"Hymns in Dissonance" de WHITECHAPEL, un regreso a sus raíces más brutales...

Un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque echemos de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley"

"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Eluveitie "Ànv”

Los suizos Eluveitie, reconocidos por su fusión de death metal melódico y elementos del folclore celta, han marcado un lugar destacado en el panorama del folk metal durante más de dos décadas. Y con su noveno álbum, "Ànv” (2025), el octeto liderado por Chrigel Glanzmann prometía continuar su legado en la combinación de potentes riffs, instrumentos tradicionales como la mandolina y la gaita, y una narrativa profundamente arraigada en la mitología celta. Sin embargo, este nuevo trabajo no logra sorprender ni innovar, quedándose en un terreno predecible que, aunque competente, no alcanza las expectativas generadas por discos anteriores como "Origins" (2014) o "Helvetios" (2012). Y es que su fórmula, que en el pasado resultaba refrescante, aquí se siente estancada, con momentos que parecen forzados y fuera de lugar y una ejecución que, aunque sólida, carece de la chispa que los hizo destacar en el subgénero.

"Ànv" (2025) abre con fuerza en temas como "Taranoías", donde Chrigel Glanzmann despliega un feroz growl acompañado por riffs melodeath reminiscentes del Sonido Gotemburgo, pero la transición al estribillo liderado por Fabienne Erni resulta desconcertante, como si perteneciera a otra composición. Esta desconexión tonal se repite en "All Is One", un intento de emular el dramatismo de Nightwish que termina sonando genérico y lejos de lo que Eluveitie solía facturar, a pesar del talento vocal de Erni. Por otro lado, canciones como "Aeon of the Crescent Moon" y "The Prodigal Ones" son más coherentes con el estilo clásico de Eluveitie, con la violinista Lea-Sophie Fischer aportando capas emotivas que se entrelazan con los ritmos acelerados y los duelos vocales entre Glanzmann y Erni. Empero, incluso estos temas se sienten demasiado rígidos, como si, en lugar de componerlos, los hubiesen grabado respetando la fórmula de discos anteriores sin añadir nada nuevo. Los interludios folclóricos, como "Memories of Innocence", destacan por su atmósfera evocadora, con Glanzmann tocando la mandolina y Fischer liderando con su violín, pero no logran compensar la falta de dinamismo en el conjunto del álbum. Mientras que canciones como "Awen" muestran a Erni en un registro más accesible, pero la inclusión de un breakdown metalcore innecesario resta autenticidad a la propuesta. Dando la sensación de que "Ànv" (2025) oscila entre momentos de intensidad y decisiones creativas cuestionables que diluyen su impacto.

Tras más de veinte años en la escena, Eluveitie siguen siendo una banda capaz de actuaciones memorables en directo y de manejar una amplia gama de instrumentos con maestría, pero "Ànv" (20259 no refleja el potencial que los convirtió en pioneros del folk metal. La producción es impecable, con un sonido robusto que resalta tanto los elementos metálicos como los folclóricos, pero la falta de innovación y las elecciones estilísticas inconsistentes hacen que el álbum se sienta como un paso hacia atrás. Comparado con obras como "Slania" (2008) o el reciente "Ategnatos" (2019), que equilibraban audacia y tradición, este disco parece contentarse en repetir patrones conocidos sin arriesgarse a explorar nuevos horizontes. Para los fans incondicionales, "Ànv" (2025) ofrece momentos disfrutables, pero para quienes esperaban un trabajo que revitalizara la trayectoria de la banda, el resultado es decepcionante. El talento de músicos como Chrigel Glanzmann y Fabienne Erni es innegable, pero este álbum no logra capturar la magia que una vez definió a Eluveitie, dejándonos con la sensación de que la banda necesita redescubrir su fuego creativo para recuperar su lugar en la cima del género.

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Crítica: Ghost "Skeletá"

Conozco a muchos lectores que estaban deseando leer esta crítica, no tanto por lo que puedan descubrir sino por conocer la opinión de alguien que sí escribe sobre Ghost desde hace quince años, porque quiere y no porque toca o porque debe. Una vez más, no se trata de ganarse o no una medalla, simplemente estábamos allí, como en muchas otras ocasiones; en aquella primera gira de “Opus Eponymous” (2010), también nos topamos con un despistado y escurridizo Tobias en la zona de prensa de la gira de “Infestissumam” (2013) en Francia y estuvimos en el backstage de la gira de “Meliora” (2015), hasta el plantón definitivo en la reciente cancelación de su concierto en Madrid presentando el álbum que nos ocupa, “Skeletá” (2025). Por el camino ha habido grandes momentos, como la publicación de su debut, la obra maestra que es “Opus Eponymous” (2010) y grandes conciertos o EPs, claro que sí, pero también la consecuente bajada de nivel y publicación de canciones que, en mi opinión, no han estado a la altura. Pero, ¿sabes lo que pasa? Que te gusta Ghost por todo, por su conjunto, no sólo porque haya momentos que te han enamorado y otros que no te hayan convencido; es como si te gustase sólo la esquina derecha de un cuadro. Para bien y para mal, Tobias Forge nunca más grabará “Opus Eponymous” (2010), “Infestissumam” (2013) o “Meliora” (2015) y está bien, ya están grabados y puedes escucharlos siempre que quieras, además, tampoco causarían el mismo impacto, ni gustarían a su público actual; ese que se preocupa más por el ‘outfit’ que por las canciones, que está más cerca del pop que del metal, para los que Doom es el videojuego de sus padres; esos mismos que te joden el concierto llevando a sus hijos sobre los hombros, vestidos como papas en miniatura, a la caza y captura de púas de los Ghouls y se indignan si reciben un empujón en un concierto de rock. Pero no me gustaría que esto pueda entenderse como una crítica negativa, Tobias quiere sus billetes y ellos se los dan, no quieren otro “Con clavi con Dio” sino “Kiss the Go-Goat” o “Life Eternal”, al final, el sueco nos da a todos un poco de todo y tan contentos.

Pero tenía ganas de escuchar “Skeletá” (2025), en mi caso para saber si Forge seguiría la línea descendente de “Impera” (2022) o nos reservaría alguna sorpresa y he de reconocer que, sin ser un álbum perfecto, sí hay momentos que justifican seguir en las filas de sus conciertos. Publicado a través de Loma Vista Recordings, Forge busca consolidar su lugar en la escena del rock contemporáneo, saqueando las arcas del hard y el AOR, pero tampoco pasa nada, compartiendo años con él, lo entiendo como un homenaje y, en lugar de amargarme porque estoy escuchando a Journey, disfruto de “Peacefield”, en la que demuestra que sigue teniendo una sensibilidad única para las introducciones y convertir una canción pop en un himno para estadios, con un gran puente y unas guitarras sonando magníficas. Es cierto que Tobias no se esfuerza en disimular de donde viene nada, tampoco creo que lo busque, cuando está claro que no busca innovar sino llevarte de viaje. Algo parecido a lo que ocurre con la ochentera, "Lachryma", el segundo sencillo, acompañado de un videoclip que muestra a Papa V Perpetua en una actuación cargada de simbolismo y una imaginería de hace más de cuatro décadas, más cercana al shockrock que al metal, con un enfoque más gótico y cinematográfico, además de uno de esos estribillos que se marcan a fuego en tu cerebro, quieras o no. 

Es verdad que “Satanized” puede sentirse como un autoplagio, pero el puente y ese estribillo tan brillante, tan pulido, sonando como si estuviese masterizado para llegar a lo más alto de las listas, serían el single soñado de cualquier banda, mientras la bonita “Guiding Lights” alcanza las cotas de emoción del pasado con un trabajo magnífico de Tobias en la línea melódica de la voz durante el estribillo, además de su pericia para los arreglos, me parece sobresaliente. “De profundis borealis” regresa a la épica con la carga de las guitarras, con una potente base rítmica que recuerda a sus tres primeros discos, mientras que “Cenotaph” evoca al rock de la banda de Francis Rossi y “Missilia amori”, quizá la más genérica dentro de los diferentes colores del álbum, al material grabado por Gene Simmons y Paul Stanley en los ochenta. “Marks of the Evil One” posee un estribillo adictivo, igual que “Umbra” podría haberse quedado fuera del álbum sin haberlo dañado, aunque me guste su tono, las guitarras y el cencerro, hasta la sorpresa que es “Excelsis” que, aunque no sea un dechado de virtudes en cuanto a su letra, sí demuestra la capacidad de Tobias para jugar con el pop y cierra el álbum de manera magnífica.

En definitiva, “Skeletá” (2025) recupera a ratos la esencia de los tres primeros discos, de manera casual, sin que se sienta como algo forzado y continúa el viaje, sin sorpresas en el plan de ruta del sueco, sin la chispa de antaño pero sí la clara constatación de que hay talento a raudales en un disco que premia las escuchas sucesivas, gracias al trabajo de composición y una producción pulida al extremo; algo completamente buscado y que me hace dudar acerca de la capacidad auditiva de alguno de sus seguidores cuando se quejan y echan de menos una más cruda. ¿Acaso “Impera” (2022) o "Prequelle" (2018) eran así? Querer que Ghost vuelvan a grabar canciones que compitan con el sonido del pasado es algo tan estéril como yermo el cerebro de aquellos para los que ni siquiera existían entonces. Un buen álbum, entretenido y gozoso cuando premia la persistencia y no las escuchas apresuradas y las críticas escritas sin ganas.

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Crítica: Machine Head “Unatøned”

La primera vez que escribí que Machine Head eran capaces de lo mejor y también lo peor, que su carrera es una de cal por tres de arena y que Robb Flynn es también su peor enemigo, no faltaron las críticas, los insultos e incluso amenazas. Eran los años dorados de Twitter, cuando no había que pagar y todo el mundo comenzaba a creerse que su opinión era validada por el mero hecho de saber aporrear un teclado. Muchos años más tarde, aquellos que me escribieron ya no acuden a festivales o salas de conciertos, Machine Head es una banda que asocian a su juventud, no está presente en sus días y está bien así. A lo largo de más de tres décadas, he visto como diferentes generaciones se han creído a sí mismos como amantes de la música y el buen gusto, cuando, simplemente, eran jóvenes, por eso no puedo evitar reírme con cariño. Pero el resto aquí seguimos, ya lo he relatado muchas veces, recuerdo mis años de instituto con la camiseta de “Burn My Eyes” (1994), la primera decepción con “The Burning Red” (1999), sé de lo que hablo porque también estuve en aquella gira, y el descalabro definitivo tras el magistral “The Blackening” (2007), la caída libre hasta “Catharsis” (2018) y el desnorte. ¿Hay buenas canciones en algunos de los peores discos de Machine Head? Claro que sí. ¿Siguen funcionando en directo? Por supuesto, como una máquina bien engrasada. ¿Quiero una medalla por seguir militando en sus filas desde su primer disco? Si piensas así, es que no has entendido nada y no me extraña que siguas escribiendo desde la habitación de casa de tus padres.

El undécimo álbum de Machine Head, "Unatøned", publicado a través de Nuclear Blast e Imperium Recordings (si escribo esta reseña es porque llevo días con el promo sonando, aunque no se haya publicado de manera oficial), llegaba con la promesa de ser un testimonio de su ímpetu y relevancia, de rejuvenecer a la banda y reverdecer los laureles, sin embargo, este trabajo, el primero con Matt Alston en la batería y Reece Scruggs a las seis cuerdas, tras la salida de Wacław Kiełtyka (nuestro querido Vogg de Decapitated), no logra cumplir del todo con las expectativas, aunque la banda intente equilibrar su característico sonido con melodías melancólicas y grandilocuentes coros, el resultado es un álbum que, pese a sus momentos de intensidad, se siente inconsistente y forzado en muchas ocasiones. Del gimmick en la estilización de las letras con "ø" en los títulos, como en "Unatøned", prefiero no hablar ya que no hay nada que lo fundamente más allá de la estética en el apartado artístico y la sensación adolescente que produce.

El álbum despega con "Landscape Øf Thørns", que establece un tono sombrío con riffs pesados y la voz de Flynn alternando entre guturales y voces melódicas, pero la canción pronto se diluye en una estructura repetitiva que no explota su potencial, igual que "Atømic Revelatiøns", que algunos aseguran que suena explosiva y es cierto que tiene un comienzo prometedor con un riff
thrashy que recuerda a los mejores momentos de "The Blackening" (2007), pero la transición a coros melódicos desentona con la furia inicial. Por su parte, "Unbøund", uno de los singles principales, apuesta por un enfoque melancólico y letras introspectivas, pero su ejecución cae en la monotonía, y el solo de guitarra de Scruggs, aunque técnicamente solvente, carece del alma que parece requerir la canción. "Øutsider" intenta recuperar la agresividad con su ritmo galopante, pero las letras genéricas sobre alienación no aportan nada nuevo al imaginario de la banda, aunque Flynn nunca ha demostrado ser Cervantes, precisamente. "These Scars Wøn't Define Us", con la colaboración de In Flames, Lacuna Coil y Unearth, busca ser un himno coral, pero, otra vez más, el experimento se siente más como un truco publicitario que como una canción surgida de manera natural. Y, finalmente, "Scørn", el cierre con piano liderado por Flynn, pretende ser emotivo, pero su duración excesiva y la falta de un clímax definido lo convierten en un final anticlimático. Por el camino, "Addicted to Pain" o "Bleeding Me Dry" se dejan escuchar pero, realmente, no aportan nada al conjunto de canciones que oscila entre momentos de potencia y otros de desconexión, dando la sensación de que Machine Head quiso abarcar demasiado sin pulir las ideas en el local de ensayo.

"Unatøned" (2025) no es un desastre, pero está lejos de ser un punto álgido en la discografía de Machine Head. La banda de Flynn demuestra que aún tiene energía y ambición, pero esta entrega carece de la chispa que hizo brillar álbumes como aquel regreso de "Through the Ashes of Empires" (2003) o el citado "The Blackening" (2007). La incorporación de Alston y Scruggs no aportan identidad, como sí ocurría con Vogg, y la producción, aunque limpia, no compensa la falta de canciones memorables. Duele admitir que este álbum se siente como un paso en falso, atrapado entre la reinvención y la nostalgia, pero quizás Machine Head necesiten tomarse un tiempo para reflexionar sobre su dirección artística, en lugar de apresurarse a lanzar material que no termina de cuajar. "Unatøned" (2025) es el enésimo recordatorio de que incluso las bandas más resilientes pueden tropezar en su afán por mantenerse relevantes.

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Crítica: Epica “Aspiral”

Desde su nacimiento en 2002, la banda neerlandesa, Epica, liderada por la carismática Simone Simons y el guitarrista Mark Jansen, ha consolidado su lugar como una de las agrupaciones más destacadas del metal sinfónico. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Epica ha sabido equilibrar la grandiosidad orquestal con una conexión visceral al metal, explorando incluso los límites más extremos del género. Con una trayectoria que abarca más de dos décadas, discos como “The Quantum Enigma” (2014) y “Omega” (2021) han demostrado su capacidad para evolucionar sin perder su esencia. Su noveno álbum, “Aspiral” (2025), publicado a través de la todopoderosa Nuclear Blast, no es la excepción. Inspirado en la escultura homónima de Stanisław Szukalski, que simboliza renovación e inspiración, pretende reflejar un Epica revitalizado, dispuesto a experimentar con nuevas estructuras manteniendo su característico sonido épico en una hora exacta de duración, combinando la opulencia sinfónica con la energía del power y el progresivo, mostrando a una banda en la cima de su creatividad. Pero, ¿podrán Epica mantener el estándar de calidad que los ha convertido en un referente en el género?

El álbum se abre con "Cross the Divide", una canción que rompe con la tradición de Epica al prescindir de una introducción orquestal y sumergir al oyente en una explosión de riffs potentes y melodías pegajosas. La voz de Simons brilla con una intensidad que marca el tono del disco, respaldada por los precisos arreglos de Coen Janssen en los teclados. Por su parte, "Arcana" combina majestuosos coros en los que destaca la habilidad de la banda para entrelazar su vertiente sinfónica con la más pesada. Aunque algunos momentos -como los breakdowns en esta canción- pueden parecer desconcertantes al principio, las líneas melódicas de Jansen y Delahaye acuden al rescate con maestría. "Obsidian Heart" sorprende por su pesadez, evocando influencias de metal moderno y djent, mientras "Eye of the Storm" se aventura en terrenos cercanos al death metal melódico, con growls de Jansen que añaden un contraste visceral a la garganta cristalina de Simons. La suite "A New Age Dawns", que continúa en “Darkness Dies in Light", "Metanoia" y "The Grand Saga of Existence", conforman el corazón conceptual del álbum, especialmente la última, destilando esa esencia clásica de Epica (con coros en latín incluidos), arreglos orquestales y una narrativa que explora la espiritualidad y unidad humana. Sin embargo, el tema homónimo que cierra el disco resulta algo extenso, pudiéndose haberse acortado para mantener la intensidad. A pesar de esto, la interpretación Simons, repleta de emoción, y el acompañamiento minimalista de Janssen en el piano crean un final conmovedor, aunque no alcance las cotas de baladas pretéritas como "Rivers". Cada canción, desde la enérgica "Apparition" hasta la introspectiva "T.I.M.E.", están diseñadas para atrapar al oyente, con un equilibrio entre accesibilidad y complejidad que demuestra la madurez de Epica como compositores.

“Aspiral” (2025) no solo reafirma la posición de Epica como líderes del metal sinfónico, sino que también los muestra como una banda dispuesta a tomar riesgos calculados. Aunque no está exento de pequeñas imperfecciones —como el ligero exceso de duración en el tema final o la falta de la ferocidad vista en colaboraciones pasadas como "Human Devastation" de “The Alchemy Project” (2022)—, el álbum logra el equilibrio entre innovación y tradición. La cohesión del disco, potenciada por la producción impecable de Joost van den Broek, permite que cada integrante, desde el robusto Ariën van Weesenbeek hasta el bajista Rob van der Loo, aporte su talento sin opacar el resultado. Personalmente, la capacidad de “Aspiral” (2025) para capturar la atención en cada escucha es su mayor fortaleza. Canciones como "The Grand Saga of Existence" y "Obsidian Heart" presisten en la memoria, invitando a escuchar el álbum una y otra vez, mientras que la narrativa visual del álbum, inspirada en Szukalski, añade una capa estética de profundidad que enriquece la experiencia. En un género saturado, Epica logra destacar por su pasión y autenticidad, creando un trabajo que no solo satisface las expectativas de sus seguidores, sino que también tiene el potencial de atraer a nuevos oyentes. En definitiva, “Aspiral” (2025) es un testimonio del poder del metal sinfónico cuando se ejecuta con visión y corazón, y un recordatorio de por qué Epica sigue siendo mi banda favorita en este estilo.

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Crítica: Allegaeon "The Ossuary Lens"

Originarios de Fort Collins, Colorado, l
a banda de death metal técnico-melódico Allegaeon ha regresado con su séptimo álbum, titulado "The Ossuary Lens" (2025), publicado en Metal Blade Records, marcado por el regreso del vocalista original Ezra Haynes, quien había abandonado la banda tras el álbum "Elements of the Infinite" (2014), y representa un hito en la evolución de la banda, conocida por su capacidad para fusionar brutalidad, melodía y complejidad técnica. Y es que, a lo largo de su carrera, Allegaeon ha dividido opiniones: desde el aplaudido debut "Fragments of Form and Function" (2010) hasta críticas más duras con "Proponent for Sentience" (2016). Sin embargo, "The Ossuary Lens" (2025) con Greg Burgess (guitarrista), Michael Stancel (guitarrista), Brandon Michael (bajista), Jeff Saltzman (baterista) y Haynes muestra una versión más compacta y enfocada de su sonido, reduciendo la duración de sus composiciones en el álbum más breve de su discografía y buscando equilibrar la intensidad de sus primeros trabajos con los elementos progresivos que han caracterizado sus discos más recientes, logrando un resultado que, sin ser revolucionario, consolida su identidad como una fuerza destacada en el metal extremo moderno. "The Ossuary Lens" despliega una colección de diez canciones que destacan por su precisión técnica y su capacidad para alternar entre agresividad y pasajes melódicos, por ejemplo, "Driftwood", donde el bajista Brandon Michael reconfigura una pieza originalmente escrita para el álbum "Apoptosis" (2019), transformándola en una poderosa mezcla de death metal melódico y metalcore que evoca la intensidad de Venom Prison. Burgess aseguraba en una entrevista cómo esta canción refleja la madurez compositiva de la banda al integrar repeticiones estratégicas que potencian su impacto emocional. Por otro lado, "The Swarm" resucita el estilo riff-centrico de "Elements of the Infinite" (2014(, con una introducción frenética que captura el caos de una noche tormentosa, convirtiéndose en uno de los cortes más directos y agresivos del disco. "Carried by Delusion" es otro punto álgido, navegando desde melodías serenas hasta un torbellino de riffs que rinden homenaje a bandas como Revocation, con solos de guitarra de Burgess y Stancel que desbordan virtuosismo, además de incluir pasajes más ennegrecidos por culpa de su trémolo trémolos y contundentes breakdowns.

"Dark Matter Dynamics", con la colaboración de Adrian Bellue, se distingue por su apertura de su guitarra que, rápidamente, evoluciona hacia melodías death metal robustas, mostrando la habilidad de Allegaeon para integrar elementos dispares sin perder coherencia, mientras Jeff Saltzman brilla en la batería, proporcionando una base rítmica que eleva la complejidad de la pista. Sin embargo, canciones como "Scythe" y "Wake Circling Above" carecen de ese clímax exhibido en otras canciones, a pesar de la destreza técnica de Stancel y Burgess en los arreglos. "Chaos Theory", que abre el álbum tras el breve instrumental "Refraction", encapsula la esencia de Allegaeon con la voz gutural de Haynes contrastando con muros de sintetizadores y solos melódicos, mientras que "Dies Irae" y "Imperial" refuerzan la agresividad gracias a la potencia de su base rítmica. Aunque la producción tiende a saturar el sonido, limitando el impacto dinámico, estas canciones demuestran la versatilidad de la banda para moverse entre géneros sin perder su esencia melódico-técnica.

"The Ossuary Lens" (2025) no pretende reinventar el sonido de Allegaeon, pero sí logra un equilibrio admirable entre la ferocidad de sus inicios y la sofisticación progresiva de sus últimos trabajos. La banda ha sabido canalizar influencias tan diversas como Yes, Rush o incluso First Fragment, manteniendo una identidad propia que Burgess describe como “melodeath enfocado en las guitarras con elementos técnicos, sinfónicos y ambientales”. Personalmente, encuentro que la vuelta de Ezra Haynes inyecta una energía renovada, con su voz grave aportando una crudeza que complementa perfectamente los riffs incendiarios de Burgess y Stancel. Aunque el álbum adolece de ciertos problemas, como una secuenciación que concentra lo mejor en las pistas centrales y una producción que aplana los matices, su duración y su enfoque directo lo convierten en una experiencia satisfactoria para los seguidores del death metal técnico. En un subgénero saturado de propuestas similares, Allegaeon destaca por su honestidad y su compromiso con evolucionar sin traicionar sus raíces, haciendo de "The Ossuary Lens" (2025) un capítulo digno en su trayectoria, aunque espero que en próximos trabajos exploren más a fondo los picos emocionales que aquí se echan en falta. Notable, pero no sobresaliente.

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Crítica: Sadist "Something to Pierce"

La banda italiana Sadist, liderada por el talentoso guitarrista y tecladista Tommy Talamanca, ha forjado un camino único en el ámbito del death metal progresivo desde su formación en los años noventa; con una trayectoria marcada por una combinación distintiva de riffs técnicos, atmósferas cinematográficas y una estética que evoca el terror y lo surrealista, Sadist han logrado mantenerse, contra todo pronóstico y gracias a un público gourmet, como una propuesta singular en la escena del metal extremo. El disco que nos ocupa, "Something to Pierce" (2025), publicado en el sello Agonia Records, representa un capítulo más en esta evolución, consolidando su estilo característico mientras explora nuevas facetas de su sonido. Este álbum, el décimo en su discografía, llega tras el bien recibido "Firescorched" (2022), prometiendo una experiencia aún más agresiva y experimental. Sadist no solo reafirma su legado, sino que también invita tanto a sus seguidores de siempre como a nuevos oyentes, a sumergirse en un universo sonoro donde lo técnico y lo macabro se entrelazan de manera magistral, manteniendo viva la esencia de una banda que, tras más de tres décadas, sigue siendo inconfundible.

El álbum abre con su tema homónimo, "Something to Pierce", donde el bajista Davide Piccolo y el baterista Giorgio Piva, procedentes de la banda Fate Unburied, establecen un groove pesado y directo que marca el tono del disco. Esta canción se destaca por su atmósfera densa, con growls brutales y screams agudos de Trevor Nadir, complementados por coros que añaden un matiz épico, mientras Talamanca introduce complejas líneas de guitarra y teclados que evocan un aire cinematográfico. En "Deprived", los elementos progresivos se intensifican con solos de guitarra de regusto clásicos y un bajo que sostiene la melodía, pasando de secciones rápidas a interludios acústicos que desembocan en pasajes contundentes. "No Feast for Flies" brilla por la inclusión de las voces melódicas y etéreas de Gloria Rossi, que contrastan con la agresividad de Nadir, creando un equilibrio entre lo melódico y lo visceral, acompañado de blastbeats y riffs dinámicos que aumentan la nota global de la canción. Mientras "Kill Devour Dissect" y "The Sun God" exploran terrenos más angulosos y directos, con ritmos que recuerdan la crudeza del death metal de los noventa, mientras incorporan teclados que aportan un toque de horror, como si se tratara de la banda sonora de una película de terror de serie B italiana. Otros temas, como "The Best Part is the Brain", destacan por su intensidad técnica, con coros vocales que refuerzan la atmósfera, y la instrumental "Respirium” cierra el álbum con una muestra del virtuosismo de la banda, dejando al oyente inmerso en el inquietante pasaje sonoro que acaba de escuchar.

"Something to Pierce" (2025) no busca revolucionar el sonido de Sadist o inventar la rueda, pero sí logra capturar la esencia que ha definido a la banda durante décadas: una fusión única de death metal técnico, progresivo y una estética que abraza lo macabro. Aunque algunos podrían argumentar que su época dorada quedó atrás, este álbum demuestra que Talamanca y compañía aún tienen mucho que ofrecer, especialmente para quienes valoran la experimentación dentro del género y buscan más allá de las novedades más comerciales. La producción, a cargo de Talamanca en Nadir Music Studios, resalta cada detalle, desde la claridad de la sección rítmica hasta los efectos adicionales que enriquecen la experiencia auditiva. En lo personal, encuentro en este disco un equilibrio entre nostalgia y frescura actuales, donde Sadist se mantienen fiel a su identidad sin temor a explorar nuevos matices, conformando un trabajo que, si bien no alcanza la gloria pretérita de la banda (tampoco creo que lo busquen a través de la repetición), como "Above the Light" (1993) o "Tribe" (1995), sigue siendo un testimonio de la dedicación y el talento de una banda que se niega a conformarse. Para los amantes del metal progresivo y el death metal con un toque teatral, "Something to Pierce" (2025) es una invitación a redescubrir a Sadist, una banda que, a pesar de los cambios en su alineación y los desafíos del tiempo, continúa superando las expectativas y dejando su huella en la historia del metal.

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Crítica: Deafheaven “Lonely People With Power”

Igual que nunca olvidamos el primer amor, cuando uno escucha “Sunbather” (2013) por primera vez, tampoco es posible olvidar aquella sensación; apretarse los ojos y entender el color de su portada o la emoción tras escuchar "Dream House" (las primeras veces en la vida son como el resto, sólo que estas son las que nunca olvidarás). La mezcla de furioso black metal, post-metal abrasador y shoegaze, combinado con el anhelo genuino de sus letras, me cambió de alguna forma, a pesar de estar en mi treintena y creer haberlo escuchado casi todo o, por lo menos, lo que me interesaba en aquella época. Pero allí estaban George Clarke y Kerry McCoy que, como Morrissey y John Marr, Cocteau Twins y Joy Division, cambiaban algo en dentro de mí. Es por eso que si alguien pretende encontrarse con una reseña fría y analítica del sexto álbum de Deafheaven o una estúpida cruzada contra su música, su estética o un disco como “Infinite Granite” (2021), que no supe entender en su publicación pero que me caló hondo a lo largo de los siguientes meses y su posterior gira, adivinará que esta humilde reseña se compone de carne y hueso, de sentimientos y emociones, como los que despierta "Lonely People with Power" (2025) y, probablemente, debería buscar en otras webs y blogs repletos de rayos, calaveras de extrarradio y manos cornudas (si no entiendes estas tres referencias, tampoco pasa nada), porque Deafheaven ya forman parte de mi esencia y cada nuevo álbum me parece un evento en sí mismo. Desde el icónico "Sunbather" (2013), he disfrutado de su evolución, esa que me asombró con “New Bermuda” (2015) y, aunque a veces he llegado a sentir que la banda y un servidor evolucionábamos en direcciones diferentes, como “Ordinary Corrupt Human Love” (2018) o las primeras escuchas de “Infinite Granite” (2021), es con este "Lonely People with Power" (2025) que siento que han logrado un equilibrio magistral entre los elementos que los definieron en sus tres primeros discos y los que han explorado recientemente, como los sonidos emocionales post-rock de "Infinite Granite" (2021) o las melodías de “Ordinary Corrupt Human Love” (2018). De esta forma, "Lonely People with Power" (2025) no se siente como un retroceso, sino un paso más en la conquista de su madurez artística, cuando el álbum no busca atraer a nuevos seguidores o hacer volver a aquellos que echaban de menos el black, sino consolidar su carrera como banda.

"Incidental I" es un breve preludio atmosférico que prepara el terreno para la explosión de "Doberman", sonando más poderosa que las canciones de "Infinite Granite" (2021) y Clarke regresando al gañido, pero la emocionalidad buscada en la guitarra de McCoy está cocida a fuego lento desde hace cuatro discos, nada es por casualidad si la intensidad que alcanza la canción se convierte en un torbellino de metal, porque bajo su piel residen los mismos sentimientos, esos que parecen convertirse en un arrebato gracias al trabajo de Daniel Tracy. Aun así, tanto "Incidental I" como “Doberman” se sienten como la carta de presentación de la convulsa “Magnolia”, una de las piezas más crudas y feroces de todo el álbum, con Tracy y Johnson haciendo gala de una fuerza descomunal en la sección rítmica, mientras George Clarke parece desatado hasta su recta final. "The Garden Route" une lo mejor de las dos caras de Deafheaven, la sensación de frustración adolescente (cuando parecemos sentir más de lo humanamente posible y en nuestro corazón habitan sentimientos opuestos), apenas seis minutos para hacernos creer que Clarke y McCoy han sabido capturar semejante nudo, mientras que "Heathen" ofrece el respiro necesario, gracias a sus coros y una sensibilidad que destila el mismo dolor que las anteriores pero expresado de una manera muy diferente sobre una batería sincopada, destacando la versatilidad de Clarke, capaz de alternar esos momentos de furia con otros de introspección y la guitarra de McCoy dibujando ese paisaje sobre el que el vocalista disfruta desbaratando nuestra alma.

Pero la tranquilidad dura poco en "Lonely People with Power" (2025), algo que constatan con la narcótica primera parte de “Amethyst”, construyendo una narrativa que crece desde el susurro hasta un clímax devastador en su segunda mitad, mostrando la capacidad de la banda para llegar a la catarsis, o esa maravilla que me parece "Incidental II" (con la ayuda de Jae Matthews) hasta que Deafheaven deciden rasgar la canción con el ruidismo más industrial de los noventa y descerrajan una de mis favoritas, "Revelator", preñada de riffs musculosos que no ofrecen tregua alguna, mostrando la cara más agresiva de la banda. Las influencias de "Infinite Granite" (2021) no se desechan, sino que se integran en una estética que hilvana lo abrasivo y lo sublime y, si bien Clarke puede no tener el alarido más técnico del metal, su capacidad para conectar de manera visceral con el oyente compensa cualquier limitación, haciendo que una canción como "Body Behavior" resuene con verdadera autenticidad, refinando aquellos elementos que convirtieron a “Sunbather” (2013) en un álbum generacional. “Incidental III” cuenta con Paul Bank de Interpol y, si bien no alcanza la intensidad de la anterior con Jae Matthews, su narración sirve para llevarnos a otro de los puntos álgidos del álbum; “Winona” repleta de blast beats que nos empujan hacia melodías cristalinas; quizá el clímax de los dos mundos de Deafheaven cuando las guitarras evocan la belleza de "Infinite Granite" (2021) pero su rabia contenida es de otro mundo, como ocurre con "The Marvelous Orange Tree", aunando de nuevo furia y lirismo gracias a las capas de McCoy, en auténtico estado de gracia en estos últimos seis minutos, brillando con luz propia.

"Lonely People with Power" (2025) es el testimonio de una banda que se siente más segura que nunca, que parece no perseguir la aprobación de los puristas del black metal, ni se conforman con repetir fórmulas pasadas y entregan una obra repleta de corazón, sin cinismo ni pretensiones, tampoco clichés del subgénero. Compararlo con "Sunbather" (2013) sería injusto porque ambos comparten esa cualidad intangible que los hace especiales y su propia naturaleza. Este que nos ocupa no posee los picos sentimentales de "Dream House" o "The Pecan Tree", pero como conjunto fluye con una naturalidad que me hace volver a él una y otra vez. Con una producción, a cargo de Justin Meldal-Johnsen, realzando cada detalle; desde los baquetazos de Tracy hasta los arpegios hipnóticos de McCoy o los acordes de Shiv, cada escucha revela algo nuevo. "Lonely People with Power" (2025) se alza como el testimonio de la evolución de Deafheaven y la nuestra como oyentes junto a la banda, aquellos que escuchamos en su momento "Sunbather" (2013) encontraremos que, doce años más tarde, Clarke y McCoy siguen contándonos lo que sentimos, creciendo con nosotros en un álbum que se siente tan especial como atemporal.

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Crítica: Kazea “I. Ancestral”

Desde Gotemburgo, Suecia, llega Kazea, una banda que, con su álbum debut, “I. Ancestral” (2025) irrumpe en la escena con una propuesta que desafía las etiquetas de subgénero. Este trío, formado por Jonas Mattsson (voz y guitarra), Rasmus Lindblom (bajo) y Daniel Olsson (batería), fusiona la intensidad del post-rock, las melodías evocadoras del nuevo folk y el peso abrumador del sludge, creando un sonido que se siente tanto primitivo como cinemático. Publicado bajo el sello Suicide Records, “I. Ancestral” (2025) establece un tono distintivo que combina introspección, narrativa y una atmósfera densa con una duración de apenas cuatrenta minutos, este álbum destila la experiencia de músicos mucho más curtidos, tejiendo paisajes sonoros que van desde lo pastoral hasta el metal más aplastante, todo ello enmarcado por la increíble mezcla de poesía de Lorca y la masterización de Magnus Lindberg de Cult of Luna. El álbum se presenta como una exploración de contrastes, donde las guitarras acústicas reminiscentes de Santaolalla se mezclan con riffs distorsionados, propios de los Melvins, mientras la voz de Mattsson, con su peculiar nasalidad en lo que parece una mezcla imposible de Billy Corgan, Liam Gallagher y Layne Staley, añade una capa emocional que oscila entre lo melancólico y lo visceral. La inclusión del folk aporta una sensación de paganismo, mientras que el sludge y el post-metal inyectan una crudeza que logra que cada canción suene aún más contundente. 

En "Whispering Hand", experimentan con un sludge accesible (si es que esto puede existir), lleno de momentos melódicos que podrían incluso sonar en la FM. La percusión tribal de Olsson y sus pegadizos riffs convierten la canción en un himno, mostrando la capacidad del trío para destilar su sonido en algo directo pero poderoso, mientras que en "With A Knife" se atreven con el recitado de un extracto de Bodas de sangre de Federico García Lorca, con éxito y un resultado impactante. Por otro lado, "A Strange Burial" retoma ese nuevo folk con fragmentos narrados, creando una atmósfera que se siente como un cuento y "Wailing Blood" mantiene el ímpetu con un enfoque más americano, reminiscente de Huntsmen, donde la distorsión y el ritmo galopante dominan, aunque sufre de cierta repetición hacia el final. El disco alcanza su clímax con "Seamlessly Woven", un coloso de siete minutos que captura lo mejor de Kazea, a base de capas de sonido que crecen desde una calma inquietante hasta un estallido emocional, con un desgarrador coro. La guitarra de Mattsson y el bajo de Lindblom se entrelazan en un crescendo post-metal, mientras Olsson marca el pulso con precisión. Aunque "The North Passage" ofrece un interludio ambiental con un groove machacante, su minimalismo rítmico puede sentirse repetitivo, confirmando la habilidad de Kazea para navegar entre géneros, entregando momentos de brillantez que compensan sus pequeñas flaquezas. “I. Ancestral” (2025) es un debut que, más allá de sus imperfecciones, me ha cautivado por su audacia y su capacidad para evocar imágenes vívidas, y al que únicamente puedo criticarle negativamente su repetición rítmica ("Pale City Skin" o "Wailing Blood") o una mejor mezcla en las voces que, a veces, se pierde en los momentos más intensos, pero su ambición y ejecución lo convierten en una obra prometedora. Canciones como "Seamlessly Woven" y "Trenches" me han dejado tarareando sus melodías durante días, mientras que la crudeza de "Whispering Hand" me hace querer ver a Jonas Mattsson, Rasmus Lindblom y Daniel Olsson en directo, desatando esa energía visceral.

Sin embargo, no puedo ignorar que la repetición en temas como "Pale City Skin" o "Wailing Blood" a veces frena el ímpetu del álbum, y la mezcla vocal podría haber dado más espacio a la expresividad de Mattsson. Aun así, este disco tiene algo especial: una autenticidad que trasciende sus influencias y una narrativa que se siente personal, casi ancestral, como sugiere su título. Para un debut, Kazea ha puesto el listón alto, y su propuesta me hace imaginar lo que podrían lograr en futuros capítulos de esta serie musical. “I. Ancestral” (2025) no es perfecto, pero su imperfección es parte de su encanto; es un grito visceral desde las sombras que invita a perderse en su mundo. Para los amantes del post-metal y las fusiones inesperadas, este álbum es una joya que merece ser descubierta. Por mi parte, estaré atento a lo que este trío sueco nos depare en el futuro.

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Crónica: Ryan Adams (Madrid) 31.03.2025

SETLIST: To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High)/ My Winding Wheel/ Amy/ Shakedown on 9th Street/ Oh My Sweet Carolina/ Don't Ask for the Water/ In My Time of Need/ Call Me on Your Way Back Home/ Bartering Lines/ Damn, Sam (I Love a Woman That Rains)/ To Be the One/ Shame, Shame, Shame/ Gimme Something Good/ New York, New York/ Two/ Dear Chicago/ I'm Waiting for the Man/ To Be Without You/ Not Dark Yet/ When the Stars Go Blue/ Come Pick Me Up/

Fue ayer, última noche de marzo, cuando Madrid se convirtió en el epicentro de una velada que, sobre el papel, pintaba inolvidable para los amantes del rock y el americana, gracias al concierto de Ryan Adams en el Teatro Coliseum (gracias también al esfuerzo de la promotora Houston Party por traer semejantes giras a nuestro país, todo hay que decirlo). En esta ocasión el aniversario de "Heartbreaker” (2000), debut en solitario de un artista que, si bien su carrera comenzó de manera convencional, ha evolucionado de manera insospechada. Quinto concierto suyo al que asisto desde que me subí al carro hace más de veinticinco años y me doy cuenta de que me cuesta recitar de memoria la treintena de discos que Adams ha publicado, fundamentalmente, en la última década, en la cual ha sufrido algunos problemas que le han alejado del circuito habitual y ha sabido resolver con su propia discográfica y la difusión a través del streaming y redes sociales, nada que objetar excepto mi capacidad para absorber tal cantidad de música sin sentir que, en muchas ocasiones, Adams sufre un exceso de confianza o indulgencia con el material que pone en circulación. Sin embargo, cualquiera que asistiera ayer a la Gran Vía de Madrid, no podrá albergar duda alguna de que Adams posee una parroquia fiel que agota las entradas de sus conciertos con meses de antelación y lo recibe con los brazos abiertos, pese a las pruebas a las que este somete a su público. Y es que el de Jacksonville, conocido además por su carácter impredecible, regresaba a España tras años de ausencia; ocho desde aquella visceral actuación en la edición del petardísimo festival Mad Cool de 2017 y veintitrés desde su primer concierto en nuestra ciudad, en 2002, el cual tuve también la suerte de ver desde la primera fila de asientos del Palacio de Congresos de IFEMA; aquella noche presentaba las canciones de “Demolition” (2002), con “Gold” (2001) aún caliente en el bolsillo y Jesse Malin abriendo el concierto, casi nada.


Si bien, la sensación que me queda de ayer es agridulce. Adams, nominado siete veces a los Grammy, es un artista que divide opiniones: genio para algunos, un buen compositor pero un artista errático para otros y lo que mostró ayer son las dos caras de esa moneda. Por un lado, el concierto se sostiene gracias a esas canciones que una vez compuso; es imposible que un concierto pueda ir mal con temas como “To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High)”, “My Winding Wheel”, “Amy”, “New York, New York” o “Two”, pero Adams es también su peor enemigo y capaz de arruinar su propia noche; entre bromas acerca de sus supuestos abusos sexuales, la limpieza de su ano, las repetitivas dedicatorias a familiares, sus problemas de salud como argumento contras el flash de las fotos y su defensa por vivir el presente y no a través del móvil, cuando no dudó en causar un verdadero interruptus tras “To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High)” para que los fotógrafos suban al escenario para evitar “salir gordo” en las fotos del concierto, sus constantes chanzas a un público amable y excesivamente comprensivo que, en mi humilde opinión, no se merecía ser respondido de manera tan burlona en muchas ocasiones, aprovechando la brecha entre el escenario y el patio de butacas que Ryan Adams quiso hacer desaparecer sin éxito y los agotadores e imprevisibles parones entre canciones, el larguísimo descanso y las poco trabajadas versiones de sus propias composiciones lastraron la experiencia; donde algunos verán frescura, aprecio descuido cuando no es posible que Adams se equivoque habitualmente en acordes de aquello que él mismo ha escrito, entre a destiempo o desvaríe en el desarrollo de algunas, mientras falla al piano en “New York, New York”, convertida en una caricatura en su fraseo, como las horrendas versiones de “I'm Waiting for the Man” de la Velvet o una “Not Dark yet” de Dylan, carente de su mística, interpretada a vuelapluma y un final desangelado con dos preciosas “When the Stars Go Blue” y “Come Pick Me Up” desmerecidas por el contexto.

Hubo buenos momentos, “Bartering Lines” me gustó con Ryan Adams domando su Danelectro, igual que algún que otro destello, pero mi sensación es de haber presenciado en directo uno de sus múltiples conciertos improvisados en Instagram; el sentimiento de precariedad, de poco ensayo, de poca contención y de creer que todo vale, de abuso estético sobre un público que le permitirá todo y mostrará paciencia infinita. Por otro lado, en el más personal, tengo también la sensación de haberme montado en una montaña rusa por la cantidad de sentimientos y recuerdos que Ryan Adams ha revuelto en mis tripas, sentí un auténtico viaje a través de sus canciones y, aunque creía que semejante concierto ahondaría en la pura y dura nostalgia de la celebración de un álbum publicado hace veinticinco años, Adams quería reinventar sus canciones, hilvanando el caos con su genialidad, sin éxito en muchos momentos por la sensación de improvisación y poco esmero. "Heartbreaker” (2000) es un álbum para lamerse las heridas, claro que sí, pero también para celebrar la vida en una noche en la que se mezclaron pasado y presente, los demonios fueron exorcizados y el espíritu de todas aquellas personas que salieron de nuestras vidas para bien, pareció más remoto que nunca. Pero, sintiéndolo mucho, la próxima vez que pase por nuestro país me lo pensaré dos veces, es tal el cariño que siento por él, que ayer no me gustó verlo a la defensiva, excesivamente perdido, errático y caprichoso, contemplado como un niño egocéntrico por aquellos obligados a reírle las gracias y sin llegar a cumplir con su parte y rendir un merecido homenaje a su obra, Adams se creerá ingenioso, pero falta el respeto a sus propias canciones, de nada sirve que le dediques una a tu hermano fallecido y, al minuto siguiente, asegures que se puede comer del ojo de tu culo. Una pena.

texto, disco y cartel © 2025 Jota
pic by © 2025 Ryan Adams

Crítica: Arch Enemy “Blood Dynasty”

Parafraseando a Zavalita, ¿en qué momento se jodió Arch Enemy? Los suecos nacieron como un proyecto surgido de la mente de los hermanos Amott y Erlandsson y el legado de Carcass, pero Arch Enemy han sabido consolidarse en la escena del death metal más melódico, alejándose del death de Steer y Walker, con álbumes como "Wages of Sin" (2001) y "Doomsday Machine" (2005), logrando un reconocimiento rápido gracias a la accesibilidad de sus melodías, la incorporación de Angela Gossow y, por qué no decirlo, el recién estrenado circuito digital; cuando canciones de su directo "Live Apocalypse" (2006) circularon con fruición en los primeros años del monstruo que es ahora YouTube, haciendo seguidores y alimentando la demanda de cientos de bandas. Aquellos discos los catapultaron al estatus de banderas del metal melódico y Arch Enemy no desaprovecharon la oportunidad cuando su música sufrió las consecuencias, ¿cómo quejarse cuando tus discos se venden más gracias a los estribillos? ¿Quién querría volver a grabar alguno de sus primeros discos cuando el pastel era tan suculento? Sin embargo, Gossow mantenía el nivel de agresión, todo lo contrario que me ocurre con Alissa White-Gluz; soy consciente de su presencia escénica y su imagen, pero sus guturales no llegan a la suela de las botas de Angela y, aunque la formación actual de Arch Enemy no carece de talento (con Joey Concepcion reemplazando al genio que es Jeff Loomis, pero complementando a veteranos como Michael Amott y Daniel Erlandsson), da la sensación de verdadero fin de ciclo, cuando Arch Enemy prefieren grabar tres o cuatro singles pegadizos, en lugar de discos sólidos que aguanten una escucha tras otra.

Es verdad que Michael Amott, verdadero cerebro de la banda, encuentra en Concepcion la chispa renovada para rejuvenecer dinámica de la banda, tras la época con Jeff Loomis, al que muchos acusan de haber llevado al grupo por un camino de riffs más pesados y atmósferas sombrías, ralentizando su característica energía melódica (como si el pobre de Loomis hubiese tenido voz y voto en la banda a nivel compositivo), por lo que “Blood Dynasty” (2025) parece recuperar de manera fugaz la frescura de hace años. "Dream Stealer" se inspira en Judas Priest con un solo fulminante y un uso agresivo del puente de la guitarra, mientras que "Don't Look Down" y la homónima “Blood Dynasty” parecen jugar con los sintetizadores de los Dark Tranquillity más recientes ( “Blood Dynasty” parece retomar la esencia de canciones icónicas de la banda, con una estructura clásica de death metal melódico y una producción moderna con un trabajo de guitarras impecable), como el momento más sorprendente de todo el álbum llega con su versión de "Vivre Libre" de Blaspheme, donde White-Gluz abandona sus guturales para entregarse a un canto grueso pero melódico y canciones como "A Million Suns" y "Paper Tiger" (otro pequeño homenaje a Priest en el calco del riff) también aportan un aire desenfadado, con riffs rápidos y un cierto toque de heavy metal clásico, en lugar de death, identificando diferentes influencias que pueden haber marcado la evolución de Arch Enemy, cuando "Illuminate the Path" muestra elementos cercanos al rock alternativo, acusando un estribillo accesible o también melodías que pueden recordar a una banda clásica del sonido Gotemburgo como es In Flames (pero los de su etapa más melódica), mientras que "March of the Miscreants" está claramente escrita para ser un single para los conciertos, con su estribillo repetitivo y esos irritantes coros, ideales para invitar al público. Sin embargo, su mensaje de rebeldía y resistencia choca con la realidad de una banda que ya es una de las más grandes dentro del metal, lo que le resta autenticidad, además de producir cierta vergüenza ajena cuando Amott está cerca de la sesentena y Erlandsson o D'Angelo de los cincuenta y parecen querer empatizar con un público que no les corresponde. "The Pendulum" y "Liars And Thieves" cierran el disco, ambas con una fuerte influencia del power metal y un sonido más accesible que podría gustar a nuevos seguidores, pero no creo que convenza a aquellos forjados en el power alemán y, aunque estas canciones funcionan bien en su propio contexto, también producen la impresión de ser un intento de llegar un público más amplio, sacrificando parte de la agresividad que definió a Arch Enemy en su mejor época.

A pesar de sus pocos aciertos, “Blood Dynasty” (2025) peca de lugares comunes y falta de cohesión, la citada "March of the Miscreants" suena irónica, "Illuminate the Path" incorpora elementos de rock alternativo que pueden resultar desconcertantes para los seguidores más veteranos, "The Pendulum" y "Liars And Thieves" cierran el álbum con un toque de power metal totalmente genérico y sin alma y, a pesar de que White-Gluz demuestra su versatilidad vocal, asegurando que incluso los momentos menos inspirados sigan siendo disfrutables, la sensación de redundancia persiste. En conclusión, “Blood Dynasty” (2025) es un disco que cumple con las expectativas del núcleo duro de seguidores de Arch Enemy sin arriesgar demasiado, pero un auténtico bodrio para aquellos seguidores que busquen algo más. A estas alturas de su carrera, Arch Enemy no necesita demostrar nada y “Blood Dynasty” (2025) ofrece una buena dosis de entretenimiento con su metal de fácil digestión, algo así como ‘fast food’ para las orejas. Para los nuevos oyentes, puede ser una entrada accesible al subgénero, pero para los más experimentados, hay opciones más innovadoras en la escena. En cualquier caso, “Blood Dynasty” (2025) reafirma el estatus de Arch Enemy como una de las bandas más rentables del death metal melódico, aunque sin el hambre de antaño que los llevó a la cima.

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Crítica: Imperial Triumphant “Goldstar”

El mundo del metal siempre ha sido un terreno fértil para la experimentación y la innovación, y pocas bandas encarnan este espíritu tan plenamente como Imperial Triumphant, el trío neoyorquino que ha desafiado las expectativas del género durante sus dos décadas de trayectoria y, en su sexto álbum, "Goldstar" (2025), llega como una obra que no solo reafirma su lugar en la vanguardia del metal, sino que también plantea preguntas sobre los límites entre la accesibilidad y la experimentación. En un contexto donde el metal extremo a menudo se aferra a fórmulas establecidas, cada vez más conservador (increíble pero cierto), Imperial Triumphant, con Zachary Ezrin (voz y guitarra), Steve Blanco (bajo) y Kenny Grohowski (batería), se atreven a trascender las etiquetas tradicionales de black metal, death metal o jazz, creando un sonido que es tan único como desconcertante en apenas cuarenta minutos y nueve canciones de "clase A", según su propia promoción, pero, ¿realmente cumple con esa ambiciosa afirmación por la cual deberíamos entender que este disco no tiene relleno alguno? Con un enfoque modernista, que evoca influencias tan dispares como Frank Zappa o John Zorn, escuchar “Goldstar” (2025) invita a pensar que, como oyentes, estamos ante algo más que un simple álbum de metal: convirtiéndose en una experiencia que redefine al mismo.

El viaje de "Goldstar" (2025) comienza con "Eye of Mars", una pieza que establece el tono gracias a una cita de Marshall McLuhan ("el medio es el mensaje") antes de sumergirse en un torbellino de disonancias y ritmos complejos, donde la guitarra de Ezrin y el bajo de Blanco se entrelazan en un caos orquestado. "Gomorrah Nouveaux", combina riffs contundentes con una sensibilidad jazzística, destacando el trabajo de Grohowski tras los parches, quien demuestra por qué es considerado uno de los mejores músicos del momento, mientras que en "Lexington Delirium", con la colaboración de Tomas Haake de Meshuggah, incorpora sintetizadores en un homenaje arquitectónico al Chrysler Building, aunque, en mi modesta opinión, el resultado no alcance la excelencia, quedándose en un nivel más terrenal. Por otro lado, "Hotel Sphinx" sorprende con su mezcla de trémolos veloces y pasajes que recuerdan a la música clásica, mostrando la versatilidad del trío, además de su querencia neoclásica con el blast beat como gasolina de la composición, justo antes del corazón del álbum, "NEWYORKCITY", con Yoshiko Ohara, que irrumpe como un estallido de grindcore improvisado de cuarenta y siete segundos, seguido por el tema principal "Goldstar", que podría haber funcionado mejor como introducción y no un interludio, rompiendo, momentáneamente, el ritmo del álbum. 
La recta final se compone de canciones igualmente impactantes; "Rot Moderne" ofrece una atmósfera densa y opresiva, mientras que "Pleasuredome", con la participación tanto de Haake como de Dave Lombardo, fusiona percusiones de inspiración brasileña con riffs y patrones jazzísticos, creando una pieza que es tan caótica como cautivadora. Para culminar, "Industry of Misery" cierra el álbum con un giro hacia el doom, rindiendo un homenaje distorsionado a Black Sabbath que evoluciona en una paranoia creciente, y aroma beatleniano en la melodía principal, “I Want You (She’s So Heavy)”, dejando al oyente en un estado de total inquietud. Y es que, a lo largo de las canciones de “Goldstar” (2025), Imperial Triumphant demuestran una habilidad única para equilibrar lo accesible con las estructuras más bizarras y aunque no todas las canciones alcancen esa excelencia prometida desde la ilustración de su portada, la sensación general roza el sobresaliente.

Está claro que "Goldstar" (2025) no es un álbum para todos y esa es precisamente su fortaleza. Imperial Triumphant no buscan complacer a las masas ni encajar en etiquetas preexistentes, sino desafiar al oyente en la aceptación de un nuevo paradigma musical donde las reglas del metal tradicional se desintegran en favor de una narrativa más amplia. Personalmente, me parece brutal cómo Zachary Ezrin, Steve Blanco y Kenny Grohowski logran destilar la esencia de Nueva York —su grandeza, su decadencia y su caos— en cada nota del álbum, evocando tanto los rascacielos relucientes como los callejones oscuros de la metrópoli e incluso las alcantarillas. Si bien, "Goldstar" (2025) puede no superar la majestuosidad de discos anteriores como "Alphaville" (2020) o "Vile Luxury" (2018), su enfoque más conciso y directo lo hace más accesible, sin sacrificar la esencia que hace especial a esta banda. Comparado con obras como "The Yellow Shark" (1993) de Zappa o "Angelus Novus" (1998) de Zorn, este álbum trasciende las etiquetas de "metal con influencia jazz" para convertirse en un nuevo territorio, exclusivo de Imperial Triumphant, una declaración artística que no pide permiso y tampoco ofrece disculpas, brillando como un faro de creatividad, invitándonos a pensar de nuevo qué significa realmente la música extrema en este siglo.

© 2025 Conde Draco

Crítica: Nite "Cult of the Serpent Sun"

El heavy metal (sí, ‘heavy’, aunque te suene rancio, me refiero a ‘heavy metal’, no a metal a secas, como muchos se expresan actualmente, sin propiedad), con su capacidad para evocar épocas pasadas y su energía nostálgica, encuentra en Nite una banda que, sin buscar revolucionar el género, lo perfeccionan con un enfoque más afilado y poderoso. Este cuarteto de San Francisco, formado por Van Labrakis (voz y guitarra), Scott Hoffman (guitarra), Avinash Mittur (bajo) y Patrick Crawford (batería), ha construido su identidad fusionando el metal clásico de los años ochenta con un matiz ennegrecido que los hace destacar. Su tercer álbum, "Cult of the Serpent Sun" (2025), publicado en Season of Mist, marca una evolución en su sonido, consolidando su estilo sin perder la esencia que los caracteriza. Si bien discos anteriores como "Darkness Silence Mirror Flame" (2020) y "Voices of the Kronian Moon" (2022) ya mostraban influencias de gigantes como Mercyful Fate e Iron Maiden, este nuevo trabajo logra una cohesión aún mayor, superando las limitaciones previas, especialmente en la integración de las voces rasgadas de Labrakis y la base instrumental de Nite. Lejos de abandonar su enfoque retro, Nite lo refinan aún más, entregando un vibrante homenaje al metal tradicional, cargado de riffs potentes y una atmósfera oscura que resuena con fuerza en cada nota. La banda se mantiene firme ante las tendencias pasajeras, y su música refleja una devoción inquebrantable por una visión clara, tomando las lecciones de sus trabajos anteriores y aplicando lo aprendido con maestría, transformando lo que antes era un punto débil en una fortaleza. Las críticas a sus discos iniciales apuntaban que las voces monocordes y blackmetaleras de Van Labrakis podían desentonar con la melodía de la banda, pero aquí ese contraste se convierte en un elemento distintivo y bien ejecutado. La producción, manejada también por Labrakis, realza el trabajo de las guitarras de él y Hoffman, mientras el bajo de Mittur y la batería de Crawford aportan una base rítmica sólida y contundente. Inspirados por bandas como Grand Magus o The Night Eternal, Nite ofrecen un álbum que no solo captura la esencia del metal clásico, sino que la eleva con un enfoque más maduro y unificado, demostrando que su fórmula, aunque no rompedora, sigue siendo relevante y poderosa.

"Cult of the Serpent Sun" (2025) se despliega a lo largo de ocho canciones que mezclan la intensidad del metal tradicional con un aire sombrío y épico. El tema principal, "Cult of the Serpent Sun", irrumpe con riffs que recuerdan a Grand Magus, mientras las voces rasgadas de Labrakis aportan una personalidad única que encaja perfectamente con la instrumentación. Le sigue "Skull", un corte explosivo donde las guitarras de Hoffman y Labrakis brillan con intensidad, evocando la grandeza del género, y la batería de Patrick Crawford impulsa el ritmo con una energía implacable. Esta composición demuestra cómo las voces, antes señaladas por su falta de variedad, ahora enriquecen la mezcla con carácter. "Crow (Fear the Night)" emerge como un himno vibrante, con armonías que invitan a corear y un espíritu que podría haber surgido de una fusión entre Mercyful Fate y Dawnbringer, destacando la química entre los músicos. En un cambio de ritmo, "The Mystic" adopta un tono más introspectivo, con una atmósfera más densa que ofrece un respiro frente a la furia de los temas anteriores, aunque no alcanza su mismo nivel de impacto. "The Last Blade" y "Carry On" mantienen la llama del metal clásico con riffs afilados y melodías pegadizas, donde el dúo de guitarras de Labrakis y Hoffman se luce con precisión. Sin embargo, "Tarmut" se siente algo contenida, cuando Nite priorizan el ambiente sobre la potencia, lo que no le resta brillo frente al resto. El cierre llega con "Winds of Sokar", un tema monumental que canaliza la épica vikinga de Bathory, envolviendo al oyente en una sensación de grandeza y heroísmo. Con treinta ys eis minutos de duración, el álbum es conciso pero efectivo, y aunque sus mejores canciones pueden requerir varias escuchas para asentarse, cada un aporta un valor distintivo al álbum, formando un todo sólido y bien estructurado.

Como amante del heavy metal que creció con los ecos de los ochenta resonando en cada riff, "Cult of the Serpent Sun" (2025) es una experiencia repleta de nostalgia pero también de vitalidad. Como escribía unas líneas más arriba, no intentan reinventar el género y eso es parte de su encanto; su fuerza está en tomar los elementos que adoro del metal —los solos apasionados, los ritmos que sacuden cada rincón de tu alma y esa sensación de pertenencia a un colectivo— y dotarlo de un toque oscuro que lo convierte en actual. Escuchar "Winds of Sokar" me transporta a un paisaje épico, con vientos gélidos y cojones, algo que pocas bandas actuales logran con tanta autenticidad. El esfuerzo de Labrakis, Hoffman, Avinash Mittur y Crawford por pulir su sonido, sin traicionar sus raíces, merece reconocimiento. Aun así, no todo es impecable, por supuesto; en "The Mystic" y "Tarmut" podrían haber arriesgado más para igualar la intensidad del resto, pero estos son detalles menores en un trabajo que rebosa pasión y compromiso. Para mí, este álbum es un tributo al metal que no necesita ser revolucionario para impactar; es una prueba de que afilar las espadas más clásicas puede ser suficiente para crear algo memorable. "Cult of the Serpent Sun" (2025) no reescribirá la historia del heavy metal, pero sí reafirma que su corazón sigue latiendo con vigor y, en un mundo saturado de modas pasajeras, eso es un logro que valoro profundamente por parte de Nite. Un disco magnífico para ser escuchado a base de birras y entre colegas, como debe ser.

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Crítica: Whitechapel "Hymns in Dissonance"

A lo largo de casi dos décadas de trayectoria, Whitechapel han representado la comercialización pura y dura del deathcore, al mismo tiempo que se han convertido en la versión más afinada del subgénero, gracias a su capacidad de adaptación. A diferencia de Suicide Silence, con su constante dependencia de los breakdowns, o de Job for a Cowboy, que abandonó el deathcore por completo, la banda de Knoxville siempre se ha apoyado en el carisma de su vocalista, Phil Bozeman (auténtico hombre-orquesta de este proyecta que tiene tintes más personales que de una banda tradicional en la que sus miembros aportan por igual), y en el ataque de tres guitarras para impulsar su evolución natural. Desde el uso de voces limpias hasta producciones más crudas, el nuevo trabajo, "Hymns in Dissonance" (2025), podría decirse que cierra un período de letras introspectivas y música que ahondaban en la polémica (cuando toca temas mucho más profundos o delicados), prometiendo un retorno a sus raíces más brutales. Y en ese sentido, cumple con creces; las vocales limpias y las letras introspectivas de "The Valley" (2019) y "Kin" (2021) han quedado atrás, dando paso nuevamente a los demoledores ritmos de antaño. Podría decirse que "Hymns in Dissonance" (2025) es la interpretación moderna del icónico "This Is Exile" (2008), y el regreso de la crítica religiosa y la brutalidad, asemejándose a "A New Era of Corruption" (2010), con la intensidad vocal de un Bozeman que entre frenéticas ráfagas de palabras desata poderosos gritos de guerra, mientras la banda ataca con renovada ferocidad.

Las transiciones entre blast beats acelerados, riffs incendiarios y pesadísimos breakdowns destacan en canciones como "A Visceral Retch" y "The Abysmal Gospel", recordando los golpes directos de "This Is Exile" (2008) en composiciones como "Hate Cult Ritual" y "Bedlam". Además, la inclusión de pasajes melódicos en "Mammoth God" y "Nothing Is Coming for Any of Us" da equilibrio a la violencia sonora y refuerza la esencia inconfundible de Whitechapel. A pesar de su energía arrolladora, el regreso a los orígenes de Whitechapel se encuentra limitado por la falta de innovación que ha caracterizado sus últimos discos, puede parecer una paradoja pero es así cuando la única novedad destacable es el uso más grueso de Bozeman en las voces. Asimismo, salvo por las dos poderosas canciones con las que cierran, ninguna canción supera la calidad de los sencillos que habían compartido, "Hymns in Dissonance" o "A Visceral Retch", mientras que algunas piezas parecen versiones menos impactantes de estas, como "Prisoner 666" y "Diabolic Slumber". En su mayoría, el álbum rinde tributo a los primeros años de la banda, acelerando la propuesta de "A New Era of Corruption" (2010), por ello, canciones como "Bedlam", "Mammoth God" y "Nothing Is Coming for Any of Us" destacan, ya que combinan brutalidad con una composición dinámica que culmina en solos elegantes y progresiones armónicas que evocan la tragedia en lugar de la simple y ramplona agresión.

Whitechapel maduraron hace tiempo, pero sigue manteniendo su furia intacta. "Hymns in Dissonance" (2025) captura todo lo que los seguidores amaron u odiaron de la banda en los 2000, sin preocuparse en convencer a los más escépticos, percibiéndose este disco como un entretenimiento; una banda disfrutando de la creación de deathcore pesado sin la carga emocional de sus dos discos anteriores. No cambiará la percepción de quienes ya tienen una opinión sobre Whitechapel, pero aquellos que añoran la época en la que Phil Bozeman parecía poseído por un perro rabioso encontrarán sangre fresca. No es su mejor disco, pero tampoco pretende serlo, tiene momentos innecesarios y algunos pasajes excesivamente repetitivos, pero invita a lanzarse al moshpit por pura nostalgia deathcoreta. En un panorama donde el deathcore depende cada vez más de arreglos sinfónicos y estructuras atonales, "Hymns in Dissonance" (2025) es un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque siga echando de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley" (2019) y los hizo dar un paso al frente.

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