Crítica: Leprous "Pitfalls"

Me ocurre pocas veces, muy pocas, y siempre doy fe de ello en esta web a través de mis críticas, pero hay momentos, fugaces ellos, en los que siento placer escuchando un nuevo álbum. Lejos de pincharlos y adentrarme en sus surcos con afán de escribir y defenestrarlos o encumbrarlos, hay discos que, desde su primera escucha, entran tan bien que producen placer. Sin embargo, “Pitfalls” es un disco que engaña en esa primera escucha y es que acudimos a él pensando que vamos a encontrarnos todos los ingredientes de los noruegos y estos son administrados con cuentagotas por lo que una escucha apresurada, somera, y sin prestarle la atención que necesita hará que pensemos que se han equivocado, que la predominancia de teclados y sintetizadores, les han hecho crear un disco sin cuerpo o que desdibuja el élan vital de la banda, nada de eso. “Pitfalls”, producido por el propio Solberg y David Castillo es un disco valiente pero también de fortísimo calado emocional y quizá el más elegante que hayan publicado Leprous; no se trata de que graben de nuevo "Tall Poppy Syndrome" (2009) o "Bilateral" (2011), sino de que Leprous sigan creciendo, aunque no sea hacia arriba sino en diferentes direcciones. No deja de resultar irónico que se les etiquete como una banda de progresivo, los seguidores presuman de escuchar progresivo, y todo el mundo se lleve las manos a la cabeza cuando una de estas bandas decide romper y grabar algo diferente. No quiero siquiera imaginarme a todos estos ridículos ‘proggies’ de manual, universidad privada, tabaquito de liar y parche de “Animals” en el bolsito, lo mucho que habrían sufrido en los setenta u ochenta.

Tras los adelantos que supusieron "Below", "Alleviate" y "Distant Bells", “Pitfalls” es un disco para escuchar en su conjunto; “Below” es un magnífico single que sirve para entrar en este mundo y escuchar a Einar cantar “Every single fear I’m hiding, every little childhood memory, I bury…” justo antes de la explosión sentimental que supone su estribillo es asistir al primer contacto con esos arreglos de cuerda perfectamente integrados en el tempo de Kolstad; hay toques orientales y un cambio de compás, derrochando tal elegancia que cuesta no enamorarse de ella a la primera escucha. Pero “Pitfalls” nos guarda sorpresas, “I Lose Hope” orbita entre la música disco pedorra, entre Jake Shears y la electrónica de Reznor, pero con tal elegancia que cuando la voz de Solberg se eleva líricamente, más cerca que nunca del lamento de Yorke y Buckley (o Bellamy, antes de sucumbir a lo fatuo), cuesta no haberse abandonado a semejantes aguas de calidez. ¿El mejor single de “Pitfalls”? Posiblemente, quizá no tan accesible como “Below” pero igualmente grande y adictivo.

La comparación con Yorke no es gratuita, que levante la mano el que no ha sentido estar escuchando el inicio de “No Surprises” con “Observe The Train” y, sin embargo, Leprous están tejiendo una bonita red en la que atraparnos en “Pitfalls”, tan etérea y delicada, tan soberbia en su minimalismo y tan obsesiva en su estribillo que cuando Solberg se queda a solas en las estrofas, nos encontramos frente a frente con uno de los mejores intérpretes actuales de su generación. Las guitarras de Suhrke y Ognedal regresan brevemente en “By My Throne”, quizá otro de los momentos cumbres de “Pitfalls” (y van ya unos cuantos…) hasta esa preciosidad que es "Alleviate". ¿De verdad no hay un solo fan del progresivo o de Leprous que no sea capaz de apreciar una canción así? Cinco canciones de nueve que ya han ido directas a la línea de flotación de cualquier alma.

Es verdad que “Pitfalls” hunde sus dientes en sentimientos de melancolía, tristeza o desapasionamiento y desesperación, pero también hay esperanza, "At The Bottom”, con Solberg sobrevolando hasta uno de los estribillos más fáciles del álbum (y fácil no siempre es sinónimo de poco trabajado) en una de esas canciones que a los seguidores más fáciles (ahora sí) de Leprous les gustará por cuanto recuerda a lo grabado antes de “Malina” y “Pitfalls”, como también ocurre con “Foreigner” y de nuevo el despertar de las seis cuerdas. Momentos más introspectivos, “Distant Bells”, pero igualmente deliciosos y un final (“The Sky Is Red”), quizá un poco difuso en su desarrollo, pero cuyas sacudidas a lo largo de sus once minutos son suficientes como para recorrer nuestro cuerpo como una corriente, mientras Solberg parece multiplicarse en varias capas y registros.

Si escuchas música en el metro y estás a otras cosas, mientras trabajas, a través del móvil y estás haciéndote la cena, “Pitfalls” no es tu disco; requiere de tiempo y atención, es un álbum que te pide un poco de cariño y momentos para los dos, pero ofrece tanto por tan poco que la experiencia se torna tan agradable y, al mismo tiempo, tan refrescante que resulta imposible no volver a él. Tan mágico y sensible que hiere oírlo sin escucharlo…

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