"private music" de DEFTONES

Un ejemplo más de la autenticidad y creatividad de los de Sacramento...

Crónica: Blood Incantation (Madrid) 20.10.2025

SETLIST: The Stargate [Tablet I]/ The Stargate [Tablet II]/ The Stargate [Tablet III]/ The Message [Tablet I]/ The Message [Tablet II]/ The Message [Tablet III]/ The Giza Power Plant/ The Vth Tablet (Of Enûma Eliš)/ Meticulous Soul Devourment/ Obliquity of the Ecliptic/

La carrera de Blood Incantation siempre me ha parecido una sorpresa deliciosa, porque siempre recordaré cuando me las vi y deseé para conseguir el vinilo de “Starspawn” (2016) cuando se publicó; la distribuidora se había llevado una sorpresa y tuvieron que prensar más y más copias, hasta tal punto que las vendían sin tenerlas sobre la mesa. Todavía conservo aquel correo electrónico en el que nos pedían perdón e incluso pedían que eliminásemos la rebarba o los restos de polvo de haber sido pulidos, ya que no habían podido hacerlo ellos mismos. O aquel concierto hace ocho años en Madrid, en plena Gran Vía madrileña. Quizá así, el lector perciba el cariño que siento por la banda de Denver y sepa entender que el último concierto de Blood Incantation en Madrid, más que una noche de música, fue lo más parecido a un portal hacia dimensiones desconocidas, un evento que transformó la emblemática sala La Riviera junto al río Manzanares en un santuario de metal cósmico y psicodelia brutal. La humedad del río se filtraba sutilmente, añadiendo un toque otoñal al ambiente, como si el agua cercana amplificara las ondas sonoras que estaban por venir. Author & Punisher abrió la noche, el proyecto unipersonal del ingeniero y escultor Tristan Shone, inició la velada con un arsenal de pulsos electrónicos que envolvieron la sala en una densa niebla ritual. Sus construcciones sonoras, como esculturas vivientes que emitían ritmos industriales y profundos graves, prepararon el terreno con una intensidad hipnótica, haciendo que el público se meciera en un trance colectivo, como si estuviéramos en un laboratorio alquímico donde el metal se fundía con la electrónica. Shone, giraba las perillas con precisión quirúrgica, creando olas de sonido que vibraban en el pecho, un preludio perfecto que elevó la anticipación a niveles estratosféricos. Hasta que Blood Incantation subieron al escenario alrededor y el rugido del público fue ensordecedor, un coro de almas listas para el viaje astral que la banda, con su estética mística medio cocida entre lo oculto y lo extraterrestre, aparecieron bajo luces estroboscópicas que evocaban nebulosas lejanas, listos para desatar su magia. Paul Riedl, con su guitarra colgada y su voz gutural preparada, junto a Morris Kolontyrsky en la segunda guitarra, Jeff Barrett en el bajo, Isaac Faulk en la batería y la reciente incorporación de John Gamiño en los teclados y coros, que añadió capas que enriquecían su sonido progresivo, nos hizo sentir que aquello no era un concierto cualquiera, sino una experiencia trascendental que diluía las fronteras entre el death metal más brutal y el ambient psicodélico, confirmando por qué "Absolute Elsewhere" (2024) es aclamado como una obra maestra que redefine el género.

El repertorio comenzó con una serie de intros ambientales que sirvieron como puente hacia el cosmos, interpretando versiones o homenajes a clásicos como "St. Elmo's Fire" de Brian Eno, "Master of Sensation" y "Pocket Calculator" de Kraftwerk, adaptados a su estilo etéreo, creando una atmósfera de suspense, preparando al público para el asalto principal: la interpretación íntegra de su álbum "Absolute Elsewhere" (2024), dividido en sus épicas suites. "The Stargate [Tablet I]" irrumpió como un portal abriéndose, con los riffs gemelos de Riedl y Kolontyrsky entrelazándose en un torbellino de ferocidad progresiva, mientras el bajo de Barrett dibujaba la melodía como una serpiente antigua y la percusión de Faulk sostenían el esqueleto de la banda, haciendo que el suelo de La Riviera vibrara. La transición a "The Stargate [Tablet II]" elevó la intensidad, con pasajes de death metal técnico que se fundían en experimentaciones sinfónicas, donde los teclados de Gamiño añadían un toque de psicodelia setentera, recordando influencias de Tangerine Dream pero también los primeros Floyd. En "The Stargate [Tablet III]", la banda alcanzó un pico de dinamismo, con riffs aplastantes y solos que serpenteaban hacia lo desconocido, dejando al público sin aliento. Sin pausa, anunciando el cambio de cara en el vinilo imaginario, entraron en "The Message [Tablet I]", una pieza que capturó la esencia de su evolución, con guturales abismales de Riedl que resonaban contra las paredes, evocando espíritus intangibles, y ritmos que luchaban y golpeaban con una resolución atronadora, fusionando thrash con melodías funerarias. "The Message [Tablet II]" introdujo divergencias musicales sorprendentes, con Faulk jugando con diferentes tempos, manteniendo la tensión, mientras Barrett retumbaba como un corazón ancestral, y la banda entera demostraba su maestría. Culminando con "The Message [Tablet III]", la suite se cerró en un clímax de densidad, donde cada nota parecía expandir el universo sonoro de la banda, dejando el eco rebotando en los ventanales de La Riviera como ondas en un océano cósmico. Para rematar, interpretaron "The Giza Power Plant", prog-metal de altura que capturó su ferocidad y eclecticismo, con riffs y un final brutal que unió southern rock con temperamento thrash, haciendo que el público estallara en aplausos y un fin de fiesta con “Obliquity of the Ecliptic” que nos dejó con ganas de más. 

El concierto de Blood Incantation en Madrid no fue solo una actuación, sino una ofrenda a lo intangible, un ritual que reforzó mi fe en el poder transformador de la música extrema. La sinergia entre la banda y el público fue mágica; convirtiéndose en una celebración de buena música e incluso de cumpleaños. Paul Riedl y compañía no solo tocaron notas, sino que conjuraron un vórtice musical que nos recordó que el metal puede ser un vehículo para lo trascendental, fusionando lo primitivo con lo futurista en una experiencia que trasciende el tiempo y el espacio. Un triunfo que consolida a Blood Incantation como arquitectos cósmicos del death metal moderno. 

© 2025 Lord Of Metal
pic © 2025 Blood Incantation
video © 2025 NabilmooИ VampiriO

Crítica: Revocation "New Gods, New Masters"

Revocation celebran casi dos décadas de trayectoria (desde aquella demo titulada “Summon the Spawn” de 2006), con su noveno álbum de estudio, "New Gods, New Masters" (2025), una obra maestra que consolida su estatus en el metal extremo. Davidson y el batería Ash Pearson, un veterano que ha impulsado el ritmo implacable de la banda desde hace años, se unen a los nuevos integrantes Harry Lannon en las guitarras y Alex Weber en el bajo, músicos experimentados del undergound que inyectan frescura y precisión al conjunto, junto a estrellas invitadas como Travis Ryan de Cattle Decapitation, Jonny Davy de Job for a Cowboy, Gilad Hekselman y el legendario Luc Lemay de Gorguts, aportando una nueva dimensión de ferocidad y complejidad al universo de Revocation. A diferencia de sus primeros discos, como "Empire of the Obscene" (2008) o "Existence Is Futile" (2009), donde predominaba un thrash técnico y melódico, "New Gods, New Masters" (2025) profundiza en impulsos death metal más oscuros y agresivos, siguiendo la senda marcada por su antecesor, "Netherheaven" (2022), pero superándolo en su atmósfera sangrienta y enfoque afilado, demostrando que Revocation no solo mantienen su relevancia, sino que crecen con cada entrega, gracias también a una producción que resalta la química explosiva de la nueva formación, donde el bajo de Weber añade un gruñido melódico y una presencia robusta, mientras que los creativos solos de Davidson y Lannon elevan el tecnicismo a niveles estratosféricos. 

"New Gods, New Masters" (2025) despliega una variedad impresionante de composiciones que equilibran la furia técnica con toques progresivos y brutales. "Confines of Infinity", enriquecida por la participación de Travis Ryan, sacude con grooves gigantescos que dejan un impacto demoledor, adornados por secciones de blasts beats veloces y riffs a velocidad de infarto, destacando la destreza de Harry Lannon en las guitarras. La intensidad implacable de "Cronenberged", con las impresionantes vocales guturales de Jonny Davy, se erige como una de las joyas del disco, con una brutalidad que corta como un bisturí el cerebro, integrándose perfectamente al repertorio principal de Revocation en directo. No menos impactante es "Dystopian Vermin", death con hardcore que maximiza la pesadez, con las vocales de Davidson en su punto más desquiciado y angustioso, sazonado por los clásicos solos de Revocation, esos que te ubican rápidamente en la discografía de los Boston. "Despiritualized" es un enjambre venenoso con aroma a black metal, donde la batería de Pearson despliega todo su potencial, como la instrumental "The All Seeing", situada en el ecuador del álbum, donde Ash Pearson y Alex Weber brillan sobre sus complejos ritmos, compartiendo el protagonismo en un viaje que incorpora riffs intrincados, grooves jazzísticos y un sentimiento improvisado que añade clase a la mezcla. El cierre épico con "Buried Epoch", con Luc Lemay como invitado, mezcla ingredientes del black, death, thrash, tech y progresivo en un torbellino impredecible, pero coherente, que mantiene la marca de fábrica de Revocation: una receta que hace estallar los oídos. Otras canciones como "Sarcophagi of the Soul" o “Data Corpse” aportan líneas de bajo y una base rítmica que construye toda la tensión antes de estallar en una suerte de rabia thrashy con momentos más melódicos, que recuerdan a uno de mis discos favoritos de Revocation, "Deathless" (2014). Y es que, en "New Gods, New Masters" (2025), cada canción fluye con una inventiva salvaje, donde los solos en espiral de Davidson incorporan tonos más sombríos, en sintonía con la atmósfera distópica y siniestra del disco.

El nuevo álbum de Revocation es otra entrega gloriosa de la banda y confirma su gran estado de forma, superando incluso a gemas previas como "Great Is Our Sin" (2016) o "The Outer Ones" (2018). Lo que, inicialmente, podría parecer una continuación de "Netherheaven" (2022), desvela capas de profundidad que lo convierten en un álbum que crece con cada escucha, atrapa y emociona, capturando a la perfección la esencia de la banda de Davidson; un triunfo absoluto que te lleva a dejarte las cervicales incluso en el salón de tu casa.

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Crítica: Coroner "Dissonance Theory"

Los últimos diez años he sufrido una auténtica fiebre con la banda suiza, lo que me llevó no sólo a conseguir todos sus discos originales, cuando no era precisamente fácil, verlos en directo en varias ocasiones, conocerlos en persona y charla con Fernanda Lira sobre ellos, ya que la brasileña adora a Coroner. Pero es que no es para menos, revolucionaron el thrash gracias a su técnica, y ahora regresan por todo lo alto para conquistar de nuevo el trono que les pertenece en el thrash. Formados originalmente en 1983 como roadies de Celtic Frost, el trío siempre se distinguió por su mentalidad genuinamente progresiva, algo raro en aquellos tiempos, más aún cuando presumían de su pericia técnica frente a otros coetáneos. Álbumes como "No More Color" (1989) y "Mental Vortex" (1991) recibieron elogios de la crítica, aunque no captaron la atención masiva que merecían, pero con los años su influencia se ha hecho cada vez más evidente, algo parecido a lo que ocurrió con Voivod en Canadá. Y es que Coroner rompieron las reglas desde muy temprano y, para cuando lanzaron el gloriosamente extraño "Grin" (1993) ya habían evolucionado hacia algo único y adelantado a su época. Por eso, cuando la alineación original se disolvió en 1996, parecía que la historia había terminado para siempre, pero el tiempo tiene esa curiosa forma de insistir en revivir pasiones olvidadas. 

Y "Dissonance Theory" (2025) surge de una reunión en el estudio que se rumoreaba desde hace mucho, pero que no parecía factible. El vocalista y bajista Ron Broder, junto al guitarrista Tommy Vetterli, hablaban de nuevo material desde hace diez años y, aunque los seguidores habíamos perdido la esperanza en los últimos años, la espera ha valido la pena. Coroner han vuelto a plena potencia con el nuevo baterista Diego Rappachietti cerrando el círculo. Sin presiones externas, este disco de regreso podría haber tomado muchas direcciones, pero la gran noticia es que "Dissonance Theory" (2025) está destinado a deleitar a los seguidores incondicionales y atraer a nuevos oyentes gracias a su frescura. Producido por Vetterli y mezclado por el maestro Jens Bogren, es quizá el álbum con el mejor sonido que la banda ha creado jamás, repleto de canciones pesadas y repletas de complicaciones que, sin embargo, brotan de una fuente de inspiración renovada. En pocos riffs, cualquier oyente sensato encontrará espacio para incluirlo en su lista de discos del año, ya que representa una actualización monstruosa que honra su legado, mientras prepara un futuro prometedor. Parte del encanto de Coroner siempre fue su capacidad para reinventar su sonido en cada entrada al estudio, y aquí optan por un enfoque más concentrado de lo esperado, dejando de lado los experimentos psicodélicos de "Grin" (1993) para entregar una pura cepa de thrash progresivo que atrapa de manera inigualable. A diferencia de "No More Color" (1989) o "Mental Vortex" (1991), esta colección de canciones no duda en apostar todo a las ideas inteligentes de Vetterli, renaciendo como una fuerza metálica mutante y poderosa, con "Dissonance Theory" (2025) como un manifiesto moderno e impecable. El disco entero suena instintivo, un logro impresionante para una banda con más de cuarenta años de trayectoria, confirmando que aún son thrash metal puro, pero con un impulso musical adicional acumulado en décadas de inactividad, sonando tan audazmente originales como en sus mejores días.

La calidad en "Dissonance Theory" (2025) se mantiene impecable de principio a fin, con riffs asesinos y una química entre los músicos que brilla en cada pista. Comienza con una introducción, “Oxymoron”, que da paso a "Consequence", donde Vetterli despliega afilados riffs, Ron Broder aporta líneas de bajo magníficas y un rugido vocal que apenas ha cambiado desde sus días de gloria, mientras Diego Rappachietti demuestra su maestría en la batería, perfecta para Coroner que, lejos de ser una copia de sus primeros discos, equilibra el homenaje al pasado con una visión más contemporánea, incorporando destellos melódicos que muestran su madurez en la composición, pero manteniendo una energía que hace que nos olvidemos de tres décadas de ausencia. "Sacrificial Lamb" ralentiza el ritmo para ofrecer algo más sabroso y lento, con un groove carnívoro, y un solo genial de Vetterli que eleva el conjunto. En "Crisium Bound", la atmósfera se intensifica con una pegada y agresividad, filtradas por el prisma peculiar de Coroner, con precisión thrash y la habitual maestría de Vetterli a las seis cuerdas. "Symmetry" incorpora toques modernos pero siempre a través de su lente única, mientras que "The Law" salta de la locura de su introducción a un sludge más ordenado y menos caótico, con riffs sincopados impulsando el clímax y un estribillo melódico pero oscuro, emergiendo del caos, recordando por qué Coroner sigue siendo tan original. Una de las cimas del álbum es "Transparent Eye", brillantemente extraña con giros rítmicos y riffs pegajosos que evocan el aura de "Grin" (1993) sin perder pesadez, gracias al toque magistral de Broder en el bajo y Rappachietti en la percusión. "Trinity" sube la proporción de thrash, mientras atraviesa una niebla espesa, repleta de distorsión, demostrando la cohesión del trío. "Renewal" es un asalto total, donde la química de Vetterli, Broder y Rappachietti alcanza su pico en una demostración de su talento y, finalmente, "Prolonging" cierra con mucho swing y teclados/sintetizadores progresivos burbujeando en el fondo, ahondando en la intención de Coroner por innovar todavía en un álbum en el que cada canción no solo mantiene un estándar muy alto, sino que expande el legado de la banda, incorporando elementos que los hacen sonar relevantes.

“Dissonance Theory" (2025) marca un regreso triunfal para Coroner, y establece una nueva cima para el thrash progresivo, demostrando que la madurez puede potenciar la creatividad en lugar de limitarla. Después de más de tres décadas, Coroner siguen produciendo música atemporal que mira a los ojos de cualquier otra banda, y eso es algo que merece una celebración eterna. Ron Broder, Tommy Vetterli y Diego Rappachietti han creado un disco que no solo satisface las expectativas más altas, sino que las supera con creces, repleto de riffs inolvidables y una producción impecable que invita a repetidas escuchas. Un testimonio de su resiliencia y visión, convirtiéndolo en una joya que inspira a generaciones nuevas y antiguas, recordándonos por qué Coroner siempre fueron auténticos pioneros.

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Crítica: Testament "Para Bellum"

En un género tan despiadado como el thrash metal estadounidense, las leyendas del pasado navegan entre la gloria de antaño y los inevitables altibajos del presente y unas carreras que, en muchos casos, se han dilatado demasiado en el tiempo. Bandas como Metallica han realizado en experimentos que más que añadir a su propia leyenda, siempre polarizan; Megadeth se aferra a su característico caos, Anthrax parece haberse desvanecido en el olvido, a pesar de seguir en activo, y Slayer, el titán indomable, optó por un retiro que sabe a despedida asistida y a saqueo premeditado de los bolsillos de sus seguidores cuando vuelven a la vida, siempre que la mujer de uno de ellos, requiere algo de dinero suelto para el último de sus caprichos. Testament, por su parte, siempre han ocupado un lugar especial en nuestro corazón. Discos como "The New Order" (1988) y "Practice What You Preach" (1989) se alzaron como cimientos del subgénero, resistiendo el paso del tiempo con una solidez envidiable, pero el thrash es ese terreno traicionero, donde incluso los gigantes enfrentan la sombra de la redundancia y así llegamos a "Para Bellum" (2025), su decimotercer capítulo, que plantea una duda persistente: ¿pueden estos veteranos revitalizar su legado con algo nuevo, o se limitarán a vivir del pasado? La respuesta no es un triunfo rotundo, pero tampoco un suspenso fulminante. Con Eric Peterson en las guitarras rítmicas y Alex Skolnick brillando en los solos, Testament explora desde pinceladas de black metal hasta guiños al hard rock clásico, creando un álbum variado, que no siempre cohesivo. No es una reinvención audaz, sino un paso tibio que mantiene viva la chispa, aunque con tropiezos que reflejan tanto la madurez como las limitaciones de una banda que lleva cinco décadas en la batalla.


La estructura de "Para Bellum" (2025) se desenvuelve como un viaje impredecible, donde los momentos de brillo compensan, en parte, el arranque irregular y las digresiones menos inspiradas, y una segunda mitad en la que el disco encuentra su mejor versión en canciones como "Room 117", donde Testament despliegan un pegajoso groove que evoca lo mejor de su era dorada, con afilados riffs cortesía de Peterson y unos coros que se clavan en la memoria. Es una fusión inteligente de thrash vintage y metal clásico, con buenos estribillos que Chuck Billy reparte con su habitual carisma gutural, recordando el espíritu accesible de "Practice What You Preach" (1989). Aún más convincente es "Havana Syndrome", que equilibra el sonido icónico de la banda con influencias del NWoBHM, evidentes en los solos melódicos de Skolnick, cuando el maestro serpentea con elegancia sobre una base rítmica sólida impulsada por el burbujeante bajo de Steve DiGiorgio, cerrando con una energía que, si bien no reinventa la rueda, ofrece un respiro refrescante en un álbum propenso a la dispersión. La homónima, "Para Bellum", suena bien pero no es más que un cóctel sobrecargado de ideas; desde el thrash furioso, pasajes blackened y ecos de metal tradicional que se entremezclan en un torbellino que funciona en dosis, pero que peca de ambición desmedida, dejando al oyente con una sensación de potencial no del todo desarrollado. En contraste, el arranque con "For the Love of Pain" promete mucho con su thrash veloz y furioso, infundido de un black metal que remite a los experimentos pasados de Peterson en Dragonlord, aunque aquí se siente más crudo y directo, con blasts beats que aceleran el pulso sin llegar a la maestría. "Infanticide A.I." mantiene esa agresividad rayana en el grind, con riffs que vuelan en todas direcciones y la voz de Billy sonando al borde de la demencia, respaldada por la batería inclemente de Chris Dovas, el nuevo miembro que, pese a no ser Gene Hoglan, cumple con precisión quirúrgica. 

Sin embargo, no todo resiste el escrutinio, "Nature of the Beast" se desvía hacia un hard rock ligero que apesta a versión de Saxon y, aunque la ejecución es impecable, carece de la garra que define a Testament, resultando olvidable. "High Noon", con su temática de pistolero del Oeste, peca de cursi, distrae más que suma, y "Meant to Be" no es más que una balada emotiva que pone a prueba la capacidad melódica de la banda, con toques djenty y un pathos que conmueve pero que, en el contexto del disco, parece un meme en el que Testament juegan a acercarse al emo de cualquier banda de medio pelo.  Al final de su escucha, "Para Bellum" (2025) es un testimonio agridulce de la longevidad en el metal: un disco que brilla por el talento innegable de su elenco, pero que no alcanza las alturas de los clásicos que forjaron la leyenda de Testament. La instrumentación es, como siempre, un festín de precisión y pasión; Peterson y Skolnick forman un dúo envidiable, capaz de transitar del caos thrash a la emotividad limpia con una facilidad que solo los grandes logran, mientras DiGiorgio añade profundidad con sus líneas de bajo que rugen bajo la superficie, y Dovas, con su poderoso arsenal, mantiene el motor en marcha sin fisuras notables. Mientras que Chuck Billy, por su parte, sorprende con una versatilidad rejuvenecida: pasando del ladrido thrash a gañidos propios del black y voces melódicas, inyectando vida a cada pista. Pero, al mismo tiempo, cuajado de tropiezos en la composición que lo lastran, como esa sensación de eclecticismo forzado que impide un flujo narrativo sólido, no siendo el regreso triunfal que algunos anhelaban, sino un disco más, con más aciertos que errores en la balanza, pero sin llegar a la gloria. Al final, en un mundo donde el metal extremo devora a sus hijos, Testament sigue de pie, no como un coloso invencible, sino como un guerrero sabio que sabe cuándo blandir la espada, aunque lleve ya demasiados discos prefiriendo guardar la hoja.

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Crítica: Orbit Culture "Death Above Life"

Me sorprende la repercusión que ha tenido Orbit Culture en los últimos años, cuando siempre que los he visto, me da la sensación de que la banda que escucho en estudio no es la misma banda que veo en directo. Alcanzaron un pico notable en "Descent" (2023), un disco que, pese a sus virtudes en la construcción de riffs letales y atmósferas opresivas, se vio lastrado por una mezcla asfixiante que lo relegaba a un territorio francamente olvidable. Previamente, "Nija" (2020) había explorado la oscuridad con mayor acierto, aunque también bajo una producción claustrofóbica que, en retrospectiva, anticipaba las tensiones que este cuarteto ha enfrentado al equilibrar ambición y claridad. Ahora, con "Death Above Life" (2025), la banda liderada por el guitarrista y vocalista Niklas Karlsson presenta una evolución que, si bien mantiene la esencia de su sonido —un amor declarado por el thrash primigenio de Metallica y los paisajes cinematográficos de compositores como Hans Zimmer y Howard Shore—, introduce ajustes en la producción a cargo del multiinstrumentista Buster Odeholm de Humanity’s Last Breath. Optando por un enfoque que canaliza su exceso de ideas en estructuras más variadas, incorporando influencias de djent y metalcore para aliviar la densidad que menciono. Sin embargo, la prominencia de las voces limpias de Karlsson, con su timbre grave inspirado en Hetfield pero imperfecto en su ejecución, emerge como un elemento discordante que no funciona en muchas canciones. La instrumentación, con riffs entrecortados y breakdowns, conserva la brutalidad característica, pero la mezcla, aunque mejorada en términos de respiración musical, sigue pecando de sobrecarga, lo que diluye el impacto de sus progresiones armónicas y ominosas texturas ambientales. En este contexto, Orbit Culture demuestran una madurez en la gestión emocional —colisiones de furia, melancolía y desesperación que evocan a los mejores Soilwork en sus etapas iniciales—, pero el resultado es un trabajo sólido más que revelador, que avanza sin revolucionar el repertorio previo de la banda. La inclusión de solos ascendentes y sintetizadores sutiles añade profundidad, reflejando un respeto por la narrativa, aunque la repetición en las estructuras y la longitud extendida de ciertas canciones genera más fatiga que satisfacción. Así, "Death Above Life" (2025) se posiciona como un disco de transición en la discografía de estos suecos, reafirmando su reputación en el metal extremo, pero sin alcanzar la trascendencia que su potencial sugiere.

La estructura de "Death Above Life" (2025) se desenvuelve en una secuencia que alterna entre la accesibilidad thrash y la ferocidad del death, revelando tanto fortalezas como inconsistencias en la visión compositiva de Orbit Culture. Temas como "Inferna" y "The Tales of War" inauguran el disco con coros que contrastan con riffs djenty, donde la voz limpia de Niklas Karlsson busca anclarse en un territorio melódico ya conocido, aunque su protagonismo genera desequilibrio. Esta dualidad vocal —melódicas versus rugidos guturales— impregna pistas como "Into the Waves" y "The Path I Walk", donde las progresiones evocan un thrash melancólico con influencias de As I Lay Dying en sus primeros momentos. En el aspecto más pesado, "Hydra" y "Neural Collapse" despliegan breakdowns que ofrecen un respiro necesario en medio de la densidad, con texturas ambientales que amplifican el mensaje del álbum, aunque las voces melódicas aquí funcionan como algo secundario, mejor integrado pero aún susceptible de interrumpir el clímax brutal. "Inside the Waves", por ejemplo, alarga esta fórmula con un desarrollo prolongado que, pese a sus guitarras y riffs galopantes, peca de prolijidad, recordando cómo la banda prioriza la intensidad sobre la concisión. 

Hacia el núcleo del álbum, "Nerve" incorpora elementos metalcore en sus breakdown rítmicas, con un enfoque en la desesperación que Karlsson articula mediante variaciones vocales, pero la mezcla acentúa las fisuras. El broche llega con "The Storm", cuyo riff suena sospechosamente parecido a "The Sound of Truth" de As I Lay Dying, un guiño que subraya la nostalgia thrash del grupo, aunque su tempo vertiginoso y brutalidad no logran eclipsar la similitud. Por último, canciones como "Bloodhound" y el homónimo "Death Above Life" son las cimas del álbum, desprovistas de voces melódicas para priorizar ritmos más cercanos al nu metal, claramente reminiscentes de Slipknot.

En conjunto, sus canciones ilustran la versatilidad de Orbit Culture, pero la inclusión errática de partes melódicas y la duración excesiva generan un álbum que, si bien posee riffs de primera línea y voces feroces, se ve mermado por una ejecución vocal que agota desde el principio. Cabe reconocer también que Orbit Culture han sabido forjarse un lugar encomiable en el metal, en un territorio donde su respeto por la emoción cinematográfica y la brutalidad extrema genera momentos de genuina catarsis. La producción, un paso adelante respecto a la opresión de "Descent" (2023), permite que las ideas de la banda respiren con mayor libertad, y las actuaciones instrumentales —particularmente los solos climáticos y las progresiones que hacen chocar furia y melancolía— atestiguan una composición que honra sus influencias sin caer en la mera imitación. Es un lanzamiento sólido, merecedor de atención para quienes valoran la fusión de géneros, pero lejos de la excelencia que "Descent" (2023) casi rozó en sus mejores momentos. "Death Above Life" (2025) permanece en un limbo tibio, afirmando su estatus, pero sin trascenderlo…

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Crónica: Killswitch Engage (Madrid) 01.10.2025

SETLIST:
Strength of the Mind/ Rose of Sharyn/ Reckoning/ Aftermath/ Fixation on the Darkness/ A Bid Farewell/ Beyond the Flames/ Broken Glass/ Hate by Design/ Forever Aligned/ The Signal Fire/ I Believe/ The Arms of Sorrow/ In Due Time/ This Fire/ My Curse/ The End of Heartache/ My Last Serenade/

La primera vez que vi a Killswitch Engage en directo fue con Howard Jones. Nada que objetar, Howard es un magnífico vocalista, con una voz bonita y poderosa, perfecta para la banda. Con él firmaron buenos discos como “The End of Heartache” (2004), “As Daylight Dies” (2006) y el homónimo “Killswitch Engage” (2009), hasta tal punto que pensé que Killswitch se quedarían por siempre con Jones. Me gustan aquellos títulos, pero siempre sentí que, con cada entrega, la esencia se iba a agotando, como si al refresco se le estuviese yendo el gas poco a poco. Es por eso que me alegré tantísimo de la vuelta de Jesse. Jones tenía la fuerza y la voz, pero Leach posee ambas virtudes; fuerza y agresividad o presencia, además de ese puntito de vulnerabilidad que hace que las canciones de Killswitch parezcan romperse emocionalmente cuando Dutkiewicz y Stroetzel lo acompañan en los coros y Jesse disfruta dibujando esas melodías tan reconocibles, que le aportan la sensibilidad y el drama que la banda requiere en sus canciones. Y dieciséis años han pasado desde la última vez que la banda pasó por Madrid, década y media en la cual, he podido disfrutar de Killswitch viajando, saludando a Jesse en persona siempre que he podido y disfrutando de un regreso glorioso con “Disarm The Descent” (2013), un álbum como “Incarnate” (2016), que se ha convertido en mi favorito por lo mucho que me dice y convertirse en uno de esos discos de cabecera a los que regreso para lamerme las heridas, y dos títulos como "Atonement" (2019) y "This Consequence" (2025) que, sin ser obras redondas, muestran buenas canciones y un estado de forma que mantienen en directo.

El cartel se completaba con Employed To Serve (a los cuales no llegué a ver, gracias al magnífico tráfico de la capital), Decapitated y Fit For An Autopsy. La última vez de los polacos fue con su Nihility Tour, dejando un buen sabor de boca y esta noche no defraudaron; Vogg me sigue pareciendo un genio que no recibe el reconocimiento suficiente y entiendo que aceptase estar temporalmente en Machine Head. Sobre las tablas de La Riviera exhibió genio y figura a las seis cuerdas, “Cancer Culture” (2022) es un disco que me gusta y Decapitated interpretaron “Just a Cigarette”, “Iconoclast”, “Suicidal Space Programme” o “Last Supper” junto a "Spheres of Madness", "Never" o "404", un concierto en el que me faltaron algunas más canciones de su época clásica y que culminó, por casualidad, encontrándome al propio Vogg en la noche madrileña comprando comida y servidor, como seguidor pesado que tiene que darle las gracias por su música. Lo de Fit For An Autopsy más breve pero a la yugular, Badolato es un verdadero monstruo que, haciendo un homenaje a Obituary en su vestimenta, lucieron más como una banda de death que deathcore. “Lower Purpose”, “Red Horizon” u “Hostage” cayeron como un mazo, los de New Jersey sonaron brutos como pocos, sin tregua y sin interrupciones, “Pandora” y “The Sea of Tragic Beasts”, nos llevaron a un final igual de abrupto con “Savior of None / Ashes of All” y “Far From Heaven” que fueron disparadas con rabia, Pat Sheridan y Tim Howley estuvieron fantásticos en un concierto que se me hizo muy corto.

Pero la noche tenía a sus protagonistas y eran Killswitch Engage, con un Jesse Leach en forma, que cuando salió al escenario La Riviera rugió. Adam Dutkiewicz estaba pletórico y aportando la dosis de diversión necesario, mientras se apoyaba en Adam y la magnífica base rítmica de Foley y D'Antonio. Despegaron con “Strength of the Mind” y la ya clásica “Rose Of Sharyn”, Dutkiewicz se sentía bien y nos lo hacía sentir, la pista se volvió una locura con “Aftermath” y “Fixation on the Darkness”, sustituyeron “This Is Absolution”, que interpretaron en Lisboa, y nos regalaron a cambio la emotiva “A Bid Farewell”. Leach estaba caliente y metido plenamente en el concierto, la garganta magnífica y a tope de entrega, tras “Broken Glass”, “Hate by Design” fue coreada por toda la sala y embrutecieron aún más canciones como “The Signal Fire” o “The Arms of Sorrow”, así como “I Believe” fue cantada al unísono. “In Due Time” o “My Curse” no pudieron faltar, así como “The End of Heartache” y esa canción que captura una época, un sentimiento, que escuché por primera vez con veintiún años en “Alive or Just Breathing” (2002) y sigue conservando todo su sentido, “My Last Serenade”. Por supuesto, me faltaron más canciones, más tiempo, pero no puedo tener queja alguna con la banda y el Resurrection Fest por traerles de vuelta a nuestros escenarios. A la salida, Leach atendió a quien pudo y se despidió con una sonrisa, igual de grande sobre el escenario, que cuando se baja de él. Tan sólo espero que no vuelvan a pasar dieciséis años en regresar, aunque sé que sus canciones seguirán sonando igual de relevantes...

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Crítica: Amorphis "Borderland"

Desde que descubrí a Amorphis hace décadas, su música ha sido lo más parecido a un faro en el vasto océano del metal progresivo y melódico. Desde su segundo álbum, con "Tales from the Thousand Lakes" (1994), un disco que tejía mitos finlandeses con riffs furiosos y atmósferas etéreas, Amorphis han sabido capturar una esencia mágica que aún hoy me transporta a paisajes nórdicos. Aquel álbum no solo definió su sonido inicial, sino que estableció un legado de evolución constante: de las raíces death metal en "The Karelian Isthmus" (1992) a experimentos más accesibles en "Elegy" (1996), pasando por el renacimiento con la llegada de Tomi Joutsen en "Eclipse" (2006). Su voz, un híbrido perfecto entre la emotividad y los growls más profundos del metal, inyectó nueva vitalidad al grupo, culminando en una trilogía inolvidable: "Eclipse" (2006), "Silent Waters" (2007) y "Skyforger" (2009), que muchos consideramos picos insuperables del género. Aunque los años posteriores trajeron altibajos —discos como "The Beginning of Times" (2011) o "Under the Red Cloud" (2015) mantuvieron la llama, pero con menos intensidad—, Amorphis nunca ha defraudado del todo y los últimos años me han sabido especialmente dulces, como muestra este "Borderland" (2025), un álbum que no sólo honra su propio legado, sino que lo expande con frescura y pasión, recordándonos por qué Amorphis sigue siendo una fuerza imparable en el metal contemporáneo. 

En "Borderland" (2025), Amorphis despliega un arsenal de composiciones que equilibran la tradición con elementos innovadores, comenzando por el clímax emocional que es "Dancing Shadow", un tema que captura a la perfección la magia pura del grupo. Aquí, las guitarras relucientes de Esa Holopainen y Tomi Koivusaari bailan como sombras en una noche de luna llena, entrelazándose con las voces melódicas de Tomi Joutsen en un estribillo hipnótico que evoca los mejores momentos de "Silent Waters" (2007). "The Circle" se siente como un abrazo reconfortante: un clásico amorphiano con ritmos rebotantes y estribillos que permiten a Joutsen hacer gala de su rango vocal, desde susurros etéreos hasta rugidos guturales que impulsan la canción con una energía contagiosa pero no es solo nostalgia; es Amorphis en su mejor versión, con el aderezo folk que recuerda las raíces de "Tales from the Thousand Lakes" (1994). "Bones", por su parte, profundiza en territorios más oscuros y pesados, donde la voz melódica se eleva sobre el gruñido death —cortesía de Joutsen en su faceta más feroz—, evocando el espíritu épico de "Death of a King" de "Under the Blacklight" (2013). Una canción que crece con cada escucha, descubriendo capas de armonías que invitan a la introspección. El primer envite culmina en "The Strange", un cierre de mitad de álbum que mantiene el clímax con su atmósfera misteriosa: las teclas de Santeri Kallio pintan paisajes sonoros oníricos, mientras las guitarras de Holopainen serpentean con gracia, y Joutsen alterna entre versos suaves y explosiones vocales que dejarán sediento de más a cualquier oyente.

La segunda mitad de "Borderland" (2025) no decepciona, aunque con un matiz más introspectivo; "Light and Shadow" remite directamente a la era dorada de "The Beginning of Times" (2011), con riffs luminosos y un estribillo que invita a ser gritado en directo, destacando la química impecable entre las guitarras de Koivusaari y Holopainen. Mientras que la homónima "Borderland" captura la esencia del álbum en su forma más pura: un viaje progresivo que fusiona elementos acústicos con crescendos metálicos, donde las melodías de Kallio al teclado actúan como etéreos puentes entre versos. Incluso los momentos más contenidos, como "The Lantern", brillan con una sutileza folk que construye tensión gradualmente, liberándola en un solo de guitarra que Holopainen ejecuta con maestría quirúrgica. Finalmente, "Despair" cierra con una nota reflexiva pero esperanzadora, con los gruñidos de Joutsen dialogando entre arpegios que permanecen en la memoria, incluso cuando el álbum ha dejado de sonar y te pide otra escucha.

No puedo evitar sentir más que gratitud hacia Amorphis, esa banda que ha moldeado mi gusto musical como pocas otras. Tomi Joutsen, ese vocalista excepcional que se unió hace casi dos décadas, sigue siendo el corazón pulsante; su habilidad para transmitir junto a Esa Holopainen y Tomi Koivusaari, tejiendo un tapiz único, donde el metal se funde con rock y folk, con Santeri Kallio, añadiendo esa capa de profundidad que transforma canciones en epopeyas, evocando paisajes finlandeses con toques místicos. Escucha "Borderland" (2025) y redescubre por qué Amorphis no es sólo una banda, sino una frontera que siempre merece la pena cruzar, y más aún en estos tiempos turbulentos, donde su música es un refugio, un recordatorio de que el arte verdadero perdura, evolucionando sin traicionar sus raíces. 

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pic by © 2025 Sam Jansen
* Gracias a Miguel Núñez por su amable ayuda

Crítica: Dark Angel "Extinction Level Event"

Dark Angel, la banda que una vez se erigió como un pilar del thrash metal, regresa después de tres décadas de silencio con "Extinction Level Event" (2025), un álbum pretendía ser el renacer de un gran nombre en el metal pero que, en realidad, huele a cadáver en descomposición. En los ochenta y noventa, estos angelinos —con nombres como Gene Hoglan en la batería, un titán que ha tocado en todo lo imaginable, desde Death hasta Strapping Young Lad— fueron pioneros del thrash técnico. Discos como "Darkness Descends" (1986), con su primitiva y oscura furia, o "Leave Scars" (1989), donde intentaron madurar con letras sobre traumas y abusos en lugar de sangre y demonios genéricos, marcaron una era. Pero el infame "Time Does Not Heal" (1991), con sus cientos de riffs, es el elefante en la habitación: un monumento al exceso de ego que divide opiniones en sus filas de seguidores y opiniones que van de la adoración ciega al desprecio más absoluto. Tras su lógica disolución en 1992, a excepción de algunos conciertos puramente nostálgicos y apariciones esporádicas, parecía imposible negar que Dark Angel habían muerto, hasta este año en el que con Ron Rineheart, Eric Meyer, Mike Gonzalez y Gene Hoglan y su propia esposa, Laura Christine, a las seis cuerdas, publican este nuevo álbum que más que ilusión, produce desesperación.

Lo que prometía ser un regreso a sus sombrías raíces o un chapuzón en el caos técnico resulta ser todo un bostezo repleto de riffs ya conocidos, sin imaginación, en un intento patético de exprimir las últimas gotas de relevancia de una fuente seca. Desde su cubierta, con una imagen plana y cutrosísima generada por inteligencia artificial, con más aire emo que thrash, "Extinction Level Event" (2025) es un insulto y una forma de mancillar el legado de la banda. El single principal es un auténtico bodrio, un ejercicio de mediocridad que traiciona todo lo que Dark Angel alguna vez representó. Desde el primer riff, pesado y tosco, al estilo de "Time Does Not Heal", con Eric intentando evocar su propio sello, el desastre es evidente: las ideas se repiten, sin complejidad ni gancho, un bucle aburrido que ahoga cualquier atisbo de energía. ¿Estrofa? ¿Estribillo? Da igual, ambos se funden en una papilla indistinta, como si Rinehart —cuya voz, ronca y furiosa en "Darkness Descends" (1986), ahora suena como un avejentado gruñido, como si le costase sacar aire de sus pulmones en una canción en la que se atreven a plagiar a Sodom e incluso a Slayer en el solo. 

“Circular Firing Squad” es insufrible, la producción no la arregla, pero es algo que sufriremos en “Apex Predator”, la horrenda “Scarface the Room” y en un puñado de títulos en los que uno siente que todo se repite y nada avanza, en los que la banda parece estar perdida e incluso Hoglan parece no saber qué hace grabando semejante desaguisado. Laura Christine no destaca, no suma, sólo aporta algo de ruido; es solvente, pero suena justita y ni su labor, ni la de Eric, arregla un álbum que parece grabado para sacar algo de dinero y en el que ninguno ha puesto cabeza y mucho menos corazón. “Atavistic” o “E Pluribus Nemo” harán que desees concluir la experiencia, de no ser porque cierran con “Extraction Tactics” y es entonces, sólo entonces, cuando te das cuenta que no hay fondo en la caída de "Extinction Level Event" (2025). 

Me deja un sabor amargo viniendo de una banda que moldeó el thrash con discos icónicos como "Darkness Descends" (1986) y "Time Does Not Heal" (1991) merecía un adiós digno, no semejante bodrio. Ahora entiendo la actitud de la banda respecto a la difusión del álbum en plataformas de streaming, la dificultad para su compra, el acceso a su escucha y la venta en las principales plataformas de Internet, cuando sólo es posible adquirirlo en el sello Reversed Records y no han compartido promo para reseñas. Amigo Hoglan, olvídate de Dark Angel, déjalo morir en paz y no lo resucites más, ahórranos el tiempo y el disgusto.

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