Crítica: Deafheaven "New Bermuda"

Lo ocurrido con Deafheaven es el claro ejemplo de uno de los muchos signos de los tiempos que nos toca vivir y sus protagonistas; desde aquellos a los que nos gusta escribir sobre música y nos empeñamos en etiquetar a las bandas para -en muchas ocasiones- defenestrarlas antes de tiempo, pasando por esa colección de chavales que se han lanzado sobre una tecla sin haber abierto siquiera un libro y creen erróneamente que su opinión es tan válida como la de cualquier otro (porque el gran engaño de nuestra época es que todos somos iguales cuando no es verdad), pasando por toda esa plebe analfabeta y pagada de sí misma que cree saber de todo en ciento cuarenta caracteres, cuando les sobran ciento treinta y nueve, que puebla las redes sociales y llena el ciberespacio con sus vomitonas de odio, faltas de ortografía y constantes muecas de asco para paliar algún complejo o frustración. Así, no es extraño que Deafheaven hayan sido menospreciados por toda una comunidad, tan obtusa en ocasiones, como es la blacker a causa de la absurda etiqueta con la que la prensa catalogó "Roads to Judah" (2011) y se elevase a tales cotas de odio que cuando publicaron el magnífico "Sunbather" (2013) se les ignorase directamente por un sector que no entiende que un Blast beat no tiene por qué ir acompañado de una muñequera de clavos o que para cantar sobre sentimientos tales como el aislamiento, la frustración, la soledad u otros mucho más oscuros uno no tiene por qué ocultarse tras un infantil Corpse paint. Sería difícil explicarle a todas esas personas de mentalidad tan cerrada que el maquillaje en el rock y su resurgimiento en Noruega tiene una base económico-social y cultural diametralmente opuesta a los modelos que estos tomaron de los setenta pero más difícil sería explicarle a esa otra caterva de esnobs que han ignorado a Deafheaven hasta ahora qué es el Shoegaze y por qué no existe nada parecido al supuesto y ridículo Post-blackshoegazecore como he leído en alguna prestigiosa revista especializada.

Lo cierto es que George Clarke y Kerry McCoy han sabido llevar su propuesta más allá tras el incomprendido -pero recio- "Roads to Judah" (2011) y, más difícil todavía, "Sunbather" (2013) con pasmosa facilidad, gracias a su falta de complejos y persistencia. Grabado en la soleada California y de nuevo con un sospechoso habitual como Jack Shirley, Deafheaven ha facturado cinco canciones en cuarenta y seis minutos (con dos piezas excesivas pero deliciosas de diez minutos) que técnicamente -subrayando mucho esta palabra- oscilan entre géneros tan dispares como el black metal, el post-rock, el metal alternativo, el shoegaze y algún que otro momento el dream-pop, el post-punk y el noise. ¿Por qué técnicamente y no estéticamente? Porque toman un elemento  de cada uno; los Blast beats, el acelerado pulso en los riffs más agudos e incisivos de la mano derecha, los largos desarrollos y tempos, síncopas, progresiones, cambios de patrones, aguerridas distorsiones, exultantes delays acompañados de momentos hipnóticos más cercanos al space-rock o la psicodelia y una sensibilidad pop para la melodía que hace que los momentos más oscuros (y creedme, en "New Bermuda" son muchos) estén salpicados de grandes melodías que se instalan en tu subconsciente. Para acabar de redondear su receta, recurren a la fórmula del contraste entre agresividad y calma, oscuridad y luz, como si Clarke y McCoy la representasen siendo Jagger o Richards; Monroe y McCoy de Hanoi Rocks y sus personalidades se reflejasen en su música como estados anímicos de ésta.

El arranque de mala leche que es "Brought To The Water" hace que nos percatemos de cómo Deafheaven han querido teñir de negrura la tinta de sus guitarras con Daniel Tracy atropellado como si el diablo le empujase a tocar la batería y Clarke gruñendo. Pero tanta oscuridad pronto se verá diluida y la canción evolucionará hacía algo menos viscoso y más fluído (evitemos hablar de luz porque "Brought To The Water" carece de ella, como casi todo "New Bermuda") hasta llegar a sonar a Radiohead, pasando por God Is An Astronaut o If These Trees Could Talk. El único punto negativo que puedo argumentar contra una canción tan enorme como "Brought To The Water" es su producción y ese horroroso "fade out" o desvanecimiento de la coda a piano con la que acaba y que nunca me cansaré de repetir que son horrorosas y están completamente pasadas de moda; que tan sólo evidencian falta de imaginación (algo incomprensible en una banda como Deafheaven y que prefiero achacárselo a Shirley que él se lo guisa y él se lo come todo tras los mandos).

La guitarra con la que abre "Luna" no nos puede coger por sorpresa (ya la hemos escuchado en el riff principal de "Brought To The Water", el mismo que hará las delicias de cualquier fan de Slayer) pero será en ésta en donde la disfrutemos en toda su dimensión cuando nos encontremos una canción que cabalga entre el black metal más oscuro, el melancólico post-rock y el thrash más enloquecido. Diez minutos magníficos, llenos de matices; salvajes y agresivos pero también bellos como cuando, en su sexto minuto, la canción parece quebrarse convirtiéndose en otra llena de dulzura y, sorpresa, un minuto más tarde alcanzar el clímax con su triunfal minuto final. "Baby Blue" se abre de manera hipnótica, rozando con la yema de los dedos el drone y el minimalismo para, acto seguido, golpearnos con toda su brutalidad y sorprendernos, una vez más, con la vuelta de tuerca que supone un solo de rock con Wah en el que hay que tener muy poca sangre para no emocionarse.

"Come Back" nos llevará, por momentos, a los ochenta con sus guitarras pero nos romperá el cuello con toda su fuerza cuando Clarke se empeña en tirar del carro con su garganta y nos sumirá en un extraño estado de calma en sus último minutos mientras que "Gifts for the Earth" es un brillante final en el que la emoción viene de mano de unas guitarras sin distorsión y una pandereta; ecos de otros estilos mientras George Clarke insiste en llevarnos a su terreno (o, a esas aguas negras con las que se abrían el álbum), a ese tan oscuro como tortuoso pero contenido como para entender que su lugar se lo debe a unas bonitas acústicas o unas suaves notas de piano con las que acabar "New Bermuda". 

Un gran álbum y la clara demostración de que para crear y sentir tan sólo hay que librarse de todo prejuicio. ¿No se trata de eso en el arte? ¿Cómo podemos querer encerrar a un espíritu tan libre como es el de las musas? Que no te engañen sus pintas o la portada color salmón de "Sunbather", que no te aten tus ideas preconcebidas y entrégate al lado oscuro; tenemos a Deafheaven.

© 2015 Mick Brisgau