como Iommi, sería incapaz de aguantar el ritmo de una gira tan extenuante como es en la que unos casi septuagenarios músicos se han embarcado. Es el propio Iommi quien ha declarado que le encantaría seguir girando pero que le resulta imposible y, como mucho, harán  actuaciones puntuales. Parece ser que las grandes giras mundiales se han acabado para Black Sabbath y, aunque me duela pensar que es el fin de un era (con ello, la muerte de Dio, Lemmy y tantos otros músicos irreemplazables), como decía al principio de esta crítica, me siento afortunado por haber podido estar en sus conciertos, haberles visto a escasos metros y, lo más importante (y algo que está al alcance de todos, nosotros y los seguidores que vendrán en un futuro) poder disfrutar una y otra vez de álbumes auténticamente mágicos. Es verdad que dentro de cinco o diez años muchos chavales no podrán ver a Judas Priest, Motörhead, Saxon, Black Sabbath, AC/DC, Iron Maiden y otros tantos pero, por lo menos, podremos pinchar una y otra vez sus discos.

En el caso de Sabbath, "13" es un gran epitafio. Claro que me gustaría que publicasen  más álbumes y agradeceré cualquier proyecto de Iommi y Ozzy a estas alturas, tanto juntos como en solitario, pero también creo que con "13" se despiden de una manera honesta, creativamente sólida y por la puerta grande cuando no tenían necesidad alguna de grabar nuevo material. Y ese buen momento que recientemente atravesaron con "13" se confirma con este EP, "The End", que sirve como despedida -parece que definitiva- de todos sus fans y que, de momento, se venderá única y exclusivamente en las fechas de su actual y última gira mundial, "The End Tour".

Producido por Rick Rubin y compuesto por material restante de "13" (lo que no quiere decir que estemos ante las sobras del álbum principal), "The End" son ocho canciones (cuatro de ellas inéditas) y cuatro en directo, de las cuales tan sólo "Under The Sun" es la única concesión a su pasado. Es, por tanto, como antes escribía, una buena muestra de su actual valor, de la confianza en su actual creatividad y nos confirma que, a pesar de su edad y achaques, el espíritu de Black Sabbath sigue más vivo que nunca. Les habría resultado mucho más fácil tirar de nostalgia haciendo un constante guiño al pasado pero es que ni siquiera en su directo "Live... Gathered In Their Masses" fue así y parecían disfrutar más interpretando sus canciones más recientes que sus propios clásicos (como pudimos comprobar en vivo en directo en dos de sus fechas europeas).

Nadie que escuche este EP podrá sentirse engañado o decepcionado, ni siquiera llegar a creer ni por un segundo que está escuchando a una banda en su propia despedida, porque "Season Of The Dead" suena excepcionalmente densa y pesada, puro doom martilleante con la metálica voz de Ozzy arrastrando las vocales del estribillo e Iommi verdaderamente inspirado con todo un arsenal de riffs bajo las cercenadas yemas de sus dedos y estamos hablando de más de siete minutos de canción, como la pesadísima y lúgubre "Cry All Night", con más de seis minutos, y una parte central en la que Geezer crea toda la tensión mientras la guitarra de Iommi parece crepitar entre licks puramente bluesy subidos de saturación y un último riff tan puramente Sabbath que es capaz de transportarnos a su época dorada. Es una pena la posición de "Cry All Night" en este EP, deberían haberlo cerrado con ella o, por lo menos, la primera cara ya que esos últimos segundos con el ruido de la lluvia y las campanadas por todos conocidas nos llevan inequívocamente a la campiña inglesa y su álbum de debut, "Black Sabbath" (1970), pudiendo haber cerrado el círculo de su propia carrera.

"Take Me Home" suena a "Age Of Reason" (y seguramente es por ello que se quedó fuera de "13") pero contiene una gran sorpresa a los tres minutos y es en forma de guitarra española resonando con toda nuestra herencia árabe/ flamenca en su puente, lo que la hace subir puntos debido a su valentía y, sobre todo, belleza. Quizá no sea la más inspirada del conjunto pero esa guitarra, más las bonitas líneas del bajo de Geezer, son suficientes para tenerla en cuenta. "Isolated Man" es la más directa y bruta -dentro del género que practican Sabbath- con Ozzy bajando el tono y doblando la voz mientras que el solo de Iommi, auténticamente enfurecido, sobre el grueso bajo de Geezer cabalgando a lomos de la batería de Brad Wilk es magnífico.

Tres tomas en directo del material de "13", como son la densísima "God Is Dead?" con la que hacían callar a festivales de decenas y decenas de miles de personas, así como calentaban los ánimos con ese cambio de ritmo en "End Of The Beginning" o convertían la pista en un mar de empujones con "Age Of Reason" sirven de avales para certificar el magnífico estado de los ingleses en su gira de hace dos años. Como decía, únicamente "Under The Sun" como representante del fondo de armario más clásico de Ozzy y compañía y no es por casualidad porque la canción de "Vol.4" (1972), se vio revitalizada durante aquella gira y fue una de las más celebradas en directo, convirtiéndose en un auténtico bombazo con aquellas proyecciones sobre las pantallas que incluían a monjas felando enorme cirios o al mismísimo Al Pacino en "Scarface".

Sí, es una despedida pero no suena como tal porque Black Sabbath, en esencia, está seguramente más vivo que tú y que yo y eso es algo tan fuerte como para que incluso sobreviva a sus propios creadores. Retirarse es humano pero el espíritu de sus canciones pervivirá y calará en futuras generaciones gracias a una despedida de las giras mundiales tan digna y honrada como la de Iommi. Ojalá nos dure muchos años...


© 2016 Jim Tonic

Crítica: Megadeth "Dystopia"

Podríamos decir que el seguidor de Megadeth ha tenido que madurar a marchas forzadas por culpa del propio Mustaine y es algo que puedo comprobar en primera persona tras años de conciertos y constantes escuchas de sus discos porque, si de algo no dudo a estas alturas, es que el pelirrojo más famoso del metal encarna todas las virtudes y defectos de su propio proyecto, siendo la cara y cruz de un éxito que consiguió en los ochenta y primeros de los noventa pero que actualmente se le escapa entre los dedos en forma de dignidad.  ¿Por qué a Mustaine le cuesta tanto admitir su propia grandeza y talento y prefiere regodearse en esa imagen pública del perdedor, del resentido? Está claro que su despecho con Lars Ulrich y James Hetfield es y será eterno por mucho que se den la mano en un documental, lloren o se suban juntos a un escenario. Mustaine siempre guardará en el fondo de su corazón la amargura de cómo aquellos a los que consideraba sus amigos le despidieron y utilizaron sus riffs en el primer álbum de Metallica y ese odio visceral o herida que nunca cicatriza es la que le convierte en el blanco de todas las burlas en internet y que, por muchos millones de álbumes que haya vendido, conserve siempre esa aura de eterno perdedor y que convierte el lanzamiento de cada uno de sus álbumes en una victoria y una venganza. Pero, ¿cuántos de los que se burlan de él y desdeñan cada paso suyo serían capaces de sobrellevar que les despidieran de uno de los grupos más famosos y rentables de la historia? ¿cuantos de esos serían capaces de levantarse una y otra vez con éxito y reconocimiento? 

Por otra parte, su carácter -ése al que le estamos dedicando unas líneas y que es inevitable mencionar cuando hablamos de él- es el que le ha granjeado gran cantidad de enemigos y garantizado constantes cambios en la formación de su propia banda, generando aún más inestabilidad y momentos en directo pura y llanamente deleznables como los de las últimas giras con un Mustaine hastiado y apático mientras un hierático Shawn Drover golpeaba con desapasionamiento los parches y Broderick se aislaba de todo y todos en el escenario. Pero seré honesto también con aquellos que me leen; no me disgustaban del todo aunque sus últimos discos y conciertos fueran tan tibios. ¿Por qué? Porqué Mustaine necesita músicos que no le repliquen, que aporten su talento y no le discutan pero también; esa distensión en un proceso creativo como es el de estar en una banda es el que terminó fagocitando a los últimos Megadeth y forzando la salida tan poco elegante de Broderick y Drover. También es verdad que Chris Broderick es un músico excelente pero Shawn es tan sólo un batería más sin carisma alguno y con menos alma aún o sangre en directo.

Es por eso que escribir sobre "Dystopia" me sería increíblemente fácil; podría extenderme teorizando sobre Mustaine, explicando cómo Broderick y Drover abandonaron la nave antes de que se hundiera y lo grandes que son Kiko Loureiro y Chris Adler, la crítica a "Dystopia" parecía estar escrita desde mucho antes de su publicación y/ o filtración. Lo cierto es que hace muchos años que superé esa estupidísima fase en la cual uno le pide a sus músicos favoritos que reverdezcan los laureles porque así de idiota sería si pretendiese que Mustaine escribiese otro "Peace Sells... But Who's Buying?" (1986), "Rust in Peace" (1990) o incluso un "Countdown to Extinction" (1992), aquellos álbumes (como también "Youthanasia" del 94) son únicos y se compusieron en un momento muy particular de su vida, algo que sería completamente imposible repetir. 

A los pocos días de quedarse sin su guitarrista y batería, Ellefson y Mustaine se lanzaron a la búsqueda de nuevos compañeros y encontraron en Loureiro (Angra, Tarja Turunen o Neural Code) al guitarrista perfecto; técnicamente impecable, con buen gusto, pasión y un tipo fácil en su trato que con su humildad parece haberse ganado a Mustaine, cuyo carácter no debe ser del todo fácil. Poco tiempo tardó Kiko en anunciar su colaboración con Megadeth y convertirlo en su prioridad, algo que no ocurrió con Chris Adler. El batería es una auténtica bestia, con un groove y una pegada sin igual pero Lamb Of God es una banda que ha crecido de manera exagerada en los últimos años y, por mucho que Chris sea fan de Megadeth y considere todo un honor tocar con Mustaine, entiende que no puede abandonar su propio proyecto, ese que tantas satisfacciones le está dando. ¿Puede alguien negar que Lamb Of God se comían  en directo a los Megadeth de Broderick y Drover? 

Y así, mientras Mustaine escribía "Dystopia", Chris Adler y Kiko Loureiro marcharon a California y acabaron compartiendo piso, ambos sabían quiénes eran pero ninguno de ellos -en sus propias palabras- conocía en profundidad la carrera del otro.  Según Kiko, cuando llegaron al estudio, la mayor parte del álbum ya estaba compuesto o, por lo menos, los bocetos de todas las canciones y él tan sólo aportó su toque pero es imposible escuchar "Dystopia" y no entender que Kiko y Adler han hecho mucho más que eso. Pero, vayamos al grano: ¿Es "Dystopia" un buen álbum? Sí, sin duda. ¿Es un gran álbum? No, es correcto y eso es lo que le pido a Mustaine, algo que parece muy sencillo pero que, sin embargo, se le ha resistido durante años con álbumes como "Thirteen" (2011), que no era más que un disco obligado por los problemas contractuales con su discográfica, y un indigno "Super Collider" (2013) que disfruté tan sólo porque llevaba la firma de Mustaine pero que mostraba el final de un camino iniciado en "Endgame" (2009) y nos confirmaba que el binomio Broderick/ Drover nunca debería haber firmado más discos que aquel, necesitando urgentemente un cambio a corto plazo. 

En "Dystopia" encontramos a Mustaine aceptando su voz; ésa que es perfecta para el thrash por su tono chillón y por cómo ladra las letras. Nunca ha sido una gran voz y en directo carece de intensidad, muriéndose a las pocas canciones, pero es la ideal para un género tan sucio y rápido. Además, Mustaine está en su terreno conceptual favorito; hablando de un futuro distópico, corrupto, apocalíptico y en el que las fuerzas del orden y esa casta política que tanto juego ha dado en sus letras es tan corrupta como la criminal. "Dystopia" y su mundo es un constante cliché pero uno de dimensiones exageradas en el que Mustaine se mueve como pez en el agua, Ellefson -en un papel completamente secundario, habiendo aceptado su papel tras el reencuentro con el que fuese su amigo (ése que hasta hace unos días se empeñaba en aclarar que la relación entre ambos siempre había tenido altibajos y que ahora, lejos de estar en su mejor momento, por lo menos es estable) tiene alguna línea de bajo interesante (como es en "Fatal Illusion") pero no es por él que "Dystopia" mantiene un buen nivel sino por la unión entre Mustaine, Loureiro y Adler. Mustaine dispone el escenario y Kiko despliega todo su arsenal y convierte las guitarras del disco en un auténtico festín, en fuegos artificiales llenos de magia mientras que Adler deja pequeño a cualquier batería que haya pasado por Megadeth (y que nadie me hable de Menza porque vi en directo a la formación más popular de Megadeth, con Menza y Friedman en directo y Chris Adler no tiene nada en absoluto que envidiar al alemán).

Los primeros segundos de "The Threat Is Real" y su toque oriental sirven para ambientarnos mientras llega un rapidísimo riff desde la lejanía al que Adler pronto secunda. Puede parecer un sueño pero, por primera vez, en mucho tiempo sentiremos el espíritu de Megadeth tras años de mediocridades. La base rítmica es sólida (imagino que Ellefson tiene que haber disfrutado de lo lindo con un músico como Adler y le habrá servido para salir del anquilosamiento sufrido en los últimos álbumes) y la unión entre Mustaine y Loureiro estña llena de química, siendo el brasileño el que se lleve todos los parabienes (no sólo en el tema de apertura sino en todo el álbum). Broderick es un guitarrista dinámico, pulcro y técnico (en definitiva, un gran músico) pero Loureiro tiene magia; transmite y sus solos tienen ese toque oriental del que presumía Friedman (gracias a sus escalas y modos) mucho antes de largarse a Japón y que confirió aquel toque a los álbumes de la banda. "Dystopia", la canción, es puro Megadeth; directa y melódica, accesible pero llena de rabia. Otro punto que el oyente puede apreciar en ella y el resto de composiciones es que la voz de Mustaine ha cambiado levemente y él parece aceptarlo, ya no es el cantante que intenta emularse a sí mismo sino que se adapta a sus nuevos recursos, a ese tono -ahora más grave- que le sienta mucho mejor a las nuevas canciones porque no parece una caricatura.

"Fatal Illusion" (como "The Threat Is Real") ya la conocíamos como adelanto, en ella encontramos a Ellefson abriendo la sección rítmica con el fraseo principal que acompañará a la canción y Adler haciendo sonar a Mustaine por Megadeth más que nunca. No deja de resultar llamativo que sean dos músicos como Loureiro y Adler quienes hayan hecho recuperar su identidad al grupo de alguien con tanta personalidad -para bien y para mal- como Mustaine. Pero, si por algo destaca "Fatal Illusion" es por ese último minuto y medio en el que la propia canción se vuelve más macarra que nunca con Adler doblando el bombo como si no hubiese mañana y Loureiro soltando lick tras lick (todos de un carácter mucho más hard que thrash) mientras Mustaine escupe los últimos versos, porque eso no es cantar sino escupir y, ¡qué demonios, le sienta genial a la canción!

Los solos de "Death From Within" son arrebatadores y  Adler y Ellefson atruenan, de tempo más lento que "Fatal Illusion"y Mustaine doblando las voces es quizá el momento que necesitábamos tras los tres primeros cortes de un álbum que comienza de manera incendiaria como "Bullet To The Brain" y su comienzo cansado con Adler más marcial que nunca mientras Loureiro arpegia su acústica y Mustaine, en un tono más grave y calmado, parece comenzar el relato antes de que la canción se temple y coja algo de fuerza en el estribillo. "Post American World" es una canción más floja en cuanto a composición, con menos pegada e imaginación pero si se salva por alguien es por Loureiro al que se le siente disfrutar y tiñe las guitarras con su magia, además de albergar uno de los crescendos más puramente Megadeth de todo el álbum que sirve como antesala de un auténtico festín para los amantes de las seis cuerdas.

Algo que uno apreciará a estas alturas del álbum, con "Post American World", es que las grandes bazas en cuanto a canciones las hemos dejado en la primera cara del álbum y que no hay que confundir brillantez a la hora de la ejecución por parte de cuatro músicos excelentes que realizan un trabajo soberbio en este "Dystopia" e inspiración, por parte de Dave Mustaine que, en algunos momentos, parece carecer de cierta inspiración. "Poisonous Shadows" es buen ejemplo de ello; una canción oscura y llena de sentimiento pero que habría perdido enteros en las manos equivocadas y que si aquí destaca es por la interpretación de Loureiro, Adler y Mustaine. Como ocurre con "Conquer Or Die" que derrocha buen gusto gracias al brasileño (crucemos los dedos para que no deje Megadeth, por favor) y si bien existe es por y para él. Enorme, sencillamente enorme.

"Lying In State" es un torbellino lleno de fuerza y rapidez, Adler nos ametralla desde su batería mientras la voz de Mustaine es la que marca la melodía principal y es, de nuevo, Loureiro el ingrediente secreto que le añade sabor mientras Adler nos hace llegar al clímax en los últimos segundos. La melódica "The Emperor" es la más pegadiza de la segunda cara pero temáticamente reincide de nuevo en el cuento de Hans Christian Andersen, "El traje nuevo del emperador", y es así porque hay miles de canciones que utilizan la moraleja del relato para transmitir su mensaje. No es, por tanto, un derroche de originalidad y sí uno de los temas menos inspirados pero se salva por su adictivo estribillo (ya que lo recordarás tras, tan sólo, la primera escucha) y, lógicamente, por Kiko. Y, por último, "Foreign Policy" con Loureiro haciendo relinchar su guitarra al más puro estilo Vai y Mustaine con versos tan envenenados como "Eliminate the incompetente, difference don't exist in harmony!" y un riff machacante que sirve de contrapunto para Adler y Ellefson.

Un álbum, como antes decía; correcto. Con grandes momentos, Loureiro y Adler en auténtico estado de gracia ayudando a un Mustaine al que, por primera vez en mucho tiempo, se le siente cómodo a todos los niveles. ¿Qué más le podemos pedir a Megadeth teniendo en cuenta que quedan lejos sus mayores años de gloria? Pues esto, algo de esa dignidad que parecía perdida.


© 2016 Jim Tonic

Crítica: Fleshgod Apocalypse "King"

La verdad es que el nuevo año no está comenzando como debiera y, aparte de los tristes decesos ocurridos en las últimas semanas, muchos de aquellos álbumes que empezaron a grabarse hace meses están viendo ahora la luz echando por tierra todas las ilusiones. Nos ocurrió con Anthrax y su fallido "For All Kings" que, a estas alturas, los propios Ian o Benante pierden más tiempo defendiendo en entrevistas lo que que sus nuevas canciones parecen incapaces de lograr por sí mismas en los oyentes. Y, ahora, es el turno de los italianos Fleshgod Apocalypse, aquellos que nos rompieron el cuello con "Oracles" (2009) y "Agony" (2011), perdieron fuelle con "Labyrinth" (2013) y se encuentran actualmente en caída libre con "King" (2016). Pero es que todo parecía apuntar a que con éste recuperarían algo de fuerza, los adelantos compartidos en plataformas de streaming no auguraban nada bueno con tanto arreglo pero sí las declaraciones de Francesco Paoli ("Hemos tardado más de lo normal porque es un álbum conceptual y nos ha llevado algo más de tiempo pero creo que es un signo de determinación y madurez para la banda. No podemos publicar algo mediocre tan sólo porque es suficiente para seguir adelante. Creo que el mundo de la música necesita gente que trabaje duro") y la unión con un superproductor como Jens Bogren (Amon Amarth o Arch Enemy, entre otros) hacían que tuviésemos aún algo de esperanza pero ha sido pinchar "King" y perder toda ilusión. Parece que Fleshgod Apocalypse, en efecto, han querido grabar su mejor álbum y se nota el esfuerzo, el sonido es contundente y, por momentos, desbordante pero ni con todo ello quiere decir que estemos ante su mejor disco; fallan las canciones, no están a la altura -algo que se repite constantemente estos días- y la maldita orquestación, seguramente ideada para darle un toque aún más épico al álbum, lo único que hacen es emborronar el resultado final, convirtiéndose algunas canciones en un auténtico caos. 

Mentiría si no dijese que no me gustan demasiado las mezclas de orquestas o corales con un género como es el metal y que ello me hace perder al segundo casi  cualquier interés por el álbum pero también debo explicarme y, seguramente, algún lector me entenderá y lo compartirá. El mestizaje siempre es atractivo a todos los niveles -no solamente en el arte- porque nos proporciona siempre algo nuevo e interesante pero, a estas alturas de la historia de la música, la mezcla entre un género tan relativamente joven como es el del rock y uno más clásico ya no es una novedad y aquellos artistas que se acerquen con valentía a probar deberían aprender de los errores de sus predecesores porque, como mezcla, siempre ha producido desiguales resultados, complicados para un público más amplio o aquellos de paladar más sencillo. Y no es porque no funcione sino porque en la mayoría de ocasiones, como es el caso que nos ocupa, se siente forzado en unas canciones que no han nacido para ese envoltorio o no tienen la calidad suficiente, porque un género como el death más técnico es complicado en su estética para una orquesta pero cuando se da en la diana es, como todo, sublime y aquí, por desgracia, eso no ocurre.

Lo primero que hay que hacer para enfrentarse a "King" es olvidarse de  "Oracles" (2009) y "Agony" (2011) porque las comparaciones son odiosas y, aunque en este álbum haya buenos momentos, siempre palidecerá frente a las dos referencias anteriores. Lo segundo es centrarse en la música y olvidarse de esa historia conceptual que Paoli prometía y que, visto lo visto, no tiene mayor trascendencia. Parece que en los tiempos que corren cualquiera es capaz de contar una historia y no sólo eso sino también de "musicarla", dando lugar a discos que supuestamente sustentan una narrativa pobre e infantil, y es que a veces es mejor no complicarse demasiado; menos es más.

"Marche Royale" sirve de introducción, obviamente épica, a "In Aeternum" que nos da buena muestra de lo que encontraremos en "King"; cambios de ritmo, diferentes partes, alternancia de voces guturales y limpias, contundentes riffs de guitarra y esa orquesta que queda reducida a ser puramente relleno y colchón de los momentos más raquíticos del combo. "Healing Through War" es mas directa y cruda, quizá también porque el peso recae en Fleshgod Apocalypse y los arreglos quedan en segundo plano pero es que la canción mantiene cierta tensión que "In Aeternum", a pesar de su estampida, era incapaz.  Con "The Fool" se acercan peligrosamente a la diana y, a pesar de su gusto empachosamente neoclásico, contiene partes que son un verdadero puñetazo y el solo de Trionfera es fantástico. "The Fool", como "Mitra" son canciones que nos hacen recuperar la ilusión; no porque nos recuerden a "Oracles" sino porque mantienen un buen nivel y un mejor equilibrio con los arreglos. En el caso de "Mitra", la parte más agresiva es un auténtico torbellino y las guitarras se comen por completo a la maldita orquesta, además de que los guturales ayudan a convertirla en esa arma de destrucción masiva que muchos esperábamos en "King". Mala suerte que entre ellas haya algo tan blando como "Cold as Perfection" y esa voz femenina que se clava en tu cerebro a pesar de estar en un absurdo segundo plano (si la incluyes, que suene en la mezcla, no medias tintas).

"Paramour (Die Leidenschaft bringt Leiden)" es innecesaria, no es que no la valore, es que no tiene cabida en un álbum de estas características y no, no tiene coherencia en el conjunto, ni aporta a la historia, rompe por completo el álbum por la mitad; es el anti-clímax operístico que no debería haber sido incluído. "And the Vulture Beholds" como "Gravity" (ésta en menor medida, notándose un regusto a Morbid Angel que, dicho sea de paso, se termina convirtiendo en espejismo) son auténticos pastiches de todo lo escuchado anteriormente, una mezcla blanda (sí, blanda, porque no destaca nada y sus elementos no son sinónimo de contundencia), un conjunto sin forma en el cual sólo nos despiertan esos forzadísimos armónicos artificiales en los que parece que Jens Bogren sube el volumen.

La mejor del álbum, junto a "The Fool", podría ser, sin duda, "A Million Deaths" por su inmediatez, contundencia, rapidez y, aquí sí, la brillantez de los arreglos puestos a servicio -como debería haber sido todo el disco- de la canción. Mientras que la larguísima "Syphilis" con sus siete minutos se hace eterna, haciéndonos perder la paciencia y "King" no es más que un "outro" o coda. Como curiosidad, la edición especial nos regala otro disco con las pistas instrumentales, únicamente para coleccionistas y que evidencia el desaguisado de Fleshgod Apocalypse y la excentricidad en la que acaba desembocando "King", lástima que un guitarrista como Trionfera no haya tenido mayor protagonismo.

Toca esperar a ver cómo lo defienden en directo, saber si son capaces de traducirlo sobre las tablas y la respuesta del público es positiva pero, mucho me temo, que al final sonará exactamente igual que "Labyrinth" (2013) con un teclado y pregrabados de fondo y eso, querido Paoli, no es suficiente por mucho que hayáis trabajado en el estudio. Hay un viejo conocimiento popular procedente de la década dorada del pop, los sesenta, que venía a decir "no quieras hacer en el estudio todo lo que no has sido capaz de hacer en el local de ensayo" (en relación a la tarea compositiva y el duro trabajo del día a día) y parece que Fleshgod Apocalypse han dedicado más tiempo a envolver lujosamente un regalo en el que las dosis de pasión y buen gusto han sido inversamente proporcionales; una pena.

© 2016 Lord Of Metal

Crítica: Witchcraft "Nucleus"

Aquello que trataba de explicar en mi crítica del fabuloso debut de With The Dead, acerca de la cada vez más común moda de convertir el sonido de un grupo a través de la producción y no porque éste sea parte intrínseca de su personalidad, se podría aplicar al nuevo álbum de los suecos Witchcraft. "Nucleus" no es un mal álbum en cuanto a que tiene en su haber, incrustadas en sus surcos, canciones como "Malstroem" (esa epopeya de más de ocho minutos con la que abren fuego) o un single como "The Outcast" que es, sin duda, el mejor tema que encontraremos en su nuevo álbum pero sí es toda una decepción principalmente por dos motivos: carece de grandes canciones, pero grandes con mayúsculas, cayendo estrepitosamente en las profundidades abisales del tedio más absoluto en su segunda mitad -entendiendo mal el concepto de densidad y pesadez del doom- y, quizá el principal fallo, su producción es francamente horrorosa. Entiendo que algún chaval crea que estoy equivocado, que piense que esto es doom mezclado con stoner y rock de los setenta sólido como una piedra y árido como como el ardiente blues del sol rojo con el que nos sorprendieron John García y Josh Homme en el 92, que son los sucesores del sonido Pentagram y Magnus Pelander se lamenta como Bobby Liebling, pero no. El sonido de "Nucleus" es irregular, en el peor sentido de la palabra, porque también es engañoso y en algunas canciones la producción de Philip Gabriel Saxin y Anton Sundell funciona de manera correcta pero sin dejarnos nunca la boca abierta y es quizá la zarpa del propio Pelander (que ha abandonado la guitarra para centrarse en sus labores como cantante), muy presente tras los mandos en este "Nucleus", la que haya estropeado algunos temas en los que prima el sonido de su voz y las guitarras en detrimento de un sonido pobre, deficiente y escaso, de la batería de Rage Widerberg y el bajo de Tobias Anger. Por tanto, no estaríamos exagerando si afirmásemos que está a gran distancia de sus momentos más inspirados, de su homónimo debut en el 2004, de "Firewood" (2005) y, por supuesto de "The Alchemist" (2007) o "Legend" (2012), convirtiéndose en una de las grandes decepciones de este año que empieza, no porque sea un disco pésimo -que es imposible que Witchcraft facturen algo así- sino por las expectativas que todos teníamos en éste, su quinto álbum.

La guitarra acústica de "Malstroem" crea una atmósfera mágica que pronto se ve rota por uno de los riffs más pesados de la historia del grupo pero, aunque es de las mejores del álbum, tarda demasiado en eclosionar, la voz de Pelander aparecerá majestuosa y ligeramente más temperamental, con más mátices interpretativos que como habitualmente le hemos escuchado y se agradece la intención pero "Malstroem" promete  más de lo que termina ofreciendo porque, a pesar de sus constantes cambios, nos encontramos tres o cuatro patrones que son los que se repetirán sin apenas progresión sino de manera forzada, convirtiéndose en un curioso ejercicio con momentos claramente heredados del doom más clásico. "Theory Of Consequence" tiene más gracia con su toque completamente retro o bluesy hardrockero de los setenta, además de nervio y actitud, es más directa y Pelander sube el tono en sus últimos compases pero su abrupto final tras dos minutos de haberse visto condenada la hace parecer inacabada y nunca nos hará alcanzar el clímax.

"The Outcast" es otra cosa muy distinta, no sólo estamos ante la mejor canción de todo el álbum sino la dirección ante la cual Pelander (porque ya deberíamos entender a Witchcraft como su propio proyecto en exclusividad), canta con más vida y gancho, además de poseer algunos de los versos más inspirados de toda la colección; "Don't yell deeper, just a game for the intellected. Blurry's our sight, to say the least. I saved a nation from a bad economy. Is like sailing away on a endless sea", su toque -a veces medieval- otras más celta, folk, pasando por el rock más clásico y sencillo, además del hard e incluso jazzy la convierten en la más valiente de este "Nucleus" y por la que podemos salvarlo de la hipotética quema. Los últimos segundos de sintetizador y Wah son para enmarcarlos…

Pero a partir de este momento podríamos afirmar que hemos llegado al final del álbum con la canción que le da título, "Nucleus" son catorce minutos en los que ni siquiera un verso como "Reclaim the status of the blind, reinvent the doors of perception" cantado por el propio Pelander y que uno espera que abriese un auténtica batalla épica entre las fuerzas místicas del bien y del mal, aquí simplemente se desvanece de manera laxa y el bucle en el que entramos tras los primeros siete minutos les aleja del doom más monolítico para entroncar a los suecos con el drone más aburrido y plomizo; ese que pretende sumergirnos en un estado de ánimo a base de la repetición. Para colmo, los coros carecen de épica alguna y Pelander suena más artificial que nunca.

La bluesy "An Exorcism Of Doubts" nos confunde durante unos segundos y nos hace creer que posee más profundidad de la que tiene pero, en realidad, no tiene más fondo que un plato llano y, a pesar de sus bandazos,  o la voz de Magnus Pelander que intenta imprimirle nervio y dramatismo, carece de la tensión propia del hard que en los setenta sabía imprimir intensidad y emocionalidad a este tipo de composiciones. "The Obsessed" posee los mismos defectos que "The Outcast" pero no comparte sus virtudes. Su tempo más acelerado, además de su cariz groovie, hacen que sea disfrutable a pesar del insoportable efecto de saturar la voz de Pelander cada vez que sube el tono o ese toque crudo tan impostado. 

Pero la mayor evidencia de la horrorosa producción de "Nucleus" la tenemos cuando suena "To Transcend Bitterness" y durante sus primeros segundos escuchamos el bajo de Anger y la batería de Widerberg sonando raquíticas y, prestando atención, podemos confirmar que las guitarras y la voz se comen por completo la mezcla. No soy un gran amigo de esas producciones en las que priman los graves y escuchar un álbum se convierte en toda una temeridad para los conos de los altavoces de tu equipo pero en una producción de estas características se echa de menos una mayor presencia rítmica que ofrezca algo de cuerpo a las composiciones. Que una canción instrumental como "Helpless" sea de los más interesante que encontraremos a estas alturas en "Nucleus" dice mucho del disco que estamos escuchando, es tan sólo una guitarra con un acompañamiento muy básico pero resulta y te transporta, son seis minutos de paz; seis minutos de un viaje que no quieres que acabe porque sabes que lo que te espera es más de lo mismo de lo que has escuchado antes y no te convence.

Cierran con "Breakdown", una canción que podría parecer interesante sino fuese porque cuando se encabrita vuelve esa guitarra tan horrible y crujiente en primer plano (tanto que uno escucha como se deslizan ásperamente los dedos a lo largo de las cuerdas) y la batería queda relegada a un segundo plano mientras el bajo es completamente inaudible siquiera en el vinilo. La innecesaria "Chasing Rainbows" como extra es superior a "Breakdown" y nos hace despedir "Nucleus" de un mejor ánimo pero con muy pocas ganas de volver a escucharlo del tirón sino con el dedo, buscando las canciones que más nos gustan.

Lo peor que podemos hacer con las bandas es asegurar que todo lo que publican es genial y está a la altura de sus mejores momentos porque les hundiremos más y confundiremos al resto de aficionados. Witchcraft son grandes pero eso no quiere decir que "Nucleus" sea un paso más allá de "The Alchemist" o "Legend" sino uno atrás. Tres o cuatro canciones aceptables de diez son demasiado pocas para justificar el apelativo de "obra maestra" o "gran disco" que muchos enarbolan con cada lanzamiento de algunas bandas. Soy más de álbumes que de bandas y a Witchcraft no puedo guardarle fidelidad esta vez, no siempre se puede estar acertado.

© 2016 Conde Draco

Crítica: Abbath "Abbath"

Es cierto que Abbath (Olve Eikemo) no tiene que ser un tipo fácil en las distancias cortas y sólo así podríamos explicar su polémica salida de Immortal y la desbandada actual de sus nuevos compañeros (Kevin Foley, conocido como “Creature”, y su guitarrista Per Valla, ambos saliendo por la puerta de atrás) poco antes de la publicación del álbum que nos ocupa. Pero, ¿acaso no hay muchos divos en la música actual con infinitamente menos talento y simpatía que Abbath? Tuve la inmensa suerte de estar en la última gira de Immortal con él al frente, presentando "All Shall Fall" (2009) y me dan igual los problemas personales, la supuesta falta de química, lo poco profesional o compañero que fuese con Horgh y Apollyon, porque en directo eran una jodida apisonadora capaz de convertir un festival en ese reino imaginario suyo llamado Blashyrkh y calar con su gélido ambiente a todo aquel que se acercase a ver su actuación, Immortal en directo era Abbath le pese a quien le pese. Las rabietas de Demonaz y Horgh una vez se supo que el vocalista tenía intención de publicar un álbum y no paraba de hablar de su ex-banda en cada entrevista me parecen tan sólo eso; pataletas propias del despecho. Con esto no quiero posicionarme y parecer que, como seguidores,  lo mejor que nos haya ocurrido sea la salida de Abbath de una de las formaciones míticas del black noruego porque seré el primero en disfrutar de Abbath en solitario sobre un escenario y también en apretujarme contra las primeras filas para ver cómo se las gastan en la nueva formación de Immortal con Demonaz al frente, pero intento ser positivo ante la escisión sin pretender enjuiciar a uno u otros, entiendo que Abbath lo que quería era -fundamentalmente- apropiarse del nombre de la banda y en ese momento de caos en el seno de los noruegos; él tiró por la calle del medio sacando a relucir los problemas económicos y ellos las miserias personales de Olve Eikemo (problemas con el alcohol u otras sustancias, además de su difícil, y a veces errático, carácter).

Centrándonos únicamente en el plano musical, "Abbath" como álbum es una auténtica pedrada; quizá no conserve la esencia más blacker y por ello no lleve la etiqueta de denominación de origen cien por cien noruega para los más auténticos pero es indudable que tras algunos desarrollos netamente metal hay, sin duda, la esencia más negra y fría que ha hecho famoso a Abbath. Olvídemonos, pues, de furiosos y aceleradísimos blast beats y crujientes y agudos riffs por doquier y escuchemos, con una mente muy abierta, la propuesta de un álbum que hará las delicias de aquellos menos iniciados sin que sirva esto de crítica a su calidad para el resto porque si algo es el primer álbum de Abbath (como banda y sin contar "Between Two Worlds" del 2006) es accesible pero también entretenido. 

Resulta un poco hipócrita realizar la crítica de un álbum de ocho canciones del cual, si contamos las dos extra ("Riding On The Wind" y "Nebular Ravens Winter") ya hemos escuchado la mitad. Por lo tanto, pocas sorpresas pero, en cambio, todas muy agradables. Desde ese brutal comienzo de "To War" en el que la canción parece acelerarse de manera marcial mientras la batería marca el ritmo para, a los pocos segundos, desatarse con un riff pegadizo como un chicle -pero no por ello menos salvaje-, Abbath apuesta por una mezcla de metal y black de fácil paladar, progresiones y momentos de extrema velocidad alternados con otros más pausados pero igual de cafres con su voz de cuchilla -ligeramente más grave y menos chillona que en Immortal- y una base rítmica con King Ov Hell y Kevin Foley realmente sólida. La agradable sorpresa de un solo cerca del último minuto y un último arrebato blackmetalero nos meterá de lleno en "Abbath" y, la ya conocida, "Winter Bane" que es una auténtica maravilla; Abbath no inventa la rueda pero lo que hace, lo hace muy bien y, para colmo, lo dota de melodía.

"Ashes Of The Damned" satura más la mezcla y nos demuestra que en el black también se pueden meter arreglos tan horteras como los que coronan el estribillo de la canción y, sin embargo, funcionar sin que chirríen. ¿Saturar la mezcla? Por todos es sabido que el black y la producción no son precisamente amigos y siempre será difícil que una banda del género invierta en producción o pretenda sonar de manera decente si quiere mantener el respeto de los más fundamentalistas. Hay miles de ejemplos de aquellos que han sido tachados de vendidos o han sido directamente ignorados por haber querido esmerarse en el sonido, en este álbum Abbath mantiene el tipo y la integridad entre una producción potente y en algunos momento marcadamente pobre con un sonido bronco como una apisonadora; hay veces en que las guitarras se empastan pero basta escucharlo en vinilo y con cascos para encontrar que esos riffs son jodidamente épicos, le pese a quien le pese.

En "Ocean Of Wounds" es Foley quien sube la nota, mientras el disco parece entrar en un punto muerto con un medio tiempo pesado que es roto por "Count The Dead" y la canción más reconocible dentro del sonido Immortal, de nuevo Foley vuelve a lucirse mientras las guitarras parecen estar en constante lucha entre ellas y es con "Fenrir Hunts" con la que llegamos al clímax absoluto tras el pequeño escollo que suponía "Ocean Of Wounds" y otra vez el espíritu de Immortal e incluso Bathory sobrevolando. Lo único que no me gusta demasiado son esos armónicos artificiales de Per Valla, totalmente impropios y forzadísimos en los compases de un estilo sin técnica en el que no han tenido sentido nunca.

"Root Of The Mountain" (nada que ver con la de Enslaved), suena majestuosa gracias a su tempo y evita que el álbum caiga en cierta monotonía, algo que pronto se solucionará de nuevo con "Eternal" y su atropellado ritmo con un "Creature" (mejor Foley) fantástico. Como extras, "Riding The Wind" toda una curiosidad que no es tal ya que venía incluida en el single de "Count The Dead" y nos demuestra lo bien que le viene a la canción ese poquito de mala leche que le falta a los actuales Judas y "Nebular Ravens Winter" de Immortal (incluida en su "Blizzard Beasts" del 97) y que Abbath hace sonar sólida, lejos de la raquítica (por otro lado muy trve) producción de Henrikke Helland.

Por último, reseñar las ediciones del álbum, tanto en digipack como una bonita caja o los vinilos coloreados (dependiendo de lo limitado de su tirada) y que confirman la confianza depositada en el nuevo proyecto de Abbath, además de lo divertida que ha sido la promoción del álbum.

Immortal parten con ventaja al haber publicado primero Abbath, pueden aprender de la jugada de su ex-vocalista y puedo apostarme lo que sea a que doblarán la velocidad y fiereza en contraposición a éste pero, con toda la confianza que me merece Demonaz, mucho tiene cambiar todo para que el próximo trabajo de los noruegos no se convierta en su nuevo proyecto en solitario y palidezca frente al carisma de Abbath y un álbum que entra demasiado bien y seguro le reporta generosos beneficios además de una popularidad que no ha hecho más que dispararse en los últimos meses. En todo caso, los afortunados somos nosotros, no nos compliquemos demasiado y disfrutemos...

© 2016 Lord Of Metal

Crítica: Ten Commandos "Ten Commandos"

Las malditas expectativas, esas que hacen a uno vender la piel del oso antes de cazarlo, e internet son los principales factores que dan al traste con la experiencia de escuchar un proyecto que, a priori, y siempre sobre el papel, se antojaba interesante pero que hace veinte años habríamos situado correctamente en su lugar; el del entretenimiento de Matt Cameron y Ben Shepherd (o, lo que es lo mismo; la base rítmica de Soundgarden), Dimitri Coats de (OFF!, Burning Brides) y Alain Johannes (Eleven, Queens of the Stone Age). Y es que hace muchos, muchísimos años no le habríamos dado más importancia que la que tiene a esta aventurilla o affair lejos de las bandas que han dado a conocer a sus integrantes pero, en esta época digital, en cuanto un par de amigos cuya profesión es la música se sientan a compartir una cerveza en un estudio es algo ya saludado erróneamente por los medios como supergrupo o la gran esperanza discográfica del año y el principal defecto de Ten Commandos es que apesta a proyecto vacacional de cada uno de sus miembros. La inevitable presencia de Mark Lanegan servía como aval de presentación a un single con un regusto tan añejo como "Staring Down The Dust" pero es que, con todos mis respetos hacia Lanegan (un artista al que admiro y sigo su carrera desde Screaming Trees) todo proyecto por el que pasa lo deja impregnado con su fuerte personalidad y escuchar "Staring Down The Dust" como single de Ten Commandos y, mucho peor, encontrármela en primera posición del álbum me hizo darme cuenta de que si la carrera de Lanegan desde "Blues Funeral" (2012) y sus inexplicables bases enlatadas con regusto electrónico ochentero -perdiendo aquel encanto polvoriento del perdedor en temas como "Pendulum", "Mockinbirds", "Borracho" o "One Way Street"- parecen haberle llevado a cierto callejón sin salida es únicamente por su culpa ya que cuando vuelve al formato clásico de guitarra, bajo y batería vuelve a recuperar algo de su magia anterior y el gran error de Ten Commandos de que querer abrir con ella porque "Staring Down The Dust" no es en absoluto representativa de lo que encontraremos en este debut  y, tras un par de escuchas, nos encontramos un tema repetitivo y cuyo mayor acierto es precisamente la voz de Lanegan. Suena como The Dead Weather con una mala producción y aburre tras el primer minuto porque ni siquiera llega a alcanzar el clímax, además de que las segundas voces y constantes sampleados y efectos enturbian la mezcla. ¿Soy un fan pureta de Soundgarden o Screaming Trees incapaz de aceptar que sus artistas favoritos evolucionen y no hagan lo mismo que hace veinte años? Para nada, "Staring Down The Dust" es una mediocridad indigna de Lanegan, Shepherd o Cameron que, por supuesto, no tendría cabida en "Above" (1995) de Mad Season y ni siquiera en un proyecto como Hater si no es como "cara b" de algún single.

¿Podríamos decir que el álbum de Ten Commandos comienza con "War on the Peace"? Desde luego. No porque resulte refrescante, innovadora y su melodía e instrumentación sean magníficas sino porque ésta sí es representante del sonido del grupo y no como ocurría en la anterior en la cual no eran más que la banda de acompañamiento de Lanegan. Su riff principal vuelve a ser claro heredero de la tradición del rock de los setenta pero pronto se ve apaciguado como una chicharra y su ritmo sin fuerza alguna, alejado de la pesadez que se le presuponía en su primer compás, la hace entroncar más con QOTSA hasta el estribillo en que nos recordará a los noventa más clásicos. "Outermost Sky" es la gran sorpresa del álbum ya que es el propio Matt Cameron quien se encarga de las voces principales (aunque hayan tenido el malísimo detalle de doblarlas) y su ritmo pausado y ensoñador, además del suave falsete al que es capaz de llegar Matt para salvar las notas más altas, nos lleva a la clara nostalgia del rock alternativo, ese que reinaba hace más de dos décadas. Pero si con ambas recuperábamos cierto ánimo todo se viene abajo cuando suena "Come" con Nikka Costa sonando sin personalidad,  gracia y sin pegada ninguna. Costa no tiene fuerza y la instrumentación es aburridísima, además por qué no decirlo sin ambages; la canción es mala.

"You Might Forget" suena acústica, orgánica, vibrante y levemente mística, muy propia del tercer álbum de Led Zeppelin y estoy convencido de que Chris Cornell habría vendido un riñón por haber llegado a capturar un sonido así en su flojito "Higher Truth" (2015) mientras que la jam convertida en canción que es "Sketch 9" sólo posee el aliciente de tener a  Peter Frampton como invitado, algo que, por supuesto, no significa que la canción instrumental encuentre algo de dirección, sonando horriblemente dispersa y poco integradas las guitarras de Ten Commandos con la de Frampton. Como raquítica suena "Sporthalle" y ese arranque que parece más propio de una maqueta que de un álbum bien rematado. "Four on the Floor" y su riff gordo en su robo a mano armada a Josh Homme pero, como todo aquello que no es genuino y es tan sólo una imitación, carece de la chispa del original y, desde su ritmo ramplón e impropio de un músico con mayúsculas como Cameron a sus sosas guitarras, todo carece de ese algo tan necesario para que prenda.

"Aware" habría resultado en las voces de Layne Staley o Scott Weiland (e incluso del propio Cornell), aquí de lo único que es capaz es de producir desesperación alargándose inexplicablemente hasta los seis minutos y llegar a "Invisibility" con un buen slide y ecos lejanos -muy lejanos- de Soundgarden pero que tampoco son suficiente como para que queramos volver a escuchar el álbum o siquiera la canción de nuevo.

Un disco modesto y cuya popularidad se ha disparado por los nombres de los participantes que conforman una banda con obsolescencia programada desde la primera nota y que deberíamos entender como el pasatiempo de unos músicos que disfrutan tocando alejados de los focos de los grandes escenarios. Habría sido algo más que correcto con una producción más trabajada y menos bombo y platillo por parte de los medios pero también con mejores y más inspiradas canciones. Aceptable para alimentar la nostalgia de aquellos que vestíamos de franela en el instituto y llevábamos el diseño anatómico de una mujer alada en las camisetas, nada más...

© 2016 Jim Tonic

Crítica: David Bowie "Blackstar"

Si algo le debo a David Bowie, después de tantísimos años escuchando sus discos una y otra vez o, más en concreto, a un productor como Tony Visconti es el beneficio de la duda y por eso, a pesar de la filtración del álbum, quise hacerles caso y escuchar "Blackstar" en vinilo. Según Visconti, el álbum está tan magníficamente producido y mezclado por Tom Elmhirst que es un disco que hay que tener y escuchar en gran formato y así es. El sonido de "Blackstar" es espectacular; denso, desbordante, repleto de matices, recovecos, detalles y con una profundidad que asusta. La batería resuena en la sala de grabación, las guitarras se solapan y juegan entre ellas de manera magistral y el saxo, ese saxo de Donny McCaslin, es tan exuberante, juguetón y -en ocasiones- vicioso que uno no sabe si quien está tocando es McCaslin, Coltrane o el mismísimo Bill Pullman enloquecido en "Carretera Perdida" (1997) de David Lynch. "Blackstar" en vinilo asusta infinitamente más que en cedé o formato digital, no hay punto de comparación entre escucharlo a la calidad de compresión que uno quiera a perderse, abandonarse, en un gran elepé. Pero, cualquiera que lea la declaración de Visconti, entenderá que es fácil el piropo cuando es a uno mismo, no es así; según explicaba el productor en el maravilloso número de enero de la revista Mojo que celebraba la publicación del álbum y el aniversario de un clásico como "Scary Monsters (and Super Creeps)" de 1980, al terminar la producción de "Blackstar" (siendo grabada la sección rítmica en The Magic Shop y las voces en los estudios "Human" del hijo de Tony, Morgan Visconti. Es importante resaltar este pequeño peregrinaje entre estudios porque es parte del por qué del sonido de las canciones y, sorprendentemente, en ninguna web parecen reparar en ello), fue Bowie el que propuso a Elmhirst para la mezcla final ante la sorpresa del propio Visconti. Así, las nuevas canciones de Bowie fueron mezcladas en los estudios Electric Lady de manera un tanto peculiar y es que, según Visconti, Elmhirst suele realizar su trabajo a solas (como se denomina en el mundillo, "unattended", esto es sin la presencia del artista) mientras Visconti y Bowie son de esos que disfrutan escuchando una y otra vez las canciones mientras pulen las mezclas finales en el estudio. Todas las dudas se disiparon cuando ambos pudieron escuchar el trabajo de Elmhirst y es que "Blackstar" es vibrante desde el primer al último segundo.

"Blackstar" es complejo, "tan complejo como una galaxia" en palabras de Visconti y no le falta razón. Pobres de aquellos que no conozcan a Bowie y se acerquen a él pero pobre de aquellos también que conozcan demasiado a Bowie y se acerquen a él esperando algo diferente, algo que les recuerde al Bowie anterior. Es un disco oscuro, surgido tras "The Next Day" (2013) y, más en concreto, el recopilatorio "Nothing Has Changed" (2014) y la canción "Sue (Or in a Season of Crime)" en la que Bowie se hace acompañar de la Maria Schneider Orchestra en la cual conoce a Donny McCaslin y su manera de tocar le deja una profunda huella ante la emoción que desborda el saxofonista. Pobres de aquellos, sí, aquellos que creyeron ver en "Sue (Or in a Season of Crime)" el espíritu del Bowie de finales de los noventa y se les llenó la boca con todo tipo de teorías absurdas sobre el sonido de la canción y dónde le iba a llevar en el futuro porque no tenían ni la más remota idea. "Blackstar" es el regreso del Bowie más oscuro pero no el de "Outside" (1995) y su fascinación por los asesinos en serie, tampoco el de "Earthling" (1997) y su conversión al jungle, "Blackstar" es mucho más negro y magnético; se alimenta del terror de nuestros días, de la religión, del terrorismo, de la locura por ver demasiado o no ver nada, de la paranoia y la locura y, sin embargo, es tan elegante como para revestirse de un envoltorio tan atractivo como el del jazz más libre y avant-garde mezclado con el famoso lenguaje droog que hiciera popular Anthony Burguess en su celebérrima "La naranja mecánica" (1962), la lengua denominada "Polari" (algo así como un slang o argot italoanglosajón de la subcultura gay británica en los cincuenta) que se entremezcla con fantásticas imágenes surgidas de la cabeza de Bowie. Desde luego, no es una receta apta para todos los paladares y no será entendida por aquellos que carezcan de la paciencia suficiente como para sumergirse en sus surcos con la mente bien abierta y dispuestos a encontrar más referencias y esos otros que, sin llegar a esforzarse, lo tildarán de obra maestra porque es Bowie y, aunque no hayan asimilado nada y ni malditas ganas que tengan, no pueden criticar aquello que no entienden o les sobrepasa.

Cuenta Visconti que Bowie acudió a él hace algo más de un año, deseoso de continuar con algunas canciones pero éste le persuadió de que había poco material, así que el inglés se encerró en su casa a componer y apareció con un arsenal de maquetas repletas de ideas. En la grabación de "Sue (Or in a Season of Crime)" había conocido a Donny McCaslin y al guitarrista Ben Monder así que se interesó por su trabajo y buscó sus canciones por la red, acabando por comprar todos los discos en los que aparecían, así se rodeó no sólo de McCaslin y Monder sino también de Jason Lindner a los teclados, Tim Lefebvre al bajo y un auténtico monstruo como Mark Guiliana. Bowie y Visconti defienden la idea de tocar con músicos de jazz más que con la nómina habitual de colaboradores porque, por muy versátiles que estos sean, nunca podrán sonar como los de la Maria Schneider Orchestra. Bowie les exprimió pero también les contagió de su entusiasmo, según McCaslin; David no paraba de correr por el estudio, de uno en otro, aparecía en la cabina de control o entre ellos con ideas, les recomendaba discos, les llevaba a forzarse, cambiar de registro o, por el contrario, soltarse y abandonarse sobre sus ideas. Ellos le pidieron tocar sobre sus maquetas (según cuentan, bastante acabadas para tratarse de material casero) pero Bowie quería que volasen, que estuviesen vivos y así suena el álbum.

La canción homónima, "Blackstar", son dos en una, y bajo un pulso electrónico aparece la batería de Guiliana (porque lo que sonará a lo largo y ancho del álbum no es una base programada por mucho que Mark lo clave, compás tras compás, sino un músico y se nota para bien), contiene imágenes magníficas pero desoladoras como; "In the villa of Ormen, in the villa of Ormen. Stands a solitary candle" y, más aún, tras e influjo árabe que, para aliviar cierta tensión, se rompe a los cuatro minutos para sonar más Bowie que nunca y repetir de manera obsesiva; "I'm a Blackstar, I'm a Blackstar" y volver de nuevo a esa vela solitaria y esa angustia de oriente frente al occidente en el que Bowie bromea; "You’re a flash in the pan (I’m not a marvel star)" como contraposición superficial y banal al horror. La flauta y el saxo de McCaslin así como los arreglos orquestales son deliciosos. 

"'Tis a Pity She Was a Whore" está basada en la espeluznante obra de 1962 de John Ford, "Tis Pitty Shees a Whore" ("Lástima que sea una puta") en la que un hombre llamado Giovanni asesina de una puñalada a su hermana, Anaabella, cuando el pretendiente de ésta descubre la relación incestuosa entre ellos y decide denunciarles. Un ritmo abierto, de tempo más acelerado, con McCaslin sonando libre e incluso divertido mientras Bowie mezcla la historia original con la Primera Guerra Mundial y McCaslin termina por desbocarse. "Lazarus", con el mismo título que el musical que el propio Bowie ha estrenado en Nueva York (inspirado en la película "The Man Who Fell To Earth") es tan inquietante como su videoclip, en el cual vemos a Bowie tumbado en la cama de un psiquiátrico y con los ojos vendados (recordándonos a la obra del artista plástico austriaco-irlandés, Helnwein) y en la que, sobre una base más contenida que "'Tis a Pity She Was a Whore", vuelve a ser McCaslin el que pierda el control. ¿Acaso la carrera de Bowie no tiene mucho del mito de Lázaro de Betania?

Buen ejemplo del paso que es "Blackstar" lo tenemos en "Sue (Or in a Season of Crime)" y cómo su sonido evoluciona sustancialmente respecto a la toma grabada en "Nothing Has Changed" (2014), mostrándose más densa y siniestra pero también más orgánica, menos comprimida y con más sonoridades que la original que, en contraposición, suena opacada. Aquí, aunque la guitarra de Monder se endurezca, el verdadero protagonista es Mark Guiliana y es que el percusionista está sencillamente impresionante mientras McCaslin parece más entretenido en crear la atmósfera sobre la que Jason Lindner  despliegue todo su arsenal y aderece la canción. La influencia droogie de Burguess y el extraño polari es más que evidente en "Girl Loves Me" en la que sobre el bajo de Lefebvre y la orquestación, Bowie se erige como auténtico protagonista gracias a su forma de cantar. En "Dollar Days" se lamentará de no encontrar el descanso "Dollar days 'til final checks, honest scratching tails the necks I'm falling down It's nothing to meet It's nothing to see" y terminará repitiendo, como un mantra; "I'm trying to, I'm dying too" en un ejemplo sublime de cómo mezclar diferentes estilos de manera teatral y con clase mientras que "I Can't Give Everything Away" cierra el álbum de manera más convencional con un Monder fraseando, Bowie repitiendo una y otra vez; "I Can't Give Everything, I Can't Give Everything, I Can't Give Everything… Away" sin esperanza.

Un álbum que no dejará indiferente a nadie y que nos muestra a un Bowie con más genio y creatividad que nunca, con nervio y ganas en una edad en la que podría hacer lo que le viniese en gana pero prefiere seguir embarcado en esa búsqueda eterna que se le presupone a los verdaderos artistas. Bowie en estado puro si así consideramos a ese artista sin miedo a nada y nosotros somos todo lo valientes que debiéramos aceptando el desafío.

© 2016 Jim Tonic

Crítica: Anthrax "For All Kings"

Por supuesto que Anthrax fueron una gran banda que aunaba fuerza, rapidez y diversión. Y, además, a estas alturas hay que estar muy ciego o muy sordo para saber que son una apuesta segura en directo; en poco más de media hora son capaces de poner patas arriba una sala o todo un festival. Es más, romperé una lanza más a favor suyo porque incluso cuando Belladona salió por la puerta de atrás, fueron capaces de grabar álbumes muy interesantes con Bush a las voces, actualizando su sonido a pesar de no estar en su momento de mayor popularidad. Anthrax son unos supervivientes que han podido disfrutar de uno de sus momentos más dulces en los últimos años y "Worship Music" (2011) era lo más sólido que firmaban desde "Sound of White Noise" (1993), precisamente con Bush, dándonos esperanzas de que había vida más allá del famosísimo Big Four pero, con todo el dolor de mi corazón; he de reconocer que "For All Kings" es mediocre, esperaba mucho más. Con John Donais a la guitarra principal tras la espantada de Rob Caggiano  (que les dejó en el 2013 para irse con un grupo tan agotador y empachoso como Volbeat y su rockabilly sueco de mentirijilla mezclado con metal para niños) y Jay Ruston en la producción, está claro que es imposible que una banda con Charlie Benante tras los platos, Frank Bello en el bajo y Scott Ian en las rítmicas suene mal. "For All Kings" es un álbum potente, con un sonido brillante y actual en el que las guitarras atruenan contundentes pero con matices, la base rítmica de Bello/ Benante es fortísima e incluso la, a veces voz de chicle, de Belladona en directo, en el álbum suena endulzada y pulidos/ modulados esos picos tan característicos suyos. Pero lo que falla en "For All Kings" es mucho más grave y es la composición porque tras "Suzerain" (o, como mucho, "Evil Twin") el álbum entra en caída libre. Por supuesto que los más fans -aquellos que son capaces de perdonar cualquier pecado en los neoyorquinos- serán tan pacientes como para encontrar algún momento; solo, puente o estribillo con el que justificar la segunda mitad y así convencernos al resto pero, si intentasen ser más críticos u objetivos y más tras un álbum como "Worship Music", llegarían a admitir que "For All Kings" es un disco hecho a toda prisa, en pocos meses (a pesar de que aseguren que llevan trabajando en él desde finales del 2014 y tuviesen casi una veintena de canciones porque, de ser así, es mucho peor ya que nos mostraría a unos Anthrax indulgentes y sin criterio con aquellos temas con menos gancho que conforman más de la mitad de "For All Kings"), y en el que se entrevén buenas ideas que, por desgracia, no acaban de cuajar del todo. No es sólo la composición sino también el poco inteligente orden de las canciones; ofreciéndonos los platos más potentes en la primera cara y dejando que la desilusión nos invada según van sonando una tras otra todas las canciones y nos percatamos de que ninguna nos hará sentir que estamos ante un gran álbum de Anthrax.

Tras la introducción que abre "You Gotta Believe", nos encontramos una canción acelerada y cuyos staccatos son puro Anthrax, el estribillo es pegadizo y el sonido resulta más maduro que en "Worship Music", punto a su favor. No es una gran canción pero sirve como contundente apertura de este "For All Kings", sólo tiene un pequeño fallo y es su excesiva duración, esa que a los cuatro minutos la hace entroncar innecesariamente en el puente con "Enter Sandman" de Metallica por culpa de Bello y la verdad es que no es una locura hablar del "Black Album" (1991) de los de San Francisco porque, en algún que otro momento, encontraremos en "For All Kings" ese tipo de sonido tan buscado por Bob Rock. "Monster at the End" suena aún más épica gracias a sus guitarras y el estribillo a tres voces posee emoción pero le falta algo ese gancho que antes mencionaba a pesar del magnífico juego de Donais e Ian en la recta final.

Volvemos al sonido de Bob Rock en "For All Kings", canción homónima del álbum, con un trabajo espectacular de Benante a lo largo de sus cinco minutos, acelera levemente el tempo y nos encontramos ante una canción correcta pero efectista, en la que Donais vuelve a lucirse mientras Ian añade velocidad a la rítmica. Que "Breathing Lightning" sea quizá la mejor del álbum dice mucho del último trabajo de Anthrax, no es ninguna maravilla pero mantiene el nivel y en el estribillo sube la emoción en la voz de Belladona (hasta el momento bastante plana). "Suzerain" nos sitúa de nuevo en el contexto de un disco de thrash que no es thrash pero en el que, por lo menos, se agradece la subida de revoluciones. "Evil Twin" fue el primer adelanto que escuchamos del álbum y pudimos disfrutarla en directo; es sólida y los riffs, además del ritmo de Benante, son inequívocamente de Anthrax pero la melodía del estribillo falla o, por lo menos, no me convence como debería. En mi opinión, lo mejor de "Evil Twin" llega tras el tercer minuto, cuando parecen encabronarse ligeramente y Belladona se siente más suelto.

A partir de aquí, "For All Kings" hace agua, "Blood Eagle Wings" es insufriblemente larga (casi ocho minutos) y no tiene chispa a pesar de que en ella pueda gustarme las melodías y, más en concreto, el groove pesado de las estrofas. "Defend Avenge" no aporta nada al conjunto y es una nadería (aunque las labores de Donais y Benante sean dignas de elogio), De "All of Them Thieves" me quedo con ese minuto espídico justo antes de que decidan sofocarla convirtiéndola en un medio tiempo inofensivo y "This Battle Chose Us" vuelve a la épica y ese momentito tan power que logra encenderme con su velocidad pero como "Zero Tolerance" (que me entretiene por sus cambios de ritmo, guitarras y por cómo se acelera para frenarse y ser retomada con toda su fuerza) es una canción menor y despide el álbum sin mucha gracia. 

La buena noticia es que Anthrax han vuelto para quedarse, siguen siendo efectivos en directo y tienen ganas de escribir nuevas canciones. La mala es que ninguno de los que acudan a verles en directo querrán escuchar ninguna de éstas y seguirán pidiendo "Madhouse", "Anti-Social" o "Caught In A Mosh". Podemos conformarnos con un nuevo álbum que suene actual y potente, dejándonos engañar por el espejismo, o esperar un poquito más de eso que nos dieron en el digno "Worship Music", tampoco les estamos pidiendo el cielo. Slayer les han ganado la partida, y es que sigue siendo muy jodido pinchar cualquiera de los últimos álbumes del Big Four después de uno como "Repentless" en el que King y Araya no inventan la rueda pero siguen sonando como una apisonadora y logran que cantes su single, algo que aquí no ocurre.


© 2016 Lord Of Metal