Crónica: Roger Waters (Madrid) 25.05.2018

SETLIST: Breathe/ One of These Days / Time / Breathe (Reprise) / The Great Gig in the Sky / Welcome to the Machine / Déjà Vu/ The Last Refugee/ Picture That/ Wish You Were Here / The Happiest Days of Our Lives / Another Brick in the Wall Part 2 / Another Brick in the Wall Part 3 / Dogs / Pigs (Three Different Ones) / Money / Us and Them / Smell the Roses/ Brain Damage / Eclipse / Wait for Her/ Comfortably Numb/

El impacto de volver a escuchar en directo “Speak To Me”, dando paso a “Breathe”, queda ensombrecido por la presencia de un tipo alto y enjuto que, vestido de negro y tras unas impenetrables gafas de sol, me saluda y bromea mientras estampa su firma en mis vinilos. Toda la vida escuchando su música, con Pink Floyd como banda sonora, y, frente a él, no sé qué decir excepto un escueto “muchas gracias, Roger” que él devuelve con una palmada en el hombro, los más grandes no son aquellos que viven en otra galaxia, me digo. Más de cuatro décadas han pasado desde que Waters escupiese a un fan en Montreal y decidiese construir un muro entre él y su audiencia, y ahora paseé por Madrid. Paradójicamente, a Waters su música le sirvió de terapia, de bálsamo para sobrellevar la muerte de su padre y sus fantasmas internos y, mientras que el que tildaron de dictador de Pink Floyd, no duda en darse un baño de multitudes y acercarse a su audiencia, Gilmour parece cada vez más encerrado en su caparazón, como una vieja tortuga, en ese matrimonio-asociación creativa con Polly Samson, más interesados en certificar la muerte de Pink Floyd que de grabar discos con algo de inspiración, puede que “Is This the Life We Really Want?” de Waters no sea un nuevo “The Wall” (1979) pero ni falta que le hace y, sin embargo, posee más reaños en cualquiera de sus surcos que el tibio “Rattle That Lock” (2015) de Gilmour y su aburridísima "The Girl In The Yellow Dress”.

Waters sigue conservando su genio y su carácter, pero también sigue amando lo que hace, acude a la prueba de sonido con puntualidad británica y reparte sonrisas y bromas con todos aquellos con los que se cruza, parece renovado; aceptado su pasado, entendido sus conflictos, abrazado sus contradicciones. A pesar de ello, “Us + Them Tour” es todo lo incoherente que una gira con un mensaje como el de las canciones de los Floyd puede ser cuando agotas dos Sant Jordi y dos Wizink Center, cuatro noches en un país sediento de nostalgia pero también de mensaje, de fondo en un mundo inevitablemente hueco y repleto de buenrollismo, de mensajes políticamente correctos, de corrupción, de banderitas, pulseras y lacitos, de cerdos con tupé rubio y botones nucleares más grandes y rojos que los de un coreano salido de las viñetas de Hergé. Si “Breathe” nos llevaba a “The Dark Side Of The Moon” (1973), “One Of These Days” nos cortaba en miles de trozos, como dice la canción, que casi cincuenta años más tarde de su publicación (“Meddle”, 1971) suena más moderna que todo lo que Pitchfork, The Quietus o NME puedan reseñar en las próximas dos décadas. Acompañado del genial Dave Kilminster a la guitarra (por favor, que nadie lea esta humilde crónica sin rastrear el genio del guitarrista inglés), Gus Seyffert, Drew Erickson, Bo Koster, Jon Carin , Ian Ritchie al saxo, Jonathan Wilson (recordándonos a todos a Gilmour en la gira de “Animals”), Joey Waronker, Jess Wolfe y Holly Laessig no pudieron, empero, llegar al desgarro orgásmico de Clare Torry en “The Great Gig in the Sky”.

Waters se retuerce, camina por el escenario y, como un desgarbado y alto Salinger, gesticula o se emociona cantando “Welcome to the Machine” entre un mar de rojos brazos en un partido ganado desde el principio, en el que incluso las nuevas canciones, “Déjà Vu”, “The Last Refugee” o la genial “Picture That” reciben un caluroso aplauso y tienen el difícil papel de convivir con joyas como “Wish You Were Here” en una triada ganadora como “The Happiest Days of Our Lives”, “Another Brick in the Wall Part 2” o “Another Brick in the Wall Part 3”, antes de un merecido descanso que servirá para tomar aire y llevarnos a la famosa y tristona Battersea Power Station y los desoladores y grises ladridos de un perro en mitad de la noche.

Es el momento de “Dogs” y “Pigs (Three Different Ones)” de que el escenario se tiña de rojo, de que un cerdo rosa nos sobrevuele y Donald Trump reciba su merecido (el mundo necesito villanos y villanas, patanes y patanas, imbéciles e imbécilas) de manos de un millonario que canta para un público que levantará los brazos en señal de estar preso mientras sujetan carísimos móviles 4G y han pagado más de cien euros por estar en las primeras filas mientras universitarios con sombrero mejicano venden nachos y llevan pesadísimas mochilas de cerveza, a diez euros el mini. ¿No es delirante? Bienvenidos al ZOOTV, bienvenidos al sinsentido, a la sociedad que no dudará en conmoverse con las imágenes de un bombardeo en pleno concierto pero seguirá votando a su partido, porque es el mejor, porque es el chachi. Waters lo sabe, se pone la careta de cerdo por Orwell y ataca “Money” o permite que Ian Ritchie se luzca en “Us and Them”.

“Smell The Roses” no desentona, parece pertenecer a “Wish You Were Here”, en una recta final que nos romperá por la mitad con “Brain Damage” o “Eclipse” hasta la comunión definitiva con las primeras filas y “Comfortably Numb”. Waters las recorre saludando y dando la mano, sonriendo, pasa al lado mío, cinco horas después me recuerda y dice “Hey!”, me choca la mano y sólo se me ocurre decirle, “Hey You!”, sonríe y se pierde en las tripas de un pabellón todavía en estado de shock. Hey you, out there in the cold. Getting lonely, getting old. Can you feel me?

© 2018 Publius Enigma