Crítica: Jonathan Davis “Black Labyrinth”

¿Deberíamos hablar “Black Labyrinth” como el primer álbum en solitario del bueno de Jonathan Davis, ese con el que lleva años amenazándonos? O, ¿quizá considerar “Queen Of The Damned” como su primer obra? Si somos estrictos, “Black Labyrinth”, es el primer esfuerzo de Davis, lejos de sus compañeros de Korn; si somos puristas, será su segundo trabajo. Lejos de absurdos debates que tan sólo nos alejan de lo que de verdad importa, hay que hacer hincapié en que no hace falta presentación alguna para Davis y que su debut, este álbum que nos ocupa, es tan decepcionante como mágico. Aburrirá soberanamente a aquellos que no son seguidores de Korn y, aún lejos del Nu-Metal, causará rechazo a todos esos otros que no soportan el chándal y las franjas de Adidas o la esquizoide voz de Davis. Por otra parte, muchos fans de Korn se sentirán defraudados; aquí no están Munky, Head o Fieldy (porque Luzier sí está presente), no suena a ellos, tampoco hay necesidad. Y, sin embargo, es un disco que agradará a todos los que crecimos en los noventa y siempre hemos defendido a Davis como un buen intérprete, peculiar (quizá no el más dotado) pero con un tono de voz tan característico e hipnótico que es capaz de teñir cualquier composición.

Es verdad que causa cierta risa floja el que un artista de casi cincuenta años siga insistiendo en obsesiones adolescentes como la no pertenencia a la mayoría, la exclusión, la belleza de los inadaptados y el encanto de los raritos y sus férreos principios frente al resto. Pero también hay que entender que cada artista posee una fuente de inspiración diferente e inherente a su propio arte, que sirve de trasfondo para sus letras; Sting y el Amazonas (risas de fondo, por favor), Peter Gabriel y la Word Music, Bono y la paz mundial, toda la comunidad black metal sigue creyendo vivir en plena cristianización y utiliza su música como revulsivo o las bandas de death metal y lo grotesco, el gore, los zombies y la crítica social, como eufemismo de una maduración que nunca llegará. Con todo esto quiero decir que si Davis sigue cantando sobre lo mal que se siente porque no es como el resto (“Everyone”), treinta años después de cumplir la mayoría de edad, habrá que aceptar las reglas y entender que estamos en el álbum del líder de Korn y, como tal, también posee su encanto y todos nos sentiríamos ligeramente defraudados si, además de la ausencia de la banda, no tuviésemos ninguna referencia que nos hiciese sentir ubicados. Por lo tanto, los balbuceos, los gruñidos, los cánticos incoherentes y, una mayor presencia melódica, son más que justificados.

"Underneath My Skin" suena bien, ligeramente post-punk, ochentera y agradecida, mientras que “Final Days” sorprende por su toque oriental, dejando satisfechos a todos aquellos que supongo que, al pinchar un álbum de Davis, buscaban experimentación y que se alejase de sus coordenadas habituales, pero más sorprende la camaleónica presencia de Wes Borland de Limp Bizkit, un músico tremendamente infravalorado por todos aquellos que no ven más allá de Fred Durst. Del single que es “Everyone”, poco más podemos añadir, siendo la más cercana al espíritu de Korn, pero bajando el nivel de agresividad, aumentando la melodía.

Decepciona "Happiness" tanto como agrada la interpretación de Davis en “Your God” y ese tándem formado con Borland en aquellas cuyo espíritu más se aleja de sus respectivas bandas. "Walk On By" es puro Korn, pero menos contundente y con aderezo electrónico, lo que desesperará a sus seguidores, tanto o más que el chill out de "The Secret" o la lenta pero emotiva "Basic Needs", a medias con Borland. Una pena que “Black Labyrinth acuse semejante caída en su segunda cara con “Medicate” o “Please Tell Me” y las mediocres "What You Believe" (quizá lo más interesante sea el pulso dramático de las cuerdas y su pizzicato) hasta que el dub la termina por arruinar, como “Gender”, cuya idea es estupenda, pero fracasa a pesar de enseñarnos la destreza adquirida de Davis atreviéndose con un sitar, convirtiéndose la melaza pura de un single como “What It Is” (muy pegadizo e intensito, todo hay que decirlo) en puro oro tras la inconexa segunda mitad de un disco repleto de buenas ideas pero sin dirección alguna. Tampoco puede haber queja alguna, veníamos a lo que veníamos y Davis nos lo ha dado. ¿Acaso habría recibido mejores críticas si hubiese hecho un disco diferente? Los seguidores, los críticos, somos todos una panda de hipócritas de mucho cuidado…

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