Tras publicar un álbum tan trabajado y notable como “Immortal” (2020), Lorna Shore -como todos- han sufrido el lógico parón del confinamiento y han querido aprovechar el tiempo para demostrar que su proyecto goza de buena salud y prosiguen tras el bache de CJ McCreery, con Will Ramos como cantante definitivo. Pero, vayamos por partes, porque si ya es inusual que reseñe un EP, inusual también es la mezcla que la banda está logrando. Lo primero que llama la atención es la ilustración del polaco Mariusz Lewandowski, al que ya todos conocemos gracias a su peculiar estilo (heredero del mítico Zdzisław Beksiński) y, por supuesto, haber engalanado las portadas de los discos de Bell Witch, Abigail Williams, Atlantean Kodex o Astral Alta, entre muchos otros. Pero, tras admirar la pintura de Mariusz, nuestra mirada se irá a la cortina negra de la izquierda, recordándonos a lo que hicieron Bloodbath en “The Arrow of Satan Is Drawn” (2018) que no era más que un homenaje a Coroner y su clásica banda negra. Pero hay otro detalle, y es el logo del grupo que, a golpe de vista, recuerda también al clásico de Celtic Frost. ¿Casualidad? No, desde luego que no, no digo que Lorna Shore quieran ser Coroner o Celtic Frost, pero sí que cada vez hay menos de metalcore o deathcore en su propuesta y más de black, de metal, de sinfónico y que todo esto, mezclado a sus raíces deathcore, crean una propuesta brutal y pesada, a la que Will Ramos suma exponencialmente con su garganta, esa por la que es capaz de rugir, devorarnos, del growl al gañido de Filth, del gutural más cavernoso al pig squeal. Escuchar a los actuales Lorna Shore con Ramos es sentir que el vocalista está poseído, albergando más de una garganta en la suya, hay momentos en los que parece que le estamos escuchando dialogar consigo mismo. El que no se lo crea tras leer esta crítica, que escuche este EP, "...And I Return to Nothingness", artefacto publicado por Century Media para que no nos olvidemos de “Immortal” y el grupo, además de ahondar en su propuesta y continuar evolucionando, tenga motivo para salir de gira.
“To The Hellfire”, además de iniciarse como si fuese un himno de black metal sueco, posee uno de esos breakdowns que parecen capaces de llegar al núcleo de la tierra, las guitarras de De Micco y O’Connor parecen conectadas a la corriente eléctrica de un generador nuclear mientras Archey golpea con mala ralea y aún más rapidez y Ramos parece poseído. Hay black, muchísimo, pero también deathcore bruto, coronando una letra retorcida como pocas, en una canción en la que hay momentos sinfónicos propios de Cradle Of Filth o Dimmu Borgir. No exagero cuando escribo que De Micco está soberbio cuando solea sobre Archey y su guitarra suena tan agresiva como melódica, tan bombástica y espectacular que poco más necesita, mientras Ramos cierra los últimos breakdowns como contracciones, entre profundos y sucísimos pig squeals en los que parece arrancarse las cuerdas.