Crítica: "Lemmy"

Nunca se habían publicado tantos documentales, libros (biografías autorizadas y no autorizadas) y fabricado tantos muñecos y camisetas como ahora. La gran mayoría de ellos (para qué engañarnos) totalmente prescindibles y con la única finalidad de esquilmar los bolsillos del público. En este caso, el documental sobre Lemmy se antoja necesario, vital e incluso de visionado obligado para todo aquel que ame el Rock 'N Roll independientemente de la etiqueta de la botella de la que beba.

Lemmy es uno de esos artistas imprescindibles, que ha ganado su trono en el Olimpo del Rock a base de trabajar y darse de cabezazos contra la industria (en aquellos momentos en los que lo que hacía no estaba de moda) y todo aquel que se pusiese por delante (como el infernal tren de la portada de su mítico "Orgasmatron", uno de mis discos preferidos de toda su discografía). Tan auténtico como inimitable, Lemmy, es el documental definitivo para todo aquel que deseé ahondar en el hombre y olvidarse del mito, de la leyenda y de sus Motörhead.

Sin llegar a ser tedioso (olvidando esas estúpidas reconstrucciones en las cuales se nos machaca con la infancia del artista y la predisposición divina de éste aún en párvulos) Lemmy (el documental) arranca como cada concierto de Motörhead: directo al grano.

Kilmister en su casa, haciéndose algo de comer mientras juega a la videoconsola, paseando por la calle, contándonos sin reparo que vive de alquiler en una casa de renta controlada y cuánto paga por ella, le veremos hablar verdaderamente ilusionado (como cualquier fan) sobre Little Richard o buscar la caja de los Beatles en Mono, jugar a las tragaperras y bromear con todo, incluso la muerte. Cuenta, como si nada, cómo ayudaba a Hendrix a conseguir droga o como cargaba con el equipo de todo aquel "grande" con el que no pudiera tocar, pasaremos de puntillas sobre su expulsión de Hawkind y sonreiremos con sus salidas de tono. Conoceremos a su hijo (porque Lemmy tiene un hijo, reconocido, y ninguno lo sabíamos) y nos enseñará con orgullo su colección de armas.

Todo en un tono tan humildde y carente de cualquier rastro de ego que sorprende por la importancia del retratado, lo que conduce inevitablemente a quererle, a tomarle más cariño aún y terminar entendiendo por qué la música que hace. Aquí no encontrarás un sesudo análisis sobre la grabación de "Overkill", a Campbell, Dee o Würzel, no verás imágenes del Hammersmith ni falta que te hace sino que conocerás a la persona que se esconde bajo el mito.
Sorprende su sentido del humor, su forma de ver la vida y sus principios, el magnetismo que irradia (capaz de dejar al pesado de David Grohl, que comparte con Bono el empachoso don de la ubicuidad y últimamente le vemos en todos sitios, a la altura de un colegial; lo que es), la sencillez que alcanza en sus conversaciones con Billy Bob Thornton o los propios Metallica y la ilusión que desprende cuando habla de lo que de verdad le apasiona, da igual si es la Primera o la Segunda Guerra Mundial, los Beatles o Eddie Cochran.

Los extras del DVD tan jugosos como el plato principal. Presentación de sus "roadies" que terminan interpretando "(We are) The Road Crew", el testimonio de un halagado Matt Sorum o las sesiones de grabación del reciente Motörizer.

Desconfía de todos aquellos que te hablen de este documental haciendo referencia a las supuestas gracias porque se habrán quedado en la forma y habrán perdido de vista el fondo de semejante artista. No es un documental más, es auténticamente indispensable, una maravilla de principio a fin.

© 2011 Jesús Cano