Crítica: Baroness "Purple"

El cuarto álbum de Baroness no podría ser más especial y además significar todo un punto de inflexión para John Baizley. "Purple" no es la continuación de "Yellow&Green" (2012) y se agradece porque, a pesar del enorme talento de Baizley para las melodías, donde éstas encuentran su verdadero aliado es en la distorsión de las guitarras y su casual pero puntual mezcla con las acústicas en algún que otro momento porque, a mí entender, la magia de las eléctricas y cómo tiñen la obra de los de Georgia es lo que fundamentalmente siempre les ha diferenciado del resto de bandas con las que habitualmente se les compara, alejados de la vulgaridad del riff grueso per se, sabiendo hilvanar estupendas armonías y coloreando inteligentemente sus canciones. La unión con David Fridmann aquí es vital (ya no es John Congleton el que está tras los mandos), un productor que poco o nada tiene que ver con el estilo que Baroness practica pero que ha demostrado con creces su valía en todo tipo de proyectos, a cada cual más dispar y ecléctico (desde Sleater-Kinney, Luna, Mercury Rev, Mogwai, Low, MGMT, Tame Impala o el último de No Devotion),  pero en "Purple" confirma que sabe imprimirle fuerza, brillo y matices a unas guitarras que sonarán poderosas a lo largo y ancho de "Purple". Guitarras, guitarras, guitarras y guitarras porque si de algo es de lo que no carece este álbum es de ellas. Para Baroness supone ese cambio necesario porque la banda, como tal, evita la repetición y, de manera lógica y natural, busca la evolución intentando que cada uno de sus álbumes no sea la evidente continuación del anterior. Pero "Purple" también supone un cambio de casa; de Relapse Records al suyo propio, Abraxan Hymns, y la independencia y excitación, aunque mayor carga de trabajo, que supone para alguien tan creativo como Baizley llevar las riendas de su propio sello. Por otra parte, esa filosofía del grupo es vital para entender por qué "Purple" no ahonda, ni siquiera de soslayo, en el accidente sufrido en carretera durante el verano del 2012, prefiriendo mirar hacia delante y no regodeándose en un episodio así, justificándose John Baizley cuando argumenta que sería injusto sumir en ese exorcismo a aquellos miembros de Baroness que no lo sufrieron e incidiendo en la importancia de pasar página y mirar al futuro. Y es que, tan sólo el propio Baizley y Peter Adams (cuyo proyecto paralelo, Valkyrie, ha firmado otro de los grandes álbumes de este año con "Shadows") son los únicos que sufrieron aquel accidente, Nick Jost y Sebastian Thomson  al bajo, teclados y batería respectivamente, se incorporaron posteriormente.

Abrimos el vinilo y contemplamos la exuberante portada, obra de John Baizley, repleta de simbología; con una enorme luna llena de fondo, cuatro mujeres rodeadas por animales (ratones, un halcón con su presa y tres perros, lo más parecidos a chacales o la cabeza de anubis, quizá en referencia al episodio más cercano a la muerte, como la enorme marea de clavos) pero también abejas y miel, flores anunciando la primavera o un renacimiento y, por supuesto, el púrpura dominando la paleta; un color que es el símbolo de la eternidad, la magia, la inmortalidad y la fe pero también de la rareza, la oposición de conceptos y el wildeano sentimiento de la diferencia y la extravagancia bien entendida frente a lo vulgar y ordinario. No parece casualidad alguna que la naturaleza del álbum tenga más que ver con "Blue" (2009) y "Red" (2007), como si hubiesen mezclado ambos colores y el resultante fuese una jugosa uva o arándano.

Pinchamos "Purple" y suena "Morningstar" con toda su fuerza y en la cual es imposible no pensar en Mastodon debido a su segunda guitarra, esa que va arpegiando bajo el riff principal. El trabajo en ellas es delicioso pero serán también los coros los que nos llamen la atención sobre la robusta base rítmica de Jost y Thomson. "Shock Me" es, sencillamente la canción mas inmediata de todo el álbum y será uno de los grandes momentos de sus próximos conciertos por lo fácil que entra, su magnífica introducción (además de esas notas de teclado en el estribillo) y cómo se desatan las guitarras, como sube la intensidad en la euforia de ese estribillo que se pega como un chicle llenándonos de entusiasmo a pesar de que su letra parezca el despertar de un sueño en el que preferíamos vivir frente a la pesadilla de la vida que nos ha tocado y un solo que, a pesar de su brevedad, nos demuestra el estado de gracia e inspiración que la banda atraviesa o, mejor aún, lleva ocho años atravesando (y, si te gustan las guitarras y todo lo que rodea a su timbre, podrás sentir levemente en él la nasalidad de los Vox de válvulas de los setenta y la forma en la que se doblaban las notas en aquella época. Aunque mucho me temo que todo se deba al modelado en estudio porque Baroness no tiran de Vox y distorsiones británicas de hace cuarenta años sino de BadCats y OCDs...)

Mientras que en "Try to Disappear" juegan a crear esa tensión gracias a esas guitarras contenidas y el teclado (atención a éste en todo el álbum porque con él lograrán muchos ambientes y texturas nunca antes vistas en sus canciones) en "Kerosene" o  "Desperation Burns" podremos oler levemente en la lejanía las llamas y el caos (aunque Baizley niegue que ninguna trate sobre el accidente o las sensaciones que éste despertó en ellos). "Kerosene" es una buena muestra de cómo mezclar potencia con melodía (evocando, de nuevo, a los de Atlanta) suspense con pequeñas dosis de psicodelia en segundo plano mientras que "Desperation Burns" basa todo su potencial en una sucesión de potentes riffs, enlazados unos con otros en constantes sacudidas de ánimo. "Fugue" es un pequeña pieza instrumental de apenas tres minutos con un fuerte sentimiento de fusión y con la que pretenden aligerar la carga de profundidad de una primera cara que arrancará con "Chlorine And Wine" cuyo comienzo parece la salida de un coma y, poco a poco, se despereza o despliega todo su plumaje gracias a Thomson y las bonitas guitarras que encuentran colchón en el bajo de Jost, pronto se armará y la distorsión y la voz de John tomarán todo el protagonismo aunque el verdadero clímax llegue un minuto antes de acabar; "Black rose on the bed, turn me to fire. Black rose in the vein, shine in your eye" y ese "Please don’t lay me down!" que parece una súplica y con el que la cierran.

Ese pequeño sentimiento de fusión de "Fugue" es el mismo que sentimos al escuchar la introducción de Thomson en "The Iron Bell", cuya velocidad nos desbordará hasta la evocadora "If I Have to Wake Up (Would You Stop the Rain)" en la que es Jost quien lleva todo el peso, secundando a Thomson con un ritmo pesado, junto a John en las voces. Nueve piezas y ni una sola que sobre (porque la marcianada de "Crossroads of Infinity" es tan sólo una despedida); la duración perfecta para un álbum, lejos de innecesarios alardes y absurdos rellenos. Mágico, misterioso, exótico y tan diferente pero tan propio de Baroness que es imposible no amarlo desde su primera escucha y quedarse embobado contemplando una y otra vez el vinilo, como si fuese un pequeño regalo de los dioses.


© 2015 Conde Draco



Valoración
4/5 –