Crítica: Suicide Silence “Suicide Silence”

Escribir sobre “You Can’t Stop Me” (2014) era sencillo; la trágica muerte de Mitch Lucker en 2012 hacía que todas las miradas se posasen sobre el quinteto de Riverside con Hernan “Eddie” Hermida cargando sobre sus espaldas la pesadísima carga de un Lucker que se había convertido en mito de la noche a la mañana cuando lo cierto es que desde “The Cleansing” (2007), la trayectoria de la banda se había resentido con “No Time To Bleed” (2009) y “The Black Crown” (2011). La sorpresa fue mayúscula con la incoporación del que fuese vocalista de All Shall Perish y es que Suicide Silence tuvieron el valor de continuar tras la muerte de Lucker y grabar con Steve Evetts el que quizá sea su mejor álbum hasta la fecha. Tras las primeras críticas y la dificultad de muchos para aceptar a Hermida como reemplazo, “You Can’t Stop Me” (2014) se convertía en todo un éxito y volvía a situar a Suicide Silence allá de donde nunca deberían haber descendido; una gira en la que todos quisimos comprobar de primera mano como era eso de ver a la banda sin Mitch y convencernos de que Hermida era un más que digno sucesor y Suicide Silence afrontaban con bríos renovados la continuación de su carrera. Pero qué cierto es que a veces confundimos valentía con inconsciencia porque si bien a Suicide Silence nunca se les podrá acusar de cobardes, la grabación del álbum que nos ocupa sólo se puede adivinar como una temeridad, una de esas clásicas piruetas sin red de la que tan sólo salen bien parados algunos artistas pero cuyo precio pagan la mayor parte de las bandas por y para siempre.

“Suicide Silence” no es un álbum tan terrible como muchos pretenden hacernos creer; es aún peor. El motivo no es el cambio de dirección o el intento por hacer más accesibles algunas de sus canciones, el tan temible tránsito entre guturales y cojones a melodías y pop, el verdadero motivo del fracaso del quinto álbum de la banda es la ausencia de dirección y buenas composiciones; ese intento pluscuamperfecto por madurar a base de “ciclos sanos” y un esfuerzo por dejar el deathcore adolescente que tan buenos resultados les ha dado por una mezcla de metal alternativo y Nu metal en unas canciones a las que de nada ha servido la ayuda de Ross Robinson. “Doris”, por ejemplo, fue todo un jarrazo de agua fría cuando descubrimos que más allá de las voces limpias y el falsete de Hermida, la banda había virado su rumbo y ahora parecían un engendro surgido de los peores momentos de Korn, Deftones y Slipknot, el giro estético-artístico era tan evidente que todos preferimos apartar la mirada y pensar que “Doris” tan sólo era el primer bocado de un álbum que nos devolvería a la banda que había firmado “You Can’t Stop Me”.

Nada de eso, “Silence” seguía esa senda y nos descubría a un Hermida que en su intento por demostrar su versatilidad de registro lo único que hace es evidenciar que es un cantante bastante limitado al que sientan bien los tonos más agresivos y guturales pero no los melódicos porque su voz, sencillamente, no funciona y en su intento por emular a Jonathan Davis en su esquizoide toque, lo único que escuchamos es a un cantante asíncrono y fuera del tono que la canción requiere. Algo que se hará más evidente en “Listen” en la que incluso echaremos en falta a DJ Lethal o Craig Alan Jones (133) para que con sus ‘scratches’ echen una mano a los riffs de Chris Garza y es que el sonido Nu metal es tan claro y tan evidente como vergonzosa la narración de Hermida (‘spoken word’) en una canción tediosa y horrenda como pocas.

Instrumentalmente hay algo de mejoría en “Dying in a Red Room” a pesar del intento, sin éxito, de Hermida por convertirse en Chino Moreno de Deftones o en “Hold Me up, Hold Me Down” la cual podría funcionar levemente sino fuese porque es una vulgar copia de Korn (sí, esa banda que ha firmado su mejor disco en veinte años con “The Serenity Of Suffering” y está colgando el consabido cartel en cada uno de sus conciertos con todo el papel vendido, esa…) y Hermida está jodidamente horroroso en sus alaridos.

Es en este momento en el que uno ha de hacer gala de una madurez que la banda parece haber perdido, parar la escucha del álbum y recapacitar; ¿cómo es posible que hayan logrado la difícil de tarea de sobreponerse a la muerte de Mitch Lucker, grabar un disco magnífico como “You Can’t Stop Me” y hacer el ridículo de esta manera con “Suicide Silence”?

Para colmo, en “Run” harán uso de un suave maquillaje electrónico con Hermida otra vez desafinado y las guitarras de Garza y Heylmun sonando tan crujientes que parecen estar grabadas de manera casera, el estribillo es de nuevo una mala imitación del sonido de Korn y suena tan aburrido, tan sobado, que produce pereza afrontarlo de nuevo tras las estrofas. Incomprensible que Ross Robinson no les haya dicho nada de este resultado tan amateur, tan pobre, en el que la batería de Alex Lopez carece de toda presencia y las guitarras suenan como si se estuviese achicharrando la válvula de los cabezales de sus amplificadores. Lo peor es que cuando crees que ya no pueden superarse, escuchas “Zero” y sientes hasta lástima por lo que estás escuchando, el aburrimiento se hace inaguantable con “Conformity” o la final “Don't Be Careful You Might Hurt Yourself” en la que el oyente perderá toda su paciencia y, si posee algo de criterio musical, arrojará este disco lejos, muy lejos, para no volver a escucharlo nunca más y llorar por el dinero invertido.
Han sido tan valientes que “Suicide Silence” podría entenderse precisamente como un suicidio; una extraña apuesta por un sonido muerto hace años, por una etiqueta de la que las principales bandas de la época ahora aborrecen y reniegan pero que los de Hermida han querido traer de nuevo a la vida olvidándose de que para calzarse los zapatos de Chino Moreno o Jonathan Davis hace falta mucho más que imitarles sin sonrojo. La sombra de Mitch Lucker se cierne sobre ellos, más grande y aterradora que nunca, cuando Suicide Silence tendrán que defender en directo uno de los peores discos del año, un auténtico fiasco de ventas, y orquestar la consecuente maniobra de resurrección a toda prisa si no quieren convertirse en sólo un recuerdo. Tan absurdo y de mal gusto que sorprende que nadie en Nuclear Blast les haya advertido de la que se les iba a venir encima…

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