Crítica: Mork "Katedralen"

Es verdad que Mork llevan casi veinte años administrando black metal en vena, tomando como influencia a aquellas bandas de la primera hornada, tan cierto como que me arrepiento no haber escrito sobre "Isebakke" (2013) o "Den vandrende skygge" (2016), tanto como retirar de la web las críticas de "Eremittens dal" (2017) y "Det svarte juv" (2019) que prometo, por Odín, que volverán a estar disponibles. Pero quizá sea ahora cuando Mork (Thomas Eriksen), haya dado un auténtico paso de gigante con “Katedralen”. Un paso que puede no gustar a los más puristas e inmovilistas, pero con el que se desmarcan levemente del black metal más old-school para abrazar nuevas texturas y sonoridades, lo que le ha hecho parir quizá el mejor disco de Mork, en una discografía que corre en sentido ascendente y que promete un futuro igual de próspero. Grabado por el propio Thomas Eriksen (quien también toca todos los instrumentos), con la ayuda de Freddy Holm en la mezcla y la colaboración puntual de algunos amigos como el mismísimo Nocturno Culto (Darkthrone), Dolk y Eero Pöyry. “Katedralen” es lo más parecido a una lección de black metal añejo sonando plenamente actual; evocando a Mayhem pero sonando más parecidos a Satyricon. Si escrito suena bien, en los negrísimos surcos de “Katedralen”, la experiencia es aún mejor.

 

"Dødsmarsjen" suena a Darkthrone por los cuatro costados, el blast beat corre a lomos del viento helado de los fiordos y Eriksen apura las guitarras, la banda de Fenriz es la influencia más palpable pero también Taake o 1349, "Dødsmarsjen" quema como el hielo noruego en las palmas de las manos y “Svartmalt” aclara aún más las intenciones de Eriksen con la ayuda de Nocturno Culto, auténtico black metal noruego con la ayuda de una de las gargantas más características de la escena. ¿Qué más se puede pedir? “Arv” entra como una cuchilla, suena cruda y directa, además de solemne con los recios coros en el estribillo. La influencia de Darkthrone vuelve a sentirse en “Evig Intens Smerte” pero esta vez no por su vena más black sino por la más punk de Culto y Fenriz, algo que se siente especialmente en la forma en la que Eriksen castiga los parches de la batería, la caja suena como si el mismísimo Fenriz la estuviese azotando, mientras que la canción posee una parte central mucho más viscosa, lenta y parsimoniosa, más venenosa si cabe. “Det Siste Gode I Meg” suena monolítica, las guitarras parecen chocar unas contra otras, y Eriksen brama, grita, gruñe y convierte su garganta en una oscurísima gruta desde la que blasfemar y proferir siniestros salmos. 

 

"Fodt Til A Herske" es puro doom pero encaja perfectamente en el álbum, incluso cuando remonta y gana en el tempo, es una canción que crece gracias al poder de los riffs, Eriksen sabe lo que veníamos buscando cuando pinchábamos el disco y nos lo ofrece junto al crescendo de “Lysbaereren”, repleto de épica, o la mala baba y el caos en la final "De Fortapte Sjelers Katedral" en la que Eriksen parece recuperar todo lo exhibido en el álbum y lo cierra con un sonido catedralicio que deja, literalmente, pequeño a casi cualquier disco de black metal de los últimos diez o quince años que haya intentado atrapar, no solamente la oscuridad del subgénero más bastardo de todos, sino también la mística. Referirse a Thomas Eriksen como un visionario es algo equivocado porque en lugar de mirar a las estrellas, al futuro, él prefiere mirar al pasado pero, paradojas de la vida, está marcando el futuro del metal más negro de todos con la ausencia de luz de la siniestra catedral que con “Katedralen” ha querido levantar.


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