Crítica: U2 "Songs of Surrender"

No tenía intención alguna de escribir sobre este disco; por lo mismo que no lo hago sobre recopilatorios o aquellos lanzamientos que puedo considerar sin trascendencia y para completistas, pero había algo mi interior que me forzaba a ello. Doy por hecho que U2 fallecieron tras “Zooropa” (1993), los restos de aquel loquísimamente período creativo que devino de ZooTv, quizá su auténtico canto del cisne. Que el supuesto fiasco de “Pop” (1997), el regreso a su sonido con "All That You Can't Leave Behind" (2000), al que el tiempo ha hecho bueno en comparación con lo que tendría que venir, el reciclaje de sobrantes que fue "How to Dismantle an Atomic Bomb" (2004), con la insoportable “Vertigo” a la cabeza, un infravalorado "No Line on the Horizon" (2009) y el auténtico dislate que está siendo “Songs of Innocence” (2014), “Songs of Experience” (2017), “Songs of Surrender” (2023) y la amenaza de un innecesario “Songs Of Ascent”, eran tan sólo la antesala de su inminente decrepitud, pero nunca creí que vería algo tan desnortado como lo que nos ocupa; no se trata de que Larry se ausente de la batería por motivos de salud, la loquísima idea de actuar sin él en la residencia de Las Vegas en el ultramodernísimo de la muerte MSG The Sphere interpretando “Achtung Baby” (1991) o la también inexplicable ausencia de Adam Clayton (parece ser que por otro proyecto ajeno a U2, venga, comprémoslo), sino del empacho de Bono a través de sus memorias, una pequeña gira exclusiva que parecía la antesala de este “Songs of Surrender” y el documental para Disney en el que un Letterman cansado y aparentemente castrado en su humor, recorre Dublín para acabar presentando una actuación tan prefabricada y carente de excitación como las propias canciones que conforman este recopilatorio en el que revisitan sus grandes clásicos (algunos olvidados, por suerte) y otras canciones menores (“Invisible”, "Peace On Earth" u "Ordinary Love", entre muchas otras) para “avanzar hacia el futuro, regresando a su pasado, con los ojos de ahora”, como aseguran en ese documental de Disney, que daría para otro crítica mucho más feroz aún, en el que Bono se justifica como un compositor, antes que el líder de una banda, y asegura que hay canciones que tardan años en escribirse. El problema es de base, porque no estamos hablando de “Democracy” de Leonard Cohen sino de naderías como "Miracle Drug" o "City of Blinding Lights" y, en el mejor de los casos, clásicos inmortales como “Bad”, “One”, “Sunday Bloody Sunday” que son incluidos por aquello de añadir una palabra, una frase o un imperdonable cambio en un verso que no mejora el resultado original. ¿En base a qué criterio? Porque una rima 
no mejora cuando tienes que cambiar la acentuación de la palabra para que encaje o el ritmo por completo de la melodía para que case con el tempo y, estéticamente, cometes el crimen de tomar una canción de hace cuarenta años y romper su contexto con un hecho de ayer por la mañana; eso está bien para el directo, no para hacerle creer a todo el mundo que esta grabación era justa y necesaria. Sería mucho más honesto afirmar que lo haces porque te apetece y punto, no darle ese toque trascendental.

Pero, no se trata de fundamentalismo musical, se trata de la intrascendencia más absoluta a través del empacho de cuarenta canciones entre las que nos encontramos composiciones con más de treinta y cinco años de historia que, supuestamente, esperaban su turno para ser reescritas y la incongruencia de aquellas que apenas tienen cinco y los cambios son mínimos, con unos arreglos -a veces- acertados como ocurre con "Two Hearts Beat as One" (que no mejora la original, por supuesto, pero suena convincente) pero, en la mayor parte de las ocasiones, resultan absurdos cuando pierden frescura e impacto y quedan reducidas a versiones de té para sonar de fondo en un Starbucks o una programa para blanqueo del entrevistado, vestido de lino, en la televisión estatal de nuestro país. La versión de Cash de “One” fagocita por completo y deja en ridículo la de U2, cuando su mejor registro fue en Hansa, como ocurre con la atrevida “The Fly” o “Until The End Of The World” y su morboso relato, aquí convertida en una canción de fogata y malvaviscos, otras son verdaderos destrozos dignos del mejor carnicero de Whitechapel; “All I Want Is You” o “Pride” son auténticos crímenes, como ocurre con “Where The Streets Have No Name” o la versión de "Red Hill Mining Town", carente de la fuerza épica de aquella el 87, por no hablar de la irritante versión remozada de “Desire” en la que uno no sabe si reír o llorar, resultando auténticamente hilarante el falsete de aquel que en los noventa podía presumir de él, junto a Stipe, claro está.

Estarán aquellos que justifiquen cada paso de U2, esos otros que nunca podrán decir o escribir nada malo de ellos porque son su adolescencia y han grabado discos que son parte imprescindible de la historia de la música del siglo pasado, además de la valentía de una gira como ZooTv, tan adelantada a su época que todavía parece un sueño, pero “Songs of Surrender” es un horror en el que no puedo salvar ni la desgana en el cantar de Bono, su innecesaria actualización de canciones que, por suerte o por desgracia, hace mucho tiempo que dejaron de pertenecerle, la poca valentía de The Edge en la guitarra, los poco acertados arreglos, el bajísimo perfil de las canciones elegidas en su conjunto (conviviendo clásicos incontestables con canciones menores), el apartado artístico de un packaging (como quieras llamarlo) realizado sin cariño con una portada que muestra a cuatro músicos de los cuales faltan dos, tres de ellos con una foto perteneciente a “Pop” (1997) y el vocalista con una de "The Unforgettable Fire" (1984). ¡Detalles sin importancia, lo hacen porque pueden! ¿Qué más da?, dirán muchos. Es verdad, son sólo detalles, esos que demuestran el mimo que muestras o no por tu producto y, como todos sabemos, el diablo está en los detalles. “Songs of Surrender” produce aburrimiento, es un atracón destinado a ese público que seguiría a U2 hasta la muerte pero que, a veces, quiero pensar que, en su patología capitalista-complusiva, se pregunta antes de comprar el mismo vinilo veinte veces en diferentes colores y escuchar las mismas canciones una y otra vez pero con rima diferente, ¿de verdad merece la pena? Cumplieron con su momento, hicieron lo que muchos otros jamás han sido capaces pero, por favor, aceptémoslo de una maldita vez, “Songs of Surrender” es el certificado de su defunción artística, de una vejez mal llevada. El futuro no está escrito, como aseguraba Strummer, pero pinta mal para los irlandeses y peor para los que les recen.

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