Crítica: Death Cab For Cutie "Kintsugi"

Quizá todo se deba a esa manía nuestra, tan inherente al corazón, de empeñarnos en que aquellos artistas que una vez tocaron nuestra fibra vuelvan a acertar y darnos en el corazón con cada muestra de su arte. Pero en los últimos pasos de Death Cab For Cutie el problema no parece nuestro sino de Ben Gibbard porque durante años mostró su genialidad; su habilidad para sacudirnos emocionalmente y ahora la magia simplemente se ha esfumado. No estoy exagerando, Death Cab For Cutie son un gran grupo y Gibbard sigue componiendo grandes melodías pero son sólo fuegos artificiales, no duran demasiado en el recuerdo, no marcan a fuego como antes, no te hacen volver una y otra vez a ellas. Lo peor de todo es que, aunque "Kintsugi" tenga calidad a raudales, a veces uno tiene la sensación de que Gibbard está a medio gas, su voz no transmite como antes y se le siente desganado en algún que otro momento. Quizá, y volviendo a mi planteamiento inicial, en el cual eximimos de toda culpa al artista para cargarnos nosotros con ella; los artistas son personas, maduran, crecen y rara vez es como todos querríamos o no es en sincronía con su público y tampoco tienen por qué pero nosotros tampoco por qué de guardarles fidelidad y agradecimiento eterno por lo que una vez fueron capaces. Si Gibbard firmase de nuevo algo tan intenso como "Trasantlanticism" ni a nosotros mismos, doce años más tarde, nos llegaría igual.

Quieran o no, la marcha de Chris Walla afecta y quizá no tanto su mutis por el foro como la incomprensible rémora que ahora parece haber supuesto su presencia en los últimos años sobre los hombros de Gibbard, aquel que era llamado "el arma secreta" del grupo. No es algo que me esté inventando, basta leer las declaraciones de Ben para adivinar cierta sensación de alivio en la salida de Chris recordándonos a todos a esas parejas en las cuales ninguno de los dos está a gusto pero tampoco alguno da el paso y cuando una de las partes se anuncia en retirada el otro respira aliviado. El abrazo tras la última canción no sabe a nada si durante las últimas entrevistas dejas ver el peso del que te has librado porque el otro haya tomado la decisión y el binomio Gibbard/ Walla resulta que estaba dañado desde "Narrow Stairs" (2008) o incluso "Plans" (2005). Al final, parece que el grupo era demasiado pequeño para un Gibbard, para un Walla…

Primer disco sin Walla a las guitarras, en las canciones y, por supuesto, tras los mandos de la producción que en este último asume Rich Costey. Decir que se nota en detrimento del álbum es toda una estupidez porque suena fantástico pero sí que cambia ligeramente el sonido del grupo y tan sólo conservará su identidad en algunas canciones pero el principal inconveniente que veo en él es la aparente falta de gracia a pesar de contener  grandes temas como "Black Sun" o la bonita y acústica "Hold No Guns", como ligeramente poco afinada me parece la inspiración de Gibbard en el apartado lírico; siempre me había gustado su capacidad para diseccionar el complicado mundo de las relaciones, la distancia entre las personas, la soledad, la aparente esperanza en un email, un mensaje de texto, una llamada o una foto y todo el imaginario con el que Gibbard era capaz de contar una historia en tres minutos y llegar a conmover con pocas palabras, en "Kintsugi" no escucho nada de eso y hasta llamar "Kintsugi" a este disco puede parecer pretencioso cuando uno quiere dar la sensación de que no hay fractura, ni profesional ni personal, o ruptura alguna que haya que unir con canciones de oro y plata porque nada más lejos de la realidad.

"No Room In A Frame" nos reconcilia y hace de espejismo abriendo el disco, como "Good Help (Is So Hard To Find)" (con un gran ritmo funky mezclado con los adornos más horteras de los ochenta pero funciona a pesar de que Daft Punk ya hubiese llegado mucho antes a ese planeta) que nos hace creer que hay frescura, que hay actitud o nos hemos encontrado de nuevo con el Ethos de los de Washington. Y hasta "Black Sun" o "Hold No Guns" que son grandes avales pero también hay tremendas estupideces de la magnitud de "Little Wander" por la que deberían pagar derechos de autor a Robert Smith de por vida por robarle el sonido de sus guitarras (y que nadie me malinterprete porque luego la canción despega en el estribillo y de qué manera), "Ingenue" o "Binary Sea" que pretenden cerrar el disco de manera solemne y sólo consiguen arrancarnos un bostezo.  Letra interesante, por la imagen, en "The Ghosts Of Beverly Drive" y por cómo coge brillo y fuerza el estribillo o su guitarra entrecortada en las estrofas pero, como todo en "Kintsugi", tiene su contrapunto en la gran favorita de Ben Gibbard que es "El Dorado" que, aunque podría haber resultado una gran canción, se pierde en una nadería.

Unir las piezas rotas de cerámica con oro y plata puede ser un arte pero, en su origen, no deja de ser un objeto quebrado y unido a la fuerza (sin entrar en valorar esos Kintsukuroi que ya nacen como tal y son quebrados de manera artificial para ser falsamente unidos de nuevo) y Death Cab For Cutie es lo que ahora mismo parece; un grupo que ya no está en su mejor momento y permanece unido gracias a unas canciones con vocación noble pero que no dejan de ser Super Glue y nos muestran a una banda fracturada y tocada de muerte a menos que Gibbard recupere la chispa, a Walla y ambos las ganas…

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