Crítica: Eric Clapton & Wynton Marsalis "Play the Blues: Live From Jazz At Lincoln Center"

No soy un gran entendido en jazz, quizá nunca llegue a serlo, debo ser humilde con el estilo y con los que me leen, pero sí que tengo algo que quizá muchos de aquellos que presumen saber no tienen en tal cantidad y es que me encanta escucharlo y de verdad que lo siento. Puede ser que de él me atraigan su libertad, el "break" y la jam que hace que los instrumentos se vuelvan locos y sepan cómo comienza una canción pero ninguno, ni siquiera esa trompeta o ese contrabajo, sepan cómo va a terminar. Quizá tengo lo único que importa para llegar a ser un verdadero entendido y es pasión por el género. A Wynton Marsalis no creo que haga falta presentarlo y menos a todos aquellos aficionados al festival de jazz de Vitoria o a las gentes de la ciudad que ya han asimilado a la estatua de éste como a un vecino más pero a Clapton sí que no le hace falta presentación alguna. Quien no haya escuchado disco alguno de él, por favor, que no siga leyendo sin remediarlo antes o durante, cada cual a su gusto.

Afincado desde hace años más allá de las nubes de la veneración, rozando la divinidad y la leyenda, Clapton se ha olvidado de hacer discos y se divierte envuelto en aventuras que terminan derivando en grabaciones, que no es lo mismo. Es muy diferente entrar a grabar que ser sorprendido y grabado, que apretar el botón sea como consecuencia de un viaje y no al revés. Así, Eric Clapton se ha ido de juerga con Jeff Beck, Winwood, B.B. King, JJ Cale o en busca del espíritu de Robert Johnson, se ha olvidado de las bandas sonoras, de los números uno, de los discos para las listas y como excusa para girar y se ha dedicado a hacer lo que le gusta. Ha dejado de ser un guitarrista para convertirse en un explorador.

En este caso, su guitarra dialoga con la trompeta de Marsalis, se dejá abrazar, charla y riñe, corteja y se mezcla con el bronce heredero de Miles Davis para acariciar temas como "Ice Cream" y convertir la noche en una fiesta, bluesear con "Fory-Four" o volverse nocturno a la luz de las luces de la madrugada con "Joe Turner's Blues", cederle todo el protagonismo a otros músicos en "The Last Time" y puntear calmado en "Careless Love", viajar hasta Nueva Orleans de nuevo con "Kidman Blues" y transformar su "Layla" en un altar al jazz y el blues de más de nueve minutos en el que no falta ni sobra un segundo de solos, una canción tan eterna que se reinventa a sí misma con cada versión. Para sus seguidores este disco debe ser desconcertante pero es una maravilla para todo aquel que tengo un mínimo de curiosidad y sensibilidad, escucharlo es una maravilla porque en él todos y cada uno de los músicos que tocan parece que se divierten, disfrutan, y contagian al oyente.

"Joliet Bound" cabalga juguetona hasta el pantano que es "Just A Closer Walk With Thee" con la voz de un legendario Taj Mahal que no ha perdido ni un ápice feeling en su garganta cerrando el disco con "Corrina, Corrina" en la que Mahal devora la canción y Marsalis se luce ante un Clapton que se convierte en un músico de acompañamiento más. Un desafío más de Clapton que a su edad parece más que entretenido colaborando y dando dobles saltos mortales cuando el resto de compañeros de generación se esmeran por volver a hacer lo mismo una y otra vez. Todo en este disco es sobresaliente y con sabor, con mucho sabor.
© 2011 J.Cano