Crítica: The Winery Dogs "Hot Streak"

El nuevo disco de The Winery Dogs, "Hot Streak", nos demuestra cuán fáciles somos de engañar cuando a nuestra emoción se la nubla con la razón, pero una razón que es falsa igualmente. Dicho de otra forma, ¿cómo no me va a gustar un disco perpetrado por tres músicos de los que no hay duda alguna y su talento está fuera de cualquier discusión? Cuando hace dos años nos llegaron noticias de la formación de este trío y la publicación de un primer álbum, llamado simplemente "The Winery Dogs" (2013), la reacción popular fue la prevista… Billy Sheehan es un músico al que no hace falta presentación, multiinstrumentista, dotado de un sentido especial para el ritmo y la armonía, auténticamente genial en sus desarrollos y fraseos, todo un todoterreno que es capaz de tocar el piano con los pies mientras hace coros y te sigue con su línea de bajo. Ritchie Kotzen era más desconocido para el gran público (que nadie me lo discuta porque le he visto en salas pequeñas y bares a un tercio de su aforo cuando ha girado en solitario) pero un guitarrista magnífico con una extensísima discografía a sus espaldas y, tras los parches, el carismático Mike Portnoy, uno de mis baterías favoritos o, por lo menos, un músico al que le tengo mucho cariño. ¿Cómo no podía gustarme The Winery Dogs? Pues mire, me dejan fríos. Su primer disco fue una pequeña novedad y mentiría si dijese que no lo disfruté en su momento pero en directo fue donde, sin llegar a decepcionarme, me percaté de que lo que tenía ante los ojos no era el supuesto supergrupo que se nos vende sino un proyecto más de Portnoy.

Sheehan estuvo soberbio pero no deja de ser un grandísimo músico de estudio o acompañamiento (a estas alturas nadie con dos dedos de frente pone en duda su valía pero sí su escasa participación o sangre) a Kotzen se le sentía pequeño (ojo, no estoy diciendo que no me guste como guitarrista o dudando de la capacidad de ambos músicos) en un escenario que, siendo el de una salita como era, se le hacía demasiado grande y al que sí se le veía comodísimo -como es de esperar- era a un Portnoy que dejó claro quién es el jefe o líder del combo. La prima donna por excelencia de todos los baterías no dudó en enfadarse con su técnico y tirarle cualquier parte de su set, tocar como si estuviese en un estadio ante cincuenta mil personas con exagerados aspavientos, hacer coros o cantar por encima de Kotzen, abandonar el escenario, increpar a las primeras filas, tirar sus baquetas cada dos segundos o atraer las miradas de todos incluso cuando sus compañeros ejecutaban sus solos. A Portnoy o le amas o le odias, nunca podré criticarle porque me gusta con todos sus defectos pero The Winery Dogs es un proyecto con una obsolescencia programada desde su nacimiento o al que está claro que Portnoy recurrirá cuando se aburra y le aparezca salir de gira cuando no esté con Trasatlantic, Metal Alegiance, sus Liquid Tension,  supliendo a Pero en Twisted Sister, enzarzado en sus mil y un proyectos, clases o generando jugosos titulares acerca de Dream Theater para la prensa especializada.

Volvamos a la pregunta con la que iniciaba esta crítica, ¿cómo no te van a gustar The Winery Dogs? Tienes a tres grandes músicos; un bajista asombroso, un guitarrista sobresaliente y un batería carismático y con fuerza. Habría que ser muy valiente o un completo kamikaze para atreverse a decir que no te gustan sin quedar como un ignorante del que se rían tus amiguetes, esos que saben tanto y están de vuelta de todo; que son capaces de hablar del dodecafonismo, black noruego y punk turco, de la escuela de Canterbury, síncopas y tresillos, diferenciar entre una Les Paul del 59 y una agujereada con los ojos cerrados y a través de un POD, una válvula china de una rusa tan sólo oliendo el cabezal de tu ampli, aseguran que Robert Johnson está sobrevalorado o esa chica que te estás tirando y llora con una canción de cualquier  artista prog porque tiene más sensibilidad en su conducto endolinfático que tú en todo tu cuerpo. ¿Cómo les vas a decir que Kotzen es un guitarrista técnicamente estancado repitiendo una y otra vez los mismos licks y recursos, Sheehan resulta gris y este grupete es, ni más ni menos, otro juguete de Portnoy? 

Y es que "Hot Streak" se hace largo y eso es malo cuando hablamos de un disco de, tan sólo, trece canciones y abre fuego de manera trepidante con "Oblivion" con la guitarra de Kotzen, al cual disfruto muchísimo más en una clave más bluesy o hard rock y no cuando se empeña en parecer más pirotécnico que el Van Halen de los setenta, y Portnoy ametrallando desde su batería. Resulta efectista desde su primera nota pero pronto se vuelve aburrida, justo antes del solo y después del segundo estribillo. Otro elemento que, a mi gusto, lastra mi disfrute del proyecto es el, cada vez más asombroso, parecido de la garganta de Kotzen con Chris Cornell, me resulta imposible no sentir que estoy escuchando constantemente al líder de Soundgarden, es algo que ya me ocurría con sus discos en solitario pero que, cuando eleva el tono y lo fuerza, se hace aún más evidente.

Por suerte, en "Captain Love" tiran de hard rock con un riff sencillo que funciona bastante mejor que las anteriores exhibiciones pero en ésta el problema reside en que, según pasan los segundos, parece ir perdiendo fuerza y todo se ralentiza. Una canción que podría haber dado más de sí y que promete con las primeras notas pero se torna mortalmente aburrida y en la que lo único que podríamos salvar es la parte central de Sheehan y Kotzen cuando se pone boogie, justo antes de darle al Wah; qué alguien me explique el sentido de su improvisación a partir del tercer minuto, por favor.

La juguetona "Hot Streak" no está mal pero es en ella y en "How Long" en donde nos damos cuenta de que, como en muchos discos de los que se publican ahora, lo que fallan son las canciones. De "Empire" me gusta el estribillo a medio tiempo pero se me hace eterna y lo único salvable es el solo con slide de Kotzen ya que le añade un poquito de velocidad. El engañoso título que es "Fire" nos trae una canción acústica, de tintes románticos, nocturna y con una suave base latina que supongo que desagradará a los seguidores que busquen emociones más fuertes y, aunque no me guste especialmente, es en este tipo de composiciones en donde podemos apreciar cierto trabajo de grupo más allá de los lucimientos personales en otras canciones que nada más que evidencian el deseo de querer impactar en el oyente. "Ghost Town" abriría la hipotética segunda cara del disco con un ritmo trepidante, como contrapunto a "Fire", en una melodía que se construye sobre la línea de Sheehan pero, tanto en ella como en "The Bridge", podemos apreciar que (diferencias en el tempo o los propios riffs) básicamente lo que estamos escuchando es la misma canción una y otra vez, como si la fórmula de The Winery Dogs se hubiese agotado en el primer descorche; siendo un grupo tan joven y tan sólo al segundo disco.

Los protagonistas de "War Machine" son Portnoy y el piano de Sheehan los que, por lo menos, le añaden algo a una canción que, de otra manera, sería tan plana como el resto. De "Spiral" he leído de todo pero, claro, tampoco puedo pedirle demasiado a un chaval que escribe al peso y no conocía a Kotzen o Sheehan, "Spiral" basa su sonido en el sonido disco de los setenta y por esa pequeña diferencia frente al resto es por lo que me gusta, puede resultar descabellado pero es la única que merece la pena de todo el álbum porque, junto a "Fire" o "Think It Over", es la canción en la que arriesgan. ¿Suficiente aval para comprar este "Hot Streak"? Desde luego que no.

De "Devil You Know" lo mejor que se podría decir es que es más de lo mismo. De verdad, quiero pensar que el oyente medio puede entender a lo que me refiero; la receta de The Winery Dogs resulta aburrida por lo que se repite. Mientras, la anteriormente mencionada, "Think It Over" nos hace coger algo de vuelo con esos coros, teclados y ese tono acústico de redención sureña. Pero la cabra tira hacia el monte o en este caso el cordero porque "The Lamb" cierra con más pena que gloria, como su la hubiésemos escuchado veinte veces antes ya y es que así ha sido.

Un buen disco que se siente sólido, un estupendo segundo paso que, sin embargo, deja indiferente según le das una y otra escucha y te encuentras con canciones que, aunque suenen arrolladoras y tengan todos los ingredientes, no pasarán a la historia de la música popular o la tuya propia. The Winery Dogs son entretenidos pero son tan inocuos e insustanciales que sorprende la cantidad de críticas positivas y hacen que uno vuelva a preguntarse por qué el experimento no funciona. El todo es más que la suma de las partes y ese todo aquí hace agua porque el grupo está ensamblado como un mecano. ¿Por qué siendo grandes músicos no dejan poso alguno en mí? Porque las cosas hechas sin alma no dejan marca alguna, así de sencillo.

© 2015 Jack Ermeister