Crítica: The National "Sleep Well Beast"

Cuenta la leyenda que una banda como The National es incapaz de firmar una sola canción mediocre, pues bien, su séptimo álbum cimenta otra gesta aún más importante y es que con “Sleep Well Beast”, aún con sus defectos (que los tiene), parece del todo imposible que los Dessner, Devendorf y Matt Berninger graben un mal álbum, una banda destinada a llenar el hueco de R.E.M. pero haciendo hincapié en esos pequeños dramas domésticos del día a día, lejos del épico discurso de los U2 de los ochenta y primeros de los noventa o la introspección de Radiohead y más aún de la necesidad de trascender y convertirse en una banda de estadio, algo tan contrario a la intimidad de las canciones de The National y su propio espíritu que les ubica en otra liga; en esa en la que pueden permitirse grabar lo que les venga en gana sin temor a las ventas (como les ocurrió a los de Stipe antes de vender su alma al diablo con aquel contrato verdaderamente histórico y multimillonario con Warner). “Sleep Well Beast” no cogerá a nadie por sorpresa, los sentimientos son los mismos que en anteriores títulos desde “Boxer” (2007) -el que para muchos será siempre su gran obra, seguido de cerca por “Alligator” (2005)- “High Violet” (2010), o El guardián entre el centeno convertido en canción, para muchos, y la continuación con el austero, en blanco y negro, “Trouble Will Find Me” (2013) que les tuvo de gira durante años y, personalmente, considero uno de los grandes discos de esta década por su profundo calado en el análisis de las relaciones y la capacidad de Berninger para ahondar en los sentimientos desde una perspectiva de plena madurez y lejos de las intrascendencia pop, además de que compositivamente es brillante. Pero en “Sleep Well Beast” no hay grandes novedades; Berninger es todo lo limitado que siempre ha sido como cantante, intérprete y compositor, sin que esto deba verse como algo negativo cuando, por el contrario, lo que ocurre es que lo que hace, lo hace muy bien y, como Michael Stipe (sic), lleva al oyente a su terreno haciéndolo suyo con su magnífico timbre de barítono.

Porque me niego a lo fácil, a creer que “Sleep Well Beast” posee una naturaleza diferente a anteriores entregas tan sólo porque en él haya más capas de teclados y algún sintetizador o aderezo digital porque, cuando uno profundiza en sus canciones (lo suficiente como para hacerlas tuyas), descubre que todas poseen la naturaleza clásica de la banda y cualquiera de ellas podría haber estado incluida en sus discos anteriores sin causar demasiada extrañeza. Es verdad que en él han intentado pintar con otros colores, aunque sea de manera monocroma, y llevar al estudio algo de esa energía y tensión que desarrollan en sus conciertos y que, en mi modesta opinión, ya lograron con canciones como “Abel”, “Mr. November” o “Graceless”, estupendas muestras de esa pulsión postpunk que uno a veces llega a sentir cuando Berninger se derrumba entre susurros sobre los pianos de los Dessner o se muestra errático en su ya característico deambular sobre las tablas.

El rumor de “Nobody Else Will Be There” tan solo encierra una plegaria que funcionará bien entre palmas mientras Berninger repite el título de la canción como un mantra (de manera íntima, como si se acabase de despertar), lo que ocurre en esta es que prefieren que todo el peso de la canción lo lleve la voz y el piano, además de un chasquido y la creciente estática para aumentar la tensión dramática que, sin embargo, no logrará que la bestia (esa juventud a la que hace referencia Matt en las entrevistas y justifica como auténtica protagonista del título del álbum) se desperece hasta “Day I Die” en la que Berninger, quizá más filosófico que nunca, despliega las alas lo suficiente como para ver los problemas desde el cielo y relativizar con la levedad de la existencia y los problemas terrenales que se quedan, por suerte, anclados al suelo. Los Devendorf crean una sólida base rítmica (Bryan tan sencillo pero efectivo como siempre) mientras los Dessner hacen aullar a sus guitarras de una manera tan suave que las notas parecen una bruma.

“Walk It Back” se apoya en un sintetizador que recuerda a “Sleep Like A Baby Tonight” de U2 y sobre el que Berninger cantará con convicción, pero cierta tibieza, una letra pergeñada entre él y Carin Besser (como así es a lo largo de todo el álbum) en la que parece contenerse hasta el exabrupto por no continuar esa conversación que prefiere dejar inconclusa para no llegar a mayores y evitar la discusión hasta el sampler con la narración de Karl Rove en una canción que quizá habría funcionado mucho mejor con un pequeño tijeretazo en su duración y un planteamiento más directo, más crudo como la letra parece exigir. El single que es “The System Only Dreams in Total Darkness” a todos nos recordó a Elvy, quizá por la ligereza de su melodia pero basta escuchar las guitarras de los hermanos Dessner para identificar que, en efecto, este disco es The National en estado puro, en una canción que requiere de cierto tiempo porque, aunque entra de golpe, parece romper en exceso el humor de la banda y quizá del álbum.

“Born To Beg” termina por convertirse en uno de esas composiciones a caballo entre la balada y el medio tiempo -algo tan característicamente suyo- hasta que el sentimiento desarrollado es violentamente sacudido por “Turtleneck”, esa canción por la que muchos se han deshecho en elogios clamando por lo auténtica que suena como tema puramente rock cuando no es para tanto, aunque deje entrever los proyectos paralelos de Dessner, y se acerque en su estribillo a una suerte descafeinada del reprise de “Sgt. Peppers Lonely Hearts” y lo que auténticamente evidencie es quizá el estribillo más jovial de la banda en mucho, mucho tiempo.

Todo lo contrario que “Empire Line”, clara heredera del esquema narrativo de todo lo exhibido en “High Violet” o “Trouble Will Find Me” pero la aparentemente sencilla continuación del conflicto en “Walk It Back” y quizá uno de los puntos álgidos del disco gracias a sus arreglos y su precioso puente o esa balada de percusión programada al más puro estilo de “Hunter” de Björk (más conservadora, todo sea dicho) en la que Berninger da pie a su faceta de crooner sobre la base electrónica. Los problemas de pareja vuelven de la mano de Berninger y Besser en “Guilty Party” o “Carin at the Liquor Store” que suena tan clásica como si llevase escrita ya una década y en que la sombra de Carin planea de nuevo en la garganta de Matt o un último atisbo de amargo humor/ fina ironía en la canción de salón, “Dark Side Of The Gym”, o ese final tan súbitamente electrónico que, sin embargo, nunca llega a eclosionar y de la moderada rave en que podría haber terminado convertida deberemos conformarnos con un suave chill que no nos lleva a ninguna parte de no ser por la voz de Berninger.

Un álbum notable, como empieza a ser costumbre en ellos, en el que se atisba a ver el intento de cambiar de rumbo pero en el que también entendemos que casi dos décadas construyendo unas señas de identidad tan marcadas como las de The National no pueden ser disueltas en doce canciones en las que el único defecto que puedo encontrar es quizá una falta de inspiración que les impide alcanzar el sobresaliente de “Boxer”, “High Violet” o “Trouble Will Find Me”.

© 2017 Jim Tonic