Crítica: Igorrr "Amen"

Pocas bandas logran fusionar con tanta audacia y maestría elementos tan dispares como frenéticos, el metal extremo y la delicadeza barroca. Igorrr, el alias del visionario Gautier Serre, representa esa alquimia sonora que desafía las convenciones y eleva el desorden a la categoría de arte. Su quinto álbum de estudio, "Amen" (2025), no solo consolida esta evolución, sino que la perfecciona, transformando las promesas esbozadas en el ya brillante "Spirituality and Distortion" (2020) en una obra madura y orgánica. Serre, quien ha estado explorando estos territorios sonoros durante dos décadas desde sus inicios con Whourkr, ha logrado con este nuevo álbum un equilibrio magistral. Lo que antes era un torbellino de locuras individuales —con influencias de trip-hop, death metal y black metal— ahora se erige como una catedral sonora, donde el caos es domesticado sin perder su esencia. El disco, grabado con un coro completo y un elenco rotativo de colaboradores que incluye veteranos de bandas como Soulfly, Anthrax y Mr. Bungle, reverbera con riffs potentes, etéreos sintetizadores y efectos que crean una atmósfera litúrgica y evocadora. En "Amen", Igorrr demuestra que su genio —o su demencia, según se mire— sigue siendo uno de los más únicos y creativos en el cruce entre metal y electrónica, rechazando cualquier atisbo de estancamiento para abrazar un desarrollo que lo hace sentir vivo y trascendente. Esta refinación no solo honra la herencia de discos como "Nostril" (2007) o "Hallelujah" (2012), sino que inyecta una grandiosidad que lo convierte en un festín. Al permitir que los elementos barrocos respiren, Serre logra una organicidad que invita a la meditación, mientras que la adición de voces operísticas y coros añade capas de profundidad. En resumen, "Amen" (2025) es el testimonio de un artista que, con la ayuda de músicos como el guitarrista Martyn Clément de HAH y Remi Serafino tras los parches, ex de Ecr.Linf, transforma la extravagancia en algo místico.

La diversidad de "Amen" (2025) es más que evidente a lo largo de sus canciones con una vitalidad que oscila entre lo lúdico y lo reverencial, siempre con un pulso que mantiene al oyente en vilo. Desde el arranque con "Daemoni", donde los coros ascendentes y los riffs se entretejen en un ritual hipnótico, el álbum establece un tono de misa profana que culmina en explosiones de breakcore. En "Headbutt", la voz operística de Marthe Alexandre se eleva sobre melodías enigmáticas y blast beats encabronados, evocando un lamento antiguo que se funde con riffs de death metal distorsionados por efectos electrónicos, creando una tensión que libera en sucesivos crescendos. "Limbo” nos transporta a otra época, en contraste con la breve de "2020", que irrumpe como un puñetazo corto pero devastador, recordando las raíces caóticas de Igorrr sin sacrificar la cohesión, mientras que "Blastbeat Falafel" fusiona death metal con surf rock y toques orientales, gracias a escalas microtonales árabes que el guitarrista Martyn Clément ejecuta con precisión quirúrgica. Aquí, la batería de Serafino añade un groove magnífico que equilibra locura y virtuosismo a partes iguales. "Mustard Mucous" profundiza en el lado oscuro de Igorrr con ataques vocales de J.B. Le Bail, ex de Svart Crown, cuya gama death/black aporta un toque aún más litúrgico a la narrativa. No faltan los instantes de disparate puro, como en "ADHD", donde flatulencias electrónicas mutan en ritmos funky o "Infestis", con samplers desafinados sobre pinceladas death metal. "Ancient Sun" se convierte en una meditación que deja entrever los misterios que habitan la mente de Serre. Como "Pure Disproportionate Black and White Nihilism" desata vocales dramáticas y cuerdas robustas, culminando en "Silence", donde los elementos barrocos nos permiten un respiro, lo que infunde al disco de un toque orgánica casi espiritual, a pesar de las capas y capas de electrónica. 

En última instancia, "Amen" (2025) no es solo un álbum; es una experiencia que redefine los límites de lo posible en la música extrema, invitándonos a abrazar la contradicción como fuente de éxtasis. La forma en que Gautier Serre, junto a sus colaboradores, equilibra la gravedad litúrgica con momentos de auténtica boutade me recuerda por qué la experimentación genuina sigue siendo el alma del arte sonoro. Si buscas un álbum que sea a la vez un banquete caótico y una oración profana, este es tu evangelio…

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