Crítica: Fleet Foxes "Helplessness Blues"

Hace mucho, leí algo de uno de mis escritores favoritos, recomendaba, con todo el cariño del mundo, a todos aquellos que quisiesen iniciarse en el mundo de la literatura que, antes de sentarse a escribir, viviesen todo lo posible. No era razonable que un chaval escribiese una novela, no podía funcionar o, generalmente, conducía únicamente al fracaso más absoluto. ¡Claro que hay excepciones! Críos que nacen con la genialidad corriendo por sus venas, pequeños Rimbaud que a todos sorprenden por su precocidad pero incluso con éstos, el destino se ceba y les premia comerciando con esclavos o armas al final de sus vidas, como le ocurrió al enfant terrible. Es por eso que, cuando leo que los hermanos Followill (léase, Kings Of Leon) no tienen ni la más remota idea de quién es Ronnie Van Zant o poco conocen de su obra al margen de la archifamosa "Free Bird" no puedo hacer menos que sonreírme. Compararles a ellos con Lynyrd Skynyrd o los Allman Brothers es tan tonto como querer hacerlo con Fleet Foxes y Crosby, Stills, Nash & Young, las melodías vocales de Simon & Garfunkel o los Beach Boys de Brian Wilson y su "Pet Sounds".

El nuevo disco de los Fleet Foxes viene a desmontar al primero, aquel homónimo publicado en el 2008. Su cabecilla, Robin Pecknold lo ha pasado fatal para grabar este "Helplessness Blues", ha grabado y regrabado todas las canciones una y otra vez e incluso ha cortado con su novia (mejor dicho, ésta le ha dejado a él y no me extraña), ha tomado mucho café y ha tardado nueve meses en grabarlo. ¡Madre mía, que cosas tan graves! ¿Y todo para qué? Pues francamente para nada porque toda esa serie de sacrificios o supuestos malos tragos con los que nos  quiere vender el disco nos son de sobra familiares al resto de los mortales y no creo que pudiesen formar parte siquiera de la contraportada de de un libro como "Bendita locura" en el cual se narra la auténtica odisea de un enloquecido Brian Wilson. Tampoco me sirven como avales el que Robin Pecknold haya cenado con Neil Young o pernoctado al piano con el mismísmo Wilson.

"Helplessness Blues" servirá de banda sonora a todos esos "indies" sin cultura alguna, con camisas de cuadros y barba de tres, cuatro u ocho días, esos que llevan Ray Ban Wayfarer tan sólo porque la Rolling Stone las recomienda. Lo que funcionaba en su primer disco, se torna repetitivo en este segundo. Se salvan algunas canciones como "Grown Ocean", "Sim Sala Bim" o la inicial "Montezuma", el resto del disco (magníficamente producido, toda una delicia en cuanto a la cantidad de matices que es capaz de desplegar en forma de guitarras acústicas y armonías vocales. Un disco "orgánico" que dirían los más entendidos con el fin de parecer cool) navega dramáticamente entre el sopor y el aburrimiento.

¿Quieres escuchar el mejor disco de Fleet Foxes? Escucha "Crosby, Stills & Nash" de 1969, pincha "Marrakesh Express" o "Judy Blue Eyes". Si quieres algo más intenso, busca el "Déjà Vu" con Neil Young y su "Carry On" y olvídate de Pecknold, un crío que creció escuchando a The Strokes no puede querer compararse a ellos. Todo esto ya fue escrito y magníficamente interpretado hace cuatro décadas. ¿Por qué conformarse con una copia por muy actual que sea?

© 2011 Jesús Cano