Crónica: Bob Dylan (Madrid) 07/08.06.2023

SETLIST:
Watching the River Flow/ Most Likely You Go Your Way and I'll Go Mine/ I Contain Multitudes/ False Prophet/ When I Paint My Masterpiece / Black Rider/ My Own Version of You/ I'll Be Your Baby Tonight/ Crossing the Rubicon/ To Be Alone With You/ Key West (Philosopher Pirate)/ Gotta Serve Somebody/ I've Made Up My Mind to Give Myself to You/ Not Fade Away (The Crickets)- Tweedle Dee & Tweedle Dum/ Mother of Muses/ Goodbye Jimmy Reed/ Every Grain of Sand/

Dos conciertos más de Dylan a marcar muesca en la culata, como siempre digo y sintiendo mucho repetirme; pocos para un dylanita, muchos del mismo artista para una persona que pretenda disfrutar de la música en directo de una forma variada y sensata. Pero, ¿quién soy yo para cuestionar los designios de un destino que logra que un Dylan octogenario vuelva a tocar en la puerta de mi propia ciudad, apenas tres años después de una maldita pandemia que casi nos deja en la cuneta a todos? ¿Cómo voy a desafiar al destino y negarme a volver a ver en directo al artista que más admiro, aquel del que cito sus versos cuando la vida me sorprende de nuevo y llevo sobre mi piel? Además, tras su incursión en el cancionero norteamericano y su amor por Sinatra, ha firmado uno de los mejores discos de su carrera, “Rough and Rowdy Ways” (2020), que empapa con generosidad su repertorio actual, haciéndose acompañar de Doug Lancio, Bob Britt, el sempiterno Tony Garnier y Jerry Pentecost tras los parches, ¿cómo no asistir a semejante cita y perderse la interpretación de "My Own Version of You", por ejemplo? Atrás quedan los debates estériles como el de la prohibición relativa al uso de móviles (a favor o en contra, me da igual), el precio de las entradas (si querías estar, podías estar, a cambio de verlo desde más lejos en un recinto de tamaño tan reducido como es el jardín botánico de la Universidad Complutense o, como yo he hecho en muchas ocasiones, cuando no he podido, escuchando desde la puerta; sin dramas), la reinterpretación de clásicos en directo, que ya no se cuelgue la guitarra y prefiera parapetarse tras el piano, el estado de su voz o la relevancia del impacto del Premio Nobel (¡todavía!), que no es más que otro argumento para aquellos que no querían estar o profesan un odio enfermizo desde la crítica más cínica a un artista que no les debe nada y del que se quedan siempre leyendo entre líneas. Una pena porque, a menos que estuvieses en la cama de un hospital o en un tanatorio, si querías estar habrías estado y no hace falta culpar a los astros, evocar al Dylan de la canción protesta y compararlo con el actual (como si este te metiese la mano en el bolsillo) o arremeter contra la organización de un festival (que actuó de manera impoluta haciendo lo que estaba a su alcance), para justificarte; si no estuviste, no pasa nada, pero tampoco caigas en el ridículo más infantil, la pataleta por algo que no te importa, generando más y más ruido.

La lluvia, la maldita lluvia; esa que no cae cuando debe y nunca lo hace a gusto de todos, amenazó con la cancelación de un concierto, logrando que todos tomásemos asiento de manera precipitada y el anuncio del comienzo en tan sólo quince minutos, nos azuzase justo antes de que la banda tomase el escenario con apenas quince minutos de retraso y la puntualidad inglesa de un concierto que acabaría sí o sí a la misma hora, algo que se repitió en su segunda noche; la vista desde el escenario tenía que ser fantástica con todo el público enfundado en chubasqueros desechables de color, como si, en lugar de personas, formásemos un dantesco ejército de bolsas de basura.

Con la misma timidez que ya le ha hecho famoso, mirando de reojo por encima del piano y sus músicos rodeándole en un escenario que parecía enorme cuando estos interpretaron todo el concierto en apenas seis metros cuadrados, este arrancaba con una versión gélida de “Watching the River Flow”, un sonido horrible con la voz de Dylan sorprendente más baja de lo normal (en su primera noche) y un constante mirar de refilón a las nubes; quizá pidiendo que no descargasen, esperando que la velada no se arruinase para un público entregado, pero plastificado y sentado sobre empapadísimas sillas de plástico blanco, de jardín, haciendo alarde de paciencia, pero también devoción.

Con la única crítica posible hacia un repertorio quizá demasiado estático durante toda la gira (que en su primera noche nos regaló una versión de los Crickets, “Not Fade Away” y, en su segunda; “Tweedle Dee & Tweedle Dum” de “Love And Theft” de 2001) para lo que es él, tras la inicial “Watching the River Flow”, el sonido remontó y “Most Likely You Go Your Way and I'll Go Mine” permitió ver el primer esbozo de diversión de un Dylan que no dudaba en retrasar el fraseo un compás o divertirse con la rima, sonriendo a Britt, arrancando un insospechado clamor con “I Contain Multitudes”, demostrando el aprecio por su último álbum y quizá la única canción que, con Rimbaud como excusa, sirve de explicación del carácter de un artista con tantas aristas como cualquier ser humano, demostrando su incongruencia, la idiosincrasia de un artista que disfruta de esto y de aquello, de uno que no debería jamar pedir permiso y tampoco recibir la aprobación de aquellos siquiera capacitados para hablar de una carrera que, por su carácter universal y mediático, todo el mundo se cree con el derecho a opinar. “False Prophet” o “Black Rider” cayeron con el telón de un cielo gris plomo, más que apropiado, para negarle el cobijo a historias como la que contiene la maravillosa “My Own Version of You”, cuya versión en directo cambia de ritmo, seguramente para aligerar su carga, esa imposible de aliviar en el relato de “Key West (Philosopher Pirate)” o “Crossing the Rubicon” (en su segunda noche, Dylan se mostró mucho más locuaz entre canción y canción; “todos tendremos que cruzar el Rubicón, quizás tú…”) en un repertorio que muestra la seguridad de Dylan en una obra saludada como una de las grandes de toda su carrera, cuando ha tenido la temeridad de excluir del directo clásicos atemporales por interpretar íntegro todo “Rough and Rowdy Ways” (2020), a excepción de “Murder Most Foul” de diecisiete minutos y ajena al cuerpo del disco por su propia entidad, que muestra la valentía de Dylan pero también jode en sobremanera a ese público advenedizo, quizá menos fundamentalista, que no habría desaprovechado una revisión de “Blowin In The Wind” o “Like A Rolling Stone” y, seguramente, esta sea su mayor e ingrata queja a posteriori, como la despedida con “Every Grain Of Sand”, magníficamente interpretada, pero que pilló a muchos por sorpresa cuando la banda no recurrió a la engañifa del bis pactado, abandonando el escenario tras “Mother Of Muses”, en ninguna de las dos noches, algo que me parece de lo más honesto.

Dylan en pleno 2023, pasando por tu ciudad, por tu país, en una larga gira con varias fechas, habiendo firmado su mejor trabajo desde “Time Out Of Mind” (1997), como si el tiempo no hubiese pasado y el mundo no se hubiese jodido aún más en su girar. Al acabar, la banda se sitúa en primer plano y Dylan en el centro, mirando desafiante a las gradas, con los brazos en jarras pero sonriendo a las primeras filas, señalando y dando las gracias. Acúsame de fanatismo, de miopía, de falta de objetividad y lo que tú quieras, cuando quizá lo único que sobra es esta crónica (¿no se ha escrito ya demasiado sobre Dylan, qué necesidad hay de esta, un libro u otro aburridísimo texto en El País?), la crítica malsana de los de siempre y los selfies por parte de aquellos que sólo acuden a los conciertos para subirlo en redes sociales, pero estas noches han sido históricas, quizá no por lo que añaden, sino por lo que atestiguan. Sólo pido unos años más de prórroga carveriana y volver a tenerle sobre los escenarios quizá dentro de poco.

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