Crítica: Soulfly "Totem"

A veces, siento que hay una campaña de desprestigio hacia Max Cavalera o así lo siento y sentía cuando escribí la crítica de Ritual (2018). Está claro que Max no es el que era comparado, ahora con cincuenta y pico años mal cuidados, con aquel chaval de veinte años con ganas de comerse el mundo. Pero ¿acaso tú lo eres? ¿qué crees que diría el chaval que eras con veinte años del tipo en el que te has convertido? Y, para aquellos más jóvenes, ¿qué crees que dirás de ti mismo dentro de treinta años? ¿cuántos pueden superar la prueba del tiempo? O quizá lo más difícil, ¿cuántos podrán presumir de haber logrado lo que hizo Max con su misma edad? Ahora que nos hemos quedado tú y yo, te confesaré que yo tampoco he grabado discos como Morbid Visions (1986), Schizophrenia (1987), Beneath the Remains (1989), Arise (1991), Chaos A.D. (1993) o Roots (1996), ni he sido capaz de cambiar de marca de zapatillas o móvil en las últimas dos décadas, como para haber logrado cambiar la escena metálica y haber copado las revistas o las primeras posiciones en los mejores festivales del mundo. Con esto te quiero decir que, a menos que tú sí lo hayas hecho, aquí estamos dos seguidores que, supuestamente, siguen interesados en todo aquello que tenga que ver con los Cavalera y quizá, por seguir suponiendo (llámame loco), con Sepultura.

Pero el caso es que Max Cavalera, les pese a muchos, además de hacer innecesarias giras interpretando Beneath the Remains (1989) o Roots (1996), a pesar de sus capacidades actuales, sigue grabando buenos discos de metal que quizá no pasen a la historia o cambien el curso de esta, pero siguen siendo plenamente disfrutables como para que un mequetrefe, como tú o como yo, le miremos con desdén o superioridad y pensemos que todo está hecho, desde nuestras “modernísimas” camisetas de Gojira o Mastodon, como si ambas bandas (que amo, no te equivoques tampoco) hubiesen inventado la rueda o logrado lo que Max y los suyos a finales de los ochenta y primeros de los noventa. Así, Max ha vuelto con Totem y su enésimo regreso a la etnia (quizá por su constante revisión del ya clásico Roots) o quizá por su propio gusto, pero que mira de tú a tú a discos como Conquer (2008), Omen (2010), Enslaved (2012), Savages (2013) y Archangel (2015), no a Dark Ages (2005), pero sí a una producción sólida y unas canciones que funcionan como una máquina bien engrasada. Obviamente no revolucionarán el panorama, no engancharán a las masas y tampoco convencerán en aquellos que siguen anclados en Chaos A.D. (1993) y similares, pero siguen siendo igual de disfrutables.

Tras el culebrón de la poco elegante salida de Marc Rizzo, Max se acompaña de su propio hijo, Zyon, Mike Leon al bajo y Arthur Rizk a la guitarra, para pergeñar un álbum con el que todo queda en casa y la ayuda de Rizk logra que Totem se convierta en un álbum con una de las mejores aperturas del año con "Superstition", "Scouring the Vile" (con la ayuda de John Tardy de Obituary) y "Filth Upon Filth", canciones que son un auténtico tiro a bocajarro y muchos darían su visto bueno si no supiesen que está Cavalera tras ellas; a medio camino entre el thrash más grueso repleto de buenos riffs y algunos momentos en los que recuerdan a los Slayer más encabronados ("Scouring the Vile") e incluso cuando juegan en una línea más melódica ("Filth Upon Filth") son capaces de firmar composiciones de altura que permanezcan en tu memoria (como también "Superstition"), gracias a sus estribillos. 

“Rot in Pain” posee una introducción sinfónica (por sus arreglos, no te compliques) que da paso a un riff más propio de Korn que de Soulfly, hasta que entra la estrofa o el solo y, de nuevo, tienden al thrash. “The Damage Done” es puro groove y quizá el mejor solo de todo el álbum, como “Ancestors” un riff brutalísimo muy cercano a lo que Sepultura grababan a primeros de los noventa, como también le ocurre a "Ecstasy of Gold" (con John Powers, como en “Ancestors”), mientras que "Soulfly XII" es quizá la única que sobra al conjunto y rompe con su sintetizador una recta final en la que con "Spirit Animal" se desbocan por completo, étnicamente hablando, con Richie Cavalera en las voces (también el llanto de Leya Cavalera), Hornsman Coyote y el solo de Chris Ulsh, durante nueve minutos chamánicos y un final tan rompedor que hace que uno se rasque la cabeza por averiguar cómo han llegado a él y a nosotros con ellos (durante su último minuto y medio), dejando a muchas bandas noveles de progresivo con la tarea por aprender.

No es el disco del año, ni siquiera entrará en las listas de los más votados, no cambiará nada, pero si amas el metal, estoy seguro de que regresarás a él en más de una ocasión y, mal que pese, cimenta la carrera de una auténtica leyenda. Totem es un buen álbum, no uno genial, tampoco una obra maestra, pero sí uno trabajado y con suficientes avales como para darle una oportunidad, no te defraudará. ¿Cuántas veces tendré que escribir esto de Max?

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