Pequeño homenaje a BRENT HINDS

He dudado mucho en escribir sobre Brent Hinds por muchos motivos; el principal, porque no sabía cómo podía ser interpretado por todos aquellos que lo leyesen. Vivimos una época en la que, por un click o una visita más, por aparentar ser o hacer creer al resto, parece que todo el mundo escucha, lee o consume, y sufre con más intensidad que el resto en redes sociales y no quería que la perspectiva de mi sentimiento por la música de Mastodon se viese alterado y pudiese afectarme de alguna manera, el famoso qué dirán. El otro motivo era abandonar de una vez ese tono tan confesional que ha reinado en este blog durante años y que ha hecho que muchas entradas sean leídas por mucha gente, pero también muchos malentendidos y ataques. Pero lo que me ha hecho querer escribir sobre Hinds -saliéndome de la receta habitual de reseñas y crónicas de conciertos- ha sido que su muerte me ha afectado mucho, más que la de otros músicos o artistas. Y quizá eso pueda sonar desconsiderado por mi parte cuando hemos perdido a Ozzy, Lemmy o Bowie, Brian Wilson, Van Halen o Lynch, pero también gente joven que no debería habernos abandonado tan pronto, como Alexi Laiho, Lars Göran Petrov, Cornell, Bennington o Hawkins, entre muchos otros a los que no quiero hacer de menos si no menciono o mi memoria flaquea y no es capaz de recordarlos como es debido, mientras escucho una y otra vez “Crack The Skye” (2009). Y es que, a pesar de lo mucho que me afectó la muerte de Ozzy, hay un sentimiento irónico y trágico en la de Hinds que la hace más injusta que la de aquellos que se arrebatan la vida o se la beben de un sorbo. 

Llegué a Mastodon por casualidad, ya lo he escrito en muchas ocasiones, corría el año 2004 y “Leviathan” era la gran sorpresa en el metal, rápidamente me hice con él y con “Remission” (2002), no había vuelta atrás y así lo atestiguaba mi camiseta de la banda en aquel año, tuve en mi mano la entrada para aquella gira pero el trabajo no me permitió asistir y por eso, cuando volvieron con “Blood Mountain” (2006) no perdí la oportunidad y los vi en directo por primera vez; el sonido fue malo, pero Mastodon cumplieron, ver a los cuatro sobre el escenario fue el clímax después de dos años escuchando su música sin parar. Me gustaba la voz de Troy, la guitarra de Kelliher, pero mis favoritos eran Dailor y, claro, Brent Hinds. En mi humilde opinión, Mastodon era Hinds; con esto no quiero decir que no haya talento en la banda, que Dailor no sea uno de los baterías más dotados de su generación y Troy o Bill no aporten su genio a la banda, nada de eso. Es simple y llanamente que ese maullido herido, esa voz nasal y magníficos solos pertenecen a Hinds, que algunos de los riffs más icónicos de la banda han nacido de su peculiar forma de tocar la guitarra arpegiando, armonizando como si fuese un banjo con su manera de alternar púa y la yema de sus dedos. Pero había algo más en Hinds que, en mi opinión, no hay en el resto de Mastodon y es la huella de una herida; entre bromas y risas, la personalidad de Brent sobresalía por encima de la del resto. Tenía problemas, claro que sí, perdió a su hermano, Bradley, tenía un carácter de mil demonios, pero también era un tipo dulce que no dudó en proclamar su amor por su mujer, Raisa, en redes sociales y permitirnos ver su día a día con su querido perro Dingus, su familia y amigos más cercanos. En Hinds, quizá por su exposición y su carácter, había un sentimiento de vulnerabilidad que lo convertía en uno de mis músicos favoritos; era capaz de ser un torbellino, pero también el amigo que muchos echamos en falta. Conseguí interactuar brevemente con él durante la gira de “Emperor of Sand” (2017), de aquello conservo todos, absolutamente todos, mis discos de Mastodon firmados por los cuatro, además de púas durante todos los años a lo largo de doce conciertos de los cuales no puedo quedarme con uno, cada cual fue especial a su manera.

Cuando se anunció su marcha de Mastodon fue un día triste porque no imagino a la banda sin él y, hasta la semana pasada, pensaba que las aguas volverían a su cauce, poco podía imaginarme que el prosaico descuido en carretera de otro conductor se lo llevaría por delante, poniendo punto y final a su vida. Entiendo perfectamente a Dailor, Kelliher y Sanders; han perdido a un amigo, un hermano, con el que podían estar atravesando un mal momento, pero estoy seguro de que, tal y como está mostrando Dailor, no hay segundo en el que no se acuerde de él y esa herida vaya a estar abierta el resto de su vida. Como también estoy seguro de que volveré a estar en un concierto de Mastodon y compraré sus discos, y aunque sean capaces de crear buena música, el maullido de Hinds y sus épicos solos ya no estarán ahí. Siempre hay una enseñanza en lo más trágico de la vida, aunque nos cueste verlo al principio y sintamos todo lo contrario, como decía Gil de Biedma; “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra” y nuestro querido Hinds se ha ido sin saber siquiera que se ha ido. Buen viaje y gracias por tanta buena música, amigo, nos volveremos a ver… 

© 2025 Jota Jiménez