Crítica: Whitechapel "KIN"

Comienzan a sonar las guitarras acústicas de “I Will Find You” y sé por lo que estoy aquí, por lo que estoy escribiendo sobre Whitechapel y es por su mutación, su increíble esfuerzo por desmarcarse de las férreas barreras del deathcore. Pero tampoco voy a pecar de iluso porque, a estas alturas de la película, en pleno 2021, rara es la banda de cualquier subgénero que acabe en “core” que no haya huido del barco cual rata, alegando madurez, búsqueda de nuevos horizontes o porque ya era hora de quitarse las dilatas de las orejas cuando han dejado de ser una moda y sólo las lucen quienes de verdad las aman. El caso es que si Whitechapel parecen diferentes no es por otro que por el propio Phil Bozeman. Y es que la banda ha ido evolucionando de manera natural a golpe de trauma, de catarsis existencial y emocional de Bozeman; nada que objetar cuando han abandonado el deathcore más genérico (que nadie se me eche encima, era lo que era) para ahondar en un metal maduro y con fondo como es el de “The Valley” (2019), el que para mí es su obra maestra hasta el momento.  

 

Así que, cuando se anunció la publicación de “Kin” (a pesar de su horrenda portada, aunque toda una declaración de principios por alejarse de las clásicas ilustraciones de su discografía y las de cientos de bandas similares), tras escuchar adelantos como “Lost Boy” u “Orphan” (ya, también “A Bloodsoaked Symphony”, pero no) no tuve ninguna duda de que Bozeman volvía a tirar de su panteón de problemas para armar el alma del nuevo disco de Whitechapel, lo que -sintiéndolo mucho por él- me auguraría una hora de sentidísima música con la que alejarnos de la auténtica chorrada abstracta adolescente con tintes dramáticos del común denominador de las letras escritas por bandas de metal actual cuando escapan de los monstruos y la imaginería más clásica.  Más que nada porque soy de los que piensan que, por desgracia, cuando los artistas tienen mierda que sacar es cuando suelen publicar su mejor material y cuando tienen el estómago lleno (literal y figurado) es cuando la calidad de su producción baja a extremos insondables.

 

Con todo, a pesar del comienzo de “I Will Find You” y el cinemático final con “Kin”, el disco de Whitechapel no resulta tan redondo como “The Valley”, quizá porque no se centra en un solo punto de la historia, del drama de Phil sino que picotea aquí y allá y el ethos de las canciones hace que la música responda; la instrumentación es brillante, por supuesto, a la altura de Savage, Householder, Gabe, Wade y el más reciente Rudinger pero no se siente tan sólida o, por lo menos, tan coherente como en el anterior. Lo que no significa que “Kin” sea un mal disco, tan sólo menos redondo.

 

Algo que se siente cuando pasamos de ese inicio al brutal single que es “Lost Boy”; me gusta el cuerpo de la canción, la solidez, la sensación de abigarramiento, de fuerza y robustez, Bozeman suena agresivo y profundo, devorando tu alma y el toque sincopado de la canción junto a la sensación de que la sección rítmica (Householder y  Rudinger) corre atropellada hasta el estribillo me parece sobresaliente, así como la bajada de tempo en “A Bloodsoaked Symphony” y el regusto de que se acercan al death metal y olvidan el deathcore, de que Phil se ha convertido en el auténtico monstruo de las galletas y sólo recuperan algo de velocidad en el doble bombo del estribillo. Ambas canciones, tras la ilusión de “I Will Find You” forman un inicio grueso hasta “Anticure”, en la cual vuelvo a sentir que Whitechapel se desmarcan de todo, no es por la voz melódica sólo sino por el riff principal; por cómo las guitarras adornan y no llevan el peso de la canción, por esa forma de crear texturas y recordarnos a Tool cuando el bajo de Gabe es el que traza la melodía bajo la voz de Phil, mientras “The Ones That Made Us” nos devuelve a los Whitechapel más agresivos, un espejismo entre “Anticure” y la primera parte de “History Is Silent” hasta esa segunda parte en la cual parecen desbocarse, igual que en la alternancia de rabia de “To The Wolves” y el solo de Savage, más cercano al hard que al metal o el single más claro de ese cambio, de más calado y el que mejor representa a “Kin”, “Orphan”, en la cual, aunque no me guste el toque postmetal y el exceso de melodía sí reconozco la influencia de otras bandas y otros artistas en la forma de cantar de Phil, pareciéndome magistral cómo cambian de tercio desde su comienzo, en apenas cinco minutos.

Pena, como no podía ser de otra forma en “Kin”, es la innecesaria “Without You” (un interludio acústico que no aporta nada), “Without Us” o quizá la peor del conjunto, la propia “Kin”, en la que hay buenas ideas y ganas de cerrar de una manera épica, emocional y diferente pero no termina de cuajar en un álbum en el que cuesta entender el equilibrio entre el deathcore, death metal de bajo octanaje, post metal y momentos más dulces que carecen de sentido sin la narración de una historia, como en “The Valley”. Pese a ello, Whitechapel han vuelto a grabar un álbum notable que les hace crecer, aunque produzca la sensación de ser una pura transición. Que desemboque en algo o no, sólo depende de ellos…


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