Crítica: November’s Doom "Major Arcana"

November’s Doom, originarios de Chicago, han forjado un camino singular en el mundo del metal durante más de tres décadas -que han pasado como un suspiro- fusionando con maestría el death metal robusto y enérgico con un doom profundamente emocional. Esta combinación, que en sus inicios parecía inestable y a punto de acabar sumidos en su propio caos, ha sabido evolucionar hasta convertirlo en un equilibrio perfecto entre la intensidad brutal y la melancolía. Álbumes como “The Pale Haunt Departure” (2005) y “Aphotic” (2011) destacan por sus riffs potentes y su atmósfera de tristeza conmovedora, demostrando la capacidad de la banda para conmover el alma mientras sacuden tu cuerpo. Con el paso del tiempo, han refinado su arte, evitando los cambios abruptos que podrían sentirse forzados y optando por transiciones mucho más fluidas que enriquecen la experiencia. Su anterior trabajo, “Nephilim Grove” (2019), aunque con momentos destacados, dejó espacio para más, y ahora, casi seis años después, llega su duodécimo álbum, “Major Arcana” (2025), que representa un regreso triunfal para estos amantes de la desesperanza otoñal, con un álbum que mantiene su esencia, ofreciendo una colección de canciones que capturan lo más primario de las emociones humanas con una intensidad que atrapa desde el primer segundo. Paul Kuhr brilla gracias a su versatilidad, alternando entre voces melódicas repletas de vulnerabilidad y guturales death que insuflan poder y veneno a la mezcla. Acompañado por Lawrence Roberts y Vito Marchese a las guitarras, logra un sonido que no solo produce verdadero placer, sino que invita a una profunda reflexión sobre el dolor y la redención. ¿Suena bien, verdad?

En “Major Arcana” (2025), las canciones se despliegan como un tapiz emocional, cada una contribuyendo a un todo cohesionado que fluye sin resistencia, especialmente cuando se escucha con el estado de ánimo adecuado; de nada sirve que te ponga este álbum a todo trapo antes de salir de marcha, prueba mejor con uno de Animal Collective, pero si lo tuyo es buscar el recogimiento propio de octubre, estas canciones te esperan con los brazos abiertos. Comenzando con una pieza introductoria ominosa, “Mercy” emerge como una joya que evoca influencias de Woods of Ypres, Pink Floyd y el mejor Anthema, creando una atmósfera de belleza conmovedora que toca el corazón con su poética melancolía; aquí, Paul Kuhr suena herido, invitando a un abrazo reconfortante mientras sus transiciones vocales potencian el impacto emocional. Otro punto álgido es “Bleed Static”, en el centro del álbum, con sus ocho minutos de exploración desolada, donde los riffs de Roberts y Marchese destilan una variedad de sentimientos que se desarrollan con efectividad y profundidad. “The Dance” destaca por su trabajo de guitarra melódica, reminiscencia de Amorphis, con un estribillo que le sentaría como un guante a la voz de Tomi Joutsen. Incluso canciones como “Ravenous”, que podría percibirse como una melodía death metal sencilla, la banda extiende su duración a seis minutos incorporando elementos que enriquecen la narrativa emocional sin forzar el ritmo, permitiendo que los oyentes se sumerjan en su primitiva intensidad. “Major Arcana”, irrumpe con potentes riffs y una construcción de tensión magistral, donde Kuhr advierte “This has gone too far” con una voz que crece en fuerza. La tercera parte del álbum, aunque más sutil, complementa el conjunto con temas que funcionan en contexto, evitando el relleno y enfocándose en una duración de casi una hora, que se siente más que justificada para un álbum con semejante estado de ánimo. Lawrence Roberts y Vito Marchese, con su maestría en las guitarras, alternan entre momentos más doom y death metal cavernoso, asegurando que cada nota contribuya a la emotividad, mientras Kuhr, recordando al legendario Eric Wagner de Trouble, eleva todo a un nivel superior. 

Escuchar “Major Arcana” (2025) es como ser envuelto en un remolino de hojas otoñales, donde la desesperanza se transforma en belleza redentora, y cada riff o melodía parece diseñada para sanar heridas emocionales. La voz de Paul Kuhr debería ser estudiada or sintetizar lo mejor del doom en años, y el dúo de guitarristas Roberts y Marchese, demuestran una madurez que hace que el disco se sienta como un abrazo necesario en tiempos de introspección. 

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