Crítica: Bell Witch “Mirror Reaper”

Si tu amigo pierde la vida y da la casualidad de que es el batería de tu banda y sois un dúo, no hay duda alguna de que todo el mundo pondrá los ojos en ti y te cargará con la responsabilidad del proyecto, haciendo pública tu pena, soportando el escrutinio de aquellos que ni siquiera sabían antes de ti. Dylan Desmond encontró en Jesse Shreibman alguien con quien compartir el camino en Bell Witch tras la pérdida de Adrián Guerra en un momento tan complicado en el cual su siguiente paso sería examinado con microscopio. Así, del duelo por el amigo perdido, nace un álbum tan particular y especial como “Mirror Reaper”, (producido por Billy Anderson) que, aunque es la continuación lógica de “Four Phantoms” (2015), gana en profundidad no sólo por la trascendencia de su tono elegíaco sino también por su majestuosidad y tinte épico. No encuentro mejor álbum que sirva como banda sonora a la unión entre los dos mundos, el de los que seguimos aquí y los que han marchado allá, que el publicado por Bell Witch. Un álbum doble de un único single de más de dos horas (sí, has leído bien), dividido en las cuatro caras que componen el grueso vinilo publicado por Profound Lore Records y tituladas como “As”, “Above”, “So” y “Below”, como uno de los principios del Kybalión, el de Correspondencia que rige los tres Grandes Planos de la existencia; el físico, el mental y el espiritual, “como es arriba, es abajo, como es abajo, es arriba…”.

Esto, que puede parecer tan fantasioso o misterioso, es un principio tan sencillo como para que Dylan Desmond y Jesse Shreibman lo utilicen para unir ambos mundos gracias a su música y, a través del espejo pintado por el artista polaco Mariusz Lewandowski (de clara reminiscencia a la obra del genial Zdzisław Beksiński), recuperen al difunto Adrián Guerra. El bajo de Desmond suena más pesado y profundo que nunca, no hay guitarras pero tampoco harán falta porque su Hammond B3, además de añadir el elemento telúrico y espectral, rellena perfectamente los huecos que dejan su bajo o la pegada de Shreibman. Una larguísima canción, como una suite, con varias partes diferenciadas en las que el bajo es el hilo conductor y tan sólo con sus cuerdas logra que, como oyentes, no perdamos el interés; creando tensión, construyendo cimas para luego, abruptamente, echarnos por tierra. Shreibman cimenta las canciones con su profunda voz mientras que Desmond planea sobre ellas con la suya -plenamente melódica- hasta que, en el clímax del álbum, parecen lograr la comunicación -a través de ese espejo que antes mencionaba- con Adrián Guerra en unos versos que llegan a través del tiempo (cuando originalmente fueron grabados para su anterior álbum, “Four Phantoms”) y que aquí recuperan, con un efecto magnífico. Es cierto que el logro es tecnológico pero la magia de “Mirror Reaper” es que Bell Witch consiguen que la sensación de recuperar la voz de Guerra sea mística, toda una experiencia.

En la recta final, Erik Moggride, amigo y colaborador habitual de la banda añade también su voz para darle un toque aún más triste, más melancólico (y, por qué no, también fantasmal) con el que cerrar un álbum como “Mirror Reaper” en el cual sientes una extraña sensación de vacío, quietud, calma pero también desolación. No recuerdo un disco como este, que sepa capturar tan bien la eterna sensación de ausencia; cuando los que se fueron todavía parece tan cercanos como para poder tocar su mano una vez más o ser invocados a través de un espejo. Especial, sencillamente especial, y no apto para todos los gustos pero sí para aquellos que buscan una experiencia vital a través de la música…

© 2017 Jim Tonic