Crítica: Pearl Jam “Dark Matter”

Odio tener razón porque hace que me sienta mayor, además de quitarle toda la diversión a escuchar nueva música. Pero no se trata de mi percepción, de que crea estar en lo cierto y, por ello, esté siempre equivocado, no funciona así. Es algo que, seguramente, también te pase a ti. Y es que, si escuchas a una banda durante treinta y dos años (con todo lo que ello conlleva y es que llevas más tiempo en su compañía que años de vida sin escuchar sus canciones), si hay discos suyos que forman parte de tu ADN, como es el caso de “Ten” (1991), “Vs.” (1993) o “Vitalogy” (1994) y sabes que no sólo definen una época sino tu propia vida, que te traen recuerdos y, de una forma u otra y junto a otras obras, han creado el adulto en el que te has convertido, es muy difícil que, a estas alturas, no entiendas en qué punto vital se encuentra ese artista; son como esos viejos amigos que ya no hace falta que te cuenten nada, miras a sus ojos y, simplemente, sabes. Y ese es el punto en el que me encuentro con Pearl Jam, como otros muchos artistas que ahora millones de personas consideran dinosaurios y validarán cualquier nimiedad que graben, pero que una vez tú pudiste disfrutar en sala, estrechar su mano, llorar con sus canciones o celebrar junto a ellos. Es tu vida, amigo mío y la banda sonora es la que pones tú. 

Y así me encontraba en plena pandemia, como tú, aislado en mi casa, con mis dudas y mis sueños esperando fuera de la puerta, y así también recibí un disco como “Gigaton” (2020) con la esperanza de que salvase esos meses, de encontrar respuesta, para decepcionarme y escuchar un disco hecho de descartes. Lo escuché y así lo escribí, mucha gente me dijo que no tenía ni idea (esto sí que ya es un clásico), que era el “disco de la pandemia”, aquel que daba respuesta a todo, que el mundo era mejor; igual que nosotros, que íbamos a salir reforzados de aquella situación como seres humanos por compartir una bolsa de patatas fritas a través del balcón o salir a aplaudir, y una mierda, también lo sabes. “Gigaton” (2020) es un disco horrendo, en el que lo único que se salva son unas pocas canciones y la voz de Vedder, como siempre, pero un auténtico horror que nadie quiso admitir para, ahora que Pearl Jam publican “Dark Matter” (2024) y lo acompañan de la promesa de haber grabado un disco más duro o pesado, todos aquellos seguidores sin criterio y esos otros para los que Pearl Jam es una banda más, aseguren que es su mejor álbum desde aquel otro que hace años que ni siquiera escuchan, la vuelta a sus raíces. ¿A qué raíces, si “Gigaton” era tan maravilloso? Tú en directo quieres que suene “State Of Love And Trust” o “Jeremy”, no “Take The Long Way”.

Mira, entre nosotros, a “Dark Matter” (2024) lo hace bueno la comparación con “Gigaton” (2020) y punto. Este disco que nos ocupa está en el mismo deshonroso lugar que la producción de la banda a primeros de los dos mil. Te resumo, para que me entiendas; “Vitalogy” (1994), el último gran disco, “Mirror Ball” (1995) de Neil Young aquel que logró que no se separasen (quizá, lo mejor que podría haber ocurrido a nivel creativo), “No Code” (1996) el clásico ‘disco pivote’ que toda banda posee en su discografía, “Yield” (1998) fue el comienzo de los nuevos Pearl Jam y, a partir de ahí, discos como “Binaural” (2000) o “Riot Act” (2002), que podemos situar a la misma altura que este “Dark Matter” (2024), con el que comparten horrible ‘artwork’, un disco como “Pearl Jam” (2006), que también se nos pretendió vender como un resurgir (nada que objetar cuando en directo estaban en un gran momento), su complaciente continuación con “Backspacer” (2009) y un criticado “Lightning Bolt” (2013) que en comparación con lo que venía después, ha demostrado que no era tan malísimo como muchos creían, esos mismos que ahora se deshacen con “Dark Matter” (2024). Ironías de la vida.

Y, ahora, vamos al grano. “Dark Matter” (2024) no suena bien, no entiendo la negativa a trabajar con Brendan O’Brien, cuando una banda con un sonido tan definido como Pearl Jam ha podido comprobar que el experimento con Josh Evans no funcionó y, ahora, con Andrew Watt las cosas no van a mejor. ¿Por qué este disco no suena bien? Vamos, a ver, céntrate, mal no te va a sonar, pero si te gusta Pearl Jam, no quieres escuchar la voz de Eddie Vedder con tanta reverberación, con tanto eco en algunas canciones, no quieres escucharla en segundo plano sino en primero. El sonido en muchas canciones es ese estándar americano propio de Nickleback o Dave Matthews Band, ese sonido de la FM por el que un tipo de veinte años no creerá descubrir la fórmula de la Coca Cola y uno de cuarenta o cincuenta podrá ponerlo en el coche de fondo, sin herir la sensibilidad de nadie. ¿Te imaginas si en ese coche pusieses “Animal”, “Blood” o “Spin The Black Circle” al mismo volumen? A eso me refiero, puedes escuchar “Wreckage” y que tu mujer piense que son Counting Crows o escuchar “Running” y creer que son los Bad Religion de “The New America” (2000), ya sabes, ese puntito por el que un tipo de mediana edad pensará que sigue siendo subversivo y joven mientras conduce su SUV de camino al trabajo. Nada en contra, pero esto no es lo que busco en Pearl Jam. 

Suena mal, porque no soporto a Matt Cameron y el batería en el que se ha convertido. Vi a Soundgarden en los noventa, aquello era otra cosa, pero el Matt Cameron de los discos de Pearl Jam es tan excitante como ver una película de Adam Sandler. Los únicos dos baterías que valen en el mundo de Pearl Jam son; Dave Abbruzzese (largado por la puerta de atrás, gracias a su mala relación con Vedder y problemas de adicción), paradójicamente el único batería que además de escribir sus partes de manera independiente, también componía junto con Mike y Stone, si los riffs de “Vs.” (1993) tienen esa fuerza es gracias a su batería. Y, además de Abbruzzese, mi querido Jack Irons que aportó su inconfundible mano en “Vitalogy” (1994), lo de Irons es de otro mundo, no era un monstruo de la naturaleza como Abbruzzese, pero añadió ese ingrediente tribal a la banda, ese puntito orgánico e imprevisible, esas hechuras a medio camino entre el jazz y el rock, simplemente maravilloso ese 1/1 en “Last Exist” o su toque en “Tremor Christ” y “Satan’s Bed”. Mientras que Matt Cameron es, simplemente un acompañamiento, si lees en redes sociales a alguien que dice que es magistral, huye como de la peste porque no sabe de lo que habla; escucha “Dark Matter” (2023) y dime qué hay de magistral cuando es un peón al servicio más sumiso de la canción, no aporta absolutamente nada y, para colmo, la mezcla de Andrew Watt logra que el charles de Cameron se meta en la mezcla constantemente, sonando como una pandereta en todas las canciones, en las estrofas suena tanto que, una vez que reparas en él, es imposible librarse de su insoportable sonido “chsss, chsss, chsss, chsss”. Si quieres escuchar a Matt Cameron, debes hacerlo en su casa, en los Soundgarden de los noventa, con sus propias canciones, no en esta versión domesticada de Pearl Jam.

Si vamos a las canciones, hay tanta cal como arena; las letras de Vedder vuelven bajo mínimos, los ripios manidos o los caminos comunes abundan, ¿qué son esos caminos comunes? Olvídate de las narraciones de “Ten” (1991), de los retratos que tan sabiamente sabía pintar y de la crítica llena de rabia en “Vs.” (1993), olvídate de los mejores momentos por los que se llevó el calificativo de “master of words” en los noventa, el Eddie Vedder de 2024 recae en los tópicos; “los días oscurecidos, los ríos que corren, las semanas también son oscuras, el ganador también pierde, el perdedor a veces gana, la necesidad de luz, ahogar los días, eres como el sol que se esconde”, imágenes ya usadas hasta la extenuación en el rock, metáforas de segunda regional, incomprensibles en un compositor de su altura. “Scared Of Fear”, quizá uno de los títulos más tontorrones que se le pueda dar a una canción, comienza de manera fresca, las guitarras dobladas, Ament sólido, la voz de Vedder bien pero sin fuerza y un estribillo que no es una gran cosa (de nuevo, la letra es horrible, hay que admitirlo), pero que sirve de calentamiento para la repetitiva “React, Respond”, que podría haber formado parte de “Yield” y cuya melodía de Eddie Vedder en las estrofas es igual al fraseo de “…Ready For It?” de Taylor Swift, cuando esta pretendía parecer mala rapeando y Eddie aquí se atropella en el puente, escucha la estrofa de una y otra, ríete, no pasa nada. Otra cosa que tampoco me gusta de “Dark Matter” es la manía de Mike y Stone por evitar los licks de sus guitarras y limitarse a jugar con riffs entrecortados, el uso abusivo de efectos mientras Eddie canta en lugar de jugar con sus clásicos diálogos, no soporto escuchar la guitarra de Stone entrecortada en mil efectos. “React, Respond” funciona por pegadiza, pero a las primeras escuchas es irritante.

“Wreckage” es bonita, no hay que negarlo, claro que sí, es emocional, Pearl Jam son grandes músicos y cuentan con la baza de tener la voz de Eddie, que podría cantarte la carta de un restaurante chino y conmoverte con su tono, pero al igual que te digo que me gusta, también me disgusta el teclado (leo en los créditos del disco que está Josh Klinghoffer, pero no puedo jurar que ese piano pertenezca a él, aunque lo errático me recuerde), tampoco me gustan las dobles voces en los coros, manías que tiene uno. Por lo demás, la canción ocupa el tercer lugar del disco, reservada a las baladas acústicas, al clásico bajón tras dos aperturas con energía. El disco de Pearl Jam es de todo menos sorprendente, se han ceñido al guión, como si dijeran; “¿no les gustó “Gigaton?, vayamos a lo seguro”. La letra de Vedder vuelve a ser uno de los puntos más bajos del disco, aburrida y con momentos sonrojonates como ese supuestamente transgresor; “Oh, visited by thoughts and not just in the night. That I no longer give a fuck who is wrong and who's right” y, claro, el día es oscuro, la semana también…

El primer single, “Dark Matter”, más que a su mejor época sonaba a New Age que espantaba, ¿qué vamos a hacerle? Las guitarras de Mike y Stone, otra vez más están teñidas por mil efectos, la referencia a King Diamond resulta incomprensible, supongo que a Vedder le parecerá el epítome de lo oscuro, pero lo peor es su estribillo: “It's strange these days when everybody else pays for someone else's mistake”, en fin, si hubo a gente que le recordó a “Vs.” (1993), como aseguraban los prematuros comentarios en Youtube, es que, amigo Watson, esa gente no escuchó bien aquel disco. Pero, quizá lo peor está por llegar con “Won’t Tell” que podría haber firmado Coldplay, ese riff es puro azúcar, como su estribillo, el sin sentido más absoluto en la introducción de “Upper Hand”, a medio camino entre The Who y U2, pero sin terminar de eclosionar en lo que promete su crescendo, cuando este debería volarnos la cabeza en el minuto 1:37, al igual que la hermana pequeña, la cara B de “In Hiding” que es “Waiting For Stevie” o, como explicaba más arriba, cuando quieren sonar como los Bad Religion de primeros de hace dos décadas en “Running”, para terminar desdibujándose por completo en “Something Special”, la tediosa “Got To Give” y el clásico fin de disco de Pearl Jam, “Setting Sun”, como un “Around The Bend” sin magia. ¿Quieres que te mienta? ¿Te imaginas a los Pearl Jam actuales descolgarse con algo como “Red Mosquito”? En aquella época era una canción menor, ahora todo el mundo diría que es épica y, aún así, tiene más riesgo que todo "Dark Matter" junto, impensable a estas alturas.

No es un mal disco, simplemente correctito, tan bueno como “Gigaton” (2020) le permite, a la altura de los citados, nada nuevo bajo el sol. Si la gente parece enloquecer con este disco de Pearl Jam, dice más de ellos que del álbum, así de sencillo.

© 2023 Jota 
Pics by © 2023 Danny Clinch