Crítica: Ibaraki "Rashomon"

¿Conoces eso de “sujétame el cubata”? Pues eso es lo que siento cuando escucho “Rashomon”, el proyecto de Matt Heafy, Ibaraki. Pero, he de reconocer varias cosas; la primera, no me gustan especialmente este tipo de proyectos paralelos y corales en los que el protagonista da rienda suelta a su creatividad, sin cortapisas alguno, con una caterva de amigos que pasan un finde en su casa y graban una colaboración, conformando un disco deslavazado y desordenado. La segunda, si no he escrito antes de este proyecto es, precisamente, por todo lo anterior y, si lo estoy haciendo ahora mismo, es porque no puedo negarme a escribir sobre Ihsahn (uno de mis músicos preferidos), además de aceptar que "In the Court of the Dragon" (2021) es un álbum sobresaliente y, pasados los meses de escuchas, reafirmarme en aquello que escribí por lo que afirmaba que era el mejor disco de la banda desde “Shogun” (2008), por lo que escribir sobre Ibaraki, a pesar de la tremenda pereza, era algo casi obligado a lo que me estoy prestando por puro masoquismo.

La consabida introducción, "Hakanaki Hitsuzen", da paso a la primera canción del álbum, "Kagutsuchi", con la ayuda de Paolo Gregoletto al bajo, sonando Heafy más progresivo que en Trivium (sin duda, se siente la mano de Ihsahn tras la consola, para qué negarlo), con un tremendísimo groove al galope y alternando su voz más agresiva con la melódica; funcionando en la alternancia entre estrofa y estribillo pero no en el pasaje del puente y el exceso de dramatismo, algo que soluciona con un bonito solo más cercano a Opeth que a cualquiera de sus referencias habituales. "Ibaraki-Dōji" son otros siete minutos de descarga; sonando igual de fiera pero con dos características principales, los arreglos orquestales y la voz más rasgada, cercana al black, algo de lo que se beneficia una canción repleta de cambios de tercio, varias partes articuladas entre sí y de la que lo único que me sobra son las partes habladas; uno de los grandes defectos del metal sinfónico, cuando los intérpretes se alejan de la musicalidad y se empeñan en narrar. De nuevo siete minutos, "Jigoku Dayu", con una bonita introducción acústica para un medio tiempo que pronto se encabrona, tornándose en un vendaval. 

La primera colaboración directa de Ihsahn se siente en "Tamashii no Houkai", no sólo con su guitarra sino con su voz en la parte más sincopada, siendo una de las más interesantes del conjunto, como ocurre con el adelanto que fue "Rōnin" en la que Heafy e Ihsahn harán las delicias de cualquier amante del black, mientras que la colaboración de Gerard Way (My Chemical Romance) es tan sólo una anécdota, no aportando realmente nada al resultado. Algo similar a lo que ocurre con "Akumu" y la presencia de Nergal (Behemoth) que concede más cuerpo a la canción gracias a su tono bronco, además de la interesantísima alternancia entre dos idiomas, inglés y polaco, creando aún más contraste. Con todo, "Akumu", a pesar de las buenas ideas e instrumentación se queda únicamente en una curiosidad y no termina de convencer por parecer un pastiche de diferentes bocetos. En “Komorebi” es Corey Beaulieu el que aporta su talento con la guitarra, pena es la cantidad de azúcar de la composición, y que ni con toda la rabia en su parte final sea posible equilibrar la balanza cuando Heafy entra de nuevo más melódico que nunca, como la opereta en la que se convierte "Susanoo no Mikoto". 

El chiste final es la folkie-cabaratera "Kaizoku", tan japonesa como el sushi del supermercado de tu barrio, un álbum que pretende el mestizaje entre la herencia cultural de Heafy y su relevante presente en el metal, rodeado de amigos como Ihsahn y su hijo Angell Solberg Tveitan (“Rōnin”), Nergal o Paolo y Corey dispuestos a ayudar, no generando tensión creativa alguna sino la complacencia de la colaboración. “Rashomon” no es un mal álbum, sólo una curiosidad, nada más.

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