Crítica: Revólver "Argán"

"Reconozco la frontera que hay entre mi piel y el aire, y el espacio que mis venas le reservan a mi sangre, mis arterias, mis pulmones y mis sesos". 

¿Quién podría imaginarse a Revólver cantando estas líneas? Aquel que cantaba Tú y yo o El Dorado, ha crecido, ha madurado, se ha convertido en un hombre y ha vivido lo bueno y lo malo. Tiene nuestras mismas dudas, nuestros mismos miedos y se los cuestiona a través de su música. Atrás quedaron las canciones empalagosas (por otro lado tan sentidas) con los que todos le descubrimos. Atrás quedaron sus Básicos y sus interminables giras cuajadas de mil y una actuaciones. Quiere investigar, hacer lo que le gusta, lo que le venga en gana y de nosotros depende decidir si le acompañamos o no. 

Para el noveno disco de Revólver, Carlos Goñi nos tenía reservada una sorpresa mayúscula ya que, si habitualmente su música es relacionada con el rock americano moderno más estándar (aquel que bebe de la fuentes de Seeger o Springsteen), en Argán intenta el doble salto mortal empapándose de la música norteafricana, aquella que, según el propio Goñi, le fascinó hace ya más de diez años y que le ha servido para abrir las ventanas y descubrir otra cultura, otra forma de entender la música y aprender a tocar el mandolute, un instrumento típico de Marruecos y en el que el propio Goñi ha querido ver rastros de la escala pentatónica y el blues del delta. ¿Y qué es Argán? Es un árbol que crece en algunas zonas de Marruecos y de los que se extrae un aceite único, los bosques de estos árboles son Patrimonio de la Humanidad.

El resultado en este disco es tan espectacular y desigual a partes iguales que desmerece el conjunto total. Las canciones de Argán son brillantes en su desarrollo, las melodías son magníficas y las letras quizá sean de las mejores que Goñi ha firmado en los últimos diez años pero falla ese mestizaje árabe que aparece y desaparece, manchando algunas canciones con exóticos brochazos  mientras que en otras es tan sólo una excusa, una bonita chilaba con la que se visten algunos cortes cien por cien de Revólver y cuyo sabor marroquí no llega a cuajar del todo.

El disco abre con No hay mañanas, Cada día y Quiero aire (country fronterizo a buen ritmo, una mezcla imposible entre la música norteamericana y la marroquí, con Amine Hagdag a dúo con Carlos). Trío ganador, tres singles potenciales cuyo brillo se apaga en Manos arriba, un estribillo facilón con un mensaje inofensivo de tanto que lo hemos escuchado. Lo que me hace feliz, aunque no es de mis favoritas y nunca la incluiría en un recopilatorio de Revólver, sí que consigue transformar al grupo y hacer que te olvides de Esperando a mi tren, Lisa y Fran o San Pedro. 

Mi favorita del conjunto es Reconozco la frontera, un gran tema en el que Carlos vuelve a su habitual fraseo en el hablar, con una letra aguda como un dardo y unos arreglos espectaculares, flojea en el estribillo pero nada que no puedo ser solventado por un músico de su peso. Ya no hay dos para cenar acaba un disco que no es un cinco estrellas pero sí las acaricia. ¿Nos vamos con Carlos? Por supuesto que sí. El viernes le veremos en Madrid.


© 2011 Jesús Cano