Crítica: Radiohead "A Moon Shaped Pool"

Pocas bandas consiguen que espere sus nuevos álbumes con ganas, pegado a la pantalla del ordenador (lo que antiguamente se traducía en comprar el disco en tienda el día de su lanzamiento) pero, si echo la vista atrás, es algo que sí me ha ocurrido con Radiohead desde que decidiese comprarme aquel “The Bends” hace veintiún años y se repitió cuando acudí a las presentaciones de “Ok Computer” (1997) con la banda interpretándolo en unas pocas fechas europeas, me quedé toda la madrugada escuchando “Kid A” (2000) o presencié las canciones de “Amnesiac” (2001) durante una gira en la cual ya coquetaban con algunas de “Hail To The Thief” (2003). Compré “In Rainbows” (2007) a través de su web porque así lo sentía y disfruté de las canciones de “The King Of Limbs” (2011) durante meses que me acompañaron porque, valga la consabida estupidez, a los discos de Radiohead hay que darles tiempo y escuchas. Así, este pasado domingo me encontraba sin despegarme de su web, con ganas de devorar “A Moon Shaped Pool”, su primer disco en cinco años. Una vez filtrado, comprobé una y otra vez, ¿el orden de las canciones es alfabético o ha sido un descuido? No, a estas alturas de la película pocas cosas resultan fruto de la casualidad en Radiohead, por otra parte, algunos de los usuarios se quejaban de que casi todas las canciones ya eran conocidas, habiendo sido estrenadas en directo cuando no descartadas de álbumes anteriores. No hay problema, es una práctica propia de la banda desde su primera entrega, “Pablo Honey” (1993), lo que en otras bandas podría traducirse como falta de imaginación, en Radiohead se trata de tocar una y otra vez las canciones, cambiar las letras, el título, la melodía, los arreglos y rodarlas en sus conciertos hasta que encuentran su espacio, nadie que les siga desde hace tiempo podrá llevarse las manos a la cabeza sorprendido y, sin embargo, sí por la aparente cohesión de un disco cuyas canciones han sido rescatadas de diferentes décadas en el tiempo.

Si antes mencionaba “Ok Computer” y aquella gira que disfruté hace ya muchísimos años no era por casualidad. Resulta que aquel disco –ahora capital en la historia de la música- resultaba el primer paso de Radiohead hacía la abstracción, su huída del rock más tradicional y su incursión en otros terrenos. En él nos hablababan de la deshumanización de la sociedad, de la relevancia de la tecnología en nuestras vidas y cómo ésta y la saturación de información terminaría por adocenarnos, pero plácidamente como también auguraban Pink Floyd unas décadas antes. La verdad es que el mensaje de Yorke y compañía parecía demasiado apocalíptico y extremista, era propio de un libro de ciencia ficción allá por 1997 cuando tan sólo unos pocos disfrutábamos de una precaria conexión a Internet y no llegábamos a entender cómo nuestra vida podría llegar a girar en torno a ella incluso en nuestra relaciones más íntimas. Pero ahora han pasado casi dos décadas desde “Ok Computer” y no podría ser más relevante aquello que Yorke aullaba en sus surcos y cómo, con el paso de los años, Radiohead han sabido utilizar de manera inteligente las redes sin que a ellos les haya llegado a sobreexponer de manera que pudiesen haber llegado a perder su magnetismo como producto y su necesario hermetismo como artistas.

Así, tras miles de rumores, llegaba el videoclip de “Burn The Witch” y, días más tarde, “Daydreaming” junto al anuncio de un álbum que se pondría en circulación un domingo por la tarde, casi sin previo aviso después de cinco años de ausencia discográfica, pero la promoción de “A Moon Shaped Pool” (producido, cómo no, por Nigel Godrich, que tuvo que afrontar la muerte de su padre durante la grabación y agradeció públicamente el apoyo de la banda) había comenzado antes; el sábado 30 de abril, cuando miles de aficionados y clientes de su tienda oficial encontraron en sus buzones una postal con una ilustración y la leyenda “Sing the song of sixpence that goes ‘Burn the witch”. We know where you live” (“Canta la canción de seis peniques que dice ‘quema a la bruja. Sabemos dónde vives”), además de vaciar de contenido sus redes sociales y web.

Y la verdad es que no podrían haber sido más inteligentes con el orden de las canciones porque sí, “Burn The Witch” es la más accesible del conjunto además de llevar cientos de miles de escuchas en diferentes plataformas que garantizan una entrada plácida y ya conocida en su nuevo álbum. Una canción que lleva cociéndose a fuego lento en la olla de los de Oxford desde el 2000 (e incluso estuvo a punto de colarse en un álbum como así atestigua el verso "cheer at the gallows" del ‘artwork’ de “Hail To The Thief”) y que nos muestra una de las características de “A Moon Shaped Pool” y es la profusa orquestación de sus canciones, arreglos compuestos por Jonny Greenwood e interpretados por la London Contemporary Orchestra y su coro. Es cierto que Radiohead siempre había jugueteado con arreglos de cuerda pero nunca habían sido la espina dorsal de sus canciones. En “A Moon Shaped Pool” hay espacio para todo, el carácter cinemático de Greenwood y su trabajo en las bandas sonoras y la pulsión electrónica de los gustos de Yorke...

El videoclip de “Burn The Witch”, dirigido por el artista Chris Hopewell (quien ya trabajase con ellos en "There There" del 2003, de “Hail To The Thief”) es una recreación de la película “The Wicker Man” (“El hombre de mimbre”) de 1973, dirigida por Robin Hardy y protagonizada por el eterno Christopher Lee pero con la estética de la serie infantil inglesa de mediados de los sesenta “Camberwick Green” de Gordon Murray (que formaba la denominada “Trilogía de Trumptonshire” junto a “Trumpton” y “Chigley”). En pocos minutos no faltaron las atropelladas teorías –muchas de ellas acertadas viendo la línea política de Radiohead- que se hacían eco de las posibles similitudes entre la historia y las crecientes políticas de ultraderecha en la aparente placidez pastoral del videoclip bajo la que late una tensa violencia etnocentrista (con caza de brujas incluida) en la animación 'stop-motion' de Hopewell, más cuando el ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca parece más imparable que nunca y Radiohead ya mostraron su repulsa hacía la administración Bush y todo lo que oliese al partido republicano hace muchos años; “Red crosses on wooden doors and if you float you burn. Loose talk around tables, abandon all reason. Avoid all eye contact. Do not react, shoot the messengers”, canta Yorke mientras esos arreglos de cuerda parecen forzarse en un 'crescendo' que termina por estrangularlos como si Bernard Herrmann condujese a la London Contemporary Orchestra en la mítica escena de “Psicosis” (1960) de Hitchcock.

Pero si sorpendente fue “Burn The Witch”, pocos días después, Radiohead estrenaban otro videoclip, esta vez para “Daydreaming”, y dirigido por Paul Thomas Anderson -"Boogie Nights" (1997), "Magnolia" (1999), "Pozos de ambición" (2007) entre otras- que nos mostraba a Thom Yorke caminando, buscando y no encontrando en diferentes escenarios. De nuevo, el videoclip fue víctima de las más disparatadas hipótesis; Yorke aparece en un túnel en los primeros segundos y las sombras tras él son los ocho discos anteriores de la banda, atraviesa casas sin que haya sorpresa de su presencia por parte de sus habitantes (“No Surprises”), recorre los pasillos de un supermercado (en supuesta clara alusión a “Fake Plastic Trees”) o termina en un paraje helado que podría ser el de “Kid A”.

“Daydreaming” es una canción nostálgica, para nada triste pero sí melancólica que, sin embargo, transmite calma. Resulta inevitable mencionar la ruptura de Yorke con su pareja, Rachel Owen, tras veintitrés años y no encontrar cierto eco en su letra; “Dreamers, they never learn, they never learn. Beyond the point of no return. And it's too late, the damage is done, this goes beyond me, beyond you” (“Soñadores, nunca aprenden más allá del punto de no retorno y es demasiado tarde, el daño está hecho y va más allá de ti y de mí”) con Thom Yorke –ya lejos de los supuestos homenajes a la carrera de la banda- recorriendo impasible diferentes escenarios en los cuales parece un invitado en todas esas vidas para acabar refugiándose en una gruta a hibernar, lejos de todos mientras se repite, una y otra vez, la frase; “Half of my life” invertida; “Efil ym fo flaH”

Las coordenadas de “Daydreaming” son fácilmente identificables; el piano de Yorke sobre el que se construye la melodía (claro homenaje a “Merry Christmas, Mr. Lawrence” de Ryuichi Sakamoto) y que termina perdiendo protagonismo por el ‘overdubbing’, el sampleado de la melodía y los arreglos de cuerda inundando la mezcla. Que encaja perfectamente con “Decks Dark” y la posibilidad que Yorke nos plantea “si viniese una enorme nave espacial que nos sumergiese en la oscuridad, tapando el cielo, no hubiese donde ir, tratases de huir pero te fuese imposible y terminásemos viviendo sin esperanza bajo la sombra…”, ecos de “Pyramid Song” de “Amnesiac” gracias a los coros sobre los arreglos y Yorke repitiendo de manera obsesiva; “We will never, never know, so dark, We will never, never know, so dark, so dark, so dark..” entre más y más capas de ecos.

“Desert Island Disk” (cuyo título procede del programa de la BBC Radio 4, en el que una celebridad elige esas obras –libros, discos- que se llevaría a una isla desierta, “Desert Island Discs”) arranca con una guitarra acústica de claro toque oriental en su fraseo pero de sonido evocador de los cantautores de los setenta sobre la que Yorke canta su letra mientras los Radiohead más oscuros harán gala de ello en “Ful Stop” (otra vieja conocida, estrenada en directo hace cuatro años, como “Identikit”), con la ayuda de Clive Deamer del cuarteto de jazz The Blessing en la percusión, y su envoltorio kraut en el que Yorke se siente como pez en el agua, los ‘beats’ se aceleran y nos recuerda a “Sit Down Stand Up (Snakes & Ladders)” cuando parece anclarse en el mantra que es "Truth will mess you up, (All the good times). Truth will mess you up, (All the good times)"

Otro de los grandes momentos –y a estas alturas, van unos cuantos- es la minimalista “Glass Eyes” en la que la elegancia de esos arreglos se entremezcla con las notas de piano de Yorke y nos devuelven a la plácida melancolia de “Daydreaming”; “The path trails off and heads down a mountain. Through the dry bush, I don't know where it leads. I don't really care and the path trails off, and heads down a mountain. Through the dry bush, I don't know where it leads. I don't really care” para rematar con “I feel this love turn cold”

“Identikit”, de la cual ya pudimos escuchar versión en directo (pareciéndome infinitamente superior este registro en estudio), es un exorcismo bajo el ritmo de Philip Selway en el que Yorke vuelve a recuperar un mantra; “Broken hearts make it rain, broken hearts make it rain, broken hearts make it rain, broken hearts make it rain” mientras Ed y Jonny utilizan sus guitarras para crear una melodía entrecortada. “The Numbers” (también conocida anteriormente como “Silver Springs”) es la más clásica, acústicas, piano, un palo de lluvia y uno de los versos más claros de todo el álbum; ”We are of the earth. To her we do return. The future is inside us. It's not somewhere else”.

“Present Tense” es claramente una bossa nova y esos ritmos con los que ya han experimentado (como en “Little by Little” de “The King of Limbs”), también conocida desde el 2009, con la voz de Yorke sin procesar y en primer plano en lo que parece una canción de amor (“No pararé ahora o este amor habrá sido en vano...") –siempre dentro de los colores de Radiohead- de nuevo con uno de esos versos que terminan con agridulce: “In you I'm lost” mientras que la más experimental y atmosférica “Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief” (cuyo título procede de la rima infantil para contar; “Tinker, Tailor, Soldier, Spy…” pero también de la novela de espías de John Le Carre, traducida como "El Topo") es la despedida del álbum antes del auténtico regalo que supone, por fin, la versión de estudio de “True Love Waits” (aquella que formaba parte de "I Might Be Wrong: Live Recordings" del 2001) y a la que tendré siempre gran cariño porque, si la memoria no me falla, la última vez que la escuché en vivo y en directo fue interpretada por Thom Yorke a solas, con su acústica, en el concierto que Radiohead dio en Madrid, allá por el 2003, hace ya dieciséis años.

Cincuenta y dos minutos, once canciones, en las que la banda nos demuestra que puede hacer lo que le venga en gana, que siguen gozando de la misma libertad artística y genialidad de siempre en un universo creado a su medida en el que sólo ellos pueden sonar así y no hay coincidencia alguna o lugar para el azar cuando la primera palabra que le escuchamos a Yorke en “Burn The Witch” es “Stay” y la última, en “True Love Waits”, es “Leave”, una más de las muchas claves que seguramente encierre “A Moon Shaped Pool”, en donde no hay lugar para la casualidad. Sencillamente hermoso...

© 2016 Jim Tonic