Crítica: David Bowie "Blackstar"

Si algo le debo a David Bowie, después de tantísimos años escuchando sus discos una y otra vez o, más en concreto, a un productor como Tony Visconti es el beneficio de la duda y por eso, a pesar de la filtración del álbum, quise hacerles caso y escuchar "Blackstar" en vinilo. Según Visconti, el álbum está tan magníficamente producido y mezclado por Tom Elmhirst que es un disco que hay que tener y escuchar en gran formato y así es. El sonido de "Blackstar" es espectacular; denso, desbordante, repleto de matices, recovecos, detalles y con una profundidad que asusta. La batería resuena en la sala de grabación, las guitarras se solapan y juegan entre ellas de manera magistral y el saxo, ese saxo de Donny McCaslin, es tan exuberante, juguetón y -en ocasiones- vicioso que uno no sabe si quien está tocando es McCaslin, Coltrane o el mismísimo Bill Pullman enloquecido en "Carretera Perdida" (1997) de David Lynch. "Blackstar" en vinilo asusta infinitamente más que en cedé o formato digital, no hay punto de comparación entre escucharlo a la calidad de compresión que uno quiera a perderse, abandonarse, en un gran elepé. Pero, cualquiera que lea la declaración de Visconti, entenderá que es fácil el piropo cuando es a uno mismo, no es así; según explicaba el productor en el maravilloso número de enero de la revista Mojo que celebraba la publicación del álbum y el aniversario de un clásico como "Scary Monsters (and Super Creeps)" de 1980, al terminar la producción de "Blackstar" (siendo grabada la sección rítmica en The Magic Shop y las voces en los estudios "Human" del hijo de Tony, Morgan Visconti. Es importante resaltar este pequeño peregrinaje entre estudios porque es parte del por qué del sonido de las canciones y, sorprendentemente, en ninguna web parecen reparar en ello), fue Bowie el que propuso a Elmhirst para la mezcla final ante la sorpresa del propio Visconti. Así, las nuevas canciones de Bowie fueron mezcladas en los estudios Electric Lady de manera un tanto peculiar y es que, según Visconti, Elmhirst suele realizar su trabajo a solas (como se denomina en el mundillo, "unattended", esto es sin la presencia del artista) mientras Visconti y Bowie son de esos que disfrutan escuchando una y otra vez las canciones mientras pulen las mezclas finales en el estudio. Todas las dudas se disiparon cuando ambos pudieron escuchar el trabajo de Elmhirst y es que "Blackstar" es vibrante desde el primer al último segundo.

"Blackstar" es complejo, "tan complejo como una galaxia" en palabras de Visconti y no le falta razón. Pobres de aquellos que no conozcan a Bowie y se acerquen a él pero pobre de aquellos también que conozcan demasiado a Bowie y se acerquen a él esperando algo diferente, algo que les recuerde al Bowie anterior. Es un disco oscuro, surgido tras "The Next Day" (2013) y, más en concreto, el recopilatorio "Nothing Has Changed" (2014) y la canción "Sue (Or in a Season of Crime)" en la que Bowie se hace acompañar de la Maria Schneider Orchestra en la cual conoce a Donny McCaslin y su manera de tocar le deja una profunda huella ante la emoción que desborda el saxofonista. Pobres de aquellos, sí, aquellos que creyeron ver en "Sue (Or in a Season of Crime)" el espíritu del Bowie de finales de los noventa y se les llenó la boca con todo tipo de teorías absurdas sobre el sonido de la canción y dónde le iba a llevar en el futuro porque no tenían ni la más remota idea. "Blackstar" es el regreso del Bowie más oscuro pero no el de "Outside" (1995) y su fascinación por los asesinos en serie, tampoco el de "Earthling" (1997) y su conversión al jungle, "Blackstar" es mucho más negro y magnético; se alimenta del terror de nuestros días, de la religión, del terrorismo, de la locura por ver demasiado o no ver nada, de la paranoia y la locura y, sin embargo, es tan elegante como para revestirse de un envoltorio tan atractivo como el del jazz más libre y avant-garde mezclado con el famoso lenguaje droog que hiciera popular Anthony Burguess en su celebérrima "La naranja mecánica" (1962), la lengua denominada "Polari" (algo así como un slang o argot italoanglosajón de la subcultura gay británica en los cincuenta) que se entremezcla con fantásticas imágenes surgidas de la cabeza de Bowie. Desde luego, no es una receta apta para todos los paladares y no será entendida por aquellos que carezcan de la paciencia suficiente como para sumergirse en sus surcos con la mente bien abierta y dispuestos a encontrar más referencias y esos otros que, sin llegar a esforzarse, lo tildarán de obra maestra porque es Bowie y, aunque no hayan asimilado nada y ni malditas ganas que tengan, no pueden criticar aquello que no entienden o les sobrepasa.

Cuenta Visconti que Bowie acudió a él hace algo más de un año, deseoso de continuar con algunas canciones pero éste le persuadió de que había poco material, así que el inglés se encerró en su casa a componer y apareció con un arsenal de maquetas repletas de ideas. En la grabación de "Sue (Or in a Season of Crime)" había conocido a Donny McCaslin y al guitarrista Ben Monder así que se interesó por su trabajo y buscó sus canciones por la red, acabando por comprar todos los discos en los que aparecían, así se rodeó no sólo de McCaslin y Monder sino también de Jason Lindner a los teclados, Tim Lefebvre al bajo y un auténtico monstruo como Mark Guiliana. Bowie y Visconti defienden la idea de tocar con músicos de jazz más que con la nómina habitual de colaboradores porque, por muy versátiles que estos sean, nunca podrán sonar como los de la Maria Schneider Orchestra. Bowie les exprimió pero también les contagió de su entusiasmo, según McCaslin; David no paraba de correr por el estudio, de uno en otro, aparecía en la cabina de control o entre ellos con ideas, les recomendaba discos, les llevaba a forzarse, cambiar de registro o, por el contrario, soltarse y abandonarse sobre sus ideas. Ellos le pidieron tocar sobre sus maquetas (según cuentan, bastante acabadas para tratarse de material casero) pero Bowie quería que volasen, que estuviesen vivos y así suena el álbum.

La canción homónima, "Blackstar", son dos en una, y bajo un pulso electrónico aparece la batería de Guiliana (porque lo que sonará a lo largo y ancho del álbum no es una base programada por mucho que Mark lo clave, compás tras compás, sino un músico y se nota para bien), contiene imágenes magníficas pero desoladoras como; "In the villa of Ormen, in the villa of Ormen. Stands a solitary candle" y, más aún, tras e influjo árabe que, para aliviar cierta tensión, se rompe a los cuatro minutos para sonar más Bowie que nunca y repetir de manera obsesiva; "I'm a Blackstar, I'm a Blackstar" y volver de nuevo a esa vela solitaria y esa angustia de oriente frente al occidente en el que Bowie bromea; "You’re a flash in the pan (I’m not a marvel star)" como contraposición superficial y banal al horror. La flauta y el saxo de McCaslin así como los arreglos orquestales son deliciosos. 

"'Tis a Pity She Was a Whore" está basada en la espeluznante obra de 1962 de John Ford, "Tis Pitty Shees a Whore" ("Lástima que sea una puta") en la que un hombre llamado Giovanni asesina de una puñalada a su hermana, Anaabella, cuando el pretendiente de ésta descubre la relación incestuosa entre ellos y decide denunciarles. Un ritmo abierto, de tempo más acelerado, con McCaslin sonando libre e incluso divertido mientras Bowie mezcla la historia original con la Primera Guerra Mundial y McCaslin termina por desbocarse. "Lazarus", con el mismo título que el musical que el propio Bowie ha estrenado en Nueva York (inspirado en la película "The Man Who Fell To Earth") es tan inquietante como su videoclip, en el cual vemos a Bowie tumbado en la cama de un psiquiátrico y con los ojos vendados (recordándonos a la obra del artista plástico austriaco-irlandés, Helnwein) y en la que, sobre una base más contenida que "'Tis a Pity She Was a Whore", vuelve a ser McCaslin el que pierda el control. ¿Acaso la carrera de Bowie no tiene mucho del mito de Lázaro de Betania?

Buen ejemplo del paso que es "Blackstar" lo tenemos en "Sue (Or in a Season of Crime)" y cómo su sonido evoluciona sustancialmente respecto a la toma grabada en "Nothing Has Changed" (2014), mostrándose más densa y siniestra pero también más orgánica, menos comprimida y con más sonoridades que la original que, en contraposición, suena opacada. Aquí, aunque la guitarra de Monder se endurezca, el verdadero protagonista es Mark Guiliana y es que el percusionista está sencillamente impresionante mientras McCaslin parece más entretenido en crear la atmósfera sobre la que Jason Lindner  despliegue todo su arsenal y aderece la canción. La influencia droogie de Burguess y el extraño polari es más que evidente en "Girl Loves Me" en la que sobre el bajo de Lefebvre y la orquestación, Bowie se erige como auténtico protagonista gracias a su forma de cantar. En "Dollar Days" se lamentará de no encontrar el descanso "Dollar days 'til final checks, honest scratching tails the necks I'm falling down It's nothing to meet It's nothing to see" y terminará repitiendo, como un mantra; "I'm trying to, I'm dying too" en un ejemplo sublime de cómo mezclar diferentes estilos de manera teatral y con clase mientras que "I Can't Give Everything Away" cierra el álbum de manera más convencional con un Monder fraseando, Bowie repitiendo una y otra vez; "I Can't Give Everything, I Can't Give Everything, I Can't Give Everything… Away" sin esperanza.

Un álbum que no dejará indiferente a nadie y que nos muestra a un Bowie con más genio y creatividad que nunca, con nervio y ganas en una edad en la que podría hacer lo que le viniese en gana pero prefiere seguir embarcado en esa búsqueda eterna que se le presupone a los verdaderos artistas. Bowie en estado puro si así consideramos a ese artista sin miedo a nada y nosotros somos todo lo valientes que debiéramos aceptando el desafío.

© 2016 Jim Tonic