Concierto: Zakk Wylde (Madrid) 13.06.2016

SETLIST: Sold My Soul/ Autumn Changes/ Tears of December/ Lay Me Down/ Road Back Home/ Yesterday's Tears/ Between Heaven and Hell/ Darkest Hour/ Throwin' It All Away/ Dead as Yesterday/ Eyes of Burden/ Way Beyond Empty/ The King/ Lost Prayer/ Sleeping Dogs/

La doble cara de convertirte en un icono es que, tras el duro trabajo de años que supone crearte tu propia marca, reconocible incluso por aquellos que no saben nada de ti o de música en general, es que tu personaje termine fagocitándote. Y esto es lo que le ha ocurrido al bueno de Wylde que pasó de ser el tipo enjuto con acento sureño (pero de New Jersey) de larga melena rubia (amante de la música de Hendrix, Rhoads y Sabbath) a convertirse en el musculoso vikingo de estrambóticas guitarras con cadenas a modo de correa (desde las ya míticas Les Paul Bullseye o Camo a las Buzzsaw y, por supuesto, aquella LP quemada, decorada con chapas de cerveza y la bandera confederada, mi favorita, estéticamente hablando…) a la izquierda de su padrino Ozzy y después en ese motero de barba “gibbonsniana” que trata a sus seguidores con el cariño de un padre, llamándonos constantemente “hijo” con un deje cansado y pantanoso, y se deshace en abrazos y regalos cuando baja del escenario o, cuando está sobre él; se baña entre la multitud con la mirada poseída mientras se lanza en eternas pentatónicas con las que sube y baja por todo el mástil, ajeno a todo lo que está ocurriendo en el mundo y quizá así exorcizando sus propios miedos ante la creciente inseguridad en los conciertos y el recuerdo de su mejor amigo, abatido sobre un escenario (su hermano, como a él le gusta recordarle), Dimebag Darrell...

Digo que el personaje se ha comido al músico cuando uno escucha “Book Of Shadows II” (2016) y siente que es uno de los mejores discos del año aunque no llegue a la altura de su predecesor, “Book Of Shadows” (1996), pero contempla la sala con el aforo a medio pulmón y, a cambio, el fanatismo de los que sí que han acudido a la cita y, en menor o mayor medida, se sienten parte de una familia; un sentimiento que el propio Wylde se empeña en mantener. La verdad es que la entrada, a priori, era cara y supongo que lo suficientemente disuasoria para todos esos chavales que, ante una oferta saturadísima, deben elegir entre ir a un concierto u otro, además de la temporada de festivales que se avecina y deja vacíos los bolsillos de muchos.

Y a todo esto hay que sumarle la escasa publicidad de una promotora, sin redes sociales y de difícil colaboración, que suele prestarle poca o nula promoción a unos artistas para los que que entiende que no hay necesidad de anuncio más allá del pistoletazo del día de venta de las entradas y la poca información ya que, pese a la publicación de “Book Of Shadows II” y su carácter acústico, lo que nos hemos encontrado sobre el escenario es un concierto de Black Label Society en toda regla (con la simpatía de John DeServio al bajo, el lacónico y joven Dario Lorina ‘sustituyendo al insustituible’ Nick Catanese y Jeff Fabb a la batería) con la única excepción de que, en lugar de interpretar temas de toda su carrera, se han centrado en los “Book Of Shadows” de Wylde ignorando éxitos de discos de la banda.

Nada más que por escuchar en directo una canción como “Sold My Soul” ya merecía la pena haber estado allí, es cierto que pierde su carácter acústico y Wylde tiñe su aire nostálgico con capas de distorsión, ‘chorus’ y ese Wah bajo sus pies pero también es indudable que un verso como “Just sign right here son. Everything will be all right!” se ha convertido en toda una seña de identidad, no sólo del primer volúmen de “Book Of Shadows” sino del nuevo mensaje de Wylde y que la canción, cuando despega, se convierte en un torbellino de electricidad que recuerda más a los Alice In Chains más turbulentos que a la faceta acústica del guitarrista. Sin embargo, “Autumn Changes” sí se alimenta de ese espíritu otoñal y melancólico del nuevo álbum o la balada que es “Tears Of December” respira en directo y la canciones del disco parecen cobrar vida. La languidísima “Lay Me Down” encuentra acomodo gracias a una parte más calmada del concierto en la que se sienta e interpreta “Road Back Home” o se enfrasca en su segundo interminable solo (tras el primero, al final de “Sold My Soul”) de un Wylde que, aunque esta vez más comedido en los desarrollos, es incapaz de obviar su pasión por las seis cuerdas como entenderemos tras “Yesterday’s Tears”.

“Between Heaven and Hell”, del primer libro, sonó a gloria como oscura pero con sabor a redención “Darkest Hour” con la que hilvanó el tercer y último solo de una noche en la que Wylde, bañándose entre el público hacía ya rato que había perdido la cabeza y se había transformado en un animal con la vista perdida entre su pelo y las seis cuerdas de su guitarra, y lo demostró la ‘jam’ tras “Way Beyond Empty” con la coda final de “Layla” a slide (seguramente acordándose más de Duane Allman que de Clapton) la bonita “Lost Prayer” que gana enteros en directo tras una sentida interpretación de “The King” a piano y el final, presentando a la banda, con “Sleeping Dogs” y Wylde ya enorme; convertido en un oso despidiéndose de su capítulo de Madrid, de sus "hermanos" y todos aquellos que cumplen el sueño que una vez tuvo un chaval, fanático de Black Sabbath, cuando practicaba a diario más de diez horas en vez de ir al instituto. A Wylde es imposible no quererle porque, a pesar de su tamaño, transmite la pasión de cualquier fan como tú que estás leyendo o yo que escribo esta crónica…


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