Crítica: Impaled Nazarene "Eight Headed Serpent"

Si no conoces, si no escuchas, si no sabes nada de Impaled Nazarene, seguramente, Attila, Gaahl y Fenriz estén ahora mismo tocando en la puerta de tu casa para retirarte el carné de metalero extremo; arrancarán tus posters de las paredes de tu cuarto, se ciscarán en tus vinilos de colorines y tu colección de latas y botellines, rajarán tus camisetas y parches, romperán tu vieja entrada de HIM (cuando creías que eras malo, mala o “male” y pensabas que aquello era metal) y te dejarán tirado en el suelo, llorando mientras cantas "Boulevard of Broken Dreams", que es lo que de verdad escuchas cuando ninguna red social te ve. Si, por el contrario, los conoces o no lo suficiente, pero estás deseando o sabes de la importancia de ellos como banda seminal, bienvenido a esta humilde crítica. Impaled Nazarene publican su primer álbum en siete años, tras "Vigorous and Liberating Death" (2014), y me encuentro con una banda (a la que pude ver en directo, de nuevo, hace ya casi tres años) que ha vuelto a firmar un álbum notable, en pleno ejercicio de facultades, muy en la línea del anterior, lejos de sus obras maestras; "Ugra-Karma" (1993) y "Suomi Finland Perkele" (1994), pero conformando una discografía sólida y negrísima como el alma de Mika Luttinen, por la que parecen que Impaled Nazarene se mueven únicamente bajo sus propios deseos, desatendiendo cualquier corriente o expectativa. 

Grabado en los Revolver studio de Finlandia, "Eight Headed Serpent" es un camino serpenteante a través de la locura, el caos y la oscuridad, desde la inicial "Goat of Mendes" con Repe castigando los parches y Mika gruñendo a la luna, mientras Tommi convierte su guitarra en un cohete. Canciones de apenas tres minutos (si exceptuamos la farragosa “Foucault Pendulum”), como “Eight Headed Serpent” en la que parecen pisar aún más el acelerador del tempo o la atropellada “Shock and Awe”, en un disco en el que todas poseen el carisma y las maneras para alojarse en tu memoria. “The Nonconformists” es punk mezclado con black, sin complejos (igual que ocurre con “Human Cesspool”), dando un resultado tan sabroso como ardiente, igual que “Octagon Order” y su espíritu y gusto por los coros cafres y la velocidad de Tommi. “Metastasizing and Changing Threat” recuerda a Marduk, pero no pasa nada, como "Debauchery and Decay” les hace abrir las pesadísimas puertas del black metal para entrar invocados a través de ellas.

La recta final destila la misma quina que el comienzo del álbum, pareciendo que Impaled Nazarene no han querido darnos un solo respiro, no sólo en el filo de su metal sino también en su inspiración y trabajo compositivo; cuesta olvidarse del estribillo de "Triumphant Return of the Antichrist”, como no sentirse agredido con "Unholy Necromancy" y al rotundidad del bajo de Mikael Arnkil (Arc v 666) o el ejercicio de black que es “Mutilation of the Nazarene Whore” para concluir semejante esfuerzo con la épica “Foucault Pendulum”, lenta pero majestuosa, más cerca del doom que del black pero, ¿qué más da? Esto es lo que ocurre cuando no tienes que pretender nada, simplemente ser uno mismo.

Impaled Nazarene, como tantos otros, siguen conservando intacta toda su magia, ajenos a todo, convirtiéndose en uno de los secretos mejor guardados del metal extremo y la gélida Finlandia, grabando discos de calidad con la misma fiereza, inteligencia y olfato de hace treinta años. No es su mejor álbum, pero no hace falta, claro que no; notable y agresivo, inspirado y aterrador, su pura esencia…

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