Crítica: Killing Joke "Pylon"

Si hay un grupo que no haya decepcionado desde su regreso o hiato es, desde luego, Killing Joke. Resulta de lo más curioso ver cómo han sido capaces de influir a tantísimas bandas tan dispares como Metallica, Nirvana, My Bloody Valentine, Nine Inch Nails o Soundgarden (imposible no mencionar siempre a algunos de sus alumnos más aventajados cuando uno habla de los ingleses) y seguir trabajando duro desde una segunda fila, dando grandes conciertos y publicando álbumes tan sólidos como "Absolute Dissent" (2010) o "MMXII" (2012) sin que éstos sean el respaldo definitivo para que Killing Joke abandonen, de una vez y por todas, el estatus de banda de culto y, lo mejor de todo, sin que se pierdan ellos mismos entre las reverencias de la crítica. Lo habitual en una banda así sería que, tras la deglución sufrida en los noventa por el rock alternativo y su posterior resurgimiento ante las constantes reivindicaciones de su obra por parte de los gurús de aquella década, Jaz Coleman y los suyos hubiesen vuelto de manera digna, con un álbum correcto bajo el brazo y una gira que se convirtiese en un pequeño baño de masas con el que saciar el ego y llenar sus arcas paseando el cadáver embalsamado de su banda por los escenarios. Lo que nadie se esperaba es que aquel regreso y, sobre todo, la vuelta de la formación original nos trajese una segunda juventud de la mano de álbumes que mantienen el listón tan alto como para creer en ellos y entender que los de Notting Hill no llegaron a extender su influencia hace tres décadas sobre cientos de músicos por casualidad sino que, de manera sibilina, siguen siendo piedra de toque para muchos chavales que empiezan ahora en la música.

Grabado a caballo entre Inglaterra y Praga y producido por Tom Dalgety, lo mejor de "Pylon" es que, fuera de cualquier tópico o cliché, es un álbum que no ofrece tregua alguna. Ni una balada o medio tiempo, diez canciones directas a la yugular, con un sonido sólido como una roca, con una producción desbordante y cuya mezcla pide que lo escuchemos a todo volumen y, a ser posible, a toda velocidad mientras conducimos y nos percatamos de que nuestro pie derecho pisa impulsivamente el acelerador, signo inequívoco de que lo que estamos escuchando nos está hablando directamente a las tripas. En "Pylon" no encontrarás ni una sola de esas canciones que requieren mil y una escuchas, no tendrás que esforzarte para vibrar, de "Autonomous Zone" a "Into the Unknown", todas suenan como un tren sin frenos.

Precisamente es "Autonomous Zone" la que destapa el tarro de las esencias de Killing Joke y nos encontramos ante la batería de Big Paul Ferguson y la fiereza cruda tan típica de Geordie Walker mientras Jaz Coleman parece sermonear, en su tono más clásico (convertido desde hace años en un extraño cruce de Alice Cooper industrial de aires postpunk y un Joker de Alan Moore entrado en años), y los teclados saturan la canción mientras Youth hace vibrar su bajo. Sencillamente apabullante en sus coros y sus arreglos. Pero, claro, "Dawn of the Hive" tampoco nos dejará mucho descanso, su guitarra suena ácida, radioactiva, mientras Coleman parece cantar desde un megáfono y, para el estribillo, Ferguson pone la directa y toda la canción parece revolucionarse.

"New Cold War" posee un ritmo marcial, andante, mientras las guitarras se divierten con acordes al aire pero, como todas las composiciones de "Pylon", la guitarra coge músculo rápidamente y la tónica de la canción cambia cogiendo más cuerpo. "Euphoria", más gótica y menos directa, abusa de las atmósferas levemente melancólicas de su primera época (algo a lo que ayuda, sin duda, la voz llena de eco de Coleman), como "New Jerusalem" nos hará dudar de su carácter debido a su comienzo titubeante y su ritmo levemente vacilón para encolerizarse de manera majestuosa, como una pequeña tempestad en la que el trabajo de Ferguson es sencillamente soberbio y la voz de Coleman no tiene más remedio que alzarse sobre las olas eléctricas de Walker.

"War On Freedom" rompe el patrón más experimental para ser una canción sencilla, sin grandes estridencias, cuyo sabor residirá en las guitarras, teñidas de cierta melancolía, quizá la canción más predecible y menos excitante de todo "Pylon" junto a "Big Buzz" en la que intentarán desbocarse sin éxito. No pasa nada, "Delete" volverá a poner las cosas en su sitio gracias a Walker y Ferguson. ¿Qué hubiese sido del rock y el metal industrial de los noventa sin Killing Joke en los ochenta? Cuesta imaginarlo… La subversiva y corrosiva "I Am the Virus" vuelve a hacer que "Pylon" eleve el vuelo con su ritmo trepidante y un estribillo sucio con unas buenas guitarras aullantes y coros llenos de distorsión mientras que "Into the Unknown" hace concluir "Pylon" de manera acelerada, como si no hubiesen pasado los años por ellos, como si no hubiésemos escuchado diez canciones y no tuviésemos más remedio que volver a ellas una y otra vez.

"Pylon" es, sin duda, uno de los grandes álbumes del año, cuyo único problema es que mantiene una línea tan coherente dentro de la notable carrera de Killing Joke que no llamará la atención de los neófitos, ni tampoco despertará el recelo del resto de bandas mientras los críticos se deshacen en elogios. Es tan homogéneo en su calidad y genialidad en una banda tan fiable como la de Coleman que el gran público no reparará en él hasta que  la formación desaparezca y entonces sí; entonces vendrán los lamentos y las reivindicaciones. Disfrutemos de Killing Joke mientras estén entre nosotros facturando álbumes como "Pylon" porque ya está bien de tener que escuchar los discos mil veces para llegar a ellos cuando todo es tan fácil como "darle al play" y vibrar. 

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