Crítica: Black Country Communion “BCCIV”

Poco espero ya de Black Country Communion. No es que Joe Bonamassa no sea un guitarrista magnífico, versátil, técnico y trabajador, como Sherinian no es precisamente manco o Bonham carezca de pegada (a pesar de las eternas comparaciones con su padre) y Hughes no sea Hughes, ese magnífico genio loco de Purple y Trapeze, al que algún día echaremos de menos. Es que Black Country Communion dieron lo mejor de sí mismos con “Black Country Communion” (2010) y “2” (2011) y “Afterglow” (2012) no sólo acusó la malísima relación entre Hughes y Bonamassa en unas canciones que compusieron el uno sin saber del otro, generando un álbum carente de la magia y chispa de los anteriores, sino que resultaba poco creíble. El desencuentro es sencillo de explicar, mientras Hughes quería que Black Country saliesen más de gira y forzó la grabación de aquel álbum, Bonamassa tiene una carrera en solitario que se ha mostrado auténticamente intratable en cuanto a la cantidad de lanzamientos, proyectos, directos y colaboraciones. Así, no es de extrañar el choque de trenes entre Hughes y Bonamassa mientras Sherinian y Bonham asistían, incapaces de mediar entre ambos. Es por eso que entiendo la portada del cuarto álbum de la banda, titulado de manera poco original como “BCCIV”, con el ave fénix resurgiendo de sus cenizas mientras que en “Afterglow” parecía tocada de muerte.

Pero, por desgracia, es el mismo pajarraco y con ello ya está dicho todo. Aunque Hughes y Bonamassa se han vuelto a sentar a escribir y la colaboración parece traducirse en cierta cohesión del álbum, las diferencias entre ambos siguen siendo insalvables. A nivel compositivo, hay canciones en las que la mano de Bonamassa se hace más que evidente, como la pluma de Hughes en esas otras más directas. El sonido pergeñado por los cuatro, con la ayuda del sospechoso habitual (Kevin Shirley), lo que tampoco ayuda, es una mezcla de hard rock con algo de blues que por supuesto que suena estupendo pero no sorprende como sí ocurría en sus dos primeros álbumes. La ansiada búsqueda por mezclar la influencia de Zeppelin con el blues más estándar de Bonamassa surte efecto porque los implicados son grandes músicos pero la mezcla no engancha, no hay riesgo alguno en unas canciones quizá muy trabajadas pero en las que hay poco que escarbar, y tampoco hay esa sensación de estar asistiendo al nacimiento de algo grande como ocurría con Plant, Page, Jones y Bonham en esa mezcla de blues, hard, psicodelia y mística oriental.

De “Collide” lo que más me gusta es el sentimiento de contundencia de la batería de Bonham y el pesadísimo riff de Bonamassa pero resulta sonrojante cuando escuchamos a Hughes imitar a Plant en ese orgasmo místico del puente. “Over My Head” nacida en el sueño de Hughes, que acudió presto a escribirla ante la mirada atónita de su mujer, es la más accesible y el desarrollo es magnífico, quizá el mejor momento de todo el álbum; cuando Bonamassa parece prender su guitarra.

"The Last Song for My Resting Place" es el momento puramente de Joe pero no ese Bonamassa que nos gusta cuando su Les Paul parece querer sonar por Moore o Gallagher, cuando la válvula prende, sino ese que se apoya en composiciones excesivamente narrativas con adornos acústicos tradicionales. Es verdad que Bonamassa ha ganado como intérprete y su voz está mejor que nunca pero la canción no termina de emocionar (algo parecido ocurrirá con la oscura “The Cove”, que termina por aburrir antes de conmover a pesar del tema que trata). Como el atropellado riff de “Sway” recuerda a “Rope” de Foo Fighters a pesar del esfuerzo de Hughes y Bonham por darle otro cuerpo.

“The Crow” o la versión bluesera de “Bulls On Parade” de Rage Against The Machine posee toda la fuerza que echábamos en falta en las anteriores y quizá la más valiente del conjunto es “Wanderlust” en la que parecen querer olvidarse de Zeppelin y Bonamassa cede espacio a Sherinian, una lástima la poca contención (más de ocho minutos) de una canción que podrían haber resuelto en la mitad de tiempo. Entiendo que “Love Remains” posee una naturaleza nostálgica, dedicada por Hughes a sus padres, pero resulta demasiado blanda, mientras que “Awake” es un robo al Clapton de los sesenta o, de nuevo la mano del binomio más complaciente de Bonamassa/ Hughes en la flojita "When the Morning Comes” y de nuevo un excesivo minutaje en un tema que no requiere de tal.

Aprueba por poco respecto al anterior, “Afterglow”, pero demuestra que Black Country Communion y la añeja frescura con la que grabaron sus dos primeros discos no parece haber vuelto ahora que saben que aquella mezcla resultó y fuerzan su búsqueda. La prensa especializada, esa en la que escriben chavales no especializados, se deshará con ellos pero es porque es tan sólo una crítica más, como “BCCIV”, que no es un mal disco pero es tan solo otro disco más…


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