Crítica: Caspian "Dust and Disquiet"

Escuchando el nuevo disco de Caspian uno no puede menos que reflexionar sobre cómo nos gusta etiquetar y clasificar para encontrar cierta tranquilidad, como si bautizando todo lo que nos rodea esto fuese más comprensible, perdiese su magia o frescura y dejase de poseer ese misterio de lo que uno no sabe o no puede explicar. Pero, no contentos con eso, también nos gusta opinar; creer que estamos ante algo histórico o, por el contrario, la mayor de las decepciones y así ocurre con cualquier género o subgénero como el mismo post-rock, el cual nos gusta asegurar que murió poco después de que Simon Reynolds cerrase la boca hace casi veinte años. En plenos años noventa siempre me resultó curioso acudir a un concierto de Mogwai, Tortoise o, mucho más tarde, Godspeed You! Black Emperor o Explosions In The Sky y escuchar que ya estaban muertos y lo que iba a ver, segundos después, sobre el escenario eran criaturas de George A. Romero paseando sus decrépitos cadáveres artísticos sobre las tablas de media Europa. Incluso pequeñas pero esperanzadoras nuevas promesas como The Sound Of Rescue, Grimlake, Encandenza o Weary Eyes se hubiesen quedado ya flotando en el limbo o el éter antes de conocer siquiera un pequeño bocado de reconocimiento o éxito, publicar una segunda demo, otra maqueta en bancamp o fimar con una independiente y estamos hablando de formaciones que todavía se mueven en el circuito más underground y, en teoría, tienen toda su carrera por delante. Parece que en estos tiempos de inmediatez; en los cuales las noticias valen unos pocos minutos y veinticuatro horas más tarde ya son olvidadas, seamos más crueles que nunca con los propios artistas y disfrutemos aseverando que practican estilos ya muertos o vieron sus días de gloria hace más de una década. 

Es cierto que la inmensa emoción con la que algunos vivimos la publicación de "Millions Now Living Will Never Die (1996)" de Tortoise o el "Mogwai Young Team" (1997) y su paso por España en el 98 y buceamos hasta Cocteau Twins o el "Nowhere" de Ride en 1990, un grupo islandés publicaba "Ágætis byrjun" (1999) o fantaseábamos como sonaría "Lift Your Skinny Fists Like Antennas to Heaven" (2000) en directo, ya nunca volverá y ahora todo se ha "bastardizado" en mil pedazos, costando encontrar los límites de cada género y teniendo a golpe de ratón, a través de redes sociales, el acceso a millones de grupos desconocidos que despuntarán o no pero a los que no les falta talento y ganas pero no puedo creer que el post-rock haya muerto, como tal, justo ahora cuando su mestizaje es mayor que nunca y hay bandas como Caspian.

Escrito tras la gira de "Waking Season" (2012) y la pérdida de Chris Friedrich, Philip Jamieson asegura que fue algo de todo menos placentero y es que se encontraban en un gran momento de ansiedad en el que se añadieron los problemas de cada uno, de ahí que digan que "Dust and Disquiet" es como un pequeño antídoto o catalizador de toda esa pena, estrés y dolor. Supongo que es lo que tiene cuando, aparte de perder a un amigo y tras una agotadora gira, tienes sobre ti todas las miradas de la crítica y una horda de nuevos seguidores esperando nuevas canciones, además de los propios problemas de tu vida.

Y lo cierto es que cuando comienza a sonar "Separation No. 2" uno, idiota y confiado de su propio juicio, llega a pensar que Caspian se han equivocado y han vuelto a grabar un disco más cuando todos esperábamos un pequeño paso de gigante -valga el contrasentido- y quizá hubiesen publicado otro "Tertia" (2009) que, sin ser malo en absoluto, no marca esa línea ascendente que sí "Waking Season" (2012) tras "The Four Trees" (2007). Esas guitarras hipnóticas de "Separation No. 2", ese patrón limpio, pronto se ve arropado por metales y cuerdas hasta casi deshacerse en el inicio de "Ríoseco" y esos armónicos y cuerdas u orquestación que, por momentos, nos llevan a las de Godspeed You! Black Emperor y de nuevo in crescendo hasta lo más etéreo de un slide y un rugido de distorsión que nos golpea como un pesado muro mientras las guitarras se rasgan de pura intensidad. Pero, llegados a este punto, "Arcs of Command" no nos hará bajar ni un ápice y continúa, convertida casi en un medio tiempo, mostrándose épica allá donde "Ríoseco" era un tormenta, para llegar a un robusto riff que les hace entrar en el terreno del metal más comedido y unos últimos segundos de puro noise mientras Vickers los finiquita con un platillazo.

Contaba Jamieson que acostumbrarse a la ausencia de Friedrich ha sido más duro de lo que podríamos llegar a imaginar y que incluso el proceso de composición se vio afectado a todos los niveles, siendo Jani quien se encargase de trabajar las líneas del bajo y servir de colchón a las guitarras antes de sentarse a grabar. Cuesta imaginar todo ese esfuerzo ante la aparente fluidez de "Echo and Abyss" en la cual descargan sobre nosotros con fuerza para acabar en el contrapunto acústico que supone la melancólica "Run Dry" como brillante final de la primera cara. "Equal Night"sirve de bonita introducción a piano para "Sad Heart of Mine" que rompe el tono triste de la anterior y nos trae algo de optimismo sin perder intimísimo o sensibilidad para escuchar cómo la canción parece desperezarse entre platillos y convertirse en un pequeño relampagazo de euforia mientras los obsesivos beats de "Darkfield" se solapan con la batería y, allá por la mitad, las guitarras parecen electrocutarse, derretirse o retorcerse sobre sus propias notas; nos noqueó a todos cuando fue adelanto pero en el contexto del disco resuena aún más poderosa, desde luego que sí.

"Aeternum Vale" nos sirve para recobrar algo de aliento en sus silencios antes de "Dust and Disquiet" y sus once minutos de vaivenes, incluidas dos cimas de emoción aullantes que cierran el disco con el rumor de una yemas cambiando y desplazándose sobre las cuerdas de una guitarra. Puede que la emoción me supere pero en tan sólo las diez canciones de "Dust and Disquiet", los de Massachussets han parido su mejor álbum hasta la fecha o, por lo menos, algunas de sus canciones más inspiradas; arriesgando sin perder su identidad, añadiendo nuevos ingredientes y conservando toda su emoción. Llámalo como quieras pero ni el rock y todos sus hijos están muertos ni esto es un simple disco; es una pequeña obra de arte.


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