Crónica: Zeal & Ardor (Madrid) 18.12.2018

SETLIST: Sacrilegium I / In Ashes/ Servants/ Come On Down/ Blood in the River/ Row Row/ You Ain't Coming Back/ We Never Fall/ Waste/ Fire of Motion/ Ship on Fire/ Stranger Fruit/ Cut Me/ Gravedigger's Chant/ Children's Summon/ Built on Ashes/ We Can't Be Found/ Sacrilegium III/ Don't You Dare/ Devil Is Fine/ Baphomet/

Si Manuel Gagneux fuese uno de mis alumnos, podría decir de él que progresa adecuadamente, pero necesita esforzarse más. Por otro lado, ¿para qué va a hacerlo si ahora es capaz de llenar una sala cuando esto antes parecía una tarea impensable? Suele ocurrir que algunas bandas tocan el bolsillo y conquistan audiencias, justo en el momento en que sus carreras no están tan inspiradas como antes pero, sin embargo, son capaces de grabar el álbum que acierta en la diana. Así ha ocurrido con Zeal And Ardor, ante el espectáculo del pasado martes en Madrid que evidenció que el boca a boca funciona y que Gagneux ha sabido tocar las teclas adecuadas con el que precisamente es su disco más flojo en una carrera tan breve, “Stranger Fruit”, y su propuesta en directo ha sido aún más perfilada a fuerza de girar y girar. No tengo que irme muy lejos; de los dos conciertos a los que había previamente asistido de Zeal And Ardor, el último (este pasado verano) me mostró a una banda a la que un escenario como The Valley, del Hellfest, se le quedó demasiado grande. A una formación que, lejos de conseguir la cacareada alquimia de esa forzada mezcla entre música negra y black metal, son unos músicos que maquillan su estética con la oscuridad de este pero a la que un subgénero tan vasto, le viene igualmente grande, tan grande como su justita pericia con los instrumentos. Como aseguraba mi compañero en su crítica a “Stranger Fruit”, Zeal And Ardor son una banda que toma el metal como estética y lo usa para revestir composiciones de estructura tradicional, muy similar entre sí, sin apenas riesgo, pero con guitarras y voces más agresivas en las que, por cierto, Gagneux sigue recibiendo ayuda en directo…

Sin embargo, sobre el escenario, Manuel ha sido listo y ha dado a la gente lo que busca, ejemplo de ello es la introducción con “Sacrilegium I” e “In Ashes” hasta la primera que hace que el público realmente se anime de verdad, “Servants” y una estética oscura, muy oscura. La gente, la gente, la gente; ese ingrediente necesario para entender un concierto, ese binomio creado con el artista en todo directo y que, a veces, es determinante para que este toque el cielo o, por el contrario, se arruine por completo la experiencia. Si Gagneux progresa adecuadamente, su público no; lo que me encontré en la sala Copérnico fue una audiencia variopinta más interesada en los aspectos más superficiales de la música de Gagneux, que parece vibrar con “Servants” o la ligera “Row Row” pero también desconectados del concierto, ese tipo de personas que luego son incapaces de asistir cuando nos visitan 1349, lucen camisetas de Bathory o Taake, compran vinilos de colorinchis y mueren de amor con Foscor (por cierto, su actuación fue infinitamente superior a la de Gagneux).

“You Ain't Coming Back” es melaza, mientras que “Fire Of Motion” es lo más cerca que Gagneux estará de los fiordos y “Gravedigger's Chant” la más celebrada de un mestizaje que es una auténtica entelequia; cuando debemos aceptar unas reglas ya preestablecidas para poder seguir a Gagneux en su juego. Ese por el cual, su música plantea el hipotético e históricamente incorrecto universo paralelo en el que los esclavos negros, en lugar de aceptar el cristianismo, se hubiesen convertido al satanismo. Algo divertido de primeras, pero a todas luces ridículo cuando alguien con un mínimo de criterio y conocimiento, ahonda en la cuestión y descubre que lo de Gagneux se queda en lo meramente estético y, gracias al color de su voz, y algún que otro golpe de cadena, resuelve la papeleta. El exotismo de un chaval suizo, amante del pop que, como Myrkur, probó suerte con un proyecto llamado Birdmask y parece haber tenido más suerte en el mundo del pseudo-metal, componiendo música que nunca albergará más dolor que la de Howlin’ Wolf o la negación de los primeros Darkthrone y que resulta tan auténtica como el americano gótico de la sexta temporada de American Horror Story, en la folclórica pero artificial “Roanoke”.

En los bises, de nuevo una introducción, “Sacrilegium III” y la esperada “Devil Is Fine”, picos, cadenas y la evocación de una tristeza y amargura esclava, pero de mentirijilla, tan forzada como un asiático bailando por sevillanas. A la salida, la sensación agridulce; el concierto ha sido correcto, Gagneux no nos ha engañado más de lo justo y pidiéndonos permiso, ha cumplido pero la sensación de esnobismo, de intrascendencia, es tal que me siento como aquellos que abren un regalo que es todo papel, lazo y, en su interior, no hay más que un producto más…

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