"Hymns in Dissonance" de WHITECHAPEL, un regreso a sus raíces más brutales...

Un recordatorio de que la brutalidad bien hecha sigue teniendo valor, aunque echemos de menos la valentía que exhibieron en el personal “The Valley"

"The Last Will and Testament", OPETH firman una obra maestra

Los suecos siguen avanzando, labrando su propio nombre, gracias a un disco que aúna lo mejor de su carrera.

"Servitude" de THE BLACK DAHLIA MURDER

La banda supera su luto y regresa con un gran disco como es "Servitude", que sirve como punto de inflexión

"Opera" de FLESHGOD APOCALYPSE, fusionando el death metal con la lírica

El regreso de Paoli nos trae un álbum tan excesivo como delicioso por parte de italianos

"Schizophrenia" de CAVALERA

Los hermanos siguen emulando, con éxito, a Taylor Swift con sus "Cavalera's Version"

Crítica: Turnstile "NEVER ENOUGH"

En el panorama del hardcore, pocas bandas han logrado trascender los límites del género con la audacia y creatividad de Turnstile, el quinteto originario de Baltimore que ha redefinido las posibilidades sonoras del punk más ligero. Con su cuarto álbum, "NEVER ENOUGH" (2025), Brendan Yates (voz y teclados), Pat McCrory (guitarra), Franz Lyons (bajo), Daniel Fang (batería) y la nueva integrante Meg Mills (guitarra) consolidan su evolución, fusionando elementos de electrónica, pop, funk y hasta pasajes con flauta, sin perder la esencia visceral que los caracteriza. Este trabajo, que sucede al aclamado "Glow On" (2021), no solo responde a las expectativas desmesuradas tras su éxito, sino que las desafía, abrazando un espíritu de libertad creativa que refleja su ethos. Mientras que bandas como Crass usaban el punk para proclamas políticas, Turnstile, liderados por Yates, opta por letras introspectivas que abordan la superación personal y la lucha contra la soledad, manteniendo un mensaje universal. Su trayectoria, desde "Nonstop Feeling" (2015) hasta "Time & Space" (2018), ha sido un viaje de autodescubrimiento, y este nuevo disco captura esa búsqueda constante de equilibrio entre innovación y raíces hardcore. La inclusión de colaboradores como Hayley Williams, A. G. Cook y Shabaka Hutchings enriquecen la paleta sonora, aunque a veces el peso de la experimentación diluye la presencia de algunos instrumentos, como el bajo de Lyons, que queda relegado en la mezcla.

"NEVER ENOUGH" (2025) despliega una diversidad sonora en canciones como "LOOK OUT FOR ME" que muestran la ambición de Turnstile al combinar riffs contundentes con sintetizadores minimalistas, para luego transitar hacia un estilo electrónico inspirado en Jamie xx. Este tema, de casi siete minutos, es un testimonio de su capacidad para fusionar géneros sin perder cohesión, mientras que "DULL" experimenta con coros inspirados en el nu-metal y versos electrónicos glitch, probablemente gracias a la producción adicional de A. G. Cook, mientras que "TIME IS HAPPENING" abraza el pop-punk con una energía azucarada que se equilibra con un cierre ambiental. "SUNSHOWER", una de las canciones más intensas, arranca con furia pero sorprende al concluir con la mencionada flauta de Shabaka Hutchings, creando un contraste que refleja la dualidad entre caos y calma. "BIRDS” mantiene la agresividad clásica de Turnstile, con Yates y McCrory liderando la carga, aunque la ausencia de un segundo guitarrista, tras la salida de Brady Ebert en 2022, se siente en la profundidad de los riffs. "SEEIN’ STARS", con la ayuda de Hayley Williams y Devonté Hynes, parece evocar el alma de The Police, mientras que "DREAMING" introduce ritmos latinos y trompetas de BadBadNotGood, mostrando la versatilidad de Lyons y Fang en la sección rítmica. Sin embargo, la mezcla a veces opaca el bajo de Lyons, lo que resta impacto a ciertos momentos. A pesar de esto, la producción de Brendan Yates logra que cada pista, desde el pop rock de "LIGHT DESIGN" hasta el drone ambiental de "CEILING", mantenga una identidad distintiva que invita a la inmersión total.

"NEVER ENOUGH" (2025) no es solo un álbum, sino una declaración de intenciones de Turnstile, una banda que se niega a ser encasillada y que, bajo el liderazgo de Yates, abraza la vulnerabilidad y la experimentación con una sinceridad desarmante. Aunque algunos puristas del hardcore puedan lamentar la ausencia de la urgencia cruda de trabajos como "Pressure to Succeed" (2011), este disco reafirma su compromiso con la autenticidad y unos valores que se reflejan en acciones como su concierto benéfico en Baltimore antes del lanzamiento. La soledad de la fama, que Yates expresa en versos como “My head is overjoyed and this is where I wanna be, but I can’t feel a fucking thing” en "SUNSHOWER", resuena como un recordatorio de que el éxito no exime de luchas internas. La incorporación de Meg Mills, aunque no participa en la grabación, señala un nuevo capítulo para la banda, y la dirección visual de Yates y McCrory en la película que acompaña el álbum promete ampliar su universo artístico. "NEVER ENOUGH" (2025) me resulta inspirador por su valentía para trascender géneros sin sacrificar la energía catártica que define a Turnstile, un recordatorio de que el arte, como la vida, es un proceso imperfecto pero necesario y "NEVER ENOUGH" (2025) captura esa lucha con una belleza cruda y transformadora.

© 2025 Conde Draco

Crítica: Manic Street Preachers "Critical Thinking"

Recuerdo perfectamente, como si fuese ayer, cuando escuché por primera vez a los Manics, corría el año 94 y a “The Holy Bible” le sentaban como un guante aquellos años de desencanto que la Generación X supimos aguantar tan bien y los medios vendieron como parte de nuestro ser. Después llegó "Everything Must Go" (1996) y, a pesar de ser un gran álbum y el espaldarazo que fue la preciosa "A Design for Life", los Manics entraron en un terreno complaciente. “This Is My Truth Tell Me Yours” (1998) era intenso pero excesivamente blando por momentos y las letras confirmaron que el espíritu contestatario de los primeros años y el cambio de timón las había vuelto panfletarias, hasta los caminos comunes en los que parecen haberse afincado hasta ahora. James Dean Bradfield, Nicky Wire y Sean Moore, tienen talento a espuertas, llevan casi cuarenta años desafiando convenciones con su música comprometida y su evolución constante, es verdad, pero da la sensación de que, a pesar de su más que probada solvencia en estudio y la apuesta segura que son en directo, los focos hace mucho que dejaron de seguir sus pasos y tampoco pasa nada. Su decimoquinto trabajo, “Critical Thinking” (2025), publicado en febrero, se presenta como una piedrás más que sumar a su prolífica carrera, fusionando melodías pegadizas con aspiraciones a la grandeza y reflexiones sobre la sociedad actual. Lógicamente, no llega al nivel de obras maestras como “The Holy Bible” (1994) o “Everything Must Go” (1996), pero mantienen la vigencia, alternando su clásico rock de para todos los públicos con experimentos más arriesgados; el capitalismo desmedido y la decadencia política, son algunos de los temas en los que los Manics intentan poner el dedo en la llagar, aunque algunos de sus versos no terminen de convencer. 

"Critical Thinking" es un tema de new wave con un toque oscuro que evoca a INXS en sus buenos momentos. Nicky Wire toma la voz principal y recita con ironía frases trilladas sobre el mundo moderno, como “síndrome del impostor” o “vive tu verdad”, para cerrar con un grito liberador. Sin embargo, aunque comparta su visión, otras expresiones como “puertos libres” o “torres de falsedades” parecen algo forzadas e incluso infantiles, como si Bradfield y Wire intentaran abarcar demasiado en una sola canción o se hubiesen quedado sin ideas y forzado la ironía. Por otro lado, "Decline and Fall" apuesta por un rock más tradicional, con piano y una intensidad que recuerda a “This Is My Truth Tell Me Yours”(1998). La letra, que medita sobre un mundo “que ya no da más de sí”, se beneficia de la producción impecable y la entrega apasionada de James Dean Bradfield, como siempre. "Hiding in Plain Sight", con Wire nuevamente al frente, ofrece un pop-rock pegadizo que podría resonar en grandes festivales, recordando a “Generation Terrorists” (1992). En cambio, "People Ruin Paintings" sorprende con una estructura menos convencional y un ritmo bailable, mientras que "Late Day Peaks" explora influencias del pop japonés, un giro inesperado que, aunque intrigante, no encaja del todo en el álbum y no me hace perder el sueño. Canciones como "One Man Militia", inspirada en el funeral de la reina Isabel II, caen en un tono excesivamente artificial y pretenciosa con frases como “doctrina inflexible”, lo que resta fuerza emocional. Más conmovedora es "Dear Stephen", una balada introspectiva que evoca un recuerdo personal de Wire con Morrissey, destacando por su delicadeza y conexión emocional, mostrando que los Manics son más efectivos cuando priorizan lo íntimo sobre lo público.

A pesar de sus altibajos, “Critical Thinking” (2025) confirma que Manic Street Preachers sigue siendo una fuerza relevante en un panorama musical que a menudo valora más la novedad por encima de la constancia. Sean Moore brinda una base rítmica sólida, la banda entrega momentos memorables, como los coros de "Brush Strokes of Reunion", perfectos para ser coreados por multitudes. Sin embargo, el disco carece de la cohesión de trabajos previos como “Futurology”(2014) o “The Ultra Vivid Lament” (2021), y algunas letras resultan demasiado pueriles, sacrificando sutileza por claridad. En definitiva, “Critical Thinking” (2025) es un disco que, aunque no alcanza la genialidad de sus mejores obras, mantiene encendida la llama de una banda que aún tiene mensajes que transmitir, incluso cuando no encuentran el modo más preciso de hacerlo, pero sienten la eterna manía de querer dar voz a quienes ya sólo les interesan selfies y mamonadas. Será cosa del nombre...

© 2025 Conde Draco

Crítica: Volbeat "God of Angels Trust"

Es cierto que Volbeat han logrado un lugar destacado en la escena gracias a su capacidad para fusionar elementos de hard rock, groove metal, rockabilly y toques de country, creando un sonido distintivo que les ha valido un éxito comercial, aunque en este caso sí que hayan tenido que comprometer su esencia. Su noveno álbum, “God of Angels Trust” (2025), llega tras el aclamado “Servant of the Mind” (2021), un trabajo que marcó un retorno a sus raíces más pesadas aunque, en lo más personal, no me convenciese. Y es que sigo opinando que el último álbum destacable de los daneses sigue siendo “Guitar Gangsters & Cadillac Blood” (2008), culpando a su éxito como único detonante de la gira eterna en la que Poulsen parece haber vivido los últimos quince años, el agotamiento físico y creativo y los cambios en su formación. En “God of Angels Trust” (2025) nos encontramos a Poulsen, junto al baterista Jon Larsen y el bajista Kaspar Boye Larsen, centrados en un enfoque más instintivo, abandonando estructuras convencionales de composición para entregar un trabajo que, aunque no sea revolucionario, mantiene la energía característica de la banda. Y he aquí el primer punto negativo de un álbum que suena fantástico pero en el que Volbeat juegan en un terreno seguro, lo que genera un álbum que, aunque es sólido, no siempre alcanza las alturas de sus mejores momentos, La ausencia del guitarrista Caggiano (un guitarrista que nunca terminé de asimilar a Volbeat), quien dejó la banda en 2023, se siente en ciertos pasajes, aunque Flemming C. Lund (también integrante de Asinhell) aporta vibrantes solos que enriquecen el sonido de la banda, convirtiendo a “God of Angels Trust” (2025) en un esfuerzo que equilibra la familiaridad con algunos destellos de frescura, pero su duración más corta y ciertas inconsistencias impiden que alcance el estatus de obra maestra.

“Devils Are Awake” arranca el álbum, un tema que irrumpe con un riff thrashy que recuerda a Metallica, estableciendo un tono agresivo que garantiza el retorno a los orígenes más crudos de Volbeat, similares a los de “Guitar Gangsters & Cadillac Blood” (2008). Poulsen canaliza toda la energía visceral de aquellos momentos en su voz, en ese intento eterno por evocar a James Hetfield y Elvis Presley, aunque a mí me irrite en sobremanera y lo asemeje más a un tirolés hipertrofiado. “By a Monster’s Hand”, el primer sencillo, mantiene esta intensidad con un ritmo de medio tiempo y un solo de guitarra de Lund que brilla por su precisión. Sin embargo, “Acid Rain” baja el ritmo con un enfoque más melódico, casi de balada, que resulta agradable pero algo predecible, reminiscente de los momentos más facilones de “Seal the Deal & Let’s Boogie” (2016). Por otro lado, “Demonic Depression” sorprende con su ferocidad, combinando blastbeats y furiosos riffs que bien podrían encajar en un disco de groove de bajo octanaje, mientras que “In the Barn of the Goat Giving Birth to Satan’s Spawn in a Dying World of Doom” destaca por su título extravagante y su mezcla de riffs sabbathianos con un toque de psicodelia rockabilly. Larsen demuestra su versatilidad en la batería, adaptándose a los cambios de tempo con facilidad. Sin embargo, canciones como “At the End of the Sirens” se extienden más de lo necesario y “Time Will Heal”, aunque emocional, se siente algo genérica, con un aire pop que recuerda a bandas como The Killers, por increíble que parezca. “Better Be Fueled Than Tamed” recupera la fuerza con riffs robustos, pero el cierre con “Enlighten the Disorder (By a Monster’s Hand Part 2)” no logra destacar, sin añadir nada al conjunto.

En términos generales, “God of Angels Trust” (2025) es un álbum que cumple con las expectativas de los seguidores de Volbeat, ofreciendo una mezcla de su sonido característico con algunos guiños a sus influencias más pesadas. La producción de Jacob Hansen, colaborador de larga recorrido, asegura un acabado pulido, aunque la rapidez con la que se grabó el disco —en apenas cinco semanas— deja algunos momentos que carecen de profundidad en el apartado lírico. Comparado con “Beyond Hell/Above Heaven” (2010), que marcó un pico creativo, este trabajo se siente menos ambicioso, aunque más enfocado que “Rewind, Replay, Rebound” (2019). La voz de Poulsen sigue siendo lo más característico, cargada de carisma, y el trabajo rítmico de Jon Larsen y Kaspar Boye Larsen sostiene la energía del álbum. No obstante, la falta de riesgo y algunos temas que no logran enganchar del todo hacen que el disco no alcance el nivel de sus obras más memorables, quedándose a medio camino entre la grandeza y la comodidad.

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Crítica: Katatonia “Nightmares as Extensions of the Waking State”

Hace poco, pasé por una de mis famosas ‘fases Katatonia’ en las que, cada cierto tiempo, me sumerjo y escucho toda su discografía, como si no hubiese un mañana y sólo existiese la banda de Renkse en el mundo. Es algo que me suele ocurrir muy a menudo y es que en mi dieta musical, paso por períodos de obsesión por una u otra banda que, durante esas fiebres, se me antoja indispensable para vivir. Quizá sea por eso que, tras ser testigo una vez más de la evolución desde sus inicios en los años noventa, y su cambio de un sonido death-doom hacia un estilo más atmosférico y emocional, me sienta especialmente crítico con este, su decimotercer álbum, "Nightmares as Extensions of the Waking State" (2025), editado por Napalm Records, que representa una continuación lógica de su predecesor "Sky Void of Stars" (2023), manteniendo la esencia de un grupo que no busca complacer a los nostálgicos como yo, sino explorar su propia visión. La salida de Anders Nyström y Roger Öjersson, figuras clave en la historia de la banda, podría haber alterado su rumbo, pero Renkse, junto a los nuevos guitarristas, Nico Elgstrand y Sebastian Svalland, mantiene firme el timón, lo que me lleva a pensar que él es el único responsable de los últimos años de Katatonia, con sus aciertos pero también sus errores . La producción, a cargo del propio Renkse, con grabaciones de Lawrence Mackrory y mezcla de Adam Noble, ofrece un sonido pulido que resalta el habitual contraste entre intensidad y quietud, aunque semejante truco de magia ya no logre sorprender como sí ocurría hace años. Y es que este trabajo, sin ser un punto de inflexión en su carrera, reafirma la capacidad de Katatonia para conjugar melancolía y peso sonoro, pero también cae en fórmulas predecibles que limitan su impacto. La incorporación de elementos como coros y teclados, junto a la bonita y evocadora voz de Renkse, mantiene la atmósfera característica del grupo, pero no siempre alcanza la profundidad emocional de sus obras más icónicas como "Brave Murder Day" (1996) o "Viva Emptiness" (2003).

"Nightmares as Extensions of the Waking State" (2025) presenta una mezcla de dinamismo y reflexión, con momentos que brillan por su ejecución, aunque no todos los temas logren destacar individualmente. La canción inicial, "Thrice", abre con una explosión de batería a cargo de Daniel Moilanen, que da paso a un tema robusto y con la clara intención de convertirse en una especie de himno, evocando la intensidad de trabajos anteriores, pero con un enfoque más contemporáneo gracias a los arreglos de Elgstrand y Svalland. Por su parte, "Lilac", el primer sencillo, destaca por sus versos serpenteantes y una melodía que, aunque reminiscente de los Katatonia de siempre, se siente fresca y con la magia suficiente como para convertirse un pilar en su próxima gira. "Temporal", otro punto alto, equilibra fragilidad y fuerza, con intensos versos que culminan en un coro emocionalmente cargado, mostrando la habilidad de Renkse para tejer paisajes sonoros capaces de atrapar al oyente, aunque sea un viejo amigo habitual de la banda y no tenga la inocencia de las nuevas audiencias. Sin embargo, composiciones como como "Departure Trails" y "Warden" tienden a diluirse en una fórmula repetitiva, con estructuras que, aunque bien ejecutadas (faltaría más), no aportan nada al conjunto. "Wind of no Change", con su uso de texturas electrónicas y coros, intenta llevarnos a ambientes ceremoniales, pero no siempre logra la trascendencia que promete. Más interesante es "Efter Solen", cantada en sueco, que con su instrumentación minimalista rinde homenaje al ethos de la banda, evocando ecos literarios de Jonas Eika. Finalmente, "The Light Which I Bleed" resalta el talento de Moilanen en la batería, con un ritmo que alterna sutileza y groove, apoyado por una producción natural grabada en una iglesia. Aunque el álbum tiene momentos inspirados, la segunda mitad pierde algo de fuelle, repitiendo patrones que restan frescura.

Así, "Nightmares as Extensions of the Waking State" (2025) es un esfuerzo sólido que refleja la comodidad de Jonas Renkse con la dirección actual de Katatonia, pero no logra posicionarse como uno de sus mejores trabajos. La banda, completada por Niklas Sandin en el bajo y los nuevos guitarristas, mantiene su capacidad para evocar paisajes sonoros de belleza sombría, pero la falta de riesgo puede decepcionar a quienes esperaban un giro más audaz tras la salida de Nyström o, por lo menos, adivinar si era culpa de uno u otro el callejón creativo sin salida en el que Katatonia parecían haberse metido. Canciones como "Thrice", "Lilac" y "Temporal" muestran destellos de la genialidad que ha convertido a la banda en un referente, pero la uniformidad de algunos temas y la dependencia en fórmulas conocidas impiden que el álbum alcance la grandeza de clásicos como "Discouraged Ones" (1998) o "Last Fair Deal Gone Down" (2001). A pesar de esto, la calidad técnica, con un trabajo impecable de Robin Schmidt, y la coherencia estilística aseguran el éxito de un álbum que parece confeccionado como una receta. Para los seguidores de última hornada este álbum ofrece lo que esperan: melancolía progresiva bien elaborada, aunque no exenta de cierta previsibilidad. Para quienes anhelan un retorno a la crudeza de sus orígenes o, por lo menos, mitad y mitad y una reinvención más radical, "Nightmares as Extensions of the Waking State" (2025) es tan efectivo como previsible, un paso sobreseguro que no suma pero tampoco espanta.

© 2025 Conde Draco

Crítica: Rivers of Nihil "Rivers of Nihil"

Rivers of Nihil han afianzado su posición en la escena del death metal progresivo, y su nuevo álbum homónimo parece destinado a ser un momento decisivo para la banda. Tras la salida del vocalista Jake Dieffenbach en 2022, el grupo ha enfrentado cambios significativos en su alineación. Adam Biggs, hasta entonces bajista y vocalista secundario, ha asumido el rol de frontman, mientras que Andy Thomas, proveniente de Black Crown Initiate, suma su destreza en la guitarra y las voces. Por su parte, Brody Uttley, el principal arquitecto musical, ha buscado fusionar la esencia de los discos previos de la banda, combinando la intensidad técnica de “The Conscious Seed of Light” (2013) y “Monarchy” (2015) con la audacia experimental de “Where Owls Know My Name” (2018) y “The Work” (2021). El título del álbum, “Rivers of Nihil” (2025), parece reflejar una reinvención, un regreso a sus orígenes y, al mismo tiempo, un intento de avanzar en su evolución sonora. No obstante, el resultado es irregular, con momentos brillantes opacados por ciertas carencias.

El álbum, compuesto por diez pistas, busca un equilibrio entre la brutalidad del death metal y los matices progresivos, aunque con un resultado desigual. Por ejemplo, “The Sub-Orbital Blues” brilla por su dinamismo arrollador, con Jared Klein magnífico tras los parches y un enfoque melódico que recuerda los mejores instantes de la banda. Las voces de Andy Thomas, con su tono melódico, se complementan con los guturales de Adam Biggs, y un solo de saxofón interpretado por Patrick Corona añade un toque distintivo, aunque a veces parece forzado. Canciones como “Water & Time” y “House of Light” destacan en el lado progresivo, con coros emotivos y un balance entre pasajes delicados y momentos de gran intensidad. Sin embargo, temas como “American Death” resultan decepcionantes, con un estribillo poco memorable que evoca influencias de Mushroomhead, y “The Logical End”, pese a incluir un solo de saxofón atractivo pero algo fuera de lugar, cae en la repetición monótona. Canciones como “Dustman” y “Criminals” conservan la fuerza técnica, pero les falta la chispa que define los puntos álgidos del disco, lejos de los momentos cumbre de la discografía de Rivers of Nihil. La segunda mitad del álbum, con la excepción de “House of Light”, pierde ímpetu, con ritmos más pausados y coros que no logran enganchar, sugiriendo una falta de cohesión en ciertos tramos.

En mi opinión, “Rivers of Nihil” (2025) es un trabajo ambicioso que no alcanza el nivel de obras previas como “Where Owls Know My Name” (2018). La llegada de Andy Thomas y la transición de Adam Biggs como vocalista principal aportan un aire renovado, pero la apuesta por simplificar las estructuras progresivas en favor de riffs más reiterativos y ritmos industriales no siempre funciona, dejando una sensación de avance a medias y una nostalgia por los elementos que hicieron brillar discos anteriores. Canciones como “The Sub-Orbital Blues” y “House of Light” muestran el potencial de esta nueva formación, pero la inconsistencia de la segunda mitad del álbum, junto con la falta de frescura en temas como “American Death”, genera la impresión de una oportunidad desaprovechada. Rivers of Nihil se encuentra en una encrucijada: podrían desarrollar aún más el enfoque progresivo de “Water & Time” o abrazar la energía cruda de “The Sub-Orbital Blues”, pero deberán evitar la falta de creatividad que afecta a pistas como “The Logical End”. Como fan de sus trabajos anteriores, esperaba un disco más impactante. Aun así, “Rivers of Nihil” (2025) no decepcionará a los seguidores más leales, aunque es poco probable que conquiste a nuevos oyentes o convenza a los más escépticos. El camino que tome la banda dependerá de cómo logren integrar su legado con las ideas frescas que esta nueva alineación parece querer ofrecer.

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Crítica: The Haunted "Letters of Last Resort"

Siempre me han dado un poco de rabia dos cosas de The Haunted; la primera, que no hayan tenido la misma repercusión que At The Gates, a pesar haber grabado auténticos clásicos y la segunda, haber perdido por el camino a Peter Dolving, con todos mis respetos hacia Marco, claro está. Pero The Haunted, formados en 1996 tras la disolución de At The Gates, han sabido forjar una carrera marcada por su capacidad para fusionar thrash con elementos de death metal melódico, creando un sonido distintivo que combina agresividad y precisión. Con su décimo álbum de estudio, "Songs of Last Resort" (2025), lanzado a través de Century Media Records, el grupo liderado por Marco Aro y Patrik Jensen regresa tras un descanso de ocho años desde "Strength in Numbers" (2017), un álbum inspirado en “las cartas de última instancia" del Reino Unido —instrucciones secretas para comandantes de submarinos nucleares en caso de un colapso gubernamental—, que refleja una madurez lírica y musical que aborda temas oscuros como la guerra, la destrucción y la desesperanza. Grabado por Oscar Nilsson en Studio Bohus, las pistas vocales a cargo de Björn Strid en The Cellar Studio y mezclado por el genial Jens Bogren en Fascination Street Studios, "Songs of Last Resort" (2025) destaca por una producción pulida y la colaboración visual de Andreas "Diaz" Pettersson. The Haunted, con una trayectoria que incluye discos icónicos como su debut homónimo (1998) y experimentos como "The Dead Eye" (2006) y mi favorito "Unseen" (2011), que no es representativo de la banda, dividió a sus seguidores pero catorce años después sigo escuchando y disfrutando, demuestran con este lanzamiento que su energía y relevancia permanecen intactas, desafiando las expectativas de una banda con casi tres décadas de historia, que se dice pronto.

El álbum "Songs of Last Resort" (2025) despliega una intensidad feroz desde su apertura con "Warhead", una pieza que, según Patrik Jensen, nació de un riff tan poderoso que lo obligó a dejar su trabajo para grabarlo de inmediato. Esta canción, con su crítica visceral a la beligerancia de los líderes mundiales, combina riffs herederos del thrash con efectos sonoros creados junto a Örjan Örnkloo, estableciendo el tono agresivo que nos acompañará a lo largo del disco. "In Fire Reborn", descrita por Marco Aro como un retorno al sonido clásico de The Haunted, con un ritmo en 6/8 y un coro compuesto por Jonas Björler que la convierte en un potencial himno para el directo, mientras que "Death to the Crown", con Ola Englund brillando, refleja una frustración universal contra el abuso de poder en una canción repleta de energía que conectará con su público en directo. Por otro lado, "Collateral Carnage" reduce el tempo, pero mantiene la pesadez con melodías melancólicas que evocan un campo de batalla, culminando en un riff demoledor que promete devastar cualquier cuello en sus conciertos. "Labyrinth of Lies" adopta un enfoque más lento y amenazante, rindiendo homenaje al drama del metal tradicional, mientras que "To Bleed Out" y "Unbound" destacan por su cadencia y groove, con influencias de Motörhead y hardcore. El último disparo, "Letters of Last Resort", se aparta de la brutalidad con un diseño sonoro diferente y una voz en off que crea una atmósfera inquietante, equilibrando experimentación con riffs de alta calidad. Canciones como "Hell Is Wasted on the Dead" y "Through the Fire" mantienen la velocidad y agresividad, mientras que "Blood Clots" y "Salvation Recalled" ofrecen contrastes dinámicos, mostrando la versatilidad del batería Adrian Erlandsson y Jonas Björler.

Tras un largo intervalo desde "Strength in Numbers" (2017), "Songs of Last Resort" (2025) reafirma a The Haunted como una fuerza imponente en el metal melódico. A pesar de los desafíos, como la cancelación de sesiones de grabación en 2021 debido a problemas de salud, el álbum captura una banda rejuvenecida, como señaló Jensen, quien ya trabaja en material para un próximo disco. La espera de ocho años valió la pena, ya que este trabajo no solo satisface a los seguidores de sus primeros álbumes, como "The Haunted" (1998), sino que también atraerá a nuevas audiencias gracias a su producción. La colaboración con profesionales como Jens Bogren y Patric Ullaeus en los videos de "Warhead", "In Fire Reborn" y "Death to the Crown" eleva aún más la experiencia, haciendo de este álbum un hito en la discografía de los suecos. Personalmente, valoro la capacidad de The Haunted para equilibrar brutalidad con momentos melódicos y experimentales en un álbum que no solo es un testimonio de la resistencia de la banda, sino también una invitación a los oyentes a enfrentar las realidades más oscuras de nuestro mundo con la misma furia y pasión que Marco Aro, Patrik Jensen, Ola Englund, Jonas Björler y Adrian Erlandsson plasman en cada nota.

© 2025 Lord of Metal
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Crítica: Swans “Birthing”

Desde su formación en 1982, Swans, liderados por Michael Gira, han forjado un legado musical que desafía cualquier etiqueta, influyendo en géneros como el noise rock, no-wave, industrial, sludge, post-punk y post-rock, y dejando su huella en bandas tan diversas como Godspeed You! Black Emperor, Neurosis, Godflesh, Nirvana y Tool (siendo habitual que Maynard los mencione en más de una ocasión). Con diecisiete álbumes de estudio, ocho EPs y diez discos en directo, la banda ha explorado un espectro sonoro que combina lo visceral con lo sublime, creando una experiencia que, según palabras de Gira, refleja la dualidad de los cisnes: “criaturas majestuosas y de apariencia hermosa, pero con temperamentos realmente feos”. Su decimoséptimo álbum, “Birthing” (2025), marca el supuesto cierre de la era de sonido expansivo que caracterizó su renacimiento en el nuevo milenio, ofreciendo una obra que, aunque no alcanza la monumentalidad de su trilogía formada por “The Seer” (2012), “To Be Kind” (2014) y “The Glowing Man” (2016), reafirma su capacidad para tejer paisajes sonoros hipnóticos y perturbadores. “Birthing” (2025), desarrollado en gran parte durante la gira de 2023 y 2024, y grabado con músicos como Phil Puleo, Kristof Hahn y Dana Schechter, captura la esencia de Swans: una mezcla de repetición obsesiva, texturas acústicas y una intensidad que oscila entre lo espiritual y lo profano, cuando no busca ser accesible, sino sumergir al oyente en un viaje de casi dos horas que alterna entre la disonancia y momentos de belleza frágil, consolidando su lugar en el catálogo de la banda como un testimonio de su inquebrantable personalidad.

“Birthing” (2025), compuesto por siete canciones, presenta una paleta de colores que combina la crudeza industrial con pasajes más orgánicos y acústicos, manteniendo su toque característico. “I Am a Tower” abre con una atmósfera densa, donde la voz de Michael Gira, con su tono de barítono salvaje, se entrelaza con líneas de bajo y riffs que evocan una jam session, mientras que en el apartado lírico aborda un tono político que algunos interpretan como una crítica a Trump. Por su parte, la canción principal, “Birthing”, destaca por la colaboración de Jennifer Gira, cuya etérea voz contrasta con guitarras repletas de distorsión y percusiones monstruosas, creando un efecto inquietante que recuerda más a un ritual que las clásicas canciones de Swan y sus coetáneos. “Guardian Spirit” mezcla disonancias con melodías de piano que, junto a la voz de Jennifer, producen un ambiente de calma inquietante, mientras que “The Merge” se sumerge en un caos de free jazz e industrial, con la batería de Timothy Wyskida y un saxofón soprano que intensifican la sensación de pesadilla, destacando como el momento más experimental del disco. “The Healers” y “(Rope) Away” exploran crescendos ambientales e instrumentales, mientras que “Red Yellow”, compuesta al completo en el estudio, ofrece una textura más minimalista, con el mellotron de Larry Mullins aportando un toque melancólico. La repetición, un pilar en la obra de Swans, se utiliza aquí para mutilar la percepción de la realidad entre pasajes hipnóticos y accesibles, aunque siempre con un trasfondo de tensión que desafía al oyente a permanecer atento.

A pesar de su intensidad y riqueza, “Birthing” (2025) no logra eclipsar la magnitud de la trilogía de los 2010, que muchos consideran el pináculo creativo de Swans. Comparado con la densidad monolítica de “The Seer” (2012) o la narrativa épica de “To Be Kind” (2014), este álbum parece una evocación de esas cumbres, como la lluvia de ceniza que sucede tras una explosión. Sin embargo, su valor radica en su capacidad para capturar la esencia de Swans y es la creación de atmósferas que tienen tanto de desafío como de invitación a la introspección. Personalmente, encuentro que “Birthing” (2025) es un recordatorio de por qué esta banda sigue siendo relevante; cuando no busca complacer, sino desafiar, obligando al oyente a enfrentarse a sus propios límites musicales. La colaboración de músicos como Norman Westberg y Christopher Pravdica añade capas de profundidad, pero es la visión de Gira la que sigue siendo el núcleo de esta experiencia. Aunque no todas las canciones justifican su duración, momentos como “The Merge” y los coros de “Birthing” permanecen en la memoria, demostrando que, incluso en su supuesta despedida de los “grandes sonidos”, Swans sigue siendo una fuerza única. Este álbum no es para todos, pero para quienes se aventuren en su abismo, ofrece una experiencia que, aunque pueda resultar agotadora, es profundamente transformadora.

© 2025 Lord James

Crítica: Arcade Fire "Pink Elephant"

La banda canadiense liderada por Win Butler y Régine Chassagne, ha marcado una trayectoria que los llevó de ser íconos del indie rock en la década de primeros de los dos mil a defenderse de críticas y controversias en los últimos años. Y es justo ahora que su séptimo álbum, “Pink Elephant” (2025), llega en un contexto igual complicado tras las acusaciones de conducta sexual inapropiada contra Butler hace tres años, lo que ha ensombrecido la percepción pública del grupo cuando teloneros abandonaban la oportunidad y seguidores pedían la cancelación de la banda, situándolos en la picota. “Pink Elephant” (2025), coproducido a medias por Butler, Chassagne y Daniel Lanois, se presenta como un ejercicio de introspección y contención, alejándose del esplendor épico de trabajos como “Funeral” (2004) o “The Suburbs” (2010), aunque muestre algunos destellos de la emotividad que los hizo célebres, “Pink Elephant” (2025) carece de la chispa y cohesión que definieron sus mejores momentos, resultando en un trabajo que, si bien no decepciona por completo, no logra recuperar el lustre de antaño cuando la banda parece atrapada en un esfuerzo por redimirse sin comprometerse del todo con su característica intensidad emocional, lo que genera un álbum que se siente más como un paso intermedio que como un regreso triunfal, un álbum medio que tiene la difícil misión de servir de puente.

“Open Your Heart or Die Trying”, un instrumental de tres minutos que promete un reinicio espiritual pero que termina diluyéndose, deja la sensación de redundancia, de haber sido escuchada con anterioridad. “Year of the Snake”, el sencillo principal, comienza con Win Butler apenas audible, acompañado por la voz cálida de Régine Chassagne en un coro que evoca el cambio de estación y, aunque la canción se crece hacia un clímax, su contención inicial refleja la cautela general de “Pink Elephant” (2025). “Ride or Die” destaca como el tema más conmovedor, con Butler cantando sobre una guitarra sutil: “Podría trabajar en una oficina, tú podrías ser camarera” en una simplicidad lírica que, aunque arriesgada y potencialmente cursi, transmite una vulnerabilidad que resuena en los orígenes de la banda. En contraste, “I Love Her Shadow” no termina de cuajar, con letras que aluden a cicatrices permanentes y conexiones idealizadas, lo que, en el contexto de las acusaciones contra Butler, suena fuera de lugar y, para muchas personas, carente de autocrítica, hurgando más aún en la heridad de manera innecesaria. “Alien Nation” busca un giro industrial con influencias de Reznor, pero su letra no termina de noquearnos, mientras que “Stuck in My Head” cierra con un Butler gritando “¡Limpia tu corazón!”, un mantra que busca la catarsis pero que no alcanza la fuerza de himnos pasados como “Rebellion (Lies)” de “Funeral” (2004), por no mencionar los innecesarios interludios ambientales, que muestran a la banda experimentando, pero sin la magia que los hacía únicos.

A pesar de sus altibajos, “Pink Elephant” (2025) no es un fracaso rotundo. Hay momentos en los que Butler y Chassagne, me recuerdan su capacidad para emocionar, como en los coros de “Circle of Trust” o la melancolía pastoral de “Ride or Die”. Sin embargo, el disco se siente como un esfuerzo contenido, como si Arcade Fire tuvieran miedo de desatar la grandeza que los caracterizó en “Neon Bible” (2007) e incluso “Reflektor” (2013). La producción de Daniel Lanois, aunque evoca la atmósfera expansiva de sus mejores y más famosas colaboraciones con U2, no logra elevar el material más allá de lo funcional. Personalmente, como alguien que ha admirado la habilidad de Arcade Fire para transformar las emociones más humanas y crudas en himnos colectivos, “Pink Elephant” (2025) me deja un sabor agridulce. Es un recordatorio de su talento, pero también de cómo las sombras del pasado y la falta de riesgo pueden opacar incluso a los más grandes, cuando este no marca el final de Arcade Fire, pero sí plantea dudas sobre si aún tienen la chispa para reverdecer los laureles o si, por ahora, están condenados a vivir en su propia sombra, buscando redención sin encontrarla del todo.

© 2025 Jim Tonic

Crítica: Sleep Token "Even In Arcadia"

Aquí no hay duda alguna, pocas personas habrán defendido tanto a Sleep Token desde “Sundowning” (2019), con “This Place Will Become Your Tomb” (2021) y el excelente “Take Me Back to Eden” (2023) como es mi caso, pero lo ocurrido con “Even in Arcadia” (2025) es, claramente, lo que hemos visto una y otra vez en el mundo de la música; y son esas bandas que aprovechan con rapidez el tirón de su mejor momento y reciclan los restos fríos de la cena de la noche anterior, para llenar un álbum que toma parte de la inspiración pasada pero que, a la larga, se sentirá como una transición. “Even in Arcadia” (2025) es un buen disco, con una producción estupenda pero tengo sentimientos encontrados; por un lado, las canciones se sienten menos trabajadas que en el anterior álbum, cuando se repiten una y otra vez las mismas estructuras, cuando los trucos de prestidigitador que descubrieron que funcionaban en “This Place Will Become Your Tomb” (2021) y exprimieron en el siguiente, aquí se sienten forzados, mientras que, por otro lado; cuando escucho este disco no percibo la sensación orgánica del anterior por el que todas las canciones fluían de manera natural y sus crescendos y cambios de ánimo llegaban de una manera lógica, mientras que en las canciones de este álbum hay exceso de azúcar y cuando llega el característico golpe de metal, se siente forzado y de un genérico que asusta. Por último, lo que de verdad me ocurre con “Even in Arcadia” (2025) es que no tengo muy claro cuánto hay de trabajo en el local de ensayo, sobre el papel componiendo y cuánto en el estudio durante la producción; da la sensación de que este álbum tiene más de papel celofán que de chocolate en su interior y parte del peso reside en unas letras que, por desgracia, recorren caminos comunes y orbitan entre el melodrama adolescente y la queja existencial por una fama supuestamente no buscada y su repercusión. Escribiré una vez más lo mismo que llevo diciendo años, si uno no quiere repercusión no echa un número en la lotería de la música y realiza giras repletas de pirotecnia y una imagen llamativa, se hace reponedor o cajero de un súper (con todos mis respetos hacia estos, que estoy convencido que leen este humilde blog con fruición).

Pero, en definitiva, Sleep Token han consolidado su reputación como un fenómeno en la escena musical moderna gracias a su habilidad para fusionar géneros dispares como el metal, el post-rock, el trip-hop y el pop con una naturalidad que desafía las etiquetas convencionales y echa para atrás a muchos otros. "Even In Arcadia" (2025) marca su debut con el sello RCA Records con diez canciones que reflejan los puntos fuertes de la banda pero también algunos de sus puntos débiles, ofreciendo una experiencia que, aunque ambiciosa y emocionalmente intensa, no siempre logra mantener el equilibrio necesario entre su diversidad estilística y la cohesión narrativa. Y es que la propuesta de Sleep Token, apoyada en la percusión precisa de II y la producción envolvente, sigue siendo un imán para una generación de veinteañeros que busca sonidos supuestamente innovadores, sin embargo, "Even In Arcadia" (2025) a veces se siente atrapado en su propia ambición, con transiciones que no siempre fluyen con la naturalidad esperada. 

"Look To Windward” encapsula en sus ocho minutos la esencia de Sleep Token; una introducción suave con cuerdas enlatadas que evocan calma, seguida de un estallido de metal con la garganta visceral de Vessel y los típicos riffs contundentes de la banda, antes de regresar a un estado más sereno con los ritmos electrónicos marca de la casa. Una canción que, aunque rica en texturas, sufre de transiciones algo abruptas, todo lo contrario que "Emergence", y su enfoque sobresaliente, combinando pasajes delicados con una intensidad propia del djent, pero suavizada hasta convertirla en un bocado accesible para un público más amplio y menos veterano, logrando un equilibrio que la posiciona como uno de los puntos álgidos del disco. "Caramel", segundo sencillo, mezcla melodías frágiles con ritmos pesados, donde la voz de Vessel transita entre la vulnerabilidad y una fuerza cruda, aunque su intento de emular el flow del rap se siente forzadísimo, mientras que "Damocles", opta por un enfoque más introspectivo, con una primera mitad minimalista que cede paso a un crescendo de batería y acordes pesados, reflejando esa lucha interna que Vessel plasma en sus letras. El tema homónimo, "Even In Arcadia", se distingue por su simplicidad, con un piano que sostiene una atmósfera casi espiritual, mientras que "Provider" da un mayor protagonismo a los sintetizadores, evocando un tono solemne pero también dinámico, logrando otro acierto. Sin embargo, canciones como "Past Self" o "Dangerous" tienden a prolongar el ascenso al clímax, lo que puede agotar al oyente antes de llegar a él, evidenciando la debilidad de Sleep Token en la economía narrativa del álbum cuando, en conjunto, las composiciones muestran su versatilidad, pero la falta de concisión en algunos momentos diluye el impacto general de un álbum que, para colmo, también parece mal secuenciado.

A pesar de sus altibajos, "Even In Arcadia" (2025) logra la fotografía de Sleep Token en ese citado momento de transición, consolidando su ascenso, aunque sin dar un paso de gigante. La habilidad de Vessel y II para entrelazar géneros dispares sigue siendo su mayor fortaleza, atrayendo a un público que valora la experimentación y la emoción cruda o eso quiero creer. Sin embargo, el álbum podría haberse beneficiado de una mayor precisión en su estructura, ya que algunos temas se extienden más de lo necesario, sacrificando la intensidad por la exploración, además del mencionado orden de las canciones. La producción es impecable en su ejecución, subraya esa ambición de la banda, pero también pone en evidencia su intento de abarcar demasiado, lo que puede alienar a quienes buscan un enfoque más directo. Personalmente, encuentro que "Even In Arcadia" (2025) brilla en sus momentos más vulnerables (como en el tema principal) donde la simplicidad permite que la emoción de Vessel conecte con mayor profundidad y, aunque no alcance la cohesión de "Take Me Back To Eden" (2023), sigue siendo un álbum digno con buenos momentos.

© 2025 Conde Draco

Crítica: The Darkness “Dreams on Toast”

The Darkness han regresado con su octavo álbum de estudio, "Dreams on Toast" (2025), un trabajo que consolida su lugar en el panorama del rock con una mezcla de su característico humor, riffs potentes y una energía que no decae. Desde su explosivo debut con "Permission to Land" (2003), el cual pude disfrutar en directo hace más de veinte años, que los catapultó a la fama con singles como "I Believe in a Thing Called Love" o “Growing On Me”, el cuarteto de Lowestoft ha navegado por altibajos, incluyendo una separación tamporal y un regreso triunfal documentado en “Welcome to the Darkness” (2023). "Dreams on Toast" (2025), producido por el Dan Hawkins, llega tras el peculiar "Motorheart" (2021), y aunque no alcanza las cotas de algunos de sus primeros discos, sí ofrece momentos de diversión y creatividad que demuestran que la banda sigue siendo fiel a su esencia glam-hard rock con un toque de autoparodia, cuando este nuevo álbum combina lo familiar con lo inesperado, equilibrando la extravagancia de Justin Hawkins con una introspección ocasional, todo envuelto en un paquete de poco más de media hora que, sin ser revolucionario, mantiene el espíritu festivo de la banda. Sin embargo, he de ser sincero, disfruto mucho de sus singles y algún que otro tema suelto, pero no me ocurre lo mismo con el conjunto del álbum. 

“Rock and Roll Party Cowboy" descorcha la fiesta, una canción que Justin Hawkins describe como una sátira de los clichés del rock, con un subtexto que desafía la masculinidad tóxica del género; y la verdad es que logra confundirme por su contrasentido. Temas aparte, su riff me recuerda ligeramente a "Keep Yourself Alive" de Queen, es pegadiza y las letras que enumeran accesorios como “chaqueta de cuero” y “Harley-Davidson”, culminan en un pareado hilarante: “Soy un vaquero fiestero del rock’n’roll. Y no voy a leer a Tolstói” o, lo que es lo mismo; cómo desmontar un tópico con humor, ahondando en más tópicos. "I Hate Myself" introduce un tono más introspectivo, con Justin cantando sobre el autodesprecio, respaldado por un riff que evoca a Status Quo y un toque de metales que añade un toque glam. "Hot on My Tail", por su parte, sorprende con un giro country, transformando lo que podría ser una canción de AC/DC con un piano honky-tonk, mostrando la versatilidad de Dan en la producción. "Mortal Dread", con un riff que homenajea descaradamente a "Shoot to Thrill" de AC/DC, aborda el paso del tiempo, mientras que "Don’t Need Sunshine" cambia el rumbo hacia un pop suave con armonías más cercanas a Queen, aunque carece de la fuerza de otros cortes. "The Longest Kiss", con su aire beatliano, narra una historia romántica con un toque de humor y "Cold Hearted Woman", otro guiño country con violín, explora el desamor con un tono más melancólico. "Walking Through Fire" destaca por su honestidad, con Justin y Dan Hawkins reflexionando sobre la lucha de seguir haciendo música por pura pasión: “Solo lo hacemos porque es divertido. Ni siquiera creo que mi madre comprase el último álbum”. Finalmente, "Weekend in Rome", una balada acústica con arreglos de cuerda, cierra el álbum con una nota emotiva, aunque algo fuera de lugar.

En términos generales, "Dreams on Toast" (2025) es un esfuerzo sólido pero no excepcional. La banda, completada de los Hawkins con Frankie Poullain y Rufus Taylor, sigue siendo un torbellino en directo y este álbum captura parte de esa energía, pero no logra el impacto de sus primeros trabajos, además de sentirse a Justin más bajo de tono, lejos de sus momentos más histriónicos tras el micro. Los momentos más brillantes, como "Rock and Roll Party Cowboy" y "Walking Through Fire", muestran que Justin y Dan Hawkins aún tienen chispa creativa, pero otros como "Don’t Need Sunshine" se sienten algo forzados y genéricos. La producción de Dan es impecable y la voluntad de experimentar con géneros como el country es admirable, aunque no siempre den en la diana. The Darkness siguen trayendo diversión desenfadada y, aunque "Dreams on Toast" (2025) no sea su mejor obra, es un recordatorio de que su amor por el rock sigue intacto, aunque ni siquiera su madre compre ya sus discos, como ellos mismos dicen.

© 2025 Conde Draco

Crítica: Ghost Bath "Rose Thorn Necklace"

Para mí, Ghost Bath supuso una de las más grandes decepciones musicales de los últimos años, primero en estudio y después en directo, cuando descubrí que no había chicha alguna tras verlos en sus dos últimas giras; sin embargo, la banda liderada por Dennis Mikula (conocido como Nameless), parece haber consolidado su lugar en la escena del post-black metal con una propuesta que desafía etiquetas estrictas. Su quinto álbum, "Rose Thorn Necklace" (2025), llega tras un periodo de introspección y dificultades personales para Mikula, quien canaliza experiencias de depresión y aislamiento en este trabajo publicado bajo el todopoderoso sello Nuclear Blast, desmarcándose de la trilogía conceptual formada por "Moonlover" (2015), "Starmourner" (2017) y "Self Loather" (2021), apostando por una exploración más visceral y atmosférica que, aunque no reinvente el género, combina la intensidad característica del black metal con melodías melancólicas y texturas góticas, logrando momentos de belleza inquietante. Empero, su enfoque, a veces predecible, y la falta de audacia o valentía impiden que llegue el impacto de sus obras más conocidas. La producción, a cargo de Jack Shirley en The Atomic Garden, y las contribuciones de músicos como el batería Mike Heller, añaden pulcritud, pero el resultado final es un trabajo condenado a no trascender.

"Grotesque Display", una pieza instrumental breve que, con sintetizadores etéreos, sirve de introducción, además de establecer un tono sombrío y cinematográfico, preparando el terreno para el tema titular, "Rose Thorn Necklace", liderado por las desgarradoras voces de Mikula, combinando acordes melódicos con una intensidad emocional que evoca tanto desesperación como catarsis. Las guitarras, a cargo de Tim Church y John Olivier, destilan drama, aunque los interludios armónicos pueden sentirse algo forzados. Por su parte, "Well, I Tried Drowning" destaca como uno de los momentos más potentes, con blast beats y sintetizadores fantasmales que contrastan con secciones instrumentales serenas y la batería de Heller brillando, aportando una base rítmica sólida, aunque la canción no eclosione más allá de las convenciones del género. "Dandelion Tea", con influencias inesperadas de thrash y hard rock, muestra a Ghost Bath, junto al bajista Josh Jaye, intentando diversificar su sonido, aunque el experimento no termine de cuajar tampoco. "Vodka Butterfly" y "Thinly Sliced Heart Muscle" mantienen la fórmula de melodías etéreas y voces agresivas, rozando la crudeza, pero carecen de la chispa que hacía notable a "Moonlover" (2015). Hacia el final, "Stamen and Pistil" y el instrumental "Needles", con un piano interpretado por "Chewie", ofrecen un respiro que desemboca en "Throat Cancer". Este cierre, lento y grandioso, alterna la fragilidad con explosiones, dejando una impresión agridulce pero poderosa, ya que, aunque las canciones son competentes, la repetición de estructuras y la falta de ideas limitan su poderío y, lógicamente, su impacto en el oyente.

"Rose Thorn Necklace" (2025), además de tener un diseño gráfico horrible en la cubierta, es un álbum que refleja la lucha interna de Mikula y la evolución de Ghost Bath, pero no logra superar las expectativas creadas por sus trabajos previos. La banda demuestra su habilidad para fusionar belleza y oscuridad, y la producción pulida resalta los matices de su sonido. Sin embargo, la sensación de repetición que impregna el disco, junto con una ejecución que no siempre arriesga (y, a veces, se siente torpe), lo deja en un terreno intermedio: ni decepcionante ni revolucionario. Para los seguidores de Ghost Bath, este trabajo ofrecerá momentos de catarsis y melancolía que resonarán profundamente, pero para quienes buscan una obra que redefina el post-black metal, para los paladares más exigentes, puede sentirse como un paso a un lado. En un suubgénero donde bandas como Deafheaven han elevado el listón publicando uno de los discos del año, Ghost Bath necesitan atreverse a salir de su zona de confort. 

© 2025 Conde Draco

Crítica: Jade "Mysteries of a Flowery Dream"

La música de Jade, un cuarteto procedente de Barcelona, se sumerge en los recovecos más profundos de la psique humana, explorando los límites entre lo consciente y lo inconsciente a través de su segundo álbum, "Mysteries of a Flowery Dream" (2025). Un trabajo publicado en el sello Pulverised Records que consolida su propuesta de death metal atmosférico, un subgénero que, aunque no tan popular como, por ejemplo, el black metal más etéreo, encuentra en Jade a uno de sus más brillantes exponentes, sumado al orgullo patrio. Desde su EP debut "Smoking Mirror" (2018), la banda ha forjado un sonido que fusiona la crudeza del death metal primigenio, la melancolía del doom y la atmósfera envolvente del black metal, inspirándose en bandas como The Ruins of Beverast o Bølzer. Su primer álbum, "The Pacification of Death" (2022), ya había marcado un hito con su intensidad hipnótica, y su split EP con Sanctuarium, "The Sempiternal Wound" (2024), añadió un toque ocultista a su propuesta. En este nuevo disco, J. (bajo y voz), A. (guitarra), C. (guitarra y sintetizadores) y B. (batería) llevan su arte a un nuevo nivel, guiando al oyente por un viaje que requiere plena atención para desentrañar sus complejidades. La producción, a cargo de Javi Félez en Moontower Studios y masterizada por Jaime G. Arellano en Orgone Studios, resalta cada detalle; desde los magníficos riffs de guitarra hasta los matices de los sintetizadores, mientras que la portada, creada por Adam Burke, representa a la diosa maya Ixchel como una araña que teje el destino humano, un símbolo perfecto para el diálogo entre lo terrenal y lo etéreo que propone el álbum, una cubierta excepcional y llenar de sabor.

"Mysteries of a Flowery Dream" (2025) se compone de siete canciones que, en conjunto, forman una narrativa coherente y envolvente, estructurada para sumergir al oyente en un estado de ensoñación febril; desde su apertura con "The Stars’ Shelter", una pieza que combina susurros con erupciones instrumentales que generan tensión más que brutalidad, se establece el tono del álbum. "Light’s Blood", donde J. y A. destacan con riffs dinámicos y solos melódicos que evocan una atmósfera mística, acelerando el tempo para sumergir al oyente en un torbellino de emociones, hasta "Shores of Otherness", uno de los puntos álgidos, incorporando cánticos de aire ocultista y percusiones atronadoras lideradas por B., mientras las guitarras de C. crean oleadas armónicas que transportan a mundos inspirados en la cosmovisión maya, buscando guía y sanación. La pieza instrumental "The Stars’ Shelter (II)" actúa como un interludio que retoma la melodía inicial con un solo de guitarra heredero de Pink Floyd, repleto de reverberación y arpegios oscuros que aportan un respiro melancólico. "9th Episode" profundiza en la densidad del álbum con capas de sintetizadores y ritmos doom, mientras que "Darkness in Movement" acelera el ritmo con un enfoque más pesado, donde los contrastes entre los gruñidos de J. y los trémolos de las guitarras crean una sensación de urgencia. Finalmente, "A Flowery Dream", la composición que da título al álbum, cierra el viaje con un tempo más pausado y un enfoque melódico que explora el lado más oscuro de las flores, dotando a la canción de un carácter atemporal. Un álbum en el que cada tema está cuidadosamente creado para mantener la cohesión, con temas recurrentes y solos de guitarra que, como los propios hilos de Ixchel, tejen una experiencia unificada de casi cuarenta y cinco minutos.

Escuchar "Mysteries of a Flowery Dream" (2025) es una experiencia que exige compromiso, pero que recompensa generosamente a quienes se sumergen en su universo. Al principio, la densidad de las composiciones puede parecer abrumadora, con pistas como "Darkness in Movement" y "A Flowery Dream" fundiéndose en un torbellino que requiere varias escuchas para apreciarlo plenamente. Sin embargo, la paciencia revela la genialidad de Jade, cuya habilidad para equilibrar agresión y atmósfera, liderada por la visión creativa de J. y la ejecución técnica de A., C. y B., convierten este álbum en una obra maestra del death metal atmosférico. Una producción impecable y una estructura narrativa del disco logran que el álbum sea un viaje inmersivo, ideal para ser disfrutado con auriculares en un entorno tranquilo. Aunque no es un álbum para oyentes casuales, su complejidad y profundidad lo hacen imprescindible para los amantes del metal extremo que buscan algo más que simple brutalidad. Jade no solo rinde homenaje a la tradición del death y doom, sino que expanden sus fronteras, consolidándose como una banda con un potencial inmenso para dejar una huella duradera en la escena; donde la oscuridad y la belleza se entrelazan.

© 2025 Lord Of Metal

Crítica: Behemoth “The Shit Ov God”

Ya lo he escrito en alguna ocasión pero, parafraseando a Woody Allen; recuerdo cuando el aire era limpio, el sexo era sucio y Behemoth peligrosos. Y es que la trayectoria de los polacos ha sido un pilar en el metal extremo, desde sus inicios en la escena del black metal polaco hasta su evolución hacia un blackened death metal con matices teatrales y ambiciosos. Discos como “Demigod” (2004) y “The Satanist” (2014) marcaron cimas creativas, mostrando una banda capaz de conjugar ferocidad, atmósfera y una narrativa provocadora, sonando más accesibles. Por no mencionar maravillas como “Evangelion” (2009) o “Zos Kia Cultus (Here and Beyond)” (2002) que no dejan la menor duda del talento de Nergal, Orion e Inferno. Sin embargo, su decimotercer trabajo, el esperado "The Shit Ov God" (2025), llega en un contexto de expectativas divididas tras discos como el tibio “I Loved You at Your Darkest” (2018) y “Opvs Contra Natvram” (2022), que polarizaron a los seguidores por su aparente estancamiento creativo. Este nuevo lanzamiento, con un título forzadamente blasfemo pero pueril a rabiar, busca reafirmar la postura desafiante de Behemoth, pero tropieza en su ejecución; ofreciendo un sonido que, aunque competente, carece de la chispa innovadora que una vez los definió. La producción, a cargo de Jens Bogren, es impecable (el sueco es un auténtico cerebro tras los mandos) pero no logra ocultar composiciones que se sienten rutinarias, a la sombra de glorias pasadas.

"The Shadow Elite" es un medio tiempo que establece un tono robusto pero predecible, con riffs que recuerdan a “Opvs Contra Natvram” (2022) sin añadir nada nuevo. Inferno brilla en la batería, aportando una intensidad que sostiene la canción, pero la voz de Nergal suena menos visceral o brutal que en épocas anteriores. En "Sowing Salt" intentan evocar el pasado con grandes coros y un riff central que, aunque pegadizo, se diluye por su simplicidad. Mientras que el tema homónimo, "The Shit Ov God", es quizás el más controvertido: su coro repetitivo y letras como “I for ingrate! E to eradicate! S for the scorn!” pretenden convertir el single en un himno provocador, pero termina sonando infantil, como si Nergal hubiera optado por impactar con la misma fuerza con la que un adolescente onanista descarga su ira en un tweet, en lugar de la profundidad lírica que Krzysztof Azarewicz aportaba en discos como “Evangelion” (2009). "Lvciferaeon" intenta recuperar el misticismo de “The Satanist” (2014), pero sus coros y arreglos orquestales se sienten forzados y la guitarra de Seth, aunque sólida, no logra destacar tampoco. "To Drown The Svn In Wine", con referencias a Whitman, prometía ser un punto álgido, pero se queda en un ejercicio genérico de blackened death metal sin gracia. Y, finalmente, "O Venvs, Come!" y "Avgvr (The Dread Vvltvre)" cierran el disco con momentos atmosféricos que, aunque bien ejecutados por Orion en el bajo, no logran redimir la falta de riesgo creativo donde antes había verdadero fuego. 

"The Shit Ov God" (2025) no es un mal álbum, pero decepciona viniendo de una banda con el legado de Behemoth. Nergal, Inferno, Orion y Seth son músicos de primer nivel y su ejecución es intachable, pero el disco se siente como un eco desvaído de “The Satanist” (2014), repitiendo fórmulas sin la pasión ni la innovación que hicieron de aquel un hito. Las letras, carentes de la poesía de antaño, caen en una provocación barata que no trasciende, repletas de ripios inofensivos. Como seguidor de Behemoth desde hace muchísimos años, me duele ver cómo una banda que una vez desafió los límites del subgénero ahora parece conformarse con complacer a las masas en festivales. Hay destellos de calidad, como el trabajo rítmico de Inferno o los solos de Seth, pero no son suficientes para salvar un disco que, en última instancia, se siente como un producto más que como el arte que solían pergeñar. Espero que Behemoth recupere su chispa en el futuro, pero este álbum es una sombra de lo que podrían haber logrado. Quizá Nergal debería centrarse, quizá deberían darse un respiro, no lo sé, pero parecen haber puesto la directa y eso es malo.

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Crítica: Hate ”Bellum Regiis”

En las últimas décadas, la escena extrema polaca ha sido dominada por titanes como Behemoth y Vader, pero Hate, una banda con más de tres décadas de trayectoria, se mantiene como un pilar de consistencia y brutalidad. Su decimotercer álbum, ”Bellum Regiis" (2025), es una prueba de su capacidad para evolucionar sin perder su esencia. Un título que en latín significa "Guerra de Reyes” y no es un álbum conceptual, pero explora temas de poder, sacrificio y mitología, con un enfoque más humano y personal, según ATF Sinner, vocalista y guitarrista de la banda. Producido por David Castillo, conocido por su trabajo con bandas como Carcass y Katatonia, ”Bellum Regiis” (2025) combina la ferocidad del death metal con elementos melódicos y ritualistas, destacando por la inclusión de voces femeninas a cargo de Eliza Sacharczuk y una atmósfera que evoca tanto la grandeza como la melancolía. A pesar de las inevitables comparaciones con Behemoth, Hate, liderados por Sinner junto al guitarrista Domin, el baterista Nar-Sil y el bajista Tiermes, demuestran tener una identidad propia, forjada en riffs aplastantes y una narrativa que trasciende los clichés del blackened death metal.

"Bellum Regiis", la pista que abre el álbum, establece el tono con una introducción de guitarras limpias y las voces etéreas de Eliza Sacharczuk, que pronto dan paso a una explosión de riffs ennegrecidos y guturales de Sinner. Esta canción, de seis minutos, equilibra melancolía y grandiosidad, evocando un campo de batalla mítico. "Iphigenia", el single principal, inspirado en la mitología griega y la tragedia de la hija de Agamenón, avanza con ritmo más pausado y pesado, destacando por su pesadez y un motivo oriental que añade profundidad, mientras las voces femeninas refuerzan el carácter sacrificial del tema. "The Vanguard", por su parte, es un himno de cortantes riffs y un puente majestuoso que incita al movimiento, funcionando como una llamada a las armas. "A Ghost of Lost Delight", la canción más larga con seis minutos y medio, se sumerge en el black metal con guitarras afiladas y momentos acústicos que crean una sensación de repetición atemporal, conformándose como una de mis favoritas. El interludio "Rite of Triglav", con percusión pagana y cuernos de batalla, marca una pausa atmosférica antes de que "Perun Rising" desate un torbellino de guitarras y referencias mitológicas eslavas. "Prophet of Arkhen", retoma un tema de su disco anterior, ofrece un groove más lento pero igualmente devastador, mientras que "Ageless Harp of Devilry" cierra el álbum con una furia que rivaliza con lo mejor del black metal noruego. Aunque la primera mitad del disco podría beneficiarse de un recorte, la segunda parte brilla por su concisión y pegadizos estribillos, con Nar-Sil y Domin entregando una base rítmica y melódica que sostiene la intensidad.

“Bellum Regiis” (2025) no reinventa el blackened death metal, pero tampoco lo necesita. Hate, con Sinner al frente, han perfeccionado su fórmula a lo largo de trece discos, y este álbum es un testimonio de su habilidad para equilibrar brutalidad y matices. La producción de Castillo otorga al disco un sonido masivo pero detallado, aunque algunos momentos, como los riffs en "A Ghost of Lost Delight", pueden sentirse algo repetitivos. La incorporación de voces femeninas y elementos melódicos, inspirados en bandas como Gorgoroth, añade una capa de sofisticación que distingue a este trabajo de sus predecesores, como "Rugia". Personalmente, encuentro en "Iphigenia" y "The Vanguard" los puntos más altos del disco, donde la banda logra capturar tanto la ferocidad como la emotividad de su propuesta. Hate nunca han buscado el estrellato, sino que se mantienen fieles a sus seguidores, entregando un álbum que, aunque no sea perfecto, ofrece momentos de genialidad que invitan a volver a pincharlo. En un subgénero donde la innovación a menudo se sacrifica por la tradición, Hate demuestra que la evolución dentro de un marco definido puede ser igual de poderosa. ”Bellum Regiis” (2025) es un monumento más en su discografía, un recordatorio de que, incluso a la sombra de gigantes, Hate siguen siendo una fuerza indomable.

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